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LA CIUDAD Y EL REINO: unas claves

I  Las palabras

Todo escritor tiene en su interior un almacén de datos (algunos, ignorados por él mismo) que, a medida que escribe, van apareciendo, trasluciéndose, en la superficie de la obra. Algunos escritores tiran con plena conciencia de ellos; otros dejan que se asomen sin apenas darse cuenta, y el lector no muy enterado tiene que esperar a que llegue el crítico agudo para que sean desenterrados e iluminados.

Yo, lamento decirlo, soy de los primeros. Es decir, de los que con plena conciencia aceptan la memoria de lo leído, para ir vistiendo su escritura. Lo lamento, porque queda más bien, parece más profundo y resulta más misterioso que las fuentes permanezcan enterradas quizá para siempre.

Lo mío no tiene nada de misterioso – al menos, en apariencia. Se resuelve solo con que el lector muy leído vaya descubriendo los remotos orígenes de tal frase o idea.

Pero ocurre que, por muy leído que sea el lector, es imposible que su memoria lectora coincida con la del escritor de turno, que en este caso soy yo. Así que, a la espera de los críticos y comentaristas avezados, que hasta es posible que me descubran datos sorprendentes sobre mí mismo, cosa que suele suceder, he decidido emplearme en la humilde y casi mecánica tarea de descubrir y explicar el origen de ciertas frases y pensamientos que jalonan la obra.

Así que tomo un ejemplar de mi novela La ciudad y el reino, publicada por Editorial Páramo en noviembre de 2020, y procedo:

1

Si te apartas de la sociedad perderás la noción de la norma. Y tu obra solo será el resoplido de una bestia o la ensoñación de un dios.(pág. 13)

ARISTÓTELES lo había dejado bien claro: El hombre solitario es o una bestia o un dios.

2

la filosofía no es más que un género literario… (pág. 30)

Creo que fue BORGES quien alumbró esta idea, pero no recuerdo la frase exacta ni sé (ni importa mucho) la manera de encontrarla.

3

los pobres muertos y los pobres heridos estaban tendidos allí, y el sol se ponía magníficamente detrás de Maguntiacum. (pág. 37)

En 1792 GOETHE acompañó a su soberano Carlos Augusto en la campaña militar que emprendieron los ejércitos de varios estados alemanes contra la Francia revolucionaria. Entre mayo y agosto de 1793 participó en al asedio de Mainz (la antigua Maguntiacum), ocupada por los franceses. En su relato Campaña de Francia del año 1792 se contienen unas palabras asombrosamente parecidas, si no idénticas, a las de la novela, arriba trascritas.

4

¿La nada, dices? ¿Qué nada? Solo existe la nada para el que nada sabe crear. (pág. 40)

Este es un pensamiento de GOETHE que nunca he sabido ubicar en su obra. Quizá solo existe en mi memoria, como síntesis de su actitud frente al nihilismo.

5

La naturaleza se presenta tan hermosa, contemplada con la paz de Cristo en el alma, que uno siente la tentación de preguntarse qué más nos puede ofrecer el Señor en la otra vida. (pág. 42)

Si el món ja és tan formós, Senyor, si es mira
amb la pau vostra a dintre de l’ull nostre,
què més ens podeu dâ en una altra vida?

Estos versos de JOAN MARAGALL, en lengua catalana, a veces tan poética, son sin duda la fuente de inspiración del texto de la novela transcrito arriba.

6

Ahora las puertas de mi casa están abiertas día y noche, y cualquiera puede entrar para lo que desee. Porque finalmente he comprendido que “el otro” no es nunca un intruso, sino que es siempre el mensajero de Dios. Y hay que estar muy atento para recibir y entender todos los mensajes del Señor. (pág. 45)

La misma idea alienta en las palabras de KAFKA, dirigidas a su entrevistador Janouch, que teme ser visitante inoportuno:

Considerar molesta a una visita no prevista es señal infalible de debilidad, es una huida de lo no previsto. Se oculta uno en la así llamada existencia privada porque le faltan las fuerzas para entendérselas con el mundo… Es una retirada. La vida es sobre todo un estar-con-las-cosas, un diálogo. No se debe eludir. Puede usted, siempre y cuando quiera, venir a verme.

7

Lo importante es realizar una actividad continuada y eficaz (pág. 54)

Frase, creo que poco literal, de GOETHE, para quien, corrigiendo la Biblia, “en el principo fue la Acción”.

8

Nuestros anhelos no son sino presentimiento de nuestras facultades. (pág. 63).

Idea, otra vez de GOETHE, que, para mí, constituye el ejemplo máximo del optimismo goethiano.

9

Es verdad que se advierte cierta fuerza y sinceridad, pero esas cualidades, por sí solas, no hacen una obra de arte. Eso que has escrito es una manera de palpar los sentimientos, de señalar la realidad. Pero decir ¡qué bello es eso! o ¡cuánto sufro! no tiene nada que ver con la creación artística. (pág. 103)

Son palabras del Ausonio de la novela, dirigidas a un alumno suyo que le sometía sus escritos para obtener la aprobación.

En las Conversaciones con Kafka, de Gustav Janouch, el entrevistador somete al juicio del entrevistado unos escritos propios. La respuesta de KAFKA es la siguiente:

Esto todavía no es arte. Este exteriorizar las impresiones y los sentimientos es, en realidad, una forma de palpar temerosamente el mundo…

Reflexiones, en uno y otro caso, aplicables a tanto aspirante a artista que piensa – como los románticos ingenuos – que todo consiste en expresar los propios sentimientos.

10

No hay que afrontar los problemas, hay que dejar que se disuelvan. (pág. 131)

Frase, creo que literal, de un ensayo de HENRY MILLER.

11

El sermón de Vigilancio en la misa de Navidad de Barcino (pág. 135 y ss.) no tiene nada que ver en su contenido con el del jesuita Arnall del Retrato del artista adolescente, de Joyce. Coincide con él en dos aspectos: que lo pronuncia un clérigo católico y que pretende ser un calco, en su forma e intención, de un sermón católico auténtico.

