Archivo mensual: noviembre 2014

Creer en Dios. Estos diálogos. Pirandello y la disolución del yo. (A.E.P. 9)

creer diosALTER.- Ahora voy a hacerte una pregunta directa, y espero una respuesta directa. ¿Crees en Dios?

EGO.- Amigo Alter, ésa es la menos directa, la más ambigua de las preguntas posibles…imagínate cómo podrá ser la respuesta. Si me preguntas “crees en esa silla”, los dos sabremos muy bien a qué te refieres, y la respuesta será perfectamente ajustada a la pregunta. Pero si me preguntas “crees en Dios”, para empezar no sabemos de lo que hablamos, pues yo ignoro lo que tú entiendes por Dios y tú ignoras lo que yo pueda entender por Dios. Así que primero nos tendríamos que poner de acuerdo sobre el objeto de la pregunta.

ALTER.- Ningún problema. ¿Crees en el Dios de la Iglesia Católica?

EGO.- Creí en él hasta los veinte años. A partir de entonces se me empezó a difuminar.

ALTER.- ¿Hasta desaparecer por completo?

EGO.- No, nunca desapareció por completo. Pero perdió toda su eficacia moral.

ALTER- ¿Eficacia moral? ¿Qué quieres decir?

EGO.- Que dejó de ser el padre providente y bueno, para convertirse en un poder oscuro que no se sabe en qué consiste ni qué pretende.

ALTER.- Pero que existe…

EGO.- Amigo Alter, el problema no es si Dios existe o no existe, el problema es si se ocupa o no de nosotros.

ALTER.- Y tú qué crees.

EGO.- Que no. Yo diría que el individuo le tiene por completo sin cuidado.

ALTER.- Y, naturalmente, según tu especial deísmo, no hay comunicación posible entre el ser humano y ese Dios.

EGO.- Eso es otro asunto. Que Dios se desinterese por el individuo no supone que el individuo no pueda interesarse por Dios. Está la mística…

ALTER.- La mística…pero eso ¿es serio? Te creía enemigo de los irracionalismos.

EGO.- Y lo soy, cuando pretenden suplantar a la razón en su propio terreno. Pero la experiencia mística es territorio aparte.

ALTER.- Desisto, abandono. ¿Cómo hemos venido a parar aquí?

EGO.- Huysmans nos ha traído, y su catolicismo malo. Pero podemos cambiar el derrotero.

ALTER.- Estupendo.

EGO.- Pero esta vez voy a ser yo quien marque el rumbo.

ALTER.- Como siempre.

EGO.- ¿Tú crees que todo esto de que estamos hablando puede interesar a alguien?

ALTER.- Seguro.

EGO.- ¿Incluso a los jóvenes como tú o a los más jóvenes que tú?

ALTER.- Bueno, si la pregunta es si creo que hoy interesa la literatura, la respuesta es…no sé. Por una parte, es seguro que hoy se lee mucho más que hace cien años, cuando, hasta en los países civilizados había un importante porcentaje de analfabetos y la cultura era un bien muy mal repartido. En cuanto a los jóvenes…no sé…creo que el tiempo y las energías que dedican, a veces por necesidad, a los medios cibernéticos por fuerza los habrán de restar a la lectura.

EGO.- De manera que, en muchos de esos jóvenes, sería cierta la falsa excusa que siempre hemos tenido que oir.

ALTER.- ¿A qué te refieres?

EGO.- “Qué suerte tienes. A mí también me gusta mucho leer, pero no tengo tiempo”. ¿Te suena?

ALTER. Sí, claro.

EGO.- Y si observamos someramente los hábitos diarios del sujeto en cuestión, descubrimos sin ninguna sorpresa que tiempo tiene, para bastantes cosas superfluas o dañinas…como ver televisión, por ejemplo.

ALTER.- Claro, pero no para leer. De hecho, no miente.

EGO.- Pero finge. Finge que aprecia la lectura mucho más de lo que en realidad la aprecia.

ALTER.- ¿Se te ocurre por qué lo hace?

EGO.- El prestigio de la cultura, ahí está el secreto. Dígase lo que se diga, lo único que conserva auténtico prestigio es la cultura. La fama, la popularidad, el dinero, todo eso arrastra mucho más, por supuesto, pero incluso los mismos arrastrados saben, en su fuero interno, que los dioses que adoran son falsos. Durante siglos, la inteligencia tuvo que competir con la aristocracia, pero al final salió triunfante. Y desde entonces, el único prestigio sólido lo da la cultura. Y hablo de prestigio, no de otras cualidades más concretas y quizás más útiles. Y, por supuesto, me refiero a lo que antes se entendía por cultura…y que hoy tal vez habría que llamar alta cultura.

ALTER.- Para distinguirla de la llamada cultura popular o de masas…

EGO.- Sí, en general sí. 

