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ANAÏS NIN. La seducción del Minotauro II

Anaïs Nin nació en Neuilly-sur-Seine, cerca de París, el 21 de febrero de 1903. Las actividades del padre, músico de prestigio, obligaba a la familia a continuos desplazamientos, y el destino quiso que Anaïs naciera en el país que de todos modos hubiese elegido. Dos años después, nació un hermano, Thorvald, en La Habana, y en 1908 otro, Joaquín, en Berlín, quien seguiría la carrera (musical) del padre.vapor montserrat

La infancia de Anaïs fue un continuo paseo por toda Europa (con algún salto a Cuba), hasta que el marido decidió separarse de la mujer, y de los hijos. Él mismo  insistió para que fuesen a vivir a Barcelona, con parientes suyos. Y así se hizo. Y en esta ciudad pasaron un año, de feliz recuerdo para Anaïs, hasta que, a instancias de la hermana de Rosa, Edelmira, se trasladaron a Nueva York.

Instaladas en Manhattan con la ayuda de Edelmira, Rosa procura ganarse la vida, principalmente en el negocio inmobiliario. Mientras tanto, Anaïs se dedica a instruirse: se inscribe en la biblioteca municipal con el fin de “leerlo todo, por orden alfabético” y en cuanto puede realiza también trabajos ocasionales, entre los que al fin se impone el de modelo profesional, principalmente para fotografía.

A los 17 años, intima con su primo cubano Eduardo Sánchez y, a los 18 conoce a alguien que será decisivo en su vida, aunque, por cortesía de ella misma, apenas aparecerá citado en el Diario, un Diario que nunca abandona y que ya lleva las trazas de convertirse en la obra de su vida: se trata de Hugue (o Hugo) Guiler, joven de origen escocés, que ha vivido en Puerto Rico y que se dedica a la banca.

A los 19 años Anaïs se traslada a vivir a La Habana con la tía Antolina. Unos meses después, el 3 de marzo de 1923, en la misma capital cubana, se casa con Hugo Guiler. Al año siguiente el matrimonio se traslada a París (con la madre de ella), donde Joaquín, hijo, cursa estudios musicales y espera la ayuda del generoso cuñado. 

En la parte del Diario, que ella misma tituló Diario de una esposa, expone y analiza Anaïs sus sentimientos de felicidad, al mismo tiempo que deja escapar alguna nota discordante (“Hugo huele a banco”).  De hecho, la vida de mujer casada con un hombre bien situado (Hugo es director adjunto del National City Bank de París) empieza a agobiarla, ni siquiera ha podido conocer nada ni nadie del París artístico y surrealista con el que soñaba encontrarse.

Hasta que la crisis económica del 29 cambia el panorama. Hugo tiene que reducir gastos. Deja la residencia del centro de París y se traslada con toda la familia (esposa, suegra y cuñado) a una amplia casa alquilada en la localidad próxima de Louveciennes, donde hay suficiente espacio para que cada uno viva su vida sin interferirse.

En el cuarto de escritora que se arregla, Anaïs escribe, escribe mucho, sobre todo en su Diario, y  lee, lee mucho, hasta que un día da con una obra de D.H. Lawrence (Women in love) y ahí encuentra el modo de expresar el mundo de los sentimientos tal como ella lo ha soñado. Rechazado por la crítica “seria” por pornógrafo, Anaïs descubre en Lawrence al poeta, al místico. Y escribe un ensayo sobre el tema, que finalmente se publica en una revista. Ha nacido la escritora.

Y entonces el azar tiende sus redes. No se sabe cómo, a Miller le llega y lee el ensayo de Anaïs. Ella por su parte queda encantada con un escrito de Miller, autor tan desconocido entonces como ella misma – que le llega no se sabe cómo -,  sobre una película de Buñuel. Al mismo tiempo Hugo se entera de que un abogado del banco, que de noche frecuenta la bohemia surrealista, es amigo de un aspirante a escritor muy bueno y muy excéntrico. Y Hugo, para complacer a su esposa, cuyos gustos conoce muy bien, organiza un encuentro en su casa para que los dos escritores primerizos se conozcan.