12

Una biblioteca no es un cementerio, como alguien dijo, sino un vivero. (pág. 145)ĺ

Ese “alguien” pensé que era CORTÁZAR, pero más tarde creí recordar mejor que lo de “cementerio”, lo aplicó el autor citado al Diccionario, no a la Biblioteca.

13

...fue la biblioteca,

cementerio o vivero, según mires,

Universo absoluto, según Borio, (pág. 146)

Es notorio que quien sí identificó biblioteca con universo fue BORGES, al que aquí se alude como Borio, bibliotecario alejandrino que nunca existió.

14

Es preferible cometer una injusticia que tolerar un desorden. Porque el desorden es fuente no de una, sino de mil injusticias. (pág. 154)

Cita de GOETHE, de cuya literalidad no respondo, famosa por su utilización por todos aquellos que desean resaltar el talante reaccionario de su autor, los cuales, curiosamente, omiten siempre la segunda parte.

15

Como poeta, soy politeísta; como pensador, soy panteísta; como ser moral, soy cristiano. (pág. 157)

El mismo GOETHE, definiéndose. Creo recordar – y no me apetece ir a comprobar – que el original, en lugar de “pensador”, dice “científico”, pero éste término no le va mucho a un escritor del siglo IV como Ausonio.

16

El dolor es consustancial a esa fuerza ciega que es la vida, esa fuerza que continuamente se propaga y multiplica sin orden ni medida, que no busca más que su propia perpetuación. (pág. 167)

Está claro que el que aquí habla por boca del Emiliano de la novela es el mismísimo SCHOPENHAUER.

17

Cristo, al final de los tiempos, recuperará no solo nuestros cuerpos y nuestras almas, sino también todo cuanto hemos sido y sentido y soñado. Nada se pierde, querido Ausonio. Yo tampoco pierdo Barcino. En mis sueños me acompañará y en el último día se salvará con todo.

Creencia o esperanza consoladora que el Paulino de la novela comparte con el jesuita y científico TEILHARD DE CHARDIN de muchos siglos después: cuando el universo alcance el Punto Omega de la evolución, todo lo que existe se volverá uno con la divinidad.

                                                FIN (y que así sea)

NOTA. Los autores citados o utilizados conscientemente en la novela son Goethe, en primer y destacado lugar, Kafka, Joan Maragall,  Schopenhauer, Borges, Cortázar, Henry Miller, James Joyce, Teilhard de Chardin y Aristóteles. Los citados o utilizados inconscientemente – que, con seguridad, los hay – no los conoceré yo hasta que no venga alguien a descubrírmelos.

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Lecciones de filosofía II

Frankfurt del Main. 1858. Es mediodía de un día soleado de otoño. Fausto camina entre los puestos del mercado instalados en la gran plaza. Se detiene ante uno que tiene expuestos libros viejos. Se fija en un título: Historia del doctor Johann Faustus. Lo toma para hojearlo.

LIBRERO.- (con tono seco) Tenga cuidado. Es muy antiguo y muy valioso.

FAUSTO.- Lo conozco. Hace tiempo que tuve en mis manos un ejemplar aún más antiguo que éste.

LIBRERO.- Imposible. No hay ninguna edición más antigua.

FAUSTO.- No, ahora no.

LIBRERO. – Bueno, ¿le interesa o no? O deje ya de manosearlo.

FAUSTO.- No, no me interesa. Conozco la historia… demasiado bien.

LIBRERO. – Demasiado bien…Vaya con el sabio.

FAUSTO.- Y además, ahí no está completa… Porque la historia continua.

LIBRERO.- Ésa es una buena noticia. Así, dice usted que la historia continua. Dígame, ¿qué le ocurre después al pobre hombre? Cuente, cuente.

FAUSTO.- De pobre, nada. Ocurre que no se resigna a perder. Que, aunque su socio infernal es incapaz de darle nada de lo prometido, él no abandona. Insiste e insiste porque sabe que el mensaje que anida tanto en su interior más profundo como en las más lejanas estrellas hablan de una felicidad que se puede alcanzar.

LIBRERO.- ¿Y cómo le va en estos momentos? ¿Se ve ya próximo a esa felicidad presentida?

FAUSTO.- La verdad es que no. De momento, su socio infernal le ha enviado a aprender filosofía.

LIBRERO.- Eso de “socio infernal” me parece de muy mal gusto.

FAUSTO.- ¿Cómo dice?

LIBRERO-MEFISTO.- De muy mal gusto, ya te lo dije, incluso como licencia poética.

FAUSTO.- ¿Tú aquí? ¿Se puede saber qué juego es éste?

MEFISTO. – Estoy cumpliendo el penoso deber de recordarte tu obligación. Eres como un niño al que hay que llevar continuamente de la mano. Mira, allí, al otro lado de la plaza está el Hotel Inglaterra. Si te demoras unos minutos más te ocuparán el puesto que te he reservado en la mesa del huésped, al lado del maestro. ¡Espabila, hombre!

Salón comedor del Hotel Inglaterra. La table d’hôte (en el sentido propio o francés del término) está ya rodeada de comensales esperando el primer plato. Fausto ve un sitio vacío y va a ocuparlo. Saluda a los comensales próximos y se sienta. Observa con disimulo a un lado y otro. A su derecha, un oficial del ejército, no mayor de treinta años. A su izquierda, un hombre de unos setenta años, de aspecto muy pulido, calvicie incipiente, largas patillas y ojos azules de mirada viva y penetrante. Un camarero empieza a servir la sopa. El hombre de setenta años, llamado Arthur, la engulle rápidamente. Luego, se dirige al oficial..

ARTHUR.- ¿Ha visto, teniente? Tenemos comensal nuevo. (a Fausto) No tengo el gusto de conocerle, señor. ¿Con qué nombre debo dirigirme a usted? El mío es Arthur. Si estuviésemos en un país civilizado como Inglaterra, alguien ya nos habría presentado. Pero, qué le vamos a hacer, esto es Alemania, y algunos hasta están orgullosos…

FAUSTO.- Mi nombre es Johann, y acabo de llegar a Frankfurt.

TENIENTE.- ¿Piensa quedarse a vivir aquí? ¿A qué se dedica?