ALTER.- Bueno, aún no te has pronunciado sobre si estos Diálogos interesarán o no a la gente.

EGO.- La pregunta era para ti.

ALTER.- Sabes muy bien que tú eres el señor de las respuestas.

EGO.- De acuerdo. Pues yo creo que el interés que pueda tener esto para el lector en general depende de nosotros.

ALTER.- ¿De nosotros?

EGO.- Sí, de lo interesante que sepamos hacerlo.

ALTER. ¿Tú crees? ¿No crees más bien que, al que no le interese la literatura, nada que trate de literatura le ha de parecer interesante?

EGO.- Depende. La cualidad de “interesante” no está en la naturaleza, no está en las cosas, no está en las materias o asignaturas; está en el arte de quien presenta todo eso.

ALTER.- ¿Quieres decir que tendríamos que ser artistas para hacer de esto algo interesante?

EGO.- Eso quiero decir.

ALTER.- ¿Y lo somos?

EGO.- Está por ver.

ALTER.- No lo veo claro. Aquí hay algo que falla. ¿Cómo se puede hacer arte improvisando de esta manera, al buen tuntún? Tendría que haber un autor, un coordinador, un responsable, alguien que escribiese el guión, que elaborase el plan…

EGO.- Sí, has dicho plan…sigue, por favor.

ALTER.- Imagina que esto es una obra dramática, hay unos personajes, hay un diálogo…claro que falta la acción, la trama…

EGO.- Pero piensa que en una novela como À rebours no hay prácticamente acción ni trama. ¿Por qué no podría ocurrir eso un una obra de teatro?

ALTER.- Más a mi favor. Porque en A contrapelo hay un autor, que se llama Huysmans.

EGO.- Y aquí hay dos, que se llaman Alter y Ego. Tú eres el autor de tu parte y yo soy el autor de la mía.

ALTER.- Pero eso no es serio…

EGO.- Hay muchos libros de entrevistas o conversaciones en que los personajes dialogan, sin necesidad de ningún autor.

ALTER.- Hay una diferencia: son personas reales.

EGO.- Y nosotros ¿qué somos?

ALTER.- Tengo mis dudas. ¿Conoces a alguien que se llame Ego? ¿O alguien que atienda por Alter?

EGO.- Bien, aun en el caso de que seamos personajes, entes de ficción, gozamos de completa libertad para hablar y para opinar. ¿Has leído a Pirandello?

https://antoniopriante.com/2017/11/21/pirandello-ser-o-parecer-i/

ALTER.- Sí, claro, Seis personajes en busca de autor.

EGO.- ¿Y qué te parece?

ALTER.- Un despliegue apabullante de ingenio…y de ingeniería teatral, una metáfora sobre la imposibilidad de representar la realidad, sobre la confusión entre ficción y realidad, entre apariencia y verdad, una constatación más de la angustiosa fragmentación del individuo, de la imparable disolución del yo…

EGO.- Bravo, veo que tampoco tú te ahorras la edificante lectura de la crítica literaria.

ALTER.- Hago lo que puedo.

EGO.- Eso de la disolución del yo se lleva mucho últimamente.

ALTER.- Ironías aparte, no me negarás que es un hecho cierto. Piensa que Pirandello es contemporáneo de Picasso y de Kandinsky.

EGO.- Lo que pienso es que el yo siempre ha sido bastante disoluto, desde San Agustín hasta Rousseau, pasando por el Shakespeare de Hamlet. Lo que ahora se da es una insistencia enfermiza sobre el tema. Parece que interesa más la deconstrucción que la construcción…y el arte es siempre construcción.

ALTER.- Quieres decir que todo el arte, toda la literatura moderna no es más que una manifestación patológica…

EGO.- Quiero decir que buena parte del arte y de la literatura moderna es una larga epigonía del romanticismo. Y ya conoces la sentencia de Goethe: lo clásico es lo sano, lo romántico es lo enfermo.

ALTER.- O sea, que Pirandello no es más que un pobre enfermo que no hay que tener en cuenta.

EGO.- No seré yo quien diga esa barbaridad. Para mí, Pirandello es uno de los mayores genios teatrales de todos los tiempos. Y todo eso que has apuntado está en su obra, naturalmente, como reflejo de su tiempo, que es el nuestro. Pero hay algunas cosas más.

ALTER.- Por ejemplo…

EGO.- Por ejemplo, la contraposición entre la fluidez e inaprehensiblidad de la vida y la fijeza de la forma artística, la imposibilidad de comunicación con sólo el medio abstracto de las palabras, la idea de que la fantasía humana es el instrumento de que se sirve la naturaleza para proseguir su obra creadora, la esencial multiplicidad del individuo según sus posibilidades de realización, por una parte, y según los puntos de vista de los observantes, por otra.

ALTER.- O sea, la fragmentación, la disolución.

