La alienación consiste en el proceso mediante el cual el ser humano es despojado de algo que le es propio, que pasa a ser extraño, ajeno. La alienación básica es la que se produce
La alienación es consecuencia de las relaciones de producción que se dan en cada momento de la historia y que en el tramo actual se da en el conflicto entre capital y trabajo. La historia de la humanidad avanza movida por las contradicciones que surgen entre las fuerzas productivas (instrumentos, maquinaria, productores) y las relaciones de producción (la forma en que los hombres se relacionan sobre la base de esas fuerzas productivas). Ese movimiento o avance es de naturaleza dialéctica (concepto tomado de Hegel, pero que Marx desidealiza o invierte, pues no se trata del avance de la idea hacia el Absoluto, sino del progreso de la realidad material hacia la emancipación total de la humanidad).
Una sociedad determinada (tesis) lleva en su seno la fuerza nueva que la combate y la niega (antítesis), la cual se constituirá en nueva tesis que a su vez será negada y superada. La sociedad esclavista de la antigüedad dará lugar a la sociedad feudal, y en el seno de ésta se formará la burguesía que irá ascendiendo hasta constituirse en nueva clase dominante.
La historia de la humanidad, que hasta entonces no habrá sido más que la historia de la lucha de clases, dará un salto cualitativo con la toma del poder por parte de la clase trabajadora. Y tras un período de “dictadura del proletariado” (que Marx concibe como modo de acabar con la “dictadura de la burguesía” que para él es la democracia parlamentaria), durante el cual el estado socialista eliminará por completo la propiedad privada, se llegará a la sociedad comunista, fase final en la que el mismo estado habrá desaparecido y los seres humanos, finalmente emancipados, podrán desarrollarse en libertad.
Karl Marx nació en Tréveris (Trier), Alemania, en 1818, hijo de un abogado que había renunciado al judaísmo para poder ejercer. Estudió en las universidades de Bonn, Berlín y Jena. Licenciado en filosofía, en 1841 se doctora en Jena con una tesis sobre las diferencias entre las filosofías de la naturaleza de Demócrito y Epicuro. Trabaja como periodista y es redactor jefe de La Gaceta Renana, puesto que se ve obligado a abandonar por sus opiniones izquierdistas.
Emigra a París, de donde es expulsado, y a continuación a Bruselas, donde conoce al que habría de ser el perfecto colaborador y gran amigo Friedrich Engels. Junto con éste, acepta el encargo de la Liga de los Justos, luego Liga Comunista, de redactar el Manifiesto Comunista. Su publicación coincide con los movimientos revolucionarios que en 1848 se producen en diversos países de Europa, principalmente en Alemania.
Expulsado de Bélgica, pasa a Renania, donde funda la revista La nueva gaceta renana. En 1849 es arrestado, acusado de rebelión armada. Absuelto y expulsado del país, marcha de nuevo a París, de donde también es expulsado. En 1850, se establece en Londres donde residirá el resto de su vida.
Siempre en colaboración con Engels, de quien además recibe la ayuda económica imprescindible para subsistir, prosigue sus actividades intelectuales – escribe, entre otras obras fundamentales, El Capital, del que solo conocerá la publicación del primer volumen en 1867 – y organizativas, colaborando en la constitución de la I Asociación Internacional de Trabajadores, de corta vida debido a las discrepancias de los sectores anarquistas. Escribe también para varios periódicos de Europa y Estados Unidos. Muere en Londres en 1883.
No hay duda de que el marxismo – en el que a veces se incluyen aspectos que el mismo Marx no suscribiría – ha sido la ideología más influyente en el siglo XX. Pero si bien ha servido para poner un muro de contención a cierto capitalismo salvaje – muro que ya no existe -, los intentos de aplicación práctica a la sociedad humana han fracasado por completo.
¿Por qué? No sé. Quizá por la imposibilidad de aplicar una utopía, por muy racionalmente fundamentada que se presente; quizá por esa extraña tendencia que tienen los pastores a convertirse en lobos; quizá por la impaciencia de alcanzar unos resultados sin respetar los ritmos cósmicos.
Sí, quizá fue la impaciencia.
Lo dijo Kafka:
Por la impaciencia perdimos el Paraíso; por la impaciencia no podemos recuperarlo.