ARTHUR- ¿Ve lo que le decía, Johann? Haciendo preguntas íntimas a quien ni siquiera se conoce. En fin, un ejemplo de la típica grosería alemana.

TENIENTE.- No creo que sea usted la persona más indicada para sermonear contra la grosería, doctor

ARTHUR. – No confunda las cosas, teniente. (a Fausto) Los hay que no distinguen entre la sinceridad entre iguales y las normas básicas de la buena educación.

FAUSTO. – No se preocupe. No me importa responder. Soy científico, y pienso estar aquí sólo el tiempo necesario para aclarar algunos aspectos relacionados con una investigación que estoy llevando a cabo.

ARTHUR. – ¡Científico, qué interesante!

TENIENTE . (a Fausto) Nuestro amigo es filósofo, y bastante famoso, por cierto. Pero si no lo sabía, no se preocupe. Él mismo le informará con todo lujo de detalles.

ARTHUR. – Teniente, haga el favor de no interrumpir cuando hablo con el caballero. (a Fausto) ¿Y cuál es el campo de sus investigaciones?

FAUSTO.- La naturaleza, la vida, la muerte…

ARTHUR. – ¡Magnífico! La biología es una de las ciencias fundamentales, quizá, junto con la física, la vía más rápida y segura hacia la verdadera filosofía. ¿Conoce usted mi obra La voluntad en la naturaleza?

TENIENTE.- (como para sí mismo) Se lo dije…

FAUSTO. – Soy muy ignorante en cuestiones de filosofía…

Un comensal próximo, comerciante en viaje de negocios, se dirige al Teniente.

COMERCIANTE.- Parece que nuestro sabio ha encontrado otro párvulo con quien desfogarse.

TENIENTE.- Sí, el último todavía se debe estar ordenando las ideas.

ARTHUR.- Haga como yo, Johann, como si no los oyese. Si queremos hablar con calma de cosas serias habremos de buscar otro lugar. Aquí sólo se sabe hablar de caballos y de mujeres.

FAUSTO.- No son temas despreciables…

ARTHUR.- Por supuesto que no…siempre que no se hable de los caballos como si fuesen mujeres y de las mujeres como si fuesen caballos. (le da una tarjeta) Le espero hoy en mi casa a las seis en punto. (mirando al plato que le acaban de servir) Y ahora ocupémonos de esta carne con su salsa roja, que promete mucho, la verdad.

Sala del apartamento del doctor Arthur Schopenhauer. Austeramente decorada, destacan un sofá, un sillón sin estilo definido, una mesa de trabajo con unos folios y unos libros, ordenadamente dispuestos. Al final de la sala se abre un espacio, que parece ocupado por una gran librería. En la pared sobre el sofá, un retrato de Goethe sexagenario.

ARTHUR.- (señalando al retrato) ¿Qué le parece? Me lo regaló él mismo. Fuimos grandes amigos.

FAUSTO.- Sólo por esa mirada se adivina el genio. Pero yo me pregunto ¿le sirvió de algo? ¿Consiguió en la vida lo que iba buscando?

ARTHUR.- Consiguió todo lo que se puede conseguir. Cierto que en el plano de la comprensión teórica se quedó un poco corto, pero nadie puede ser perfecto. Él era un poeta… el más alto poeta de la vida que nunca ha existido.

FAUSTO.- Pero, insisto, ¿de qué le sirvió? Ahora está muerto y, para él mismo, es como si nunca hubiese existido. ¿Hay derecho a eso? ¡Es injusto, totalmente injusto!

ARTHUR.- Habla usted como un adolescente impetuoso e irreflexivo. Comprender el misterio de la existencia requiere tener los sentidos muy despiertos y, sobre todo, gran capacidad para relacionar y reflexionar. Los exabruptos y los ayes no sirven para nada.

FAUSTO.- ¿Acaso ha comprendido usted el misterio de la existencia?

ARTHUR.- Yo he comprendido y he explicado todo lo que se puede comprender y explicar. Pero, llegado a cierto punto, ya no hay más explicación posible. O quizá sí la hay, pero debe de ser de tal naturaleza que, aunque un ser sobrehumano se esforzase por comunicárnosla, no entenderíamos nada, de eso estoy seguro. Lo que usted debería hacer, Johann, es leerse mi obra fundamental El mundo como voluntad y representación. Ahí encontrará todo lo que se puede saber. El resto es silencio.

FAUSTO. – ¿Silencio? Resignación, querrá decir. Pero yo no me resigno. Mi carácter me impide aceptar la humillación y la derrota.

ARTHUR.- ¿De qué humillación y de qué derrota me está hablando, hombre? Comprender la naturaleza y el mecanismo del universo, hallar la fórmula para destruir las falsas ideas que una fuerza interior absurda y ciega nos hace concebir, descubrir en fin la vana ilusión que es la existencia, y sin embargo, mientras se vive, hacerlo con la mayor sabiduría posible, pensando en evitar el dolor antes que en gozar de un placer siempre tramposo… ¿a todo eso lo llama usted humillación y derrota?… ¿Le apetece un café? Supongo que también le puedo ofrecer té, si lo prefiere.

FAUSTO.- Café ya me va bien, gracias.

Arthur sale de la sala, y vuelve a los dos minutos.

ARTHUR.- Tenemos suerte. Está la señora Schnepp, mi asistente. Ella se cuida de todo…. Mire Johann, yo estoy llegando al final de mi vida, una vida que ha sido bastante dura, es cierto, pero que también me ha proporcionado más satisfacciones que las que cualquier ser humano puede esperar. Porque le digo una cosa, y escúcheme bien, si supiésemos prescindir de las solicitudes del deseo, de las urgencias de una voluntad subterránea que continuamente nos engaña para que nos lancemos en pos de metas ilusorias, si supiésemos hacerlo, la vida no sería un mal lugar. Dedicados al conocimiento desinteresado, a la contemplación, agotaríamos plácidamente el tiempo que nos ha sido concedido.

FAUSTO.- Eso del conocimiento desinteresado me lo ha mencionado hace poco un conocido mío. Pero no acabo de entenderlo. Conocer y actuar son para mí dos aspectos de lo mismo.