A finales de 1931, Henry Miller y Anaís Nin se encuentran en Louveciennes. Es el principio de una amistad eterna y el prólogo de un amor intenso pero perecedero, como todos los amores de Anaïs. Menos uno.

Ausente él de París una temporada, se escriben, se escriben mucho. Durante 1932, Miller le escribe 900 cartas. El 8 de marzo del mismo año se convierten en amantes. Anaïs no solo ama a Miller sino que le gusta como escritor – su fuerza, su vitalidad, su furia- y cree en él.

Es un hombre a quien embriaga la vida, que no necesita vino, que flota en una euforia generada por él mismo.

No obstante, no comparte su actitud artística ni sus preferencias estéticas.

Me cansan sus obscenidades, su mundo de “mierda, coño, hijoputa, polla”, pero supongo que así es como habla y vive la mayor parte de la gente.[] Una y otra vez he entrado en el realismo, y siempre lo he encontrado árido, limitado. Una y otra vez regreso a la poesía…

Pero cree en él, y le ayuda. Y gracias a su aportación económica, se publica Trópico de Cáncer, primera novela de Henry Miller, que había de fundamentar su prestigio de gran escritor. Es decir que, entre los papeles que Anaïs desempeñó en la bohemia parisina, hay que añadir el de mecenas. O más bien éste corresponde al marido Hugo (con su conocimiento o no).

A finales de 1934 la relación amorosa con Henry decae  (la amistosa, nunca). Y entra en escena el psicoanalista Allenby, muy brevemente. Y luego el poeta Artaud, con el que viaja por extrañas honduras del alma. Y luego el psicoanalista Rank, con mayor provecho para ella, parece.  Y es que hay una cuestión, fundamental para la sana evolución de su espíritu, que está pendiente de resolver. Y aquel era el momento. 

(CONTINÚA)

(De ESCRITORAS)

  

      

 

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ANAÏS NIN. La seducción del Minotauro III

A pesar de la prohibición de la madre a los hijos, Anaïs contacta con el padre, y en diciembre de 1924 cena con él y su pareja, Maruca. Días después lo recibe en su casa. Aparentemente, lo que el padre busca es obtener la dirección de la madre para poder iniciar el proceso de divorcio. Anaïs se la da. Y acuerdan un próximo encuentro en mejores condiciones.

El encuentro no resulta nada próximo. Pero al final tiene lugar, en junio de 1933, en un hotel de Valescure, en la Costa Azul. En la parte del Diario titulado Incesto, Anaïs explica con bastante detalle (o con demasiado, según los gustos) los aspectos físicos y anímicos del encuentro. El padre afirma que no la ve como su hija, sino como una mujer encantadora y deseable. Ella escribe que finalmente tiene al hombre completo, con el que siempre ha soñado, y que ha ido buscando inútilmente en otros hombres.

Tenía al hombre que amaba en mis pensamientos; lo tenía en mis brazos, en mi cuerpo. Tenía la esencia de su sangre dentro de mi cuerpo. El hombre que busqué por todo el mundo, que marcó mi niñez y me perseguía. Había amado fragmentos de él en otros hombres: la brillantez en John, la compasión en Allendy, las abstracciones en Artaud, la fuerza creativa y el dinamismo en Henry. ¡Y el todo estaba allí, tan bello de cara y cuerpo, tan ardiente, con una mayor fuerza, todo unificado, sintetizado, más brillante, más abstracto, con mayor fuerza y sensualidad!

Fue en la noche de San Juan cuando “establecimos una relación nueva entre nosotros“… “En España ese día amontonan los muebles viejosy hacen hogueras en las callesme pareció oportuno que mi padre y yo hiciéramos una hoguera del pasado…”.

Ha seducido a su padre, se ha vengado de él, está curada, sentencia el psicoanalista Rank. Y lo cierto es que Anaïs se siente un poco más serena el resto de su vida. Una vida que va a dar otro giro radical.

