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Caro Diario. Último cuaderno

cuaderno enri

Hace casi cuatro años se me ocurrió poner en el Blog, y como reclamo en Facebook, algunos fragmentos de mi Diario de adolescencia y juventud (de los 18 a los 25 años aproximadamente). El interés del asunto era el de observar desde la lejanía del tiempo lo que bullía en aquella mente, que sigue siendo esta que utilizo para pensar y escribir. Interés para mí. Para el lector, o más propiamente lectora, también hubo o creí percibir ciertos gestos de interés. O de curiosidad.

Ahora, se me ha ocurrido transcribir algunos fragmentos o pensamientos del Diario de ancianidad. El interés, para mí, consiste en comparar el joven con el viejo, los sueños de futuro con con lo realmente vivido, las emociones y reflexiones de los primeros pasos, con las emociones (si es que quedan) y reflexiones de los últimos. El interés para la lectora…está por ver.

Porque es evidente que se trata de los últimos pasos. Y es que teniendo en cuenta, el número de páginas del cuaderno en el que escribo, que lo inicié en febrero de 2013, que ya solo anoto de vez en cuando y el dato de mi edad, está claro que éste será el ÚLTIMO CUADERNO.

[Mejor leer antes: Caro Diario. Las citas]

 

8-II-13

Buena fecha para empezar un nuevo cuaderno. Hoy se cumplen 55 años de que inicié el primero.

¡55 años! ¡Y cuántos muertos por en medio! El último, MA. Pero, en fin, es lo normal. “Sabía que era mortal”, dijo Cicerón. Una perogrullada que necesitaba el refrendo de un clásico.

16-II-13

Como varias veces desde que he vuelto a vivir aquí, he pasado por delante de los Maristas. Me he detenido un momento para contemplar el edificio, y he vuelto a sentir ese golpe de nostalgia que me da en tales ocasiones.

¿Soy el mismo? Sí, pero tan lejano… Solo en esos breves instantes siento la extraña emoción de ser todavía y no ser aquel niño. Un “yo” que abarca desde entonces hasta ahora ¿quién es capaz de decir que no existe?

20-VII-13

El abismo que nos sostiene. Buen tema de reflexión para el blog. Buenísimo, si sé desarrollarlo felizmente.

La frase alude a lo siguiente. Por mucha racionalidad que haya en nuestra vida y en nuestros pensamientos, en última instancia todo se apoya en algo irracional e inexplicable. Y esto es aplicable tanto al individuo humano como a la sociedad en su conjunto. Este segundo aspecto está perfectamente ilustrado por el “sueño de nieve” de Hans Castorp de La montaña mágica.

Parece como si toda la luz y claridad del mundo se basase en la siniestra oscuridad del caos. Y a veces, con un paso equivocado, con una mirada de más ¡es tan fácil volver allá!

9-X-13

Memorias literarias, sí, pero de otra manera. Se llamará Los libros de mi vida, y será un repaso, algo melancólico, de mis lecturas – las que más me han influido -, con breves referencias al momento biográfico en que las leí.

Ya he escrito Edmondo De Amicis y Charles Dickens.

20-III-14

Siguiendo con Los libros de mi vida, empiezo el capítulo dedicado a H. Miller. Y, es inevitable, dejo un apunte de cómo lo conocí, a través de R, una de aquellas noches de ajedrez y divagaciones cuando tenía 25 años.

¡Qué perdido estaba entonces! Y sin embargo, tenía muy claro lo único que de verdad me importaba: escribir. Pero también tenía bastante claro que era incapaz de hacerlo como soñaba, y que siempre sería incapaz.

Ahora estoy en mi estudio-habitación de la recuperada vivienda de Roger de Flor. Mientras escribo esto tengo delante una librería-vitrina y, en ella, en un lugar destacado, varios ejemplares de los cinco libros ESCRITOS POR MÍ que se han publicado. Si aquel joven casi desesperado de 25 años pudiese verlo, no se lo creería.

¡Solo han pasado 49 años!

9-V-14

Acepto mi posición social y personal actual como consecuencia necesaria de mi debilidad. Hay cosas buenas. Y de las malas – que las hay – no hay otro responsable que yo mismo.

16-VI-16

No sé dónde buscar una lectura estimulante. Como las de antes. Lo malo de ser viejo es que tienes la sensación de haberlo ya visto y leído todo. Supongo que no es así. Pero cuesta encontrar algo “nuevo”.

20-I-18

Últimamente tengo a veces la impresión de que viejas partes de mí mismo van desprendiéndose de mí como costras que se caen por sí solas, sin dolor, sin apenas advertirlo. Costumbres, vicios antes muy activos van perdiendo fuerza y se me van cayendo a trozos. Es el aspecto bueno, supongo, de la inevitable pérdida de fuerza vital.

