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El silencio de Goethe. Comentarios del autor, Antonio Priante, a los comentarios del doctor Federico Soria, schopenhaueriano

Dado por supuesto que el lector conoce los comentarios emitidos por Federico Soria sobre miel silencio de goethe novela, procedo a mi vez a responder y comentarlos. Introduzco los temas con la primera frase del fragmento correspondiente del texto de Federico.

Supongo que no habrá muchas novelas u obras de teatro cuyo protagonista sea Schopenhauer…

Y cita varias obras en las que de alguna manera está presente el filósofo. Yo creo que se podría añadir por lo menos una: El traspié, obra de teatro publicada por Fernando Savater en 2013, si bien parece que el original arranca de un proyecto para TVE, de muchos años antes, que no sé si se llegó a emitir. La leí una tarde perdida en una librería y todo lo que puedo decir de ella es que me pareció insustancial. Y sin embargo más de un crítico ha ensalzado la inteligencia y el fino humor de la obra. No me atrevo a pensar que sobre esta clase de críticos se ha cimentado la fama de don Fernando.

En mi opinión, la obra es más teatro que novela

En efecto, como lo son, en el fondo, todas mis obras. No sé por qué, un extraño pudor me impide manifestarme, no ya como el autor omnisciente que dirige las andanzas y las conciencias de los personajes, sino ni siquiera como ese trasunto moderno que consiste en ir desplazando la fuente del relato de una conciencia a otra, con lo que tampoco se consigue ocultar la conciencia del propio autor. En todas mis novelas solo tienen voz los propios personajes, hablando, escribiendo, pensando… Sí, ellos piensan, ellos hablan, ellos deciden, yo los observo; mi función solo consiste en asegurar que se expresen en plena libertad tal como en realidad son. ¿No es esto puro teatro? Y sin embargo, apenas he intentado escribir teatro directamente: los resultados no han sido convincentes.

Y además, a punto estuvo la novela de convertirse en obra dramática en sentido estricto. Poco después de que se publicase, recibí un mail del famoso teatrero Calixto Bieito (a quien no conocía ni conozco personalmente) en el que decía que acababa de leerla y, entre otras cosas muy halagadoras, afirmaba que había quedado “impresionado y emocionado enormemente”. No contenía ninguna propuesta. No he vuelto a tener noticias directas de él.

Por las mismas fechas del mensaje de Bieito, dos jóvenes autores, directores y adaptadores del teatro catalán, con una obra muy sólida para su edad, se pusieron en contacto conmigo y me propusieron pasar la novela al teatro; había que traducirla al catalán, de lo que se encargaría uno de ellos y ya tenían pensado el actor, una figura relativamente conocida, sobre todo por ciertas series televisivas. Dí mi aprobación, con la única condición de supervisar yo mismo la traducción. Poco después me comunicaron que ya estaba traducida. Esperé… Nada… Un año después de la primera y única entrevista que había tenido con ellos, moría el actor que habían propuesto. Los dos jóvenes teatreros no creo que hayan muerto, pero, para mí, como si también.

O sea, Federico, que sí, que tienes razón, que mucho teatro.

Me pregunto por qué no recrimina a Goethe como hace con Eckermann

Con estas palabras nos aproxima Federico al punto nuclear de la novela. Preguntarse por qué el filósofo no se indigna ante la actitud del poeta cuando actitudes similares de otras personas levantan en él tormentas de indignación y lluvias de improperios es preguntarse qué era Goethe para Schopenhauer, en definitiva, es intentar desentrañar la naturaleza de una relación que es el tema central de la novela.

Y aquí entramos en un terreno difícil, resbaladizo. Tanto que tengo la impresión de que más de un comentarista de la obra ha resbalado de pleno.

Para empezar hay que distinguir la realidad y la ficción de que está hecha la obra. El verbo más adecuado que conozco para nombrar esta operación es el catalán destriar, que significa separar elementos de distinta naturaleza que se hallan entremezclados. Y es que tengo la impresión de que algún comentarista ha tomado el conjunto como un todo unitario sin distinguir lo histórico de lo novelístico. Y una cosa es la lógica interna de la novela, en cierto modo infalible, y otra los hechos históricos más o menos probados o demostrables.

En la lógica de la novela Schopenhauer no puede increpar a Goethe como lo hace con otros ninguneadores, porque para él el poeta es un dios, y un dios puede ser duro y hasta injusto, pero no por ello puede ser objeto de ataques por parte de un mortal. Este aspecto divino-injusto de Goethe queda claro en la frase del filósofo-personaje: “Sólo el Dios cruel de los judíos sería capaz de un silencio como el tuyo.” (pág. 86 ed. Cahoba).