A finales de 1939 la guerra es una realidad en Europa. Ante la proximidad de Hitler, multitud de artistas e intelectuales residentes en Francia abandona el país vía Lisboa. André Breton, Max Ernst, Marcel Duchamp, Salvador Dalí… Anaïs también. Miller marcha a Grecia con L. Durrell. La mayoría, a Estados Unidos.

Nueva vida. Nuevas perspectivas. Poco halagadoras. En Francia ha publicado tres libros. En Nueva York, pese a los contactos e influencia de Hugo, ninguna editorial se interesa por los que ofrece. Finalmente, con ayuda del amigo peruano Gonzalo More – marxista que ya desde los tiempos de París no ha conseguido arrastrar a Anaïs a su trinchera revolucionaria -, se monta una mini imprenta en su propia casa. Ella es escritora y quiere demostrarlo al mundo.

En mayo de 1942 consigue sacar Invierno de artificio. Ninguna repercusión. Poco después publica el conjunto de relatos, con tonos fantásticos y surrealistas, Bajo una campana de cristal, cuya primera edición se agota en tres semanas y que recibe los elogios del prestigioso crítico Edmund Wilson.

Sigue escribiéndose con Henry Miller, quien finalmente se ha instalado en California y al que visita en 1947 con su nuevo amante Rupert Pole. Porque por entonces Anaïs divide su corazón y su tiempo entre las dos costas de América, repartiéndolos por temporadas entre su marido Hugo en el este y Rupert en el oeste. 

Entre  el 47 y el 58 publica un ensayo (Sobre la escritura) y cuatro novelas (Hijos de Albatros, Corazón cuarteado, Un espía en la casa del amor y Barca solar). En 1961, La seducción del Minotauro.

En 1966 Anaïs se encuentra con lo peor y lo mejor. A principios de año se le detecta un cáncer en los ovarios y es trasladada urgentemente al hospital. Al despertar de la intervención quirúrgica le anuncian que ya tiene editor para sus Diarios (que se publicarán por partes: son unas cuarenta mil páginas mecanografiadas). Y con ellos alcanza la celebridad soñada.

Anaïs se convierte en la gran figura del movimiento de liberación de la mujer, aunque mantiene sus diferencias con ciertos grupos radicales. Sobre una de sus intervenciones públicas un cronista informa: “Decepción, esperaban una Pasionaria y aparece una vestal empolvada que proclama el genio de Miller”.

Miller, por cierto, está en el origen de la que sería su obra más famosa, pese a ella misma, aparte de los Diarios. En 1940 un coleccionista misterioso  había encargado a Miller que le escribiera unos textos directamente pornográficos por los que pagaría un dolar por página. Miller – temeroso de que su pornografía propia se contaminase de la comercial – acabó pasando el encargo a Anaïs, quien se puso manos a la obra. Todo de forma anónima.

Pese a las presiones editoriales, Anaïs se negó a que se publicasen. Hasta que, finalmente, en 1975 cedió.

Me he decidido al fin a publicar estos textos eróticos porque representan los esfuerzos primeros de una mujer de hablar de un campo que hasta entonces había estado reservado a los hombres.

Y apareció en las librerías Delta de Venus. Y con el dinero del anticipo Anaïs pagó los gastos de su hospitalización. La enfermedad persistía.

También persistía la nostalgia de París, que visitó en dos ocasiones y donde solo encontró las ruinas del pasado. Y la amistad inquebrantable con Miller, con quien no dejó de escribirse y al que visitó en más de una ocasión en su retiro de California.

En enero de 1977, ingresada de nuevo en el hospital, Anaïs se acaba. Pero su vida – la Vida – permanece en su Diario para siempre.

Quiere, en la habitación, la música alta, muy alta.

Voy a morir rodeada de música, en la música, con la música.

Quizá la misma música que arrulló su infancia.

(De ESCRITORAS)

 

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