EGO.- Sí, pero asumida de una forma creadora. Él, mejor que nadie, ha puesto sobre el papel la terrible angustia del que descubre que su yo imaginado no existe como tal para los demás. En su novela Uno, nessuno, centomila el protagonista empieza por descubrir que para su mujer ni siquiera físicamente es tal como se imagina ser, hasta llegar finalmente a la conclusión de que cada uno de los que le rodean lo ven de distinta manera, de que es tantas personas como miradas se posan en él, de que no es nadie en sí mismo, sino algo que continuamente se crea y se rehace desde fuera.

ALTER.- O sea, la fragmentación, la disolución.

EGO.- Sí, en esta novela se queda en ese punto, que no deja de ser parcial, ya que a lo que se alude es al individuo social, pero en el conjunto de la obra lo supera genialmente. La vida es así de imprecisa, vaga e inasible, viene a decir, sólo el arte, mediante la fijeza, la eternidad de la forma, puede transformarla en una realidad indestructible.

ALTER.- ¿Quieres decir que el arte es más real que la vida?

EGO.- Es lo que decía Oscar Wilde, y no me extrañaría que en este mismo sentido. Ya Borges descubrió que lo asombroso de Wilde es que siempre tiene razón.

ALTER.- Lo siento, pero discrepo. El arte puede ser más consistente que la vida, puede ser inalterable, indestructible, eterno, si quieres, pero no deja de ser un producto de la fantasía. Real, lo que se dice real, es la vida. Sólo en la vida se sufre y se goza en carne propia…

EGO.- Por un instante, por una sucesión de instantes que se consumen en el mismo acto de producirse… y de todo eso ¿qué queda? Un pálido recuerdo, a menudo mixtificado, que no se puede comparar con la sólida realidad de la obra de arte. Dime, visto desde aquí y ahora ¿te parece más real Cervantes que don Quijote, Shakespeare que Hamlet?

ALTER.- Ahora puede parecernos lo que quieras, pero en su momento Cervantes era un ser de carne y hueso, mientras que don Quijote era un mero producto de su fantasía, un personaje de ficción.

EGO.- Hay personajes de ficción con más fuerza y realidad que la inmensa mayoría de las personas de carne y hueso.

ALTER.- Pero son de ficción.

EGO.- Personajes que hasta llegan a rebelarse, a hablarle de tú a tú al autor, como los del drama de Pirandello que has citado, o el de Niebla, de Unamuno, o el que no paraba de escribirle cartas a su autor, Eça De Queirós, o los que se ponían a escribir libros por su cuenta, como los de Pessôa.

ALTER.- Pero son de ficción, de ficción…

EGO.- Ma chè finzione!…Realtà, realtà, signori! realtà!

(De Alter, Ego y el plan)

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum

Huysmans. Catolicismo bueno y catolicismo malo. El secreto de la Iglesia. (A.E.P.8)

ALTER.- ¿Qué es lo último que has leído?

EGO.- Sospecho que la elección de la pregunta responde a alguna astucia secreta. No importa, por algún lado hay que continuar. Aparte de una serie de artículos de Claudio Magris, reunidos bajo el título de Utopía y desencanto, lo último que he leído ha sido En route, de Huysmans.

ALTER.- Dices “aparte de”. ¿Consideras que esos artículos no merecen algún comentario?

EGO.- No, considero que no pienso hacer ningún comentario, por la sencilla razón de que no me motivan. A medida que los leía iba comprobando con cierto asombro cómo las ideas de Magris, escritor ilustrado, ponderado, incisivo a veces, enemigo declarado del mejunje posmoderno y de los nuevos irracionalismos, coinciden con las mías…¡hasta en el año de nacimiento coincidimos! Y es tan aburrido leerse a uno mismo…

ALTER.- Pues pasemos a Huysmans. Hace unos años leí A contrapelo, y me encantó.

EGO.- De las varias traducciones posibles del original À rebours, la menos afortunada es sin duda la que has mencionado. Estoy seguro de que al esteta Huysmans le hubiese horrorizado. Contra natura es fonéticamente mucho mejor, pero se aleja bastante del sentido del original; Al revés no está mal, pero resulta algo ambigua. Para mí, la más ajustada es A contracorriente, sobre todo teniendo en cuenta que el autor plantea en la novela una actitud humana opuesta por completo a la que describe en À vau l’eau, expresión que significa “aguas abajo” o “siguiendo la corriente”. Pero decías que la novela te gustó…¿por algún motivo especial?

ALTER.- Bueno, para empezar es muy curioso que una novela en la que prácticamente no hay acción resulte tan interesante.

EGO.- Sí, toda la acción externa se reduce a la estancia de Des Esseintes, aristócrata decadente y esteticista, en la casa adonde se retira huyendo de la vulgaridad del mundo moderno. Ahí, rodeado de libros, joyas, piedras preciosas, cuadros, perfumes, tapices y otros objetos más o menos artísticos o exóticos, se abandona a sus ensoñaciones.