3-II-18

Esto de Los libros de mi vida me está convirtiendo en algo muy especial, en un íntimo de los genios literarios de todos los tiempos. Como en mis novelas, pero de manera diferente, siento como ellos, pienso como ellos, soy ellos. Es una gran suerte, la más grande que me ha deparado la fortuna: ir siempre acompañado, ilustrado, aleccionado por ciertos seres humanos de categoría superior. Estoy atesorando lo más selecto de la humanidad, haciéndolo mío de alguna manera. ¿Qué más se puede pedir?

18-III-18

Estoy muy satisfecho de cómo me ha salido la primera parte de Pavese. De lo mejor de esta serie. Y el motivo de mi satisfacción radica sobre todo en la sensación de haber superado, vencido, la dificultad del asunto.

Pavese es bastante inaprensible y considero un mérito haber conseguido dar una idea aproximadamente verdadera de él. Y el mérito es mayor si se tiene en cuenta que, para mí, sigue siendo muy difícil de explicármelo.

25-X-18

Ayer saqué la primera de la lista de Escritoras: Sor Juana Inés de la Cruz. No me ha quedado mal.

Una de las exigencias que me he impuesto en esta serie es prescindir de las palabras: feminismo, género, patriarcado, etc., aunque no siempre de los conceptos correspondientes. Quiero decir, aplicar mi videncia, mi sentido común de siempre evitando el actual enmarañamiento de la cuestión.

1-I-19

Primer día del año. Apenas me lo creo. El otro día imaginaba que, en cualquier momento, podía despertar con 19 años, y que todo lo que aparentemente ha seguido no ha sido más que un sueño.

Y en efecto, todo ha sido un sueño. Un sueño que no se repetirá; que, bueno o malo, está concluido, acabado.

¿Qué significa todo esto? Eterna pregunta. La cita de Mathilda, de Mary Shelley, es la respuesta más certera posible. No hay más.

[No sabemos lo que todo este vasto mundo significa; esa extraña mezcla del bien y del mal. Pero fuimos colocados aquí y se nos ordena vivir y esperar. No sé lo que tenemos que esperar; pero hay un bien que no alcanzamos a ver y debemos buscarlo; esa es nuestra tarea en la tierra.]

3-V-19

Siempre ha sido así; mi debilidad de carácter me ha impulsado a someterme a las fuerzas que escoltan y determinan mi vida. Solo en mi imaginación he sido independiente y libre…pero es ahí donde se edifica todo lo que realmente me interesa.

16-VI-19

Me pregunto cuál ha sido el sentido de mi vida. Y me respondo que no ha sido otro que realizar mis sueños. Pero estos sueños apenas se han realizado, es decir, se han cumplido solo en una parte pequeña y casi ridícula. Y además, solo en su aspecto formal: ser escritor. Pero no en su contenido: develar el misterio y la esencia del mundo, llegar a comprenderlo todo. Demasiado ambicioso, se dirá. Además, los que han llegado al cumplimiento de algo parecido pocas veces parecen razonablemente felices. ¿Entonces? ¿Es tan importante eso? ¿Para qué sirve?

3-IX-19

Ayer tarde, en la soledad de un sillón encarado al exterior de la Biblioteca SF, me sorprendí pensando esto: ¿qué pretende esa inquietud interior, subterránea, que nunca cesa? ¿A qué obedece? ¿Puede apaciguarse con algo? Difícil saberlo. Por lo general, ni siquiera soy consciente de que esa inquietud no cesa de agitarse en mi interior. Pienso que todo lo que necesito para alcanzar la paz perfecta es acallarla. O satisfacerla. ¿Pero con qué?

22-XI-19

Otra decepción. Creía que CJ aceptaría Ovidio y Wilde para la filial de H en Madrid. Y resulta que no. ¿Es mi destino?

Es como funciona el mundo. Aquí no entra el destino. O sí. Cuando aquél dijo “el destino es el carácter” lo dijo todo. Si mi carácter fuese como el de los que saben venderse, las cosas serían muy distintas.

¿Y el valor objetivo de las obras? Sí, esto suele determinarse más o menos acertadamente tras el paso de décadas o siglos. Y mientras, los que por su carácter no supieron acceder al nivel de selección de los buenos ¿qué pasa con ellos? Nada, que no existen. Eso es todo.

Y ahora pienso en Enoch Soames, de Beerbohm. El ingenio más agudo aplicado a la literatura.

En la vida y en el arte – dijo – todo cuanto importa tiene un final inevitable.

