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EDGAR ALLAN POE. La vorágine y el método I

edgar allanExiste-t-il donc une Providence diabolique qui prépare le malheur dès le berceau, — qui jette avec préméditation des natures spirituelles et angéliques dans des milieux hostiles, comme des martyrs dans les cirques? Y a-t-il donc des âmes sacrées, vouées à l’autel, condamnées à marcher à la mort et à la gloire à travers leurs propres ruines?

En 1856 aparece una versión francesa de varios relatos de Edgar Allan Poe. En la introducción el traductor se pregunta si acaso existe una Providencia diabólica que arroja a naturalezas espirituales y angélicas a marchar hacia la muerte y hacia la gloria a través de sus propias ruinas. El que así se interroga es Charles Baudelaire traductor y presentador del escritor norteamericano y uno de los primeros que, en Francia y en el mundo, captó su originalidad y grandeza, que con el tiempo serían universalmente reconocidas.

La pregunta es pertinente si se piensa en la biografía de Poe, en su sensibilidad extrema y en la obra que nos dejó, hecha de impulsos nerviosos, de visiones fantásticas y de símbolos indescifrables; y en su mismo final, digno de algunos personajes de sus relatos, que se transforman o se pierden para siempre, arrastrados por una vorágine irresistible.

La vorágine que arrastró a Poe al fondo de no se sabe qué lo dejó moribundo en una calle de Baltimore un día de octubre de 1849.

Después de todo, cosas así es lo que se suele esperar de un poeta romántico. Y Poe era un poeta, y le tocó vivir la época romántica, si bien en un país, los Estados Unidos, joven y emprendedor, poco dado a los devaneos metafísicos. Pero Poe, como siempre ocurre con los grandes, no respondía adecuadamente al tópico.

Para empezar, escandaliza a los defensores de lo románticamente correcto negando la función de la inspiración en la creación de la obra así como la existencia del genio. En sus breves y poco conocidos escritos críticos sobre la creación literaria, expone sus teorías siempre unidas a la práctica de las propias creaciones.

En Método de composición (Philosophy of Composition), publicado en 1846, y Principio poético (Poetical Principle), escrito en 1848 y publicado después de su muerte en 1850, expone que los elementos esenciales de toda composición poética (aplicables también a los relatos) son la extensión, que no ha de ser muy larga, de manera que permita la lectura en una sola sesión; el efecto que se quiere producir, que se ha de tener muy claro desde el principio, y el método, que ha de ser lógico, analítico, en ningún caso abandonado a la espontaneidad. Afirma, por ejemplo, que en la escritura de un relato se ha de partir del desenlace, para ir llegando hasta él de una manera concatenada, causal y necesaria. Y además, niega que un poema tenga otra finalidad que el mismo poema, y en especial que pueda tener una intención moral o ejemplar, pues considera que la mayor herejía que se puede cometer en una obra de arte es la del didactismo.

Proposiciones que, exceptuando quizá la última, forzosamente habían de escandalizar a los románticos formales. El mismo Baudelaire, muy de vuelta de los tópicos y excesos del movimiento, intenta poner las cosas en su sitio en unas líneas que no me resisto a reproducir:

Tenía en verdad un gran genio y más inspiración que cualquier otro, si por inspiración se entiende la energía, el entusiasmo intelectual y la facultad de mantener en alerta las facultades

¿Se declaraba, por una vanidad extraña y divertida, mucho menos inspirado de lo que era en realidad? ¿Minimizaba la facultad natural que había en él para dar una parte mayor a la voluntad? Me siento bastante inclinado a creerlo.

La obra de Poe se compone de poemas, unos sesenta relatos breves y uno más extenso, que puede considerase como novela; además de los ensayos críticos antes mencionados y de algún otro. Empezó por la poesía y de hecho nunca la abandonó. Él se sentía poeta por encima de todo y creía que la poesía era el arte supremo. Y sin embargo, alcanzó el triunfo (es una manera de decir) sobre todo por sus relatos.

Necesidades económicas le empujaron en la nueva dirección: a diferencia de la poesía, que apenas tenía salida, las revistas literarias de la costa Este de Estados Unidos (el resto de la actual geografía del país apenas existía) codiciaban y se disputaban a los buenos cuentistas. He aquí el caso de una vocación muy clara, reconducida por las circunstancias a otro terreno, que resulta ser también muy fecundo. Cosa del genio, tal vez, eso en lo que decía Poe que no creía

El hecho no es nuevo. Tenemos el caso de Hoffmann (en cierto modo antecesor de Poe) a quien, considerándose músico por encima de todo, la necesidad económica empuja a la narrativa, campo en el que triunfa plenamente. 