ALTER.- Pero no consigue la paz espiritual que al parecer busca.

EGO.- No, sino que, al contrario, su neurastenia se acrecienta hasta extremos insoportables…y la obra acaba con una angustiosa llamada de ayuda dirigida a un Dios en el que no cree.

ALTER.- Y ésta que acabas de leer, ¿es del mismo estilo?

EGO.- No exactamente. En route, tradúzcase por En marcha o En camino, representa el final de una etapa del desarrollo personal del autor, y el comienzo de otra.

ALTER.- A ver, explícame eso del desarrollo y las etapas.

EGO.- Pocos años después de À rebours, Husmans publicó Là-bas (Allá lejos). El protagonista de esta novela es un escritor, Durtal, que al mismo tiempo que hace investigaciones, teóricas y prácticas, sobre el satanismo y las misas negras, frecuenta un reducido círculo de amigos más o menos católicos, y se siente especialmente atraído por la fe inconmovible de uno de ellos: el campanero de una iglesia de París.

ALTER.- La fe del campanero…me suena.

EGO.- Sí, tú has oído campanas, pero no son éstas. Lo que te suena es “la fe del carbonero”, típica expresión castellana para referirse a la persona que cree por delegación, sin plantearse ninguna duda. Pero bueno, en este caso coinciden. La fe del campanero de Là-bas es la misma fe del carbonero, tan citada por Unamuno…Pero, a lo que iba. En la novela En route, el mismo protagonista de la anterior, Durtal, se plantea abiertamente abandonarse a la fe católica y, tras unos capítulos de dudas y escrúpulos monjiles, decide pasar unos días en un monasterio trapense, donde, entre piadosas conversaciones y bellísima liturgia, se prepara el camino de la conversión definitiva.

ALTER.- O sea, que A contrapelo, Allá lejos y En camino forman una trilogía.

EGO.- Quizá no en sentido estricto. Porque antes y después y quizá entre estas obras Huysmans escribió otras novelas, que habría, o no, que incluir. Pero, para mí, sí, forman una trilogía bien definida. En realidad constituyen una especie de progresión dialéctica, en el sentido hegeliano de la palabra. En À rebours tenemos la tesis: la angustia generada por una existencia vacía, que ni siquiera el arte más exquisito puede llenar; en Là-bas tenemos la antítesis: el paisaje que la realidad ofrece como abanico abierto entre la abyección sin sentido del satanismo y la sublimidad sin sentido de la fe del campanero; en En route tenemos la síntesis: el arte (la música, la arquitectura, las preces y toda la liturgia exquisita de la Iglesia) da sentido a la fe, y la fe da sentido al arte.

ALTER.- Deduzco que para ti Huysmans es un gran escritor.

EGO.- Por supuesto, uno de los grandes de finales del XIX…Su penetración psicológica, su capacidad de introspección y de autoanálisis, su hipersensibilidad estética, su tratamiento del monólogo interior, esa especie de recurso literario que dicen que inauguró Joyce, pero al que, sin embargo, siempre salen ilustres precedentes…en fin, toda una serie de elementos que hacen de Huysmans un gran artista, un excelente escritor…

ALTER.- Pero…

EGO.- Pero ¿qué?

ALTER.- No, eres tú el que tiene el “pero”. Vamos, suéltalo.

EGO.- Muy perspicaz…Sí, hay algo, una cosa, un pequeño detalle que no me gusta de él, aunque nada tiene que ver con sus virtudes literarias.

ALTER.- Y es…

EGO.- Su catolicismo.

ALTER.- Un escritor ¿no puede ser católico?

EGO.- Claro que puede. Ese tema ya lo hemos tratado y sentenciado. No me refiero el hecho de que sea o se manifieste católico. Me refiero a su forma de catolicismo.

ALTER.- ¿Hay varios catolicismos?

EGO.- Naturalmente.

ALTER.- Y supongo que habrá uno bueno y otro malo.

EGO.- Supones bien. Para mí el bueno es el sencillo y poético de Francisco de Asís o el racional y místico de Dante o, si quieres, el de San Juan de la Cruz o el de Erasmo de Rotterdam; el malo es el decimonónico caído en manos de sacerdotes casposos que, en sus lúgubres confesionarios, llevaban las cuentas de pecados y penitencias mientras dirigían las conciencias hacia la mediocridad más absoluta.

ALTER.- Y el de Huysmans, ¿es de este tipo?

EGO.- Él pretende que no, cuando afirma que la mística y el arte le separa de la masa estulta de los beatos. Pero basta considerar el contenido de las conversaciones que se mantienen en la novela (me refiero a En route) para darnos cuenta de que no hemos salido del catolicismo casposo. Es muy difícil sustraerse a la propia época…

ALTER.- Qué quieres que te diga…me cuesta mucho imaginarme a un esteta como Huysmans en plan casposo.