29-II-20

Después de semanas investigando sobre Sylvia Plath parece que voy a llegar a la conclusión de que no, de que no es un personaje que me motive lo suficiente. Quizá no la entiendo bien; quizá sí entiendo que se trata de una persona supersensible y bastante desequilibrada, que tiene la habilidad de escribir versos para dar un atisbo de sus temblores inexplicables. Pero todo eso no constituye una escritora que me motive lo suficiente. La dificultad de entrar en sus poemas, por mi parte, no se debe solo al problema del idioma, pues esta dificultad debiera darse igualmente en Dickinson, y no se da. Total, que ya veremos. Pero estoy a punto de sacarla de la lista.

Observo además por mi parte una especie de cansancio. Alarmante. Pues es el tipo de cansancio que me sobrevino hace un tiempo a propósito de las novelas y que amenaza ahora con extenderse a toda la creación literaria. ¿Qué sería de mí entonces?

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Ricardo Piglia y los cambios extremos

Rompiendo una costumbre mía absurda e injustificable me he puesto a leer a un escritor actual. No es que haya decidido pasarme a la actualidad rabiosa, Dios me libre, sino que pienso que quizá sean convenientes estas breves y muy espaciadas incursiones en la literatura del presente. La última fue hace unos tres años con Vila-Matas. Y no me arrepiento en absoluto. De todo se aprende.

Ahora se trata de Ricado Piglia, un escritor argentino, de mi edad, que ha alcanzado tal fama que se le considera uno de los mejores escritores en lengua castellana de nuestros tiempos (no sé si él utiliza “castellana” o “española”, es tema que tiene mucho jugo y tal vez un día me dedique a exprimirlo).

Leo Los diarios de Emilio Renzi, diario fingido de un señor, que viene a ser el mismo Piglia, y lo primero que me sorprende es la similitud conmigo en el tema de las primeras lecturas e intereses. Habla incluso de Corazón, de Edmondo De Amicis, y se refiere a los libros de su vida como yo a los libros de mi vida en este mismo blog. Cosa generacional, supongo.

Otro detalle que me ha llamado la atención es su consideración de los cambios de opinión (de chaqueta en algunos casos) de algunos compañeros de su juventud. Es algo sobre lo que yo he reflexionado en ocasiones para mí mismo: la extraña mutación que a veces se produce en individuos de la extrema izquierda que se ven lanzados a la más extrema derecha. Y cuanto más extremo es el punto de partida, más extremo es el de destino, en el otro lado, se entiende. He conocido algunos casos. Personalmente, virtualmente y por la prensa.

Uno de los más famosos fue el de cierto escritor y profesor universitario español, cuyo nombre ha sonado especialmente estos días con ocasión de la presentación de una novela suya, que pasó del izquierdismo revolucionario más extremo a lo más extremo del derechismo español, que ya es pasarse. ¿Cómo se explica?

Un ex compañero suyo, el activista italiano Toni Negri, se lo explica de la manera más cómoda: se ha vuelto loco. Pero yo creo que es más aguda y realista la razón que da Piglia a propósito de sus antiguos compañeros (no sé si tan extremosos como el aludido):

Mis viejos amigos, en cambio, a medida que envejecen aspiran a ser lo que antes odiaban, todo lo que detestaban ahora lo admiran, ya que no pudimos cambiar nada, piensan, cambiemos de parecer…

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Corazón. Arte y patriotismo. La «crucifixión rosada» del poeta. (A.E.P.6)

ALTER.- ¿Recuerdas cuál fue el primer libro que leíste?

EGO.- Perfectamente. Aparte cuentos infantiles, el primer libro que leí fue Corazón, de Edmondo De Amicis. Tenía ocho años.

ALTER.- ¿Y ahora?

EGO.- Ahora, ¿qué?

ALTER.- ¿Qué edad tienes ahora?

EGO.- ¿Importa mucho?

ALTER.- Claro que importa. ¿Cómo vamos a saber en qué circunstancias político-sociales un niño de ocho años leía Corazón, si no sabemos de qué época se trata?

EGO.- De acuerdo. Puesto a ser objeto de investigación paleontológica, confesaré que tengo sesenta y tres añosy estamos en el verano del 2003 y lo de «político-sociales» no quiero volver a oírtelo decir.

ALTER.- O sea, que eso ocurría a finales de los cuarenta. ¿Era un libro recomendado para niños?

EGO.- Era un libro dirigido a los niños, por supuesto. Pero en España no era un libro recomendado para niños, al menos oficialmente. Consistía en el supuesto diario de un niño de nueve años a lo largo de todo un curso escolar, interrumpido por unos relatos

ALTER.- Sí, claro, Marco era uno de los relatos, ¿no? El de la serie de televisión. Ya sabía que me sonaba de algo

EGO.- De los Apeninos a los Andes, se llamaba ¿y tú qué edad tienes?

ALTER.- ¿Importa mucho eso?

EGO.- Claro, ¿cómo vamos a saber en qué mundo aprendiste lo poco que sabes, si no sabemos de qué época se trata?

ALTER.- De acuerdo. Tengo treinta años. ¿Está bien así?

EGO.- Sí, treinta años está bienUna de las primeras generaciones formadas totalmente con la televisiónaunque eso ya alcanza a los que ahora tienen cuarentaPues te decía que, aunque iba dirigido a los niños, contenía algún aspecto que lo incapacitaba como lectura recomendada por las autoridades escolares del Régimen (que era como se llamaba entones el franquismo). Su laicismo. Su laicismo es absoluto, la religión no aparece para nada.

ALTER.- Era italiano, ¿no?

EGO.- Sí, y escrito a finales del siglo XIX. Es un ejemplo de lo que se suele llamar «literatura de los buenos sentimientos», dicho sea en este caso sin ninguna connotación peyorativa. La honradez, la amistad, el trabajo, el amor filial, el compañerismo, el deber, el patriotismo

ALTER.- ¿El patriotismo?

EGO.- Sí, hoy puede parecer raro que el patriotismo se incluya entre los buenos sentimientos, pero piensa que, cuando fue escrito, hacía poco que Italia había salido de las guerras de unificación y, después de siglos de humillaciones, fragmentaciones y dominaciones extranjeras, el sentimiento de una patria unida en la que todos los italianos fuesen libres e iguales adquiría un valor extraordinario.

ALTER.- Un patriotismo muy diferente del que se imponía por aquí.

EGO.- Nada que ver. Aunque, pensándolo bienno séhabría que ver si no fue ese mismo patriotismo el que condujo al fascismo de Mussolini. Es cierto que tal deriva no podía estar en la mente de De Amicis, que era socialistapero no es menos cierto que Mussolini también había sido socialista.

ALTER.- Ergo

EGO.- Ergo el patriotismo es una planta peligrosa. En condiciones adversas puede ser un buen tónico para la sociedad, pero administrada por el poder

ALTER.- ¿Puede un artista ser patriota?

EGO.- Puede, como puede ser comunista, o reaccionario, o diabético. De eso ya hablamos en la primera jornada ¿recuerdas? Creo que la pregunta deberías formularla así: ¿es habitual entre los artistas el ideario nacionalista o el sentimiento patriótico?

ALTER.- Dala por formulada, maestro.

EGO.- Pues bien, yo creo que no. Primero, por una razón histórica. Y es que entre la caída de Roma y la Revolución francesa el nacionalismo y su correspondiente patriotismo tal como hoy los entendemos, simplemente no existieron, con lo que los artistas de todos esos siglos se ahorraron el dilema o quién sabe si la angustia de sentirse o no patriotas. Las lealtades iban en otro sentido: el señor natural, la religión, el rey. Otra razón, que no será aceptada por todos, es que el mismo espíritu del arte, que siempre tiende a derribar fronteras, le hace incompatible con una visión limitada de sus logros o aspiraciones por razones étnicas o geográficas. Goethe, que por supuesto era de esta opinión, decía que el patriotismo es el orgullo más barato.

ALTER.- Y sin embargo, no es pequeño el número de poetas que han cantado a la patria.

EGO.- De acuerdo, pero sobre todo en los momentos de opresión de un pueblo. Es lo que te he dicho antes sobre la planta peligrosa, y que ahora te repito con un ejemplo: no es lo mismo el canto a la patria de Espronceda, antinapoleónico, que el canto a la patria de Pemán, directamente fascista.

ALTER.- Y el Filósofo, qué decía del asunto.

EGO.- Cosas espantosaspara los patriotas alemanes, naturalmente. Llegó a escribir que, por si acaso moría de repente y para que no quedase ninguna duda, dejaba constancia de su desprecio por la nación alemana y de su vergüenza por pertenecer a ella.

ALTER.- Muy fuerte, ¿no?Ego, ¿por qué no cambiamos de tema? No séme sientoincómodo.

EGO.- Se comprende. Es un tema muy delicado, y altamente sensible. Una discrepancia sobre literatura puede hacer correr ríos de tinta; una discrepancia sobre esto de que hablábamos puede hacer correr ríos de sangre. De hecho, en toda la historia de Europa, aparte subyacentes razones económicas, los únicos motivos alegados para guerras y matanzas han sido religiosos o nacionales.

ALTER.- ¿Y cómo hemos venido a parar aquí?

EGO.- Edmondo De Amicis nos ha traído, y su patriotismo bueno. Pero podemos corregir el derrotero.

ALTER.- Estupendo. ¿Recuerdas alguna otra lectura de tu infancia que merezca la pena mencionar?

EGO.- Sí, claro, David Copperfield de Charles Dickens. Lo leí a los doce años, y me dejó fascinado.

ALTER.- ¿Qué es lo que te fascinó?

EGO.- El mundo que se iba desplegando a medida que yo iba leyendo, un mundo con personajes y situaciones curiosos, extravagantes, inconcebibles en la vida cotidiana, perfectamente pautada, del niño que yo era, y sin embargo, tan reales. Había que ser un mago para crear todo aquello. Por primera vez tuve conciencia de la importancia del escritor y de la escritura. Así que acabé de leer David Copperfield, intenté empezar a escribir. Es la primera lectura estimulante que recuerdo.

ALTER.- ¿Estimulante?

EGO.- Me refiero a un tipo de obras que, sin ser necesariamente de lo mejor, tienen la virtud de estimular en mí el impulso creador.

ALTER.- ¿Qué otras lecturas estimulantes recuerdas?

EGO.- No séahoraAllan Poe, sí. Leer un relato suyo y sentir la necesidad de escribir algo semejante eran una misma cosa. Baroja, seguro. Goethe, por supuesto, o más exactamente el Werther. Henry Miller, también

ALTER.- ¿El que fue marido de Marylin Monroe?

EGO.- No, ése es Arthur, el dramaturgo. Me refiero a Henry

ALTER.- Ah, ya, el pornográfico, Trópico de Cáncer y todo eso. Y en qué sentido te era estimulante, si no es indiscreta la pregunta.

EGO.- Cuando le leí, hacia el 65, aquí se vendía clandestinamente, precisamente por pornográfico. Sin embargo eso es sólo un aspecto de su obra. Lo que yo descubrí en Henry Miller fue un hombre libre, con una tremenda vocación de escritor, por una parte apegado a los aspectos más elementales de la vida y, por otra, muy consciente de que, al transmutarse en escritura, esa vida elemental, por sentida y dolorosa que sea, no tiene otro significado que el de ser materia literaria y que, por tanto, esa crucifixión a que nos somete la existencia no es del todo real sino más bien ficticia, como de broma, «rosada». Ése es el sentido de su trilogía La crucifixión rosada, formada por la novelas Sexus, Nexus y Plexus. Por otra parte, aunque no siempre se ponga de relieve, esa dualidad pasión-contemplación es propia no sólo de Henry Miller sino de todo poeta. Y llamo poeta a todo creador literario cualquiera que sea el género en que se exprese.

ALTER.- ¿Quieres decir que en la vida real el poeta no sufre como el resto de los mortales?

EGO.- Claro que sufre, y quizá más. Lo que quiero decir es que, para el hombre normal, el sufrimiento es sólo sufrimiento (y quizá también prueba o expiación), mientras que para el poeta es, además, otra cosa: un acontecimiento objetivo subordinado al plan general de su creación. Y eso, esa especial relación que tiene con la vida cotidiana, es algo que se nota y que, por lo general, no se perdona, porque le presta una aureola de distanciamiento, de superioridad, que el no poeta atribuye a fingimiento o falsedad.

ALTER.- No sé si te entiendo. ¿Podrías explicarte mejor?

EGO.- Thomas Mann, en su novela Carlota en Weimar imagina que cuarenta años después de los días de la supuesta pasión que el joven Goethe sintió por la joven Carlota y que le inspiró su novela Werther, ésta va a visitarlo, y que ambos, cada cual por su lado y luego brevemente en común, reflexionan sobre aquellas antiguas vivencias. Lo que Carlota recuerda es un joven aparentemente apasionado y rendido y que, sin embargo, no se entrega del todo, como si se reservase algo para sí mismo, como si estuviese de alguna manera por encima del acontecimiento. Y es esta actitud del presunto enamorado y no el compromiso matrimonial que la liga a Kestner lo que determina que Carlota no acepte al joven poeta. Y es que Carlota es una mujer normal, y para las personas normales, para las que la vida no es más que la vida, la actitud del poeta, para el que la vida es además símbolo, resulta siempre sospechosa. Y se comprende: es como jugar con alguien que sabes que tiene alguna carta escondida.

ALTER.- Luego, el poeta hace trampas en la vida.

EGO.- ¡Pobre poeta! Por lo general es el ser menos dotