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LA CIUDAD Y EL REINO: unas claves

I  Las palabras

Todo escritor tiene en su interior un almacén de datos (algunos, ignorados por él mismo) que, a medida que escribe, van apareciendo, trasluciéndose, en la superficie de la obra. Algunos escritores tiran con plena conciencia de ellos; otros dejan que se asomen sin apenas darse cuenta, y el lector no muy enterado tiene que esperar a que llegue el crítico agudo para que sean desenterrados e iluminados.

Yo, lamento decirlo, soy de los primeros. Es decir, de los que con plena conciencia aceptan la memoria de lo leído, para ir vistiendo su escritura. Lo lamento, porque queda más bien, parece más profundo y resulta más misterioso que las fuentes permanezcan enterradas quizá para siempre.

Lo mío no tiene nada de misterioso – al menos, en apariencia. Se resuelve solo con que el lector muy leído vaya descubriendo los remotos orígenes de tal frase o idea.

Pero ocurre que, por muy leído que sea el lector, es imposible que su memoria lectora coincida con la del escritor de turno, que en este caso soy yo. Así que, a la espera de los críticos y comentaristas avezados, que hasta es posible que me descubran datos sorprendentes sobre mí mismo, cosa que suele suceder, he decidido emplearme en la humilde y casi mecánica tarea de descubrir y explicar el origen de ciertas frases y pensamientos que jalonan la obra.

Así que tomo un ejemplar de mi novela La ciudad y el reino, publicada por Editorial Páramo en noviembre de 2020, y procedo:

1

Si te apartas de la sociedad perderás la noción de la norma. Y tu obra solo será el resoplido de una bestia o la ensoñación de un dios.(pág. 13)

ARISTÓTELES lo había dejado bien claro: El hombre solitario es o una bestia o un dios.

2

la filosofía no es más que un género literario… (pág. 30)

Creo que fue BORGES quien alumbró esta idea, pero no recuerdo la frase exacta ni sé (ni importa mucho) la manera de encontrarla.

3

los pobres muertos y los pobres heridos estaban tendidos allí, y el sol se ponía magníficamente detrás de Maguntiacum. (pág. 37)

En 1792 GOETHE acompañó a su soberano Carlos Augusto en la campaña militar que emprendieron los ejércitos de varios estados alemanes contra la Francia revolucionaria. Entre mayo y agosto de 1793 participó en al asedio de Mainz (la antigua Maguntiacum), ocupada por los franceses. En su relato Campaña de Francia del año 1792 se contienen unas palabras asombrosamente parecidas, si no idénticas, a las de la novela, arriba trascritas.

4

¿La nada, dices? ¿Qué nada? Solo existe la nada para el que nada sabe crear. (pág. 40)

Este es un pensamiento de GOETHE que nunca he sabido ubicar en su obra. Quizá solo existe en mi memoria, como síntesis de su actitud frente al nihilismo.

5

La naturaleza se presenta tan hermosa, contemplada con la paz de Cristo en el alma, que uno siente la tentación de preguntarse qué más nos puede ofrecer el Señor en la otra vida. (pág. 42)

Si el món ja és tan formós, Senyor, si es mira
amb la pau vostra a dintre de l’ull nostre,
què més ens podeu dâ en una altra vida?

Estos versos de JOAN MARAGALL, en lengua catalana, a veces tan poética, son sin duda la fuente de inspiración del texto de la novela transcrito arriba.

6

Ahora las puertas de mi casa están abiertas día y noche, y cualquiera puede entrar para lo que desee. Porque finalmente he comprendido que “el otro” no es nunca un intruso, sino que es siempre el mensajero de Dios. Y hay que estar muy atento para recibir y entender todos los mensajes del Señor. (pág. 45)

La misma idea alienta en las palabras de KAFKA, dirigidas a su entrevistador Janouch, que teme ser visitante inoportuno:

Considerar molesta a una visita no prevista es señal infalible de debilidad, es una huida de lo no previsto. Se oculta uno en la así llamada existencia privada porque le faltan las fuerzas para entendérselas con el mundo… Es una retirada. La vida es sobre todo un estar-con-las-cosas, un diálogo. No se debe eludir. Puede usted, siempre y cuando quiera, venir a verme.

7

Lo importante es realizar una actividad continuada y eficaz (pág. 54)

Frase, creo que poco literal, de GOETHE, para quien, corrigiendo la Biblia, “en el principo fue la Acción”.

8

Nuestros anhelos no son sino presentimiento de nuestras facultades. (pág. 63).

Idea, otra vez de GOETHE, que, para mí, constituye el ejemplo máximo del optimismo goethiano.