Entre los poemas de Poe hay dos que alcanzaron tanta popularidad como sus mejores relatos: Annabel Lee y, sobre todo, El Cuervo (The Raven). Ambos destacan tanto por el tono melancólico y mórbido como por la musicalidad, aspecto en el que hay que notar, en El Cuervo, la tétrica insistencia del estribillo formado por una sola palabra: Nevermore  (Nunca más). Adelantada a su tiempo, la poesía de Poe había de alcanzar un mayor reconocimiento por parte de los simbolistas y modernistas de décadas después.

Toda la obra narrativa de Poe está impregnada de ciertas características entre las que unas predominan sobre otras según el efecto a conseguir en el relato en cuestión: lo extraordinario, es decir, lo no habitual o aparentemente increíble, nadie como él ha narrado tan magistralmente las excepciones de la naturaleza humana; el poder de atracción de la lectura, como si nos atrapase un torbellino del que no pudiéramos escapar; la gravedad del asunto, que desde el primer momento se impone, aunque no se sepa de qué va a ir; la intriga, basada por lo general en las deducciones del narrador, de una lógica sorprendente, casi paranoica (ejemplos, El doble crimen de la calle Morgue y El escarabajo de oro); y, en algunas, un simbolismo hermético que quizá ni el mismo autor nos podría descifrar (Manuscrito encontrado en una botella y Las aventuras de Arthur Gordon Pym).

Para dar una idea llana y directa: puedo afirmar con seguridad que los que no han leído los relatos de Poe se han perdido una de las experiencias más vigorosas, diría que de naturaleza física, que puede proporcionar la literatura de cualquier tiempo y país. Pero… no hay que preocuparse,

 

¡aún estáis a tiempo! ……….

 

(continúa)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

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EDGAR ALLAN POE. La vorágine y el método II

Edgar Poe nació en Boston, Estados Unidos, el 19 de enero de 1809. La madre, Elizabeth Arnold, era un famosa actriz inglesa; el padre, David Poe, un estudiante de derecho, de familia distinguida, que lo abandonó todo para hacerse actor y casarse con Elizabeth. Al año de nacer Edgar, desapareció el padre; a los dos años murió la madre. Los hermanos, William y Rosalie, de cuatro y un año respectivamente, fueron acogidos por una tía. Edgar quedó al cuidado de John Allan, hombre de negocios de Richmond, y de su esposa Frances. Las relaciones entre padre “adoptivo” (nunca lo adoptó legalmente) y Edgar nunca fueron buenas, al contrario que las relaciones con Frances, a la que el acogido siempre quiso como a una madre. 

Entre los seis y los once años viajó con la nueva familia por Inglaterra y Escocia, pasando breves temporadas en diversos internados, uno de los cuales convertiría en escenario del relato William Wilson, en el que aparece la figura típicamente romántica del Doppelgänger (doble fantasmal de uno mismo).

Tras el regreso a Richmond, estudia en los mejores colegios, donde recibe la refinada educación propia de un “caballero del sur”, que incluye el conocimiento de los clásicos latinos, y por otra parte asume la mentalidad aristocrática, antidemocrática, esclavista, de la sociedad en la que vive.

A los catorce años ya escribía versos y se sabe que uno de sus primeros poemas, de amor naturalmente, fue el dedicado a la madre de un compañero de estudios (To Helen). A los dieciséis vive un breve idilio con la joven Sarah Elmira, pronto abortado por ambas familias, que tienen otras ideas sobre el futuro de sus hijos respectivos.

En 1826 ingresa en la Universidad de Virginia para estudiar lenguas. Se muestra como un alumno brillante, algo presuntuoso y bastante fantasioso o imaginativo acerca de ciertas historias o viajes que en realidad no había vivido. Como actividad colateral propia de la vida estudiantil, se inicia en el alcohol y el juego. La negativa del padrastro de asumir sus deudas de juego provoca la ruptura y la salida del joven de la universidad.

Un año después se encuentra en Boston, donde intenta ganarse la vida como periodista. Pero, visto el panorama, se alista en el ejército como soldado; pese a haber firmado por cuatro años, a los dos renuncia. Por entonces publica su primer libro de poesía, Tamerlán y otros poemas, que pasa desapercibido.

