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EMILIA PARDO BAZÁN. La condesa palpitante II

casa-museo-emilia-pardo-bazanEmilia Pardo Bazán “fue una noble y novelista, periodista, feminista, ensayista, crítica literaria, poetisa, dramaturga, traductora, editora, catedrática y conferenciante española introductora del naturalismo en España”, dice la enciclopedia (virtual, por supuesto). Y dice mal.

Es verdad que, a primera vista, la parrafada impone, pero si se la examina con un poco de atención resulta bastante extraña. Para empezar, juntar “noble” (¿en qué sentido?) con “novelista” es por lo menos ambiguo. Su actividad como periodista la fue ejerciendo en cuanto ensayista y crítica literaria, o sea que estas podrían estar comprendidas en aquella o aquella en estas. Se dice que fue feminista. Cierto, pero también fue carlista y en cierto modo obrerista (La Tribuna), y no se dice. Lo de dramaturga fue más bien un intento fracasado, que la homologa con tantos españolitos, de los que se decía que nacían todos con una obra de teatro bajo el brazo. Y lo de “poetisa” no lo admitiría hoy cualquier mujer que escriba versos, como no admitiría “atletisa” cualquier atleta del sexo femenino. Mejor pasamos a la historia, resumida y breve como siempre.

Emilia Pardo Bazán nace en La Coruña, España, en 1851. El padre, abogado y miembro del partido liberal, por el que fue diputado en el Congreso, ostentó el título de conde por nombramiento papal, título pontificio que el rey Alfonso XIII convalidó en real para la hija en 1908.

Los intereses literarios y culturales de Emilia estuvieron bien claros desde su más tierna infancia. Ella misma pidió que las convencionales clases de piano y demás componentes de la educación de las señoritas de entonces les fuesen sustituidas por clases de latín y por enseñanzas humanistas. Niña todavía, lee la Bibilia, Homero y el Quijote. Durante los inviernos que la familia pasa en Madrid estudia en un colegio francés, y llega a dominar este idioma, lo que le sería de gran utilidad en su futura actividad de literata de rango europeo.

A los dieciséis años (1868) se casa con José Quiroga y Pinal, estudiante de derecho de diecinueve, más o menos aristocrático y más que menos ultraconservador, que exige que su esposa se adhiera también al carlismo, cosa que ella acepta en principio y que mantendrá  aunque con  matices varios. El hecho de la boda lo registra en uno de sus Apuntes autobiográficos con cierta frialdad de cronista: Me vestí de largo, me casé y estalló la Revolución de septiembre. Tuvieron tres hijos.

Precisamente la agitación social que se produce a continuación de la Gloriosa induce al padre a poner tierra por medio por una temporada, viajando con toda la familia, recién casados incluidos, por Francia, Inglaterra, Austria e Italia, viaje que no concluye hasta 1873, y que Emilia aprovecha para iniciar contactos con  algunas figuras de la literatura europea.

Establecida la familia en Madrid, Emilia se dedica sin descanso a sus labores intelectuales y creativas ante la mirada comprensiva y aprobatoria del marido, de momento. Actitud que cambiará radicalmente cuando la esposa se vea situada en el centro del debate intelectual, recibiendo flores y dardos desde izquierda y derecha indistintamente a propósito de la polémica sobre el naturalismo literario, y que conducirá a la separación de hecho de la pareja en 1883.

En 1876 publica su Ensayo crítico de las obras del Padre de Feijoo y en 1879 sale su primera novela, Pascual López, autobiografía, todavía en la órbita de la novelística anterior a la que ella misma vendría a consolidar.

En 1880 pasa una temporada en el balneario de Vichy (Francia), donde, entre otras cosas, se dedica a estudiar a fondo la obra de Zola y empieza a escribir la novela Un viaje de novios (1881), en la que se perfila ya su estilo propio y que fue bien acogida por la crítica.