9

Es verdad que se advierte cierta fuerza y sinceridad, pero esas cualidades, por sí solas, no hacen una obra de arte. Eso que has escrito es una manera de palpar los sentimientos, de señalar la realidad. Pero decir ¡qué bello es eso! o ¡cuánto sufro! no tiene nada que ver con la creación artística. (pág. 103)

Son palabras del Ausonio de la novela, dirigidas a un alumno suyo que le sometía sus escritos para obtener la aprobación.

En las Conversaciones con Kafka, de Gustav Janouch, el entrevistador somete al juicio del entrevistado unos escritos propios. La respuesta de KAFKA es la siguiente:

Esto todavía no es arte. Este exteriorizar las impresiones y los sentimientos es, en realidad, una forma de palpar temerosamente el mundo…

Reflexiones, en uno y otro caso, aplicables a tanto aspirante a artista que piensa – como los románticos ingenuos – que todo consiste en expresar los propios sentimientos.

10

No hay que afrontar los problemas, hay que dejar que se disuelvan. (pág. 131)

Frase, creo que literal, de un ensayo de HENRY MILLER.

11

El sermón de Vigilancio en la misa de Navidad de Barcino (pág. 135 y ss.) no tiene nada que ver en su contenido con el del jesuita Arnall del Retrato del artista adolescente, de Joyce. Coincide con él en dos aspectos: que lo pronuncia un clérigo católico y que pretende ser un calco, en su forma e intención, de un sermón católico auténtico.

12

Una biblioteca no es un cementerio, como alguien dijo, sino un vivero. (pág. 145)ĺ

Ese “alguien” pensé que era CORTÁZAR, pero más tarde creí recordar mejor que lo de “cementerio”, lo aplicó el autor citado al Diccionario, no a la Biblioteca.

13

...fue la biblioteca,

cementerio o vivero, según mires,

Universo absoluto, según Borio, (pág. 146)

Es notorio que quien sí identificó biblioteca con universo fue BORGES, al que aquí se alude como Borio, bibliotecario alejandrino que nunca existió.

14

Es preferible cometer una injusticia que tolerar un desorden. Porque el desorden es fuente no de una, sino de mil injusticias. (pág. 154)

Cita de GOETHE, de cuya literalidad no respondo, famosa por su utilización por todos aquellos que desean resaltar el talante reaccionario de su autor, los cuales, curiosamente, omiten siempre la segunda parte.

15

Como poeta, soy politeísta; como pensador, soy panteísta; como ser moral, soy cristiano. (pág. 157)

El mismo GOETHE, definiéndose. Creo recordar – y no me apetece ir a comprobar – que el original, en lugar de “pensador”, dice “científico”, pero éste término no le va mucho a un escritor del siglo IV como Ausonio.

16

El dolor es consustancial a esa fuerza ciega que es la vida, esa fuerza que continuamente se propaga y multiplica sin orden ni medida, que no busca más que su propia perpetuación. (pág. 167)

Está claro que el que aquí habla por boca del Emiliano de la novela es el mismísimo SCHOPENHAUER.

17

Cristo, al final de los tiempos, recuperará no solo nuestros cuerpos y nuestras almas, sino también todo cuanto hemos sido y sentido y soñado. Nada se pierde, querido Ausonio. Yo tampoco pierdo Barcino. En mis sueños me acompañará y en el último día se salvará con todo.

Creencia o esperanza consoladora que el Paulino de la novela comparte con el jesuita y científico TEILHARD DE CHARDIN de muchos siglos después: cuando el universo alcance el Punto Omega de la evolución, todo lo que existe se volverá uno con la divinidad.

                                                FIN (y que así sea)

NOTA. Los autores citados o utilizados conscientemente en la novela son Goethe, en primer y destacado lugar, Kafka, Joan Maragall,  Schopenhauer, Borges, Cortázar, Henry Miller, James Joyce, Teilhard de Chardin y Aristóteles. Los citados o utilizados inconscientemente – que, con seguridad, los hay – no los conoceré yo hasta que no venga alguien a descubrírmelos.

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El poeta del perdón

A finales de julio de 1909 el pueblo de Barcelona se echó a la calle – por “pueblo” quiero decir la gente más desfavorecida de la ciudad. Se llevaban a sus hijos a morir en una guerra colonial que solo podía beneficiar a una reducida casta de privilegiados. Fue un movimiento espontáneo: los sindicatos, que quisieron ponerse al frente, enseguida fueron desbordados. Los más violentos de los alzados arrasaron con todo, levantaron barricadas, quemaron iglesias y se enfrentaron a la fuerza pública. Hasta que intervino el ejército. El balance en vidas humanas: 78 muertos (de ellos, tres militares). Enseguida se buscaron culpables. Enseguida se encontraron. Cinco fueron condenados a muerte: tres que en alguna acción se habrían distinguido, un débil mental y un famoso pedagogo de ideario anarquista. 