En 1829 muere la “madre” Frances. Conmocionado, va en busca de su tercera madre (a la primera y biológica no la conoció) y pasa una temporada en Baltimore con ella – la tía paterna Maria Clemm – y la hija de ésta, la prima Virginia Eliza, con la que se casaría años después.

En 1830, en un intento de reconciliación con el “padre”, acepta ingresar en la academia militar de West Point. Pero, reacio por completo a la extrema disciplina militar que ahí se vive, se hace merecedor de un consejo de guerra por abandono del servicio y consigue que le expulsen. Este hecho, y el nuevo matrimonio de Allan, provoca la ruptura definitiva entre los dos.

Tras pasar por Nueva York, vuelve a Baltimore para reunirse con sus queridas tía y prima. Publica otra serie de poemas, que obtienen cierto reconocimiento. Pero, ante la tozudez de los hechos, decide escribir cuentos con la intención de colocarlos y obtener algún dinero que alivie la extrema pobreza de la familia. En 1832 consigue publicar cinco relatos en la revista de Filadelfia Saturday Courier y un año después obtiene un premio de 50 dólares, que otorga un periódico de Baltimore, por el relato Manuscrito encontrado en una botella.

En 1834 muere John Allan y, como colofón de la curiosa relación que han mantenido, no le deja nada en herencia. Un año después Poe entra de redactor en el Southern Literary Messenger, de Richmond, al que reingresa después de un episodio de despido debido a su adicción a la bebida, cada vez más visible y escandalosa. Y no obstante, su paso por la revista se traduce en un incremento de ventas de 700 a varios miles de ejemplares, al tiempo que le permite dar salida a sus relatos, reseñas, críticas y poemas.

En 1836 contrae públicamente matrimonio – un año antes se habían casado en secreto – con su prima Virginia, de 13 años. Al año siguiente deja el Southern y se traslada a Nueva York, donde escribe su única novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym, que tiene poca resonancia. En 1838 se traslada a Filadelfia y entra como ayudante de edición en la Burton’s Gentleman’s Magazine, donde publica algunos de sus relatos. Dos años después deja el Burton’s y entra en el Graham’s, cuyo número de suscriptores pasa en poco tiempo de 5000 a 40000 y en el que da salida a muchas de sus mejores obras. El éxito alcanzado le hace concebir la idea de crear una revista propia, pero la idea no cuaja.

En 1842 se declara la enfermedad de Virginia (tuberculosis) lo que le sume en una honda depresión y agrava su dependencia del alcohol. Deja el Graham’s y se traslada a Nueva York, donde consigue el cargo de redactor-jefe del Broadway Journal. En enero de 1845, con la publicación de El Cuervo en el Evening Mirror, que obtiene gran éxito popular, alcanza la fama máxima que conoció en vida. Pero, tras unos meses de gloria, el abismo de la vida vuelve a mostrar sus negras fauces.

En 1846 el Broadway cierra por falta de liquidez. Edgar, la esposa y la suegra-tía tienen que vivir en la pobreza más extrema. A principios del año siguiente muere Virginia, con quien Edgar estaba unido por un amor que era envidiado por los ángeles del Cielo

The angels, not half so happy in heaven,

went envying her and me.

Los dos años siguientes los pasó Edgar entre la desesperanza y la esperanza, entre los delirios del alcohol, que potenciaba hasta niveles que no podemos imaginar su ya de por sí fogosa imaginación, y los remansos poéticos en los que hubo ocasión para aquellos enamoramientos normales en alguien como él tan sensible a la belleza. Incluso reapareció la amada de la adolescencia, Sarah Elmira, y  se habló de reanudar la vieja relación truncada.

Todo iba razonablemente bien aquellos días de septiembre de 1849. Hasta que, después de una breve gira por Richmond, Norfolk y Filadelfia, pronunciando conferencias sobre su teoría poética, Poe desaparece. Días después, el 3 de octubre, se le encuentra delirante, semiinconsciente, en una taberna de Baltimore. Llevado a un hospital de Washington, muere el 7 de octubre. Delirium tremens, se dijo. Pero nadie sabrá nunca el nombre verdadero de la vorágine que finalmente acabó con él.

 (De Los libros de mi vida. Lista B)

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Giovanni Papini o la aventura interior I

A los diecisiete años de edad uno puede haber corrido medio planeta viviendo toda clase de aventuras exteriores con sus correlatos interiores, o puede no haberse movido de casa y conocer el mundo solo por lo que cuentan los padres, los maestros, los compañeros y los libros. Yo era de estos últimos.

