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Fedor Dostoyevski o los sótanos del yo II

los hermanos k peliA diferencia de Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov no está centrada en un personaje y un hecho, sino que desarrolla el entramado vital de toda una familia. El padre, Fedor, libertino, cínico, egoísta, cruel. El hijo mayor, Dmitri, sensual, orgulloso y cruel, pero también generoso y hasta capaz de sacrificio. El hermano Iván, culto, intelectual, refinado, ateo, pero necesitado de fe. El hermano pequeño, Alexey, o Aliosha, bondadoso, místico, que se limita a espectador y testigo del drama familiar (parece que había de ser el personaje central de una continuación que el autor no llegó a escribir). Y está además Smerdiakov, criado de la casa e hijo ilegítimo de Fedor, aparente retrasado mental, epiléptico, que alberga un inmenso odio al padre. Por amo y por padre. En realidad, todos menos Aliosha por diferentes motivos odian al padre.

La enemistad entre Dmitri y el padre – de caracteres similares – es evidente. Iván, que lo odia con la misma fuerza, no la manifiesta tan abiertamente, pero inculca el veneno en la débil mente de Smerdiakov, hasta que éste, interpretando correctamente las insidias – para sorpresa del insidioso – , mata al padre y luego se ahorca.

Del asesinato se culpa y condena a Dmitri, que había voceado su enemistad con el padre e incluso le había amenazado de muerte. Y Dmitri, aunque inocente del crimen, acepta el castigo porque se sabe culpable de la intención. “¿Quién no ha deseado matar al padre?” se pregunta no recuerdo si el mismo Dmitri u otro personaje. Detalle que también recogerá Freud para la construcción de sus originales teorías.

Si la idea principal de Crimen y castigo es, creo yo, el sentimiento de culpa y la necesidad inconsciente de castigo y expiación, la de Los hermanos Karamazov se concentra en la proposición que formula el intelectual Iván: “Si Dios no existe, todo está permitido”.

¿Es esto cierto? se preguntaba el lector de veintitantos años. Depende, se contesta el escritor de setentaitantos. Para los que creen que, si no hay Dios, todo está permitido es absolutamente cierto.

Fedor Dostoyevski nació en Moscú, Rusia, en 1821. El padre era médico del Hospital de Pobres de la ciudad y en ese triste ambiente tuvo que vivir los primeros años. Luego, la familia adquirirá una finca rústica – siervos incluidos -, y el desarrollo del pequeño Fedor tendrá lugar en plena naturaleza. A los trece años entra en el internado de Chernak, donde el trato con ciertos educadores excelentes despierta en él el interés por la literatura. A sus dieciséis años muere la madre, dulce y espiritual – al contrario que el padre, déspota y cruel – y un año después Fedor ingresa en la Escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo. Terminada la instrucción, trabaja como ingeniero-dibujante hasta que, a los pocos años, abandona la carrera militar, absorbido por la creación de su primera obra. Mientras, en 1839 muere el padre a manos de unos siervos humillados y ofendidos, muerte que creará en Fedor un sentimiento de culpabilidad por secretamente deseada.

Publicada en 1846, su primera novela, Las pobres gentes, tuvo un éxito inesperado. El mismo Belinski, gran pope de la crítica literaria, la puso por las nubes. Sin embargo, las tres obras que le siguieron, entre ellas El doble, solo cosecharon críticas negativas, también de Belinski.

Sus relaciones con el círculo Petrashevski (grupo de personas opuestas al régimen político y social, de diversas tendencias) le llevó a la cárcel y al destierro en Siberia, donde pasó ocho años, la mitad como condenado en Omsk, experiencia de la que sugiría La casa de los muertos, y los cuatro años restantes como soldado raso en Semipalatinsk, donde conoce a María Isaeva, con la que se casa. La lectura y profundización de los Evangelios, único libro permitido en el penal, produce en él una conmoción, acentuando su lado místico, religioso y compasivo en detrimento del social y revolucionario, llegando incluso a aceptar la autoridad del zar como personificación del alma rusa, opuesta al estilo de la moderna civilización europea.

En 1859 vuelve a San Petersburgo y dos años después publica La casa de los muertos, con la que recupera su prestigio de gran escritor que, con pequeños altibajos, mantendrá toda la vida.

La década de los sesenta será al mismo tiempo agitada y productiva. Con su hermano Mijail funda y dirige dos revistas literarias sucesivamente, publica Humillados y ofendidos y Memorias del subsuelo; inicia una obsesiva relación con la joven Apolinaria Suslova, que en nada favorece su delicada salud (sufre de epilepsia desde adolescente), con la que viaja por Europa, en cuyos casinos se entrega a su otra pasión autodestructiva: el juego; mueren la esposa y el hermano Mijail; vuelve a viajar con Suslova (en Alemania empieza a escribir Crimen y castigo). Obligado a escribir sin descanso para pagar las deudas de la familia de su hermano, tiene que recurrir a dictar a una ayudante, Ana Snitkina, con la que finalmente se casa, matrimonio que le aportará cierta estabilidad y sosiego durante el resto de la vida. Aunque, todavía en 1867, vuelve a Occidente perseguido por los acreedores y juega a la ruleta, perdiéndolo todo… mientras escribe El idiota y la mayor parte de Los demonios.

Entre 1873 y 1874 dirige la revista conservadora El ciudadano. Los dos años siguientes los dedica a la publicación, por entregas, de Diario de un escritor. Entre 1879 y 1880 escribe y publica también por entregas en revistas (recurso habitual en el siglo XIX y parte del XX) Los hermanos Karamazov, que corona triunfalmente su carrera de escritor. Muere en 1881, celebrado como el más grande representante de la literatura rusa.

El hecho de que, en medio de las tremendas dificultades (materiales, sociales, anímicas, de salud) que sufrió a lo largo de toda la vida, Dostoyevski hubiese creado tantas obras extraordinarias nos ilustra muy bien sobre la fuerza insuperable del artista, del escritor verdadero, totalmente embargado por el impulso creador. No importa que su ideario, su visión del mundo, fuese confusa o contradictoria. Quizá incluso tiene sus ventajas. De él escribió André Gide:

Conservador, pero no tradicionalista, zarista, pero demócrata, liberal, pero no progresista, Dostoyevski sigue siendo alguien del cual no sabe uno cómo servirse. En él siempre se encuentra algo con que desagradar a cada partido.

No está mal.

(De Los libros de mi vida)

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