Ante el inminente fusilamiento, el poeta Joan Maragall escribió un artículo pidiendo templanza y clemencia. El diario en que se había de publicar, La Veu de Catalunya, lo vetó; a su director, Prat de la Riba, no le interesaba indisponerse con el gobierno de Madrid.

A continuación lo reproduzco íntegro en versión castellana. Por él y por el siguiente (L’església cremada), que sí se publicó, Maragall fue tildado por la alta burguesía a la que pertenecía de traidor a su clase. Es lo que tiene juntar la inteligencia con la bondad. Por cierto, el artículo puede herir sensibilidades: es escandalosamente buenista.

 

                                      La ciudad del perdón

                                    por Joan Maragall i Gorina

(artículo NO publicado en La Veu de Catalunya en octubre de 1909)

Algunas voces nobles que se han alzado aquí mismo y otras que he oído en otros lugares me han demostrado que en Barcelona hay voluntad de amor. Pero en todas esas voces, así como en algunas menos amorosas, un poco irónicas, que también he oído, late o aparece claramente en uno u otro tono esta pregunta: “¿Y cuál debe ser el objeto de nuestro amor, redentor de la ciudad?”. Yo diría: “Aquel que el corazón os dicte en cada momento”. Y con qué tristeza presiento que más de uno me respondería: “¡Es que en este momento el corazón no me dice nada!”.

¿El corazón no os dice nada, ahora, mientras están fusilando gente en Montjuïc sólo porque en ella se manifestó con más claridad este mal que es el de todos nosotros? ¿El corazón no os dice que vayáis a pedir perdón, de rodillas si es preciso, y los más ofendidos los primeros, por estos hermanos nuestros en desamor que querían derruir por odio esta misma ciudad que nosotros les dejamos abandonada por egoísmo? Estamos en paz, pues. ¿Y ellos deben pagar la pena sólo porque su acción cae dentro de un código; mientras que nuestra acción es tan baja que ya no puede caer en ninguna parte? Id a pedir perdón por ellos a la justicia humana, que será pedirla por vosotros mismos a la divina, ante la cual sois posiblemente más culpables que ellos.

Cómo podéis permanecer así de tranquilos en vuestra casa y en vuestras ocupaciones sabiendo que un día, al sol de la mañana, en lo alto de Montjuïc, sacarán del castillo a un hombre atado, y lo harán pasar ante el cielo y el mundo y el mar, y el puerto que trafica y la ciudad que se levanta indiferente y poco a poco, muy poco a poco, para que no tenga que esperar, lo llevarán a un rincón del foso, y allí cuando sea la hora, aquel hombre, aquella obra magna de Dios en cuerpo y alma, vivo, con todas sus capacidades y sentidos, con este mismo afán de vida que tenéis vosotros se arrodillará de cara al muro, y le meterán cuatro tiros en la cabeza, y él dará un salto y caerá muerto como un conejo…él, que era un hombre tan hombre como vosotros… ¡acaso más que vosotros!

¿Cómo podéis permanecer en vuestra casa, y sentaros a la mesa rodeados de hijos y meteros en la cama con la mujer, y atender vuestros negocios, y que esta visión no se os aparezca y no se atragante el bocado de pan en la garganta, y no se os hiele el beso en los labios y no os impida ocuparos de otra cosa que no sea ésta?

¿Y esto no os despertará el amor? ¿Encima me preguntaréis cuál puede ser su objeto, ahora? ¿Pues qué otro que éste? ¿Cómo podéis pensar en cualquiera otra cosa, en estos momentos? ¿Ni cómo habéis podido dejar pasar tanto tiempo? ¡Y, mientras, ya han muerto así tres hombres, y los que esperan…!

¿No sentís fraternidad hacia estos infelices? No queráis saber qué han hecho: mirad sólo en el fondo de sus ojos; ¡fijaos! Sois vosotros mismos: un hombre como vosotros; con ello basta: capaz de todo vuestro bien y de todo vuestro mal: como vosotros del suyo. A este hombre, yo no digo que se le deje marchar y se le abandone y se le devuelva libre a su odio y a sus fechorías; no, a él, como a nosotros, nos conviene estar presos de una forma u otra, y enderezados aunque sea a golpes de mazo, y amasados todos juntos de nuevo en el amor de la ciudad nueva, aunque sea con gran sufrimiento suyo y nuestro, mientras lo suframos juntos; pero, en vez de eso, ¿matarlo, matarlo fríamente mediante un trámite señalado y una hora fija, como si la justicia humana fuera algo seguro, infalible, definitivo como la muerte que confiere? ¿Qué os parece?