EGO.- Quizá no nos referimos a lo mismo. Para que me entiendas, fíjate en este detalle. Tanto en Là-bas como en En route, que son las primeras novelas de Huysmans que entran de lleno en el tema religioso, el único pecado de que se habla y que se tiene en cuenta es el del sexo…los demás no existen. Por su parte, Dante consideraba la lujuria, que achacaba a la debilidad de la propia naturaleza humana, como el menos grave de los pecados, mientras que reservaba las máximas sanciones para los desvíos del espíritu, como la envidia, la soberbia o la traición. ¿Adviertes la diferencia? No lo llamemos casposo, si no quieres, pero…sabes a qué me refiero.

ALTER.- Sí, ha quedado bastante claro.

EGO.- Yo creo que el catolicismo épico y vigoroso de la Edad Media y del Renacimiento fue ahogado por la Contrarreforma, cuando jesuitas y compañía empezaron a hurgar morbosamente en las conciencias.

ALTER.- Y ahora ¿cómo ves el panorama?

EGO.- Ahora la Iglesia Católica es una especie de imperio austrohúngaro, dentro de cuyas fronteras convive una gran variedad de pueblos, desde los teólogos de la liberación hasta los legionarios de Cristo. De hecho es una situación más parecida a la medieval que a la de hace un siglo. Y esto creo que es bueno, para ella. Lo malo es que, con todas las reformas habidas en la liturgia y en el estilo de la Iglesia, conversiones como la de Huysmans y otros estetas hoy serían imposibles. Piensa en Oscar Wilde, o en el joven Paul Claudel, convertido de manera fulminante al presenciar un oficio religioso en Notre Dame. De unas décadas a esta parte parece como si la Iglesia se avergonzase de su enorme tesoro artístico; el puro canto gregoriano ha quedado confinado en ciertos monasterios, lo mismo que la liturgia en latín.

ALTER.- Bueno, imagino que será una manera de acercarse al pueblo, que no entiende de esas exquisiteces.

EGO.- No, es una manera de abaratar el culto, sin obtener nada a cambio. Y piensa que el pueblo, un pueblo en teoría más ignorante que el de hoy en día, siempre se había sentido fascinado, y hasta arropado, por esas “exquisiteces”. Se trate de la religión o de la cultura en general, siempre he pensado que el abaratamiento, la nivelación por lo bajo, constituye un triple error: desnaturaliza el arte en cuestión, desconcierta y hasta pone en fuga a sus fieles seguidores y sólo consigue atraer a cuatro despistados ignorantes, que vienen a introducir más confusión.

ALTER.- ¿Crees entonces que la Iglesia habría de rectificar y volver a la liturgia y los modos de siempre?

EGO.- Eso es imposible. Pero no sé si me he explicado bien. No es que la Iglesia haya renunciado a la liturgia tradicional y al latín, que sigue siendo su lengua oficial, es que los mantiene casi ocultos, como si se avergonzase de ellos, como si no se atreviese a mostrarlos a la masa. Pero una vuelta atrás, como tú dices, resulta impensable, desde cualquier punto de vista. ¿Te imaginas la que se armaría si la Iglesia Católica decidiese, por ejemplo, volver al latín en todas sus manifestaciones?…No, hay decisiones, erróneas o no, que no admiten corrección.

ALTER.- De todos modos, creo que la Iglesia Católica goza de una salud envidiable… para sus casi dos mil años de edad. ¿Sabes tú de alguna otra institución que haya durado tanto?

EGO.- No, creo que no hay ninguna otra.

ALTER.- ¿Y dónde crees que debe estar el secreto de una longevidad tan prodigiosa?

EGO.- Hay varias teorías. La de la misma Iglesia es clara y contundente: la protección divina, el cumplimiento de la promesa que Cristo hizo a Pedro.

ALTER.- ¿Y entre las no canónicas?

EGO.- En general hacen hincapié en la extraordinaria disciplina de sus miembros y en el poder aglutinante del dogma…aunque, hoy en día, ni es tan extraordinaria esa disciplina ni es tan de una pieza el dogma (los teólogos de las diversas tendencias hacen con él auténticas maravillas), con lo cual se estaría anunciando un rápido declive de la institución. Hay otra teoría, bastante curiosa, que achaca la longevidad de la Iglesia al celibato de sus clérigos.

ALTER.- ¿Al celibato?

EGO.- Sí, sostiene esta teoría que el hecho de que curas, obispos, cardenales y papas no estén casados elimina el principal elemento de discordia y disgregación de todo grupo humano. Por una parte, no han de preocuparse del mantenimiento de una familia; por otra, permanecen a salvo de la influencia, o acoso, de esposa, suegra, cuñadas…

ALTER.- Pero eso no es nada políticamente correcto.

EGO.- No, me temo que no.