ARTHUR.- Eso es una ilusión, amigo, una ilusión, nacida de la ignorancia y la soberbia del ser humano. En la naturaleza todo, absolutamente todo, incluido lo que llamamos materia inerte, ha estado actuando y actúa sin cesar, y sin embargo el conocimiento no ha aparecido hasta hace poco con el hombre. Y ahí está el gran peligro, porque si el conocimiento se aplica a la acción para intentar satisfacer los deseos de esa voluntad subterránea de que le he hablado, estamos perdidos, ya no habrá manera de escapar de la eterna rueda. En cambio, si se limita a la contemplación desinteresada, se le revelará la futilidad de todo y la forma segura de liberarse.

Aparece la señora Schnepp y se dirige a Arthur.

SCHNEPP. – Doctor, está aquí Karl.

ARTHUR.- ¿Cómo que está aquí Karl? ¿Quién le ha llamado? ¡Que se vaya! ¡No quiero verlo! No tenemos nada que decirnos.

SCHNEPP.- Pero, doctor. Me ha dicho…

ARTHUR.- Y yo le digo que se vaya.

(CONTINÚA)

(De Mundo, Demonio y Fausto. Nuevas aventuras)

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Lecciones de filosofía III

Irrumpe en la sala un hombre de mediana edad, de complexión fuerte aunque no alto, y con barba abundante que empieza a ser canosa.

KARL. – Buenas tardes, Arthur. Quiero decir algo.

ARTHUR.- No, ya nos lo hemos dicho todo. ¡Largo!

KARL.- No es por usted que he venido, naturalmente, sino por el señor.

FAUSTO.- ¿Por mí?…Bueno, por mí no hay problema. ¿Es usted también filósofo?

ARTHUR.- Es la negación misma de la filosofía.

KARL.- Sí, de la filosofía tal como se ha entendido hasta ahora, o sea, como un entretenimiento de gente desocupada que se dedica a imaginar el mundo, interpretar, dicen ellos. Y no se dan cuenta de que ése es un ejercicio inútil y engañoso, porque toda interpretación estará determinada por el lugar que ocupa el “intérprete” en las relaciones de las fuerzas de producción. Y es que ya no se trata de interpretar, señores, sino de transformar, de transformar el mundo.

ARTHUR.- (a Fausto). ¿Ve? No es un filósofo, ¡es un ingeniero! (a Karl) ¡Transformar el mundo! ¿Qué mundo? Su ingenuidad no deja de asombrarme, Karl. Usted es de los que se imaginan que las cosas son exactamente lo que parecen y que el sujeto, que está fuera, puede manejarlas a su antojo. Y que el objeto está ahí delante, y que seguiría estando aunque no hubiese sujeto… Pero señor mío, ¿se ha enterado de la existencia de un tal Kant? No sabe que ese realismo ingenuo es hoy absolutamente inaceptable… excepto para los profesores universitarios que cobran del estado, por…

FAUSTO.- Perdone que le interrumpa, doctor. De todos modos me gustaría saber qué es lo que entiende el señor Karl…

KARL. – Marx, Karl Marx.

FAUSTO. – Karl Marx, por transformar el mundo.

ARTHUR.- No hay nada que entender. Es pura basura socialista.

KARL.- ¿Basura? Mi método es la conclusión necesaria de lo que los buenos pensadores de todos los tiempos han venido preparando, desde Aristóteles hasta el mismo Hegel… sí, Hegel, y no ponga esa cara. Hegel nos ha proporcionado el instrumento que él mismo no supo manejar: la dialéctica histórica.

ARTHUR.- ¡Por todos los demonios! (a Fausto) ¿Cómo quiere que polemice con alguien que dice haber aprendido de Hegel? (a Karl). Mire, hágame un favor: váyase, señor Marx, repito, váyase, señor Marx, y no vuelva a aparecer por aquí.

KARL.- Me voy, claro que me voy, pero no sin antes cumplir con mi misión. (a Fausto) Mire, señor… como se llame, he venido sólo para advertirle: todo lo que oiga de boca de ese anciano no tiene nada que ver con la realidad objetiva del mundo; es pura ideología.

FAUSTO.- ¿Ideología?

KARL.- Sí, ideología, una construcción teórica que no se corresponde con la realidad que dice interpretar, sino que responde a los intereses de clase del “ideólogo”, un artefacto presuntamente neutral o científico, pero que en realidad está destinado a justificar y mantener la supremacía de la clase burguesa dominante. Y lo más triste es que esos ideólogos ni siquiera son conscientes de su papel, y es que el hecho de pertenecer a la clase dominante determina su conciencia de presuntos pensadores. Es decir, creen interpretar el mundo cuando no hacen otra cosa que justificar y apuntalar el actual modelo de relaciones de producción, basado en la explotación del hombre por el hombre.

FAUSTO.- No sé si le he entendido bien…

ARTHUR. – No se preocupe, Johann. Nadie puede entender a un discípulo de Hegel.

KARL.- Oigame, Johann. Cuando hablo de transformar el mundo, me refiero a sustituir las actuales relaciones de las fuerzas productivas, basadas en la explotación de los asalariados, en la acumulación de plusvalía, en la alienación de la persona, que ve cómo el producto de su trabajo, de su actividad de ser humano, va a engrosar las arcas del capital…

ARTHUR.- Acabe y váyase por favor.

KARL. – Sustituir esta sociedad brutal, en la que tanto explotadores como explotados no pueden desarrollarse como las personas que deberían ser, por una sociedad sin clases, de seres humanos libres y felices, porque finalmente se habrá eliminado la fuente de todos los conflictos y ni siquiera será necesario el gobierno de los hombres sino sólo la administración de las cosas..

ARTHUR.- ¡Una sociedad sin clases, ja! Usted se imagina que solucionando las desigualdades económicas se alcanzaría la paz perpetua. ¡Cuánta ingenuidad! ¿No ha pensado que los pastores que nos habrían de conducir a esa sociedad sin clases pueden ser tan fieros y crueles como los lobos, quiero decir, como cualquier hombre normal con poder? Usted no tiene en cuenta la condición humana.

KARL.- No importa lo que yo tenga en cuenta. Lo único que importa es la marcha progresiva e imparable de la historia.

ARTHUR.- ¡La historia! ¡Ja!…La historia…

Se abre la puerta y aparece una mujer, joven, esbelta, elegante. Va vestida de negro, excepto por el blanco cuello plisado, que asoma por el vestido. Todos se quedan como petrificados; ella misma duda un momento en hablar.

ELISABET.- Perdón… no sabía…

ARTHUR.- ¡Elisabet! No, hoy no es día…Pero no importa, pase, por favor.

ELISABET.- Es que… creo que me dejé aquí el cincel. Es mi preferido, no puedo hacer nada sin él.

KARL. – (a Fausto en voz baja) ¿Que se dejó qué?

FAUSTO.- El cincel.

KARL.- ¿Qué es un cincel?

ARTHUR.- (que los ha oído) Señor portavoz de la clase trabajadora, veo que su ignorancia sobre el arte es de dimensiones cósmicas. Un cincel es un instrumento para transformar el mundo. Ja, ja, eso es, para transformar el mundo… Se toma el mundo inerte de un pedazo de piedra y con un cincel manejado por unas manos expertas y delicadas como las de la señorita Ney, la piedra se transforma en una obra de arte. Y ahora, permítanme que les presente: aquí, el señor Johann… científico y el señor Karl Marx, ingeniero; aquí, la señorita Elisabet Ney, escultora y, no obstante su edad, una de las más grandes artistas en su género.

ELISABET.- Encantada de conocerlos… Pero, no les entretengo más. Sólo he venido a buscar el cincel.

KARL.- ¡Qué gracia, cin-cel, CIN-CEL!

ARTHUR. – La verdad, es que yo no he visto por aquí ningún cincel.

FAUSTO.- ¿Dónde estará el cincel?

ELISABET.- No puedo trabajar sin él.

KARL.- Pues busquemos el cincel.

Un poco de canto, a modo de musical

ARTHUR. – Oh, Elisabet, criatura,

más dulce que la miel,

ha perdido su cincel.

KARL.- (en un aparte)Y Arthur, el misógino,

ha perdido su papel.

FAUSTO.- Por el cielo y por la tierra

hay que buscar el cincel.

ARTHUR- No puede vivir sin él.

ELISABET.- No, no puedo vivir sin el.

Con él de la masa arranco

la materia innecesaria,

para dar forma a la vida

en el fondo adormecida

TODOS.- ¡No puede vivir sin él!

FAUSTO.- Oh, poderoso cincel,

que a lo informe forma das

que a lo inerte das la vida

para la eternidad.

¡No puedo vivir sin él!

ARTHUR Y KARL.- ¡Ella, ella

no puede vivir sin él!

FAUSTO.- Yo tampoco, yo tampoco…

Fuera todas las razones

que nos pierden y confunden,

y viva sólo la acción.

Abajo la metafísica,

la dialéctica y la lógica,

abajo la ontología,

la epistemología

y la gnoseología,

abajo la propedéutica,

la hermenéutica y mayéutica

y viva sólo el cincel.

ARTHUR Y KARL. – ¡No pueden vivir sin él!

Se abre la puerta de golpe. Silencio absoluto. Aparece un hombre, vestido con un largo guardapolvo y con un pequeño paquete en la mano.

ARTHUR.- ¿Y usted quién es?

LIBRERO-MEFISTO. – El librero, le traigo el libro que me encargó.

ARTHUR.- Cierto, hace días que lo esperaba. A ver… (toma el paquete, arranca el envoltorio y contempla la portada del libro, mientras Karl, con disimulo, también la mira) ¿Qué mira usted?

KARL.- No, nada, sólo quería ver el título.

ARTHUR.- Pues vea y lea.

KARL.- (lee) “El invierno del puercoespín”.

ARTHUR.- ¿Qué le parece?

KARL.- Bah, pura ideología…

MEFISTO.- (serio y con autoridad) A ver, señores, señorita…¿Qué es todo este guirigay? Habrá que poner un poco de orden aquí.

ARTHUR.- ¿Cómo dice? ¿Usted quién es para…?

MEFISTO.- Sí, ya sé que apenas soy nadie, doctor Schopenhauer, pero debe reconocer que tampoco ninguno de los presentes es gran cosa.

ARTHUR.- Cómo se atreve… No lo dirá por mí, ni por la señorita Ney…

MEFISTO.- No, no lo digo por nadie en concreto, no se preocupe. Pero mire a mi socio, por ejemplo, (a Fausto) ¿Qué? ¿Qué has estado haciendo por aquí? ¿Has sacado algo en claro?

FAUSTO.- ¿En claro? ¿En claro?…No, claro que no… Sólo razones, argumentos, palabras, palabras.

MEFISTO.- Me temo que no tienes remedio. Has de saber que toda la sabiduría está edificada con palabras, que te lo digan, si no, estas dos lumbreras de la filosofía.

ARTHUR.- No me gusta su tono, señor librero… y veo que ya se conocen… Todo esto me suena a trampa, a conspiración…

MEFISTO.- No sea tan mal pensado, doctor. Es verdad que Johann y yo nos conocemos de hace mucho tiempo, es verdad que yo le instado a que viniese a aquí a aprender un poco y también es verdad que, aprovechando que Marx no andaba lejos, le he sugerido que se uniese al equipo docente…

KARL.- Sólo un pequeño favor de unos minutos, que conste.

MEFISTO. – Pero está claro que ha sido un fracaso…y mejor no averiguar responsabilidades. (a Fausto) Bueno, pero algo positivo habrás sacado de esta velada, ¿no? por pequeño que sea.

FAUSTO.- ¿Positivo? Sí, y no pequeño, sino grandioso: la visión de Elisabet y su fervor por el cincel.

MEFISTO.- (resignado) Vale, nos vamos. No hay nada más que hacer aquí.

ELISABET.- Yo también me voy. Adiós, doctor, hasta mañana.

ARTHUR.- Sí, Elisabet, mañana tenemos sesión. ¿Habrá resuelto lo del cincel?

MEFISTO.- A propósito, subiendo por la escalera me he encontrado esto. (Del bolsillo del guardapolvo saca una pequeña herramienta y la muestra). ¿Es de alguien?

TODOS.- ¡El cincel! ¡No podía vivir sin él!

Elisabet se acerca a Mefisto y, después de recibir el cincel, lo abraza emocionada.

ELISABET.- Señor librero, es usted un ángel.

MEFISTO.- Bueno, no exactamente…

Fausto y Mefisto caminan por la calle, en la oscuridad apenas rasgada por la tenue luz de algunas farolas de gas.

FAUSTO. – Entonces… ¡Se han quedado los dos solos!

MEFISTO.- Sí, ¿qué pasa?

FAUSTO.- Pero…¡se matarán!

MEFISTO.- Qué cosas dices.

FAUSTO.- Tú no has visto cómo se hablaban, cómo se enfrentaban, estaban a punto de llegar a las manos.

MEFISTO.- Nada de eso, socio… Y te digo más: en el fondo, se necesitan.

(De Mundo, Demonio y Fausto. Nuevas aventuras)

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El eterno retorno (de una idea absurda)

Si realmente el tiempo es infinito, todo lo que puede ocurrir habría ocurrido ya.

Parece que sobre esta afirmación de Schopenhauer edificó Nietzsche su teoría del “eterno retorno”, teoría que ha sido luego admitida a trámite filosófico sin pestañear por serios pensadores que no dudarían en reírse del misterio de la Santísima Trinidad, pongo por caso. Pero yo creo que, para que la proposición citada se considere no una simple suposición sino una posibilidad cumplida, serían imprescindibles dos requisitos.

Primero. Que el tiempo sea en efecto infinito. Y es que hay varias creencias, religiosas o filosóficas, que no lo imaginan así. En el pensamiento cristiano, por ejemplo, se concibe un principio del tiempo, que es el acto creador de Dios, y un final, marcado por el regreso de Cristo y el fin de la historia, del tiempo. Por supuesto que esta creencia no está demostrada. Ni las otras tampoco.

Segundo. Que no se conozca o no se haya entendido en absoluto la concepción del tiempo en Kant y en Schopenhauer.

Obviamente, este último requisito requiere una aclaración. Intentaré darla, pidiendo por adelantado disculpas por mi torpeza en el manejo del instrumental filosófico.

La idea del eterno retorno, como la del tiempo infinito que le sirve de base, o del tiempo finito que la contradice, son hipótesis que se dirían formuladas por alguien exterior a la conciencia humana, que observase el devenir de las cosas y de los individuos.

Pero ese alguien no existe o, si existe, no se dedica a escribir filosofía. Así que esa hipótesis – la del eterno retorno – ha sido elaborada por la mente humana en una clara extralimitación de sus competencias. Y es que para una mente humana despierta – y que haya leído y entendido a K o a S -, el tiempo no es ni finito ni infinito; el tiempo es una cualidad, una característica consustancial al modo de operar del cerebro humano, una especie de foco connatural que permite conocer y distinguir lo que, en sí, es Uno e indistinguible.

Aplicando nuestro congénito foco del tiempo, experimentamos un suceso después de otro, (igual que aplicando el foco del espacio vemos un objeto al lado de otro). Ese es todo el tiempo del que podemos hablar.

El tiempo nace conmigo y muere conmigo. Y si, por un raro milagro, fuese cierto que yo ya había vivido antes o que este instante se me repite, al no tener conciencia o constancia de ello es exactamente igual que si no fuese cierto. Por la misma razón, todas las teorías sobre transmigraciones y similares son absolutamente inútiles. Es mi opinión.

También opino que los filólogos poetas no deberían dedicarse a la filosofía, sobre todo si son psíquicamente inestables. Y no opino más, porque hay mucho nietzscheano por ahí dispuesto a echarme la caballería encima.

Por otra parte, la frase de Schopenhauer que, según parece, está en la base de la teoría de Nietzsche ha de ser entendida en su contexto y en la intención del autor: poner de relieve la contradicción entre la idea de tiempo infinito y la idea de progreso, ya que, de existir el progreso en un tiempo infinito, allá donde hemos de llegar ya habríamos llegado sobradamente. 


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La cabeza cortada de Schopenhauer

Tiene el Filósofo una famosa y enigmática frase, que reproduzco ahora en traducción de Pilar López de Santamaría :

Si yo contemplo un objeto, por ejemplo, un paisaje, e imagino que en ese momento se me cortase la cabeza, yo sé que el objeto permanecería sin cambio e imperturbable: mas eso implica en el fondo que también yo seguiría existiendo. Esto resultará evidente a pocos, pero dicho sea para esos pocos.

Existe para ella una interpretación elemental, que comparto: el yo que muere es el fenoménico, el que subsiste es el yo noumenal. Y sin embargo, ahora, que me he encontrado de nuevo con el problema, se me ocurre que ésa es la solución sencilla, la respuesta de manual, diría, del correcto conocedor del pensamiento schopenhaueriano, pero que la frase – el enigma – guarda en sí muchas más posibilidades, si no de interpretación, sí de reflexión.

Para empezar, la sentencia puede considerarse como una ilustración de la idea tan repetida por el Filósofo de que no hay objeto sin sujeto ni sujeto sin objeto. En el supuesto contemplado, si desaparece el sujeto (cabeza), ha de desaparecer el objeto (paisaje). Pero sabemos que el objeto no desaparece, luego el sujeto (cabeza, es decir, yo) tampoco puede desaparecer.

Muy bien. Pero lo cierto es que, a los no confortados por la fe en la doctrina del maestro, todo les hace temer que ese yo pensante – el único conocido – también desaparece.

Y sin embargo, la cuestión está muy clara en la cabeza de Schopenhauer:  habrá mundo (objeto), viene a decir, mientras exista el sujeto de conocimiento (mente); el hecho de que la mente alojada en un cerebro se extinga por muerte de este órgano no afecta al objeto-mundo mientras otras mentes se lo sigan representando. Sólo la desaparición total del conocimiento que se genera en el sujeto – en todos los sujetos – comportaría la desaparición del mundo, del objeto.

