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STENDHAL. Sentimiento y estilo I

stendhal1Francia, 1825-30. La gente de orden de la población de Verrières piensa en la Revolución como en una horrible pesadilla que alteró las vidas de los ya mayores o de los padres, y en el Imperio Napoleónico como en un intento – fracasado, naturalmente – de coronar el desorden. Pero la sociedad ha vuelto de nuevo a sus cauces naturales; al orden aristocrático de la naturaleza que fija el destino inamovible de cada cual por la posición que ocupa en el momento del nacimiento.

Julien Sorel, joven inquieto de dieciocho años, no siente ningún entusiasmo por el destino que le depara su posición de partida en la sociedad. Aborrece el trabajo en el aserradero familiar, estudia con tesón y se entrega a lecturas prohibidas; admira a Napoleón, desaparecido de la escena hace poco, pero tiene que ocultar esa admiración para no ser señalado como elemento contrario al sagrado orden restaurado.

Conocedor de sus cualidades intelectuales, el párroco de Verrières lo recomienda al alcalde, señor Rênal, como preceptor de los hijos. Y, como tal, no solo se gana el afecto y cariño de los pequeños sino también el amor, al principio inconfesado, de la madre. La relación amorosa que se establece entre los dos tiene en Julien el dulce añadido de hacerle sentir que se ha elevado un grado en la escala social. Pero la denuncia por adulterio, lanzada por una sirvienta despechada, acaba con la dicha y Julien tiene que huir.

Como refugio o salida, ingresa en el seminario sacerdotal. Y es que ahí, no obstante la repugnancia que le produce la mediocridad del ambiente, Julien se plantea seguir la carrera eclesiástica como vía de ascenso social. Pero parece que el camino se acorta por otra vía.

El director del seminario lo recomienda a un personaje de la más alta categoría, el Marqués de la Mole, como secretario particular. Instalado en París, Julien se esmera en cumplir sobradamente todas las expectativas y se gana la confianza y el afecto del Marqués.

Pero el Marqués tiene una hija, Mathilde, caprichosa y de carácter fuerte, que se aburre mortalmente entre los refinadísimos jovenzuelos de su ambiente aristocrático y que encuentra en el joven y apuesto plebeyo un motivo para la pasión, primero medio fingida y pronto incontenible. La relación tiene su fruto. Mathilde está embarazada, y le hace saber al padre que quiere casarse con Julien. Éste duda, pero, de momento, consigue un título nobiliario para el espabilado secretario. Y cuando ya se prepara la boda se produce el desastre en forma de carta enviada al Marqués por la señora Rênal, en la que, presionada por su confesor, ésta da cuenta de las maldades de Julien Sorel.

Ciego de ira, Julien se presenta en Verrières, dispara contra su ex amante en pleno oficio religioso y marcha creyéndola muerta, aunque solo ha resultado levemente herida. Es detenido y juzgado. Mathilde, que ha acudido a acompañar a su ex prometido, y la señora Rênal, cuyo amor no ha decaído a pesar de todo, no consiguen empujar a Julien para que mueva todos los recursos posibles para salvarse. Él parece indiferente a todo – excepto al descubrimiento de que la Rênal es su verdadero amor – y resignado a su destino. Finalmente, es condenado a muerte. Y, por cierto, queda claro que para la condena, más que el “crimen” apenas cometido, han sido decisivas unas declaraciones suyas en las que se revela como “peligroso” revolucionario. 

Hasta aquí el relato del argumento de El rojo y el negro, publicada en 1830, obra de arte absoluta tanto por el trazado de la psicología de los personajes como por la sensación que da de inmersión en una sociedad, un mundo, una mentalidad, y lograda no a base de farragosas explicaciones, sino mediante las mismas acciones y palabras de los personajes. Aunque quizá haya que perdonar algunas concesiones a los excesos románticos propios de la época, que ensombrecen las últimas páginas. 

La otra gran novela de Stendhal es La Cartuja de Parma, publicada en 1839. Se trata de una novela de aventuras, de aquellas en las que prima la acción exterior y que la dogmática literaria ha ido descartando en beneficio de la novela de ideas, o de reflexión.

Y de aventuras de capa y espada, que es la máxima expresión del aventurismo, como sabemos los viejos lectores – entonces tan jóvenes – de Los tres mosqueteros y similares. La época en que se sitúa la acción es la misma que la de El Rojo y el Negro: la de la resturación borbónica, si bien el escenario cambia, pues la acción se desarrolla por el norte de Italia, principalmente en la corte del ducado de Parma.

Y sin embargo, el mundo que se ofrece al lector tiene un aspecto, un color, un aroma completamente diferentes que en la novela anterior. Y es que, aunque ninguna de las dos está escrita en primera persona, ambas muestran el mundo a través de los ojos de los protagonistas respectivos. Áspero, duro y hasta siniestro en el caso de Julien Sorel; luminoso, superficial, “romántico” para Fabrizio del Dongo.

No se trata de resumir ahora el argumento de la Cartuja, pero me gustaría dejar constancia del efecto que la novela suele producir en el buen lector. Y para ello, mejor que mis palabra, las del Príncipe de Lampedusa, escritor tan exquisito y tan desconocido en vida como el mismo Stendhal:

Debo decir que, aun sabiendo, aun dándome cuenta de que el relato de la Chartreuse está plagado de horribles intrigas, de continuos temores, de personajes siniestros (el duque Rassi y acaso el conde Mosca), de prisiones increíblemente feroces, incluso sabiendo estas cosas y sabiendo cómo están no solo representadas sino deducidas a partir de una espantosa y documentada realidad, yo, repito, aunque mi intelecto está en conocimiento de todas estas razones, cuando leo la Chartreuse las olvido completamente y me siento afectado solamente por una incomparable placidez, que trae consigo serenidad y calma.

Ciertamente, como afirma el mismo Lampedusa, La Cartuja de Parma es el más puro milagro del sentimiento y del estilo. (continúa)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

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