El de 1883 fue un año crucial para la la escritora y la mujer. Durante el año anterior había publicado en la revista Época una serie de artículos en los que exponía los postulados de la escuela naturalista de novela, surgida  en torno de la figura de Zola en el llamado grupo de Médan. Reunidos y publicados en forma de libro con el título de La cuestión palpitante, enseguida se situaron en el centro del debate literario español. Y lo que quizá prestaba mayor interés a la polémica era el hecho de que la escritora no suscribía sin más todas las exigencias de la nueva escuela, sino que oponía sus reparos, el principal, aceptar un determinismo que anula la idea de libre albedrío, lo que, como católica, no podía de ningún modo admitir. Postura que, como suele ocurrir, concitaría los ataques y censuras de las dos posiciones extremas

Ese mismo año acuerda la separación con su marido, publica la novela La Tribuna, naturalista, obrerista y feminista, en cuyo prólogo reconoce el magisterio de Galdós, y – lo que nadie sabe entonces – se afianza el largo idilio entre el escritor y la escritora.

En 1886 vuelve a Francia, donde trata a los hermanos Goncourt, a Huysmans y sobre todo a Zola, quien se muestra sorprendido de que la autoría de La cuestión palpitante corresponda a una mujer. El mismo año sale a la luz Los pazos de Ulloa, novela sobre el caciquismo y la decadencia de la sociedad tradicional gallega. Esta obra y la que sigue, La madre naturaleza, que es continuación de la anterior por el tema, el ambiente e incluso algunos personajes, la consagran definitivamente como la gran novelista española de la segunda mitad del siglo.

Pero su actividad creativa no se limita a lo novelístico. Publica ensayos como La revolución y la novela en Rusia (1887) en el que, apartando la mirada de la omnipresente cultura francesa, presenta a Dostoyevski y otros novelistas rusos, y La mujer española (1890) donde trata de la situación de inferioridad en que se encuentra la mujer y de los continuos impedimentos que la sociedad masculina coloca para imposibilitar que pueda superarla.

Tras la muerte de su padre (1890), y con el dinero de la herencia, crea la revista Nuevo Teatro Crítico, que durará dos años y en la que ella sola escribe todos los artículos. Colabora en las revistas La España Moderna, El Imparcial y otras. En esta época se dedica especialmente a los cuentos (se han recogido más de quinientos, aparecidos en distintas publicaciones).

Su fama no solo como escritora sino también como conferenciante va en auge. Las  intervenciones de la aristócrata escritora atraen a un público numeroso y variado. Desde el éxito de sus lecciones sobre literatura contemporánea francesa de 1896, se convierte en figura destacada del Ateneo de Madrid (primera mujer aceptada como socia), donde ocupará el puesto de directora de la Sección de Literatura (1906). En 1910 se la nombra Consejera de Instrucción Pública y en 1916, catedrática de Lenguas Neolatinas de la Universidad Central.

Su producción escrita es inabarcable. Y siempre variada. Hay que registrar en este sentido el cambio de tendencia que se da en su obra a partir de los últimos años del siglo, con cierto abandono del naturalismo y la apuesta por las nuevas modas finiseculars (decadentismo, simbolismo), como en la novela La Quimera (1905). Y tampoco  hay que olvidar – como aquí se ha olvidado – toda su literatura histórico-crítica relacionada con el cristianismo a través de figuras como Dante, Milton, San Francisco y de las tratadas en Los poetas épicos cristianos (1895).

Porque doña Emilia siempre fue y se confesó católica, en lo bueno y en lo malo. Quizá es el catolicismo el único rasgo que presta unidad a su vivir, pleno de intereses múltiples y a veces contradictorios. Un religión, la católica, que, como dejara dicho su coetáneo Oscar Wilde, es la más adecuada para santos y pecadores.

En ella confortada, doña Emilia Pardo Bazán entregó su alma, en Madrid, el 12 de mayo de 1921.

(De ESCRITORAS)

 

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