Sí, vivir es hacer daño. Ni los más santos pueden evitarlo. El santo
Sí, vivir es hacer daño. Ni los más santos pueden evitarlo. El santo
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Pietro era un anciano hermano que vivía retirado con su comunidad en un lugar agreste de los Abruzzos. Los que fueron a buscarle tuvieron sus dificultades para hacerle entender que él era el nuevo vicario de Cristo y que, en adelante, su lugar sería Roma y su misión, apacentar la grey cristiana. Consagrado papa con el nombre de Celestino, Pietro siguió sin entender gran cosa. Aquel espíritu de amor ignoraba por completo el código de la fría guerra que siempre está vigente en las altas instancias
Duró menos de cuatro meses. Agobiado por multitud de problemas, que no entendía; enloquecido por voces de ultratumba (dicen que salidas de Caetani), que le urgían a abandonar, finalmente abdicó. Pero no para retirarse de nuevo a sus montañas, sino para acabar sus días en la cárcel que le tenía preparada su flamante sucesor, el cardenal Benedetto Caetani, convertido en Bonifacio VIII. Esta era la triste historia del papa Celestino, el hombre de los “espirituales”, que había de regenerar la Iglesia corrompida; historia que yo conocía,
Dicen que el papa Celestino fue un santo. Yo lo niego. En todo caso afirmo que no fue un seguidor completo de Cristo. Sabía poner la otra mejilla, virtud fácil en los hombres de sangre tibia, pero no supo empuñar el látigo para expulsar del templo a los mercaderes. La pusilanimidad, la cobardía puede ser un gran pecado, que quizá se pague con la condenación eterna.
( De La alta fantasía)
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