O sea, que todo consiste en colectivizar esa conciencia, que uno creía tan individual, tan personal, para mantener en pie un Yo que, convertido en conciencia global, subsiste para siempre mientras el pequeño yo decapitado se hunde en la nada.

Estas son reflexiones personales con las que muchos pueden no estar de acuerdo (quizá ni yo mismo en otro momento). Pero hay otra, que se me ha ocurrido mientras escribía este comentario, que me parece de una evidencia incontestable. Y es que, con independencia de si el yo noumenal del decapitado existe o no, la cabeza de Schopenhauer sigue tan viva como hace más de ciento cincuenta años; tan viva que parece que sigue pensando y, claro está, dándonos que pensar.

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Schopenhauer, creyente

Cuando me ronda la idea de la muerte, y ya no como idea sino como sentimiento de algo terrible que ha de suceder, vuelvo a la lectura del texto de Schopenhauer “Sobre la muerte y su relación con el carácter indestructible de nuestro ser en sí” (El mundo como voluntad y representación, volumen II, trad. R.R. Aramayo). Y salgo ligeramente confortado. Y digo “ligeramente” porque siempre quedan pendientes dudas, ambigüedades, puntos oscuros, cosa natural, por otra parte, cuando el autor piensa y se explica con honradez.

Pero en esta ocasión, la lectura del texto mencionado me ha sugerido algo más, algo en lo que no había pensado en las ocasiones anteriores y que ahora se me ha presentado como una evidencia incontestable: Schopenhauer es un creyente. Y no sólo en el sentido de que cree en su propia filosofía, cosa inevitable en cualquier pensador y hasta en cualquier persona, sino en el sentido de que su filosofía, requiere la fe del lector.

A lo largo de toda su obra, mediante un proceso en el que combina la intuición directa del mundo (incluido el propio cuerpo), el estudio de las ciencias de la naturaleza y una aplicación estricta de la racionalidad (¡él, el llamado “irracionalista”!), Schopenhauer llega a construir una visión del mundo en la que éste aparece como una dualidad (que en realidad no es tal, pues se trata de dos aspectos de lo mismo): la cosa en sí, incognoscible excepto en su manifestación como voluntad, y el fenómeno, es decir, el mundo empírico, encuadrado en el tiempo, el espacio y la causalidad y objeto de la ciencia.

Al abordar el tema de la muerte aplica, como es natural, el mismo esquema: el individuo desaparece en cuanto fenómeno, pero permanece como ser en sí. Lo que ocurre es que, en el texto mencionado, la afirmación de esta indestructibilidad del ser en sí que hay detrás del individuo adquiere un tono casi religioso, en el sentido de que se ofrece como consolación de una muerte que no es tal, porque oculta la transcendencia e inmortalidad del ser humano.

Pero ¿de qué ser humano está hablando? No del individuo, porque, según su misma teoría, éste es una apariencia, un fenómeno, y la conciencia individual desaparece junto con el cuerpo que la albergó, permaneciendo sólo la cosa en sí inmutable.

Llegado a éste punto, uno se pregunta, ¿para ése viaje se necesitaban tales alforjas? Cierto que la filosofía de Schopenhauer parece alumbrar zonas de la realidad hasta entonces nunca enfocadas con tanta agudeza, precisión y -creo yo- acierto. Pero también es verdad que fracasa en su intento de ofrecer un consuelo “religioso” a los individuos, pues la transcendencia que anuncia puede no importar en absoluto al individuo concreto, que quisiera perdurar, si no en carne y hueso, al menos en un paraíso como el prometido por el cristianismo. O como fuere (¿no dijo Unamuno que prefería el Infierno a la inexistencia?).

Es decir, que, en mi opinión, el componente consolador de la propuesta del filósofo sólo puede funcionar si el lector, aparte de comprensión, aporta toda la fe necesaria. En realidad se han de seguir tres pasos: primero, entender todo el proceso explicativo de su teoría; segundo, aceptar esta teoría (o doctrina, como él solía llamarla), darla por buena, y tercero, sentir que el “consuelo” que pretendidamente nos aporta es realmente efectivo. Porque uno puede entender y aceptar la “doctrina” schopenhaueriana y no hallar en ella – concretamente en el texto mencionado, escrito con esta intención – el menor consuelo. Y es entonces cuando la fe se revela como necesaria. Y es que nuestro filósofo es un creyente y exige que sus seguidores también lo sean.

De todos modos, los que no tengan la fe suficiente para comulgar con su visión del mundo, siempre podrán gozar de una literatura de primer orden, porque es incuestionable que en su escritura hay belleza. En la forma y, en el texto en cuestión, también en el fondo.

Y al pensar esto, es inevitable que vengan a la memoria aquellas palabras de Machado

Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas.

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Nunca entenderemos nada

Del conjunto de su filosofía, que considero consistente y certera – sin suscribirla al cien por cien –, destacan de vez en cuando auténticas perlas que vale la pena recoger. Aquí una:

La solución real, positiva, del enigma de nuestra existencia debe consistir en algo que el intelecto humano no está en absoluto capacitado para concebir y pensar. De tal forma que si llegase un ser de una calidad superior y se esforzara al máximo para instruirnos, no podríamos comprender nada a través de sus introducciones, pues la solución sería trascendente, mientras que el intelecto es inmanente. (Trad. Adela Muñoz Fernández)

 

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Somos inmortales (de alguna manera)

Todos lo hemos oído, y las personas avanzadas en años lo experimentan.

Sí, tengo x años, pero por dentro me siento como si tuviese veinte”, o “como cuando era niño”.

Por lo general, el anciano que afirma eso se cree un caso raro; imagina que los viejos son, por dentro y por fuera, tal como aparentan; que solo él constituye una excepción; que sí, que por fuera puede aparecer tan deteriorado como los demás, pero que en su interior guarda un tesoro que los demás no conocen: la fuente de la vida intacta.

