“Goethe trató de nuevo, con la misma ironía e intención de antes, la cuestión de los enormes sueldos que disfrutan los altos eclesiásticos ingleses y contó una aventura que le había sucedido con lord Bristol, obispo de Derby.
—Lord Bristol —dijo—, que pasó en cierta ocasión por Jena, quiso conocerme, y acepté su invitación de pasar una velada con él. Era un hombre a quien encantaba ser grosero con los demás, pero si éstos lo eran con él se hacía completamente tratable. Así quiso obsequiarme en aquella velada con un sermón sobre mi Werther, para meterme en la conciencia que con aquella obra había incitado a los hombres al suicidio.
«¡El Werther —me dijo— es un libro totalmente inmoral y condenable!».
«¡Basta ya! —exclamé—. Si habláis de esa manera de mi pobre Werther, ¿qué tono deberéis emplear para recriminar a los poderosos de la Tierra, que en una sola campaña envían cien mil hombres al campo, de los cuales, más de ochenta mil se matan unos a otros, y se incitan mutuamente al asesinato, al incendio y al saqueo? Pero tras estas crueldades vos siempre cantáis un Te Deum. Y, además, ¿qué diréis cuando atormentáis a las almas débiles de vuestra parroquia predicándoles sobre los horrores de los castigos del infierno, hasta el punto de que muchas de estas infelices personas acaban por perder la razón y van a parar a una casa de locos? ¿O cuando por obra de muchas de vuestras doctrinas ortodoxas, insostenibles ante nuestra razón, sembráis la mala semilla de la duda en el ánimo de vuestros cristianos oyentes, y hacéis que estas almas ni fuertes ni débiles se pierdan en un verdadero laberinto, al que no ven otra salida que la muerte? ¿Qué debéis deciros y qué castigos debéis reservar para esto?… ¡Y ahora queréis hacer responsable a un escritor y condenar una obra, que mal interpretada por algunos espíritus limitados, ha limpiado el mundo de una docena a lo sumo, de cabezas locas, de seres inútiles que no podían hacer nada mejor que soplar sobre los débiles restos de su escasa luz interior! ¡Yo creí haber prestado un verdadero servicio a la humanidad y merecer el agradecimiento de ésta, y ahora llegáis vos y pretendéis convertir en un crimen este mísero hecho de armas, mientras vosotros, príncipes y sacerdotes, sois los que lleváis a cabo los verdaderamente inmensos crímenes!».
Estas palabras ejercieron una admirable influencia sobre mi buen obispo. Se volvió tan manso como un cordero, y desde aquel momento se comportó durante todo el resto de la velada con la mayor cortesía y el más delicado tacto.”
Conversaciones con Goethe, por J.P. Eckermann (17 marzo 1830). Trad. Jaime Bofill y Ferro. Editorial Iberia, Barcelona 1956.