ALTER.- Es profundamente machista.

EGO.- No veo por qué. El machismo es una actitud agresiva, y esto de lo que hablo es un recurso más bien defensivo, y se ha de reconocer que por lo menos tiene su pizca de verdad. Macbeth, por ejemplo, nunca podría darse en la Iglesia Católica. Por otra parte, la pasión con que el papa y altos jerarcas defienden el celibato obligatorio, que nada tiene que ver con el dogma, da que pensar si no serán partidarios secretos de esta teoría, de que la única explicación de la perduración de la Iglesia se halla en el celibato de sus miembros.

ALTER.- ¡Qué ocurrencia! No sé…a veces tengo la impresión de que no hablas en serio.

EGO.- No sé qué quiere decir hablar en serio. Yo reflexiono, hablo sobre el mundo tal como se me aparece. Si el mundo es cómico, extraño o paradójico, forzosamente mi hablar será cómico o extraño o paradójico.

ALTER.- Pero siempre eludes pronunciarte de una manera franca y directa.

EGO.- Eso no es cierto.

ALTER.- Sí, a veces sí.

EGO.- “A veces” no es siempre.

ALTER.- Quiero decir que cuando, por ejemplo, dices “hay una teoría que”, tengo la impresión de que esa teoría, en realidad, es exclusivamente tuya.

EGO.- Quizá. En todo caso sería una forma de modestia.

(De Alter, Ego y el plan)

7 comentarios

Archivado bajo Opus meum

Dante o la alta fantasía II

Dante tuvo otros amores, más reales, por decirlo de alguna manera, que el que nunca dejó de sentir por Beatriz; amores que darían origen a otro tipo de poesía en el que la transfiguración alegórica propia del dolce stil nuovo cede el paso a la terrenal e incontenible fuerza del deseo, y ello tanto en la época de juventud, con las aventuras galantes que son tema de correspondencia poética con los amigos también poetas, como en el posterior período de destierro, pues en las cortes señoriales que sucesivamente le acogieron no solía faltar alguna dama consoladora. O esquiva, como la que inspiró los poemas a “la mujer de piedra”:

Così nel mio parlar voglio esser aspro

com’è ne li atti questa bella petra…

(Quisiera ser tan duro en mis palabras

como esta hermosa piedra es en los actos…).

Es lógico imaginar que este tipo de extravíos pasionales fueron los que le llevaron a perderse en la “selva oscura” y le merecieron los duros reproches que Beatriz le había de dirigir en el umbral del Paraíso.

En 1293, de acuerdo con lo pactado entre las familias en su infancia, se casó con Gemma Donati, con la que tuvo varios hijos, dos de los cuales, Pietro y Iacopo, fueron los primeros comentadores de la Divina Comedia. La hija Antonia entró en religión con el nombre de Beatriz. 

A partir de cierto momento, Dante se siente especialmente inclinado a la acción política, siempre del lado de los por entonces llamados güelfos blancos, partidarios del poder ciudadano, enfrentados a los guelfos negros, aristócratas y feudales, apoyados por el papado. En 1295, a los treinta años, inicia la carrera política entrando a formar parte del Consejo del Capitán del Pueblo, para lo cual, dado que estaba vedado a la nobleza participar en los órganos ciudadanos, tiene que inscribirse previamente en un gremio profesional.

En los diversos cargos que ostentó siempre mostró la máxima firmeza frente a los intentos de los negros de subvertir el orden legal. El punto culminante de estas tensiones políticas tiene lugar a finales de 1301 cuando, ante la proximidad de las tropas francesas, aliadas del papa y de los negros, es enviado a Roma a negociar con el pontífice Bonifacio VIII. Mientras permanece en esta ciudad retenido por el papa, los enemigos toman Florencia e instauran un régimen de terror en el que los blancos son duramente castigados. Dante es sancionado con una fuerte multa y, poco después, condenado a muerte en rebeldía. Nunca más pisará las calles de Florencia ni volverá a ver a su esposa Gemma.

En los primeros tiempos del exilio Dante colabora con los blancos exiliados para derrocar el régimen impuesto en la ciudad. Pero pronto se convence de la inutilidad de los esfuerzos y, sobre todo, se siente vencido por la amargura de comprobar la maldad y necedad de muchos de sus compañeros de partido.

Se inicia entonces el triste periodo de peregrinaje por los pequeños principados y señoríos de Italia, en los que suele ser acogido a cambio de algunos servicios, sobre todo de carácter cancilleresco. Es la época en que da principio a obras que pretenden ser más serias que las de juventud: El convite (Il Convivio), donde comenta algunas de sus propias composiciones poéticas, en italiano, y Sobre la lengua vulgar (De vulgare eloquentia), tratado lingüistico en latín que, aun con las limitaciones propias de los conocimientos de la época, contiene observaciones e intuiciones asombrosamente “modernas”. Ambas obras quedaron inacabadas, quizá por las dificultades de la incómoda vida itinerante, quizás porque, por aquellos años, hacia 1307, empezaba a redactar la gran obra que sin duda llevaba años gestando.