Es verdad que la eclosión de la pubertad, con sus dudas y problemas – que en aquella época y sociedad uno apenas se atrevía a comentar con los mayores – había derribado en parte el mundo confortable del niño; derribo que ya había sido anunciado por la irrupción del enamoramiento, ocurrida hacia los diez años, todavía en plena ignorancia de lo sexual. Pero, a pesar de tan serios anuncios, el marco se mantenía intacto.

El mundo estaba hecho de una vez por todas y tenía una sola dimensión. Había que obedecer, estudiar, no hablar en clase, jugar en los ratos autorizados, creer en todo aquello que te explicaban en el colegio, incluidas las bondades del cristianísimo Franco, para ser el día de mañana un hombre de provecho, es decir, continuador del negocio de papá o profesional de prestigio (abogado, médico, arquitecto, etc).

En ésas estaba yo cuando irrumpió Papini. No sé cómo llegó el libro a mis manos. Para el adolescente encerrado en el mundo cuadriculado que acabo de mencionar, el título no podía ser más sugestivo e inquietante: Palabras y sangre. Y el contenido o, al menos, el efecto que me produjo era, no sé cómo definirlo… como una descarga continua de fusilería.

Hasta cierto punto yo ya estaba familiarizado con los relatos extraordinarios, sobre todo gracias a Allan Poe, pero aquello era totalmente nuevo para mí. Porque no se trataba de historias, como las del americano, que, por horrorosas e impresionantes que fueran, apenas rompían el límite de la aventura exterior, sino que éstas, las de Papini, parecían en verdad escritas con la propia sangre por alguien que estaba dispuesto a llevar pensamiento y emoción hasta más allá de lo posible.

El hombre que carga con la maldición de que todo lo que desea se cumple al momento; el que se constituye en propiedad de otro para que éste asuma, por él, las enfadosas decisiones de la vida; el que se condena a encierro perpetuo por sus crímenes no descubiertos, porque no espera ni cree en la justicia de los hombres; los que intercambian sus almas; el que inexplicablemente provoca la muerte de las personas que le aman; el que se pierde a sí mismo en una fiesta de Carnaval… Son algunas de las historias que dejan en el ánimo del lector – al menos, del lector que yo era – la clara sensación de que el argumento es solo el pretexto, la capa que cubre algo terrible que solo por un instante se manifiesta, como el relámpago en la noche oscura.

En la última de las citadas, por ejemplo, nos cuenta del caso del hombre que asiste a una fiesta de Carnaval, en la que, como está acordado, todos llevan el mismo disfraz de arlequín. En un momento de la confusión general se encuentra en una gran sala, presidida por un enorme espejo situado en lo alto, en compañía de multitud de arlequines idénticos a él. Quiere verse en el espejo, pero no lo consigue, no se encuentra: todos son iguales, todos se mueven igual, no hay manera de que pueda distinguirse. Se ha perdido. Desesperado, emprende un viaje en busca de sí mismo. Pregunta a vecinos, consulta a un médico, a un abogado a un policía. Nadie le entiende. Pero él sabe que se ha perdido y que su angustia le matará si no consigue encontrarse pronto. Finalmente, en la oficina de objetos perdidos encuentra un traje de arlequin sucio y arrugado. Lo coge, va corriendo hasta su casa, se lo pone, se mira en el espejo. Y entonces sí, sabe que es él. Ya se ha encontrado. Pero tiene miedo. Miedo de volverse a perder. Aterrorizado, se encierra en su habitación con el disfraz puesto, decidido a no quitárselo nunca más.

Papini es un escritor con una gran fuerza y una gran profundidad. Pero esa profundidad no se refiere a unas ideas o conceptos determinados, sino que está en su misma fuerza, en esa manera al mismo tiempo directa y poética de desnudar al ser humano y abandonarlo ante las últimas cuestiones…que quizá no tienen respuesta.

Nació en Florencia en 1881. De familia humilde, sintió siempre una vocación irresistible por el pensamiento y las letras. Ejerció de maestro y de bibliotecario. Dedicado al periodismo ilustrado, fue cofundador o colaborador de varias revistas de contenido literario-filosófico, entre ellas Leonardo, La voce y Lacerba, en las que empezó a publicar algunos de sus relatos y fue perfilando sus posiciones filosófico-estéticas, caracterizadas por una actitud inconformista, antiburguesa y nihilista. En su primera obra narrativa, Un hombre acabado, dicen algunos que el pensador anda buscando una luz nueva. (continúa)

(De Los libros de mi vida)

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