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Dante o la alta fantasía II

dante amoreDante tuvo otros amores, más reales, por decirlo de alguna manera, que el que nunca dejó de sentir por Beatriz; amores que darían origen a otro tipo de poesía en el que la transfiguración alegórica propia del dolce stil nuovo cede el paso a la terrenal e incontenible fuerza del deseo, y ello tanto en la época de juventud, con las aventuras galantes que son tema de correspondencia poética con los amigos también poetas, como en el posterior período de destierro, pues en las cortes señoriales que sucesivamente le acogieron no solía faltar alguna dama consoladora. O esquiva, como la que inspiró los poemas a “la mujer de piedra”:

Così nel mio parlar voglio esser aspro

com’è ne li atti questa bella petra…

(Quisiera ser tan duro en mis palabras

como esta hermosa piedra es en los actos…).

Es lógico imaginar que este tipo de extravíos pasionales fueron los que le llevaron a perderse en la “selva oscura” y le merecieron los duros reproches que Beatriz le había de dirigir en el umbral del Paraíso.

En 1293, de acuerdo con lo pactado entre las familias en su infancia, se casó con Gemma Donati, con la que tuvo varios hijos, dos de los cuales, Pietro y Iacopo, fueron los primeros comentadores de la Divina Comedia. La hija Antonia entró en religión con el nombre de Beatriz. 

A partir de cierto momento, Dante se siente especialmente inclinado a la acción política, siempre del lado de los por entonces llamados güelfos blancos, partidarios del poder ciudadano, enfrentados a los guelfos negros, aristócratas y feudales, apoyados por el papado. En 1295, a los treinta años, inicia la carrera política entrando a formar parte del Consejo del Capitán del Pueblo, para lo cual, dado que estaba vedado a la nobleza participar en los órganos ciudadanos, tiene que inscribirse previamente en un gremio profesional.

En los diversos cargos que ostentó siempre mostró la máxima firmeza frente a los intentos de los negros de subvertir el orden legal. El punto culminante de estas tensiones políticas tiene lugar a finales de 1301 cuando, ante la proximidad de las tropas francesas, aliadas del papa y de los negros, es enviado a Roma a negociar con el pontífice Bonifacio VIII. Mientras permanece en esta ciudad retenido por el papa, los enemigos toman Florencia e instauran un régimen de terror en el que los blancos son duramente castigados. Dante es sancionado con una fuerte multa y, poco después, condenado a muerte en rebeldía. Nunca más pisará las calles de Florencia ni volverá a ver a su esposa Gemma.

En los primeros tiempos del exilio Dante colabora con los blancos exiliados para derrocar el régimen impuesto en la ciudad. Pero pronto se convence de la inutilidad de los esfuerzos y, sobre todo, se siente vencido por la amargura de comprobar la maldad y necedad de muchos de sus compañeros de partido.

Se inicia entonces el triste periodo de peregrinaje por los pequeños principados y señoríos de Italia, en los que suele ser acogido a cambio de algunos servicios, sobre todo de carácter cancilleresco. Es la época en que da principio a obras que pretenden ser más serias que las de juventud: El convite (Il Convivio), donde comenta algunas de sus propias composiciones poéticas, en italiano, y Sobre la lengua vulgar (De vulgare eloquentia), tratado lingüistico en latín que, aun con las limitaciones propias de los conocimientos de la época, contiene observaciones e intuiciones asombrosamente “modernas”. Ambas obras quedaron inacabadas, quizá por las dificultades de la incómoda vida itinerante, quizás porque, por aquellos años, hacia 1307, empezaba a redactar la gran obra que sin duda llevaba años gestando.

Y de nuevo la política. La decisión del emperador romano-germánico, Enrique VII, de hacer valer sus derechos imperiales sobre Italia renueva en Dante la esperanza y el fervor político y, exaltado, se dirige por carta a los príncipes y municipios de Italia para que secunden la iniciativa imperial, y al mismo emperador para urgirle a que lleve a cabo el proyecto. Pero la iniciativa fracasa, el emperador muere y Dante se aparta para siempre de la política activa, dejándonos no obstante su ideario en la obra La Monarquía (Monarchia), en la que expone la fórmula que habría de garantizar la paz perpetua.

La fórmula es sencilla: un poder supremo, el del emperador romano-germánico (el del papado se limitaría a lo espiritual), que imponga su autoridad sobre reinos y ciudades, atendiendo al orden y la paz universales, y dejando que las diferentes comunidades políticas se rijan por sus propias leyes. Pero los tiempos no estaban para fórmulas sencillas.

En su vagar por las tierras de Italia no gozó de residencia más estable que unos pocos años en Verona, en la corte de Cangrande, y los tres últimos de su vida en Ravenna, en la corte del príncipe y también poeta Guido Novello da Polenta. Fue ahí donde puso punto final al Paraíso, última parte de su gran obra, si bien las anteriores hacía años que circulaban por toda Italia y ya le habían granjeado la fama de gran poeta, que no haría sino crecer en el tiempo y el espacio. Al regreso de Venecia, adonde se había desplazado en una misión oficial, murió en Ravenna un día de setiembre de 1321.

Dante Alighieri es con seguridad el escritor que más literatura secundaria ha generado; me refiero a estudios, tratados, comentarios. También ha dado pie a cierto tipo de especulaciones extra literarias, sobre todo a las de los esoteristas, como Luigi Valli, con su curioso estudio sobre los Fedeli d’amore (1929), o René Guénon (El esoterimo de Dante, 1925), exquisito ultratradicionalista siempre mirando a un ayer que nunca existió.

Pero yo creo que ni los eruditos de universidad ni, mucho menos, los de los saberes ocultos están en condiciones de apreciar y gustar la inmensa riqueza de la obra de Dante. Solo el lector desprejuiciado y medianamente culto lo está. También ha de ser un poco poeta, cierto.

Los eruditos seguirán discutiendo eternamente el fundamento y el significado exactos de estas confesiones de Dante. Los eruditos no son acaso los hombres más aptos para resolver el problema. Es cuestión de tacto literario y de imaginación afín. Debe confiarse a la delicada penetración del lector, en el caso de que la posea. Si no es así, Dante no desea abrirle su corazón. Sus enigmáticos ademanes son justamente su coraza protectora contra la intrusión de los espíritus incapaces de comprenderle. (George Santayana: Tres poetas filósofos. Lucrecio, Dante, Goethe)

Tacto literario, imaginación afín… Cualidades quizá imprescindibles también para gustar de la lectura de estas páginas que ahora concluyen, tanto como yo he gozado de su escritura.

                                            FIN

                                             DE

                              LOS LIBROS DE MI VIDA

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