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La máquina del doctor Kusev I

– La verdad es que no me imaginaba que pudieses adaptarte tan bien a esta vida retirada – dijo Fernando, mientras observaba en la copa los reflejos de la luz de la tarde sobre el rojizo brandy -. Claro que, con todas estas exquisiteces, cualquiera se adapta.

– No tan retirada –corrigió Aurelio -. Aquí tengo de todo, o al menos, de todo lo que de verdad me importa. Y antes que nada, tiempo, tiempo para pensar, para reflexionar.

– Reflexionar sobre qué.

– Mira, lo primero de todo, sobre lo absurda que es la vida en la gran ciudad. Nadie ha pensado en el enorme derroche de tiempo y energías que representa.

-Sí, muchos lo han pensado, pero no pueden elegir. Poca gente tiene la suerte de poder retirarse a los cincuenta y dos años, tan ricamente. Pero dime la verdad, Aurelio, confiesa que aquí te aburres a lo grande. ¿Cuántos habitantes tiene este pueblo?

-Unos cuatro mil. Y te aseguro que no me aburro lo más mínimo. Sabes que me gusta escribir, me dedico a poner por escrito recuerdos de toda mi vida. Y también observo, observo mucho a las personas, sus movimientos, sus costumbres. Quizá algún día escriba una novela.

– Materia no te faltará, sólo con lo de esa semana trágica…

– Sabes lo de…

– Si salió en toda la prensa…¿Cómo fue exactamente? Dos asesinatos…

– Dos asesinatos – interrumpió Aurelio -, dos suicidios y una desaparición. Todo en cuatro días.

– Para una población tan pequeña no está nada mal, y desde luego es extraño, muy extraño. ¿Qué sabes de las investigaciones?

– Lo que todo el mundo, que ya se han dado por concluidas. Sobre los crímenes no ha habido ninguna duda desde el primer momento, y sobre los suicidios tampoco.

-¿Y el desaparecido?

– Es una persona mayor de edad y mentalmente sana. Quizá ha decidido cambiar de residencia sin avisar a nadie.

– Quizá. Así que tú crees que en todo este asunto tan extraño no hay ningún misterio – dijo Fernando, decepcionado.

– Bueno, yo no diría tanto.

Fernando se animó.

– A ver, a ver, qué es eso que te tienes guardado. ¿Conocías a las víctimas? ¿Significa algo que en el caso de los crímenes hubiese una relación de parentesco?

– Tranquilo – dijo Aurelio, acompañando sus palabras con el gesto apaciguador de la mano -. Sí, conocía a las víctimas, bueno, sobre todo al matrimonio, a los demás, apenas de saludarlos por la calle, aunque sabía muchas cosas, aquí se sabe todo de todo el mundo. Precisamente la pareja había estado aquí en casa unos días antes, gente encantadora… Así que sólo tengo vagas suposiciones, leves indicios.

– ¿Suposiciones? ¿Indicios? ¿Pero de qué? Si la autoría de los homicidios y la voluntariedad de los suicidios han quedado firmemente establecidas, como decís los juristas…

– Sí, sí, tienes razón. Más que suposiciones o indicios he debido decir coincidencias o, para ser exacto, una extraña y curiosa coincidencia.

– Me tienes en ascuas.

– Los hechos sucedieron entre el 21 y el 23 de enero. Pues bien, en la semana anterior los dos homicidas, los dos suicidas y el desaparecido habían estado en un mismo lugar, aunque por separado y en momentos diferentes.

– Acaba ya. No será en el bar de la plaza…

– No. En un lugar al que nadie tiene acceso: la casa del doctor Kusev.

Fernando depositó la copa en la mesita. Se levantó de la butaca, descorrió un poco más la cortina de la ventana y habló sin dejar de mirar al exterior.

– Es ésa, ¿no? A mitad del camino que sube a la ermita.

– Sí, a kilómetro y medio del pueblo. Un gran caserón de principios del pasado siglo; abandonado, hasta que hace unos veinte años el doctor Kusev se instaló ahí.

Fernando volvió a la butaca, tomó de nuevo la copa y dio un pequeño sorbo.

– ¿Y quién es ése Kusev? – preguntó-. La última vez que vine nos cruzamos con él por la calle. Tú le saludaste y luego me comentaste algo. Pero la verdad es que no lo recuerdo.

– Cuando se estableció aquí corrió la voz de que era un gran científico, un catedrático eminente que había sido expulsado de la universidad. Hice mis averiguaciones, y era cierto. Antes de cumplir los treinta ya era una eminencia en psiquiatría y neurocirugía. Profesó en varias universidades hasta que, en la de Berlín se produjo el escándalo. Fue expulsado por graves faltas contra la deontología médica. Y entonces se retiró aquí.

-¿Y a qué se ha dedicado todo este tiempo?

– Nadie lo sabe. Pero no creas que en apariencia sea un tipo extraño, no. Baja con frecuencia al pueblo, charla con la gente, muestra interés por las personas. Y su figura, alta, recia, de aire militar y con ese cráneo braquicéfalo, podría ser la de cualquier jubilado centroeuropeo que ha venido a retirarse aquí. No es el único.

– Pero…

– Sí, pero a pesar de esa apariencia de normalidad, hay en él algo misterioso, inquietante, que ha despertado la fantasía de la gente. Para empezar, nadie ha estado nunca en su casa. Había estado, debo decir. A partir de la puesta del sol nunca se le ha visto en el pueblo. Por las noches, en el caserón, oscuro en el exterior, se producen extraños resplandores que las viejas ventanas con sus viejos postigos apenas pueden ocultar…

– ¡Frankenstein!

– Eso es lo que comentan muchos, medio en broma, medio en serio. Pero luego, cuando hablan con él, se rinden sin excepción a su simpatía y buenas maneras. La verdad es que cuando va por el pueblo actúa como un auténtico gentleman.

– Veamos. Si no lo he entendido mal, tú crees que hay una relación directa entre las visitas a Kusev y los hechos que ocurrieron a continuación.

– Por fuerza.

– Pero hay un par de cosas que no están nada claras. Una: cómo se las arregló Kusev , con su fama de Frankenstein, para atraer a esas personas. Y dos: cómo sabes que en realidad esas personas estuvieron ahí.

– A lo primero te contesto enseguida. Como sabes, la curiosidad, es uno de los principales acicates de la actividad humana. Ninguna de aquellas personas podía resistir la tentación de conocer la casa de Kusev por dentro. Y a ello hay que añadir las dotes de seducción del mismo Kusev. Una combinación que no podía fallar. Para contestarte a lo segundo necesito ayuda. (continúa)

(De Fantasías a la manera de Hoffmann)

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