Llegar a la conclusión de que ese sentimiento no es original ni privativo de uno, sino que es general y obligado en todos puede llevarnos a otra conclusión más sorprendente (sorprendente desde el punto de vista del positivismo moderno). Y es que de alguna manera sí somos inmortales. Mi amigo, el doctor Schopenhauer, lo expresa así:

Cuando uno logra alcanzar una edad avanzada siente, empero, todavía en su interior que sigue siendo exactamente el mismo que era cuando joven, incluso cuando niño: esto resulta invariable, pues el núcleo de nuestra esencia permanece el mismo y no envejece con el tiempo, ya que no está en el tiempo y resulta, por tanto, indestructible. (Trad. Adela Muñoz Fernández)

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SCHOPENHAUER AD CANEM. unus

Este repaso de mi vida me habrá ido muy bien, lo presiento. ¿Has visto, Butz? En poco más de tres horas he dado un vistazo general a mi existencia. Y aún me llevaría menos dar un repaso general a mi filosofía… No me mires así, Butz. Hoy no, esta noche no. Ya hemos tenido bastante… Aunque, después de todo, ¿por qué no? ¿Qué te parece si preparamos un librito divulgativo con este título: La filosofía de Schopenhauer explicada a un perro? Se vendería, puedes estar seguro.

Qué me dices. Ya sé, ya sé que no puedes entenderme porque no tienes el don de la palabra ni, por consiguiente, la facultad de formar y manejar conceptos, lo sé muy bien, Butz, no me lo tienes que recordar, pero qué quieres que te diga, otros que supuestamente sí tienen esas facultades tampoco me han entendido. No veo la diferencia. Tú sólo tienes que mirarme y poner cara de entender. Como hacen algunos que conozco. Seguro que lo harás mejor. A ver, mírame… ¿Sabes qué te digo, Butz? No sé si eres muy inteligente o no, pero que la expresión de tu rostro es mucho más inteligente que la de muchos seres humanos, de eso puedes estar seguro… Bien, visto que no hay problema, adelante.

Mira, Butz, hay dos verdades básicas sobre las que se asienta toda mi filosofía, dos verdades que habría que contemplar, en lo posible, al mismo tiempo, porque ambas son los dos aspectos de la misma realidad del mundo y de la mente humana. Una es: el mundo es mi representación. Otra es: el mundo es voluntad. Y estate atento porque el asunto no es tan difícil como en principio pueda parecer. Se trata sólo de escuchar con atención, siguiendo el hilo del razonamiento…

El mundo es mi representación, ¿qué quiero decir con esto? ¡Butz, no te muevas! ¡Siéntate sobre las patas traseras, como cuando esperas una golosina! ¡Vamos! sit! eso es, muy bien. Mira, yo veo las cosas que me rodean, las toco, las huelo, puedo describir su forma, su color, su olor, su textura, su volumen, su situación en el espacio, las relaciones de unas con otras… y el sentido común me dice que esas cosas existen tal como yo las veo y con independencia de que las vea o no. Pero ¡cuidado!, el sentido común también dice (o decía) que la tierra es plana, que el sol gira entorno del planeta tierra y otras “certezas” que hoy sabemos erróneas porque la investigación científica ha deshecho la ilusión de aquel sentido común.

Así que mucho cuidado con el sentido común, Butz. Está bien para la cocina, pero en filosofía es mejor dejarlo un poco aparte y seguir paso a paso las pruebas que aporta la ciencia y la correcta relación entre la intuición y los conceptos. ¿Cómo conozco yo esas cosas que se me aparecen en el exterior? Con el fin de que mi exposición resulte más sencilla me limitaré al sentido de la vista, pero piensa que esto que te voy a explicar ocurre de similar manera en cada uno de los otros sentidos.

Yo veo esa estatuilla. Mira, ponte aquí, desde aquí la verás mejor, Butz, come! sit! Muy bien… ¿adónde miras, Butz? Me refiero al Buda, no al busto de Kant. Sí, al Buda, ¿lo ves? Bien, yo veo esa estatuilla de Buda y el sentido común me dice que esa estatuilla está realmente ahí, a unos pies de distancia, y que en sí misma, fíjate bien, que en sí misma es tal como yo la veo, eso pretende decirme el sentido común… pero ¿en qué consiste ese “yo veo”? Consiste en lo siguiente.

En mi ojo se produce una sensación, es decir, un conjunto de alteraciones al que algunos llaman percepción porque se supone que su origen está en una realidad externa que el ojo percibe, y digo se supone porque lo único que el sujeto puede tener por cierto es lo que se produce en el propio sujeto, y lo que en este caso se produce es una sensación en el aparato ocular. Esta sensación, que es en sí misma caótica y carente de significado −puntos luminosos, y nada más− es transmitida inmediatamente al cerebro por los nervios ópticos, y en el cerebro es sometida a un tratamiento específico.

(CONTINÚA)

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SCHOPENHAUER AD CANEM

En abril de 2006, se publicó en Editorial Cahoba la novela El silencio de Goethe o la última noche de Arthur Schopenhauer. En 2015 la reeditó Editorial Piel de Zapa con el título El silencio de Goethe. Aquí se explica de qué va.

En la novelita hay un momento en que al protagonista le apetece exponer, de forma muy sintética, su filosofía. Como está solo – y sería absurdo exponérsela a sí mismo, que se la sabe de memoria -, decide explicársela a su perrito Butz, que es el único ser vivo que tiene a mano.

Salvo algún punto oscuro, el pensamiento de Schopenhauer no es de los más difíciles de la historia de la filosofía. Al contrario, brilla por su claridad y por la amenidad y elegancia de la escritura. Esta exposición que ahora presento tiene, además, la ventaja de que está pensada para un receptor canino, con lo que el nivel de accesibilidad y de comprensión queda al alcance de cualquier lector, creo yo. Así que recomiendo vívamente seguir este

CURSO SOBRE LA FILOSOFÍA DE SCHOPENHAUER en cinco lecciones

que tendrá inicio el próximo lunes día 12 de marzo hacia el atardecer (según las coordenadas geográficas en las que existo). Se desarrollará a razón de una lección por día hasta el próximo viernes, y se anunciará por Facebook y Twitter en el momento de la publicación en este blog de cada una de las lecciones. 

A todos deseo buena lectura y feliz tránsito por la vida. 

 

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