Y de nuevo la política. La decisión del emperador romano-germánico, Enrique VII, de hacer valer sus derechos imperiales sobre Italia renueva en Dante la esperanza y el fervor político y, exaltado, se dirige por carta a los príncipes y municipios de Italia para que secunden la iniciativa imperial, y al mismo emperador para urgirle a que lleve a cabo el proyecto. Pero la iniciativa fracasa, el emperador muere y Dante se aparta para siempre de la política activa, dejándonos no obstante su ideario en la obra La Monarquía (Monarchia), en la que expone la fórmula que habría de garantizar la paz perpetua.

La fórmula es sencilla: un poder supremo, el del emperador romano-germánico (el del papado se limitaría a lo espiritual), que imponga su autoridad sobre reinos y ciudades, atendiendo al orden y la paz universales, y dejando que las diferentes comunidades políticas se rijan por sus propias leyes. Pero los tiempos no estaban para fórmulas sencillas.

En su vagar por las tierras de Italia no gozó de residencia más estable que unos pocos años en Verona, en la corte de Cangrande, y los tres últimos de su vida en Ravenna, en la corte del príncipe y también poeta Guido Novello da Polenta. Fue ahí donde puso punto final al Paraíso, última parte de su gran obra, si bien las anteriores hacía años que circulaban por toda Italia y ya le habían granjeado la fama de gran poeta, que no haría sino crecer en el tiempo y el espacio. Al regreso de Venecia, adonde se había desplazado en una misión oficial, murió en Ravenna un día de setiembre de 1321.

Dante Alighieri es con seguridad el escritor que más literatura secundaria ha generado; me refiero a estudios, tratados, comentarios. También ha dado pie a cierto tipo de especulaciones extra literarias, sobre todo a las de los esoteristas, como Luigi Valli, con su curioso estudio sobre los Fedeli d’amore (1929), o René Guénon (El esoterimo de Dante, 1925), exquisito ultratradicionalista siempre mirando a un ayer que nunca existió.

Pero yo creo que ni los eruditos de universidad ni, mucho menos, los de los saberes ocultos están en condiciones de apreciar y gustar la inmensa riqueza de la obra de Dante. Solo el lector desprejuiciado y medianamente culto lo está. También ha de ser un poco poeta, cierto.

Los eruditos seguirán discutiendo eternamente el fundamento y el significado exactos de estas confesiones de Dante. Los eruditos no son acaso los hombres más aptos para resolver el problema. Es cuestión de tacto literario y de imaginación afín. Debe confiarse a la delicada penetración del lector, en el caso de que la posea. Si no es así, Dante no desea abrirle su corazón. Sus enigmáticos ademanes son justamente su coraza protectora contra la intrusión de los espíritus incapaces de comprenderle. (George Santayana: Tres poetas filósofos. Lucrecio, Dante, Goethe)

Tacto literario, imaginación afín… Cualidades quizá imprescindibles también para gustar de la lectura de estas páginas que ahora concluyen, tanto como yo he gozado de su escritura.

                                            FIN

                                             DE

                              LOS LIBROS DE MI VIDA

2 comentarios

Archivado bajo Opus meum

Dante o la alta fantasía I

Es tan grande la fuerza del arte verdadero que no hay barrera, muro o medio hostil que no pueda traspasar. Solo eso explica que una obra, una larga historia originariamente en verso y en un idioma en formación, por fuerza mal traducida, que cuenta hechos históricos oscuros de personajes en su mayoría desconocidos, con una prosa de difícil comprensión, llegue a cautivar a un adolescente de quince años, de manera que éste no pueda dejar el libro hasta leer la frase final : “el amor que mueve el sol y las demás estrellas”.

El libro estaba en la modesta librería familiar – sería exagerado llamarla biblioteca – junto a los de autores tan heterogéneos como O. S. Marden, Henry Ford, Palacio Valdés, Jacinto Benavente, Conan Doyle… Era de tapas duras, formato casi cuadrado, superficie algo granulada, de color anaranjado; de letras bastante claras con alguna ilustración al final de cada Canto. Eso es todo lo que puedo recordar – con algún error, supongo – sobre la forma. Porque el libro ni lo poseo ni sé qué fue de él. Con el tiempo, he leído otras versiones – también el italiano original – y cantidad de artículos y comentarios sobre el autor y la obra. Pero en aquella primera lectura alentaba todo lo que después supe.

Supe enseguida que el autor, a los nueve años, se había enamorado de una niña de la misma edad, experiencia similar a la que yo había sufrido, si bien las respectivas historias siguieron caminos muy diferentes. El autor, Dante Alighieri, no solo conservó aquel amor a lo largo de toda la vida, sino que elevó a aquella mujer – muerta a los veinticinco años – a las alturas del cielo de la teología. Y de la poesía, donde permanecerá eternamente.