Si hubieseis matado a ese hombre batiéndoos como leones contra él al pie de una barricada o en la puerta de una iglesia, yo no podría haceros ningún reproche, porque en tal combate habríais demostrado vuestro amor hacia algo, exponiendo vuestra vida por vuestro ideal; y por el amor de un ideal y su valentía podemos ser absueltos de muchas cosas. Pero ahora, ¿quién os absuelve? ¿Dónde está vuestro ideal, vuestro amor y vuestro sacrificio? ¿Dónde habéis demostrado vuestro valor? Pues no queráis ser cobardes dos veces. Si entonces vuestro valor debía estar en las armas y no lo tuvisteis, tenedlo al menos ahora en el perdón, ahora es el momento preciso.

Y ya lo veréis: las vidas que habréis salvado os parecerán obra vuestra; y a estos hombres que habréis arrancado de las puertas de la muerte, los amaréis como hijos; y ya no los perderéis nunca más de vista; y allí donde estéis os preocuparéis por ellos y por sus semejantes, y vuestro amor les obligará al amor; y sólo por esta obra de perdón por la que empezaréis, Barcelona comenzará a ser una ciudad. Porque los que vendrán de fuera y se enteren no dirán – ¡que no puedan decir! -: “Éste y aquél fueron salvados y redimidos por éstos o aquéllos, los blancos, los negros o los rojos”; sino que deberán decir: “Barcelona ha pedido y obtenido el perdón de sus condenados a muerte”. Y aunque después haya bombas, Barcelona ya no podrá ser llamada la “ciudad de las bombas”; sino que el renombre os vendrá de otra cosa que es más fuerte que todas las bombas juntas y que todos los odios y que toda la maldad humana: el renombre os vendrá del amor, y Barcelona será llamada : “la ciudad del perdón”, y desde ese mismo instante empezará a ser una ciudad.

Empecemos, pues: al Rey que puede perdonar, a sus Ministros que pueden aconsejarle el perdón, a los jueces que pueden atemperar la justicia con la piedad: ¡Perdón para los condenados a muerte de Barcelona! ¡Caridad para todos! Y sería hermoso que empezasen los más ofendidos.

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Maragall, terrenal y místico

Ocurre a veces. Estoy fuera de casa, en el campo, o en un parque o paseo arbolado de la ciudad. El día es luminoso; el aire, transparente. El color de las hojas de los árboles, verde intenso u ocre otoñal. Todo lo que siempre me rodea y me acompaña de forma anodina o inadvertida se manifiesta de pronto en su máxima belleza. Un sentimiento de paz, de honda felicidad me embarga…

Entonces de mi cabeza asoman estos versos, guardados ahí desde hace muchos años:

Si el món ja és tan formós, Senyor, si es mira

amb la pau vostra dintre de l’ull nostre

què més ens podreu dâ en una altra vida?…

Son de Joan Maragall, un señor de Barcelona de hacia el 1900, burgués, católico, padre de familia numerosa, abogado, escritor, articulista en la prensa, poeta. Su conservadurismo natural – el que necesariamente implicaba las tres primeras características citadas – no le impidió alzarse como aislada voz humanitaria, y silenciada, frente a los que exigían venganza (justicia, decían) contra los supuestos responsables del levantamiento popular de 1909.

Como escritor, admiraba a Goethe. Veía en él, poeta universal, el referente al que podía asirse una cultura catalana aún en ciernes, todavía falta de un fundamento sólido. Y  con él compartía muchas cosas: la pasión por la luz, el impulso hacia un equilibrio clásico que domeñase el fervor anárquico del corazón, la querencia por la poesía de circunstancias como oportuna cosecha de momentos escogidos. Otras, no las compartía. Cristiano convencido, Maragall no podía asumir la visión arreligiosa, pagana, del alemán. Ni entendía, creo yo, cómo éste podía compaginar poesía y actitud científica. En carta un amigo escribe:  

Molt he admirat i admiro encara a Goethe; pero cada dia sento més la tara racionalista de tota la seva obra.

Y no obstante, el alma goethiana de Maragall no puede menos que estremecerse ante la belleza terrenal de un día bendecido por la luz más pura. En su Cant espiritual, poema al que pertenecen los versos transcritos al principio, se pregunta ¿es posible que exista un “más allá” más bello que la naturaleza que ahora contemplo y siento? Y, dirigiéndose al Dios personal en el que cree, inquiere ¿con qué otros sentidos me harás ver este cielo azul sobre las montañas y el mar inmenso y el sol que en todas partes brilla? Dame la paz eterna con los sentidos que ahora tengo y no querré más cielo que éste tan azul. Hombre soy y humana es mi medida.

Y así, el poeta Maragall, tan místico y tan cristiano, no pide al Creador fundirse con el Todo ni ascender al Cielo, sino renacer en un mundo tan hermoso como el que en ese momento contempla. Y contemplo.

                           Sia’m la mort una major naixença!

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