Parece que en este asunto la lógica novelística y la historia real coinciden. Basta con comprobar que no hay en todos los escritos del filósofo ni un solo momento en que dirija al poeta las malas palabras que solía dedicar a los “vulgares bípedos”, profesores de universidad en primer término.

Pero hay otro asunto en que novela e historia no coinciden, o eso parece.

Tan importante es este comportamiento de Goethe y los pesares que produjo en Schopenhauer…

¿Pesares? ¿Qué pesares? ¿Los que se muestran en la novela? ¿O los que de verdad sufrió la persona llamada Arthur Schopenhauer? Porque quizá no son lo mismo.

Para empezar, la novela está centrada en la reacción, en los “pesares”, que produce en Schopenhauer la negativa de Goethe a pronunciarse sobre el contenido de El mundo como voluntad y representación, cosa que históricamente apenas resulta documentada. Lo que sí está documentado, y en abundancia, es la reacción del filósofo a la negativa de Goethe de considerar su aportación a la teoría de los colores como algo definitivo y genial. Una serie de cartas entre los dos da cuenta de la situación y de los sentimientos que esto suscita en Schopenhauer. En su biografía del filósofo, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, Safranski los va enumerando (angustiosa espera, inseguridad, exigencia, decepción, cólera, sentimiento de ser menospreciado, orgullo desbordante, respeto sincero…). Nada mejor para hacerse idea de cuál era la actitud real de Schopenhauer en aquellos momentos – y en el resto de su vida – que la lectura de este párrafo de la biografía citada: “Entre ambos se entabló una lucha singular, en el curso de la cual Schopenhauer demostraría un tipo de altivez que no precisó transformarse en resentimiento a pesar del doloroso repudio del que al final fue objeto. Schopenhauer siguió siendo fiel a sí mismo y a su trayectoria filosófica, manteniendo al mismo tiempo la veneración hacia el maestro que le rechazaba. Ni la veneración ni las convulsiones del amor propio herido llegaron a arruinarle.”

En la novela no es lo mismo. Se mantiene la idea de un Schopenhauer resistente a las heridas y los rechazos, incólume, pero se añade algo más, que la historia estricta no autoriza.

Dice el Schopenhauer-personaje: “El silencio de Goethe es como una losa que he tenido que soportar a lo largo de mi vida, una losa que toda la fama y la popularidad de estos últimos años no han logrado mover una pulgada.” (pág. 135, ed. Cahoba). Pero la verdad histórica es que el filósofo no dejó ni por escrito ni de palabra ante testigos nada parecido a esta declaración. Ni podía hacerlo, creo yo, dada su peculiar manera de manifestarse.

Entonces ¿qué? ¿Se trata de una falsedad? Esa actitud que Schopenhauer muestra en la novela como de rendido enamorado, como de fiel adorador de una deidad maltratadora y huidiza ¿es puro invento? ¿es vulgar mistificación? Yo diría que no. Yo diría que es solo un intento de ejercer el arte en su función genuina. Y aquí conviene destacar que si en algo estaban de acuerdo filósofo y poeta era en la estética, en el significado y la función del arte. Ambos creían que el arte es el medio de arrancar a la naturaleza, al ser humano, aquello que quieren expresar, pero que solo son capaces de balbucear: “el arte parece decir a la naturaleza: esto es lo que tú querías decir”.

Y es así cómo el escritor ha recreado el personaje, entre la verdad histórica y la lógica novelística, atento siempre a la verdad superior que solo el arte puede alcanzar.

Entre los citados, me quedo con el de Priante como libro de cabecera, por ser directo, sencillo y muy ameno, profundo hasta donde es necesario, redactado con las palabras y frases oportunas y no demasiado complicadas…

Buena parte del escrito de Federico está dedicado a exponer y ensalzar las supuestas virtudes del libro, incluso con comparaciones que pueden ser odiosas para algunos. No voy a comentar esta parte. Me limitaré a apuntar que quizá en algún punto resulte exagerada. Y no lo digo por modestia – hace tiempo que me quité del vicio -, si no porque así lo creo.

He de agradecer a Federico Soria que con su dedicación a mi obra, con su conocimiento de la filosofía de Schopenhauer y con su buen estilo, me haya dado la oportunidad de aclarar – y hasta de aclararme – algunas claves de mi novela El silencio de Goethe, publicada hace nueve años y que ahora reedita la joven editorial Piel de Zapa con todo el buen oficio de que está dando muestras.

Gracias, Federico.          

 

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