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PAVESE. El vicio absurdo I

pavese¿Cuándo leí por primera vez a Pavese?

Su nombre sonaba mucho entre la progresía barcelonesa, pero yo no sabía quién era ni qué representaba. A finales de 1971, la primera vez que estuve en Italia, compré una de sus novelas más famosas. La leí con mucho gusto, pero seguí sin saber qué era o qué representaba. En los años siguientes leí casi todas sus obras, y parece que llegué a entender algo, ahí está este párrafo de mi Diario fechado el 2 de febrero de 1980:

Lo mejor de Pavese es el estilo. Pero ese estilo no es solo forma: es la única expresión posible de su personalidad. Una expresión trabajada, depurada, por supuesto. Una de sus grandes habilidades – o virtudes – consiste en saber diluir las ideas en la acción y, sobre todo, en la descripción del paisaje, siempre en íntimo contacto con los sentimientos de los personajes. No entiendo qué entienden por realismo los que le califican de realista.

Ahora que he tenido que volver a él para colocarle en el sitio que creo que le corresponde en esta lista, después de releer alguna de sus obras y de consultar a algunos de sus críticos y reseñadores, tengo la sensación de que no he avanzado mucho. Tengo la sensación de que, como ocurre con muchos creadores, a Pavese no se le puede explicar, solo se le puede leer y dejarse embargar por ese sentimiento acre, tierno, nostálgico, duro, abismal que despierta su lectura.

Anguilla – así llaman al narrador los otros personajes, sin que se sepa su nombre verdadero – es un hombre de mediana edad que regresa a Italia después de haber hecho fortuna en América. Hace poco que la guerra ha terminado, y él vuelve a su tierra, un pueblo situado en el valle del Belbo, atraído por una fuerte nostalgia, con la esperanza de reencontrar las propias raíces. Tarea difícil. Ni siquiera sabe dónde nació en realidad. Abandonado al nacer, fue recogido por un matrimonio campesino pobre, a cambio de una ayuda pública.

Ahora, lo primero que comprueba es que, aunque todo es lo mismo, todo ha cambiado. La guerra ha pasado con sus estela de sangre, odios y ajustes de cuentas mal saldadas. Nuto es un amigo de la infancia, carpintero y músico ambulante. Apenas ha salido de la comarca. Acompaña a Anguilla y responde – no siempre – a las continuas interrogaciones de éste sobre la actual situación de las personas y familias de entonces. En Gaminella, donde Anguilla vivió la infancia con sus padres adoptivos, hay ahora otra familia, con un adolescente, Cinto, que despierta la compasión (es cojo) y simpatía de Anguilla, quien se ve en parte reflejado como el niño que fue. En casa Mora, importante hacienda agrícola, donde fue a trabajar y vivir a los trece años, ya no hay nadie de los de entonces, ni el patrón don Mateo, ni las tres encantadoras hijas (él estuvo enamorado en secreto de la pequeña, Santa, pero la diferencia social era insalvable). Por Nuto se entera del triste final de las dos mayores, pero el amigo parece reacio a hablarle de la pequeña.

En sus recorridos por los campos y lugares de la infancia común, Anguilla y Nuto hablan de la tierra, del mundo campesino, tan diferente del ciudadano, de los ritos y mitos encarnados en las labores diarias: las hogueras, que siempre y en especial en las noches de San Juan iluminan las colinas y favorecerán una mejor cosecha; la Luna, que preside y condiciona todos los trabajos: la tala de árboles, los injertos, las podas… ¿Supersticiones? No, afirma Nuto, superstición es lo que se usa para dominar y embrutecer al pueblo, y estos hombre son ignorantes, sí, pero la tierra la conocen. Y a veces enloquecen.

En un rapto de locura, Vallino, el padre de Cinto, mata a las dos parientes con las que habita, prende fuego a la casa y se ahorca. Anguilla ruega a su amigo que se haga cargo del chico, y Nuto accede. Lo que no consigue es que su amigo le explique con claridad lo que pasó en la guerra, ¿fué él, Nuto, combatiente antifascista, partisano? ¿Cómo afectó en realidad la guerrilla a las gentes del pueblo? Y es que de vez en cuando la aparición de cadáveres de “ejecutados” por los partisanos despierta las iras de parte del pueblo contra los “comunistas”.

Nuto da pocas explicaciones, pero al final revela lo que parece esencial para Anguilla. Santa, la bella Santina, fue amante de varios mandos fascistas, después se unió a los partisanos. Descubierta como espía, fue ejecutada. Luego – prosigue Nuto -, cubrimos su cuerpo con sarmientos de vid, echamos gasolina encima y prendimos fuego. El año pasado todavía estaba la señal, como el lecho de una hoguera.

Con esta frase el 9 de noviembre de 1949 Cesare Pavese daba fin a su última novela, La luna y las hogueras (La Luna e i falò).

Una novela perfecta, en el sentido de que reúne y armoniza de modo eficaz y misterioso – el misterio es elemento esencial de su eficacia- los mundos y las preocupaciones pavesianas: la realidad de los hombres y mujeres que se debaten en una sociedad ingrata, por una parte, y por otra, la presencia intemporal del mito, encarnado en las fases rítmicas de la tierra, en las fuerzas oscuras que mueven a los seres humanos, en el destino. 

Entre estos dos polos de tensión se mueve, creo yo, toda la obra de Pavese. Sus manifestaciones más claras, y opuestas, están, por un lado, en el realismo social de El camarada (Il compagno), historia de un pequeño burgués inmaduro e individualista que va tomando conciencia de la situación hasta comprometerse activamente con la oposición antifascista y, por otro lado, en el largo coloquio puesto en boca de personajes de la mitología que constituye Diálogos con Leucó, compendio de las obsesiones primordiales del autor, que en definitiva se reducen al misterio del ser, de la vida, de la muerte y del destino humano.

Pero, en la mayor parte de su obra narrativa, Pavese tiene la habilidad de mezclar sabiamente el aspecto realista con el mítico y simbólico, incluso de manera que éste último puede pasar desapercibido. El mejor ejemplo lo tenemos en la novela Entre mujeres solas (Tra donne sole), que inspiró una excelente película de Antonioni (Le Amiche). En ella hace un retrato de un pequeño grupo de mujeres jóvenes de la alta sociedad turinesa, visto por Clelia, turinesa también de nacimiento, pero de clase trabajadora, que ha prosperado en Roma sin envilecerse y que ha llegado a Turín para abrir una tienda de una importante firma de moda. El vacío y la insustancialidad del mundo de las ricas (y de sus amigos ricos), contrasta con la seguridad de Clelia, quien, anclada en la vida por el esfuerzo y el trabajo, participa – críticamente – en aquél ambiente podrido por la ociosidad y la desesperanza. El relato empieza con el intento de suicidio de una de las mujeres, y concluye, poco tiempo después, con su suicidio efectivo.

El autor no necesitó un segundo intento.

(CONTINÚA)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

 

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