La Divina Comedia narra en primera persona el viaje que el mismo Dante realiza por el mundo de ultratumba de la teología católica. A través del Infierno y del Purgatorio le acompaña Virgilio, admirado poeta de la antigüedad; a la entrada del Cielo le aguarda Beatriz, la mujer que amó, que le acompañará e ilustrará en su ascensión por el Paraíso. No se trata ahora de describir la topografía y otras características de cada uno de esos mundos. Solo quiero destacar algunos rasgos de la obra, como claras muestras de la fantasía, la profundidad y el ingenio poético del autor.

A los condenados en el Infierno apenas se les ve sufrir por la acción de los demonios. Sufren porque, violando el orden moral, se han convertido en aquello que deseaban. El filósofo George Santayana comenta este aspecto de un modo tan agudo que no me resisto a reproducir sus palabras:

El castigo, parece entonces decir (Dante), no es nada que se agrega al mal: es lo que la pasión misma persigue; es el cumplimiento de algo que horroriza al alma que lo deseó.

Así, Paolo y Francesca, los amantes adúlteros, vagan abrazados, eternamente empujados por un viento constante. ¿No es esto lo que deseaban?, cabe preguntarse. Sí, y en su cumplimiento eterno consiste el castigo. Porque

el amor ilícito – sigue Santayana – está condenado a la mera posesión, posesión en la oscuridad. Sin un ambiente. Sin un futuro. […] Entrégate, nos diría Dante, entrégate completamente a un amor que no sea más que amor, y estarás ya en el Infierno. Solo un poeta inspirado podría ser tan penetrante moralista. Solo un profundo moralista podría ser tan trágico poeta.

Borges, por su parte, se fija en un aspecto, en un momento, que tiene más que ver con el misterio de la creación literaria que con cualquier dilema moral o filosófico. Cuando en el Canto XXX del Purgatorio, a las puertas del Paraíso, Dante ve aparecer a Beatriz junto a una extraña procesión de figuras alegóricas, una profunda emoción le embarga. Por una parte, llora porque se ha de separar de su amado guía Virgilio; por otra, ve ante sí al antiguo y constante amor que le ha de mostrar el Paraíso. Pero Beatriz, severa, le advierte que no ha de llorar porque Virgilio se vaya, porque habrá de hacerlo por otra herida

(Dante, perché Virgilio se ne vada,

non pianger anco, non pianger ancora,

ché pianger ti conven per altra spada).

Y a continuación la mujer

con ironía le pregunta cómo ha condescendido a pisar un sitio donde el hombre es feliz. El aire se ha poblado de ángeles: Beatriz les enumera, implacable, los extravíos de Dante. Dice que en vano ella lo buscaba en los sueños pues él tan bajo cayó que no hubo otra manera de salvación que mostrarle los réprobos. Dante baja los ojos, abochornado, y balbucea y llora…” (Borges: Nueve ensayos dantescos).

Borges opina que nada hacía presagiar en la obra que el anhelado encuentro se hubiese de desarrollar de tal manera, sufriendo Dante la mayor humillación de su vida. Y es que, al encontrarnos con el pasaje citado, tenemos la impresión de que el autor-personaje ha tenido que aceptar algo no previamente imaginado. Y así es. Porque ese algo, esa terrible escena estaba ahí, esperándole, con independencia de la voluntad consciente del propio “creador”.

Dante Alighieri nació en Florencia en 1265. La familia pertenecía a la pequeña nobleza, políticamente próxima a los güelfos, enfrentados a los gibelinos. Se cree que estudió con los franciscanos y los dominicos y que, hacia los veintidós años, frecuentó la universidad de Bolonia, aunque no consta que realizase estudios regulares. Muy joven, destaca como poeta, pero no es hasta la publicación de la Vita Nuova, colección de poemas escritos hasta sus veinticinco años, que, con la aprobación del ya famoso Guido Cavalcanti, se considera digno de pertenecer a los Fedeli d’Amore, grupo de poetas cultivadores del dolce stil nuovo, corriente poética que se caracterizaba, entre otras cosas, por cantar a la mujer no como a la señora distante de los provenzales sino como al ser angélico que preside y alienta el mundo espiritual del propio poeta. En la Vita Nuova, obra en que se alternan la prosa y el verso, Dante relata su amor por Beatriz y, al llorar la muerte de la joven, concluye con la promesa de crear una gran obra con la sola intención de ensalzarla. Él quizá aún no lo sabía, pero nosotros sabemos que esa obra se conocería con el nombre de la Divina Comedia y que su redacción le ocuparía los últimos quince años de su vida. (continúa)

(De Los libros de mi vida)

1 comentario

Archivado bajo Opus meum