El existencialismo fue aquel movimiento filosófico-literario que hizo furor en Europa en los años 40 y 50 del pasado siglo. Tuvo sus predecesores, entre los cuales se suele incluir al danés Kierkegaard y al español Unamuno.
Al contrario que Papini y Séneca, Unamuno no fue por mi parte una elección o descubrimiento solitario. Ya estaba en el ambiente. Era el curso 57-58. A punto de irrumpir en el mundo no oficial universitario el marxismo y el existencialismo (como se ve, hasta en la heterodoxia íbamos atrasados), lo más anti que entonces corría por ahí era Unamuno y algún otro de la Generación del 98. Ahora me pregunto qué sentido tenían esos autores en aquella época, y me respondo que ninguno, al menos desde el punto de vista social. Pero cierto falangismo no oficial los había puesto de moda. Y ese era el límite de lo tolerado.
Quizá convenga aquí alguna aclaración para los no familiarizados con nuestra historia reciente. Fundada en 1933, Falange Española fue, en su origen, un partido que seguía el modelo del fascismo italiano. Formó parte de las fuerzas que se alzaron contra la República
Yo creo que lo único que Unamuno vio en el falangismo fue el reflejo de sus propias preocupaciones “nacionales” esencialistas. Por su parte, el falangismo sí que bebió bastante en la fuente unamuniana. Hasta el extremo de que, en la actualidad suelen confundirse algunas citas, como aquello de “me duele España”, que más de una vez he visto atribuido a José Antonio, cuando en realidad fue Unamuno el padre del invento.
De todos modos, Unamuno nunca fue proclive al fascismo (fajismo, escribía él en su afán filológico), si bien al principio, y por muy breve tiempo, creyó que el “Alzamiento Nacional” era lo que España necesitaba. Pero lo cierto es que, cuando vio de cerca el verdadero rostro de la bestia, el viejo filósofo ya no dudó, sino que le plantó cara con una valentía suicida. Murió casi a continuación.
Detalles estos que apenas se conocían entonces. Así que de ningún modo pudieron influir en mi admiración por Unamuno. Ni falta que hacían. Me bastó captar la profundidad de su pensamiento y la sinceridad de su actitud para quedar totalmente fascinado. Una sinceridad que consiste en ponerse él mismo como tema, y, a través de todas sus dudas e inquietudes, tratar de llegar al fondo de la cuestión, fondo que, precisamente por su sinceridad y honradez, no llegará nunca a alcanzar.
Lo único que a cada cual importa y, por lo tanto, lo único que debe importar a la filosofía, viene a decir, es el hombre concreto, el individuo de carne y hueso que vive, goza, sufre y sabe que ha de morir. Lo único que de verdad conocemos es la experiencia de la vida, nuestra existencia concreta, que se manifiesta como un esfuerzo sostenido por seguir viviendo, por no dejar de ser.
Pero, además, Unamuno no es tan astuto como para echar por la borda la razón y subirse al carro del irracionalismo gratuito, y ahí el problema, ahí el conflicto que se desarrolla a lo largo de toda su obra. Por una parte, su experiencia interior, acorde con un hondo sentimiento religioso, le mantiene en el anhelo ferviente de una vida eterna. Por otra, los
Se le ha considerado un precursor del existencialismo. Y con toda justicia, pues él fue, después de Kierkegaard, quien puso en el centro de la filosofía el individuo en su existir concreto, en su angustia de saberse un ser para la muerte. Angustia que, para él, sólo la fe podría apaciguar… pero hacía ya tiempo que la Fe había sido inmolada en el altar de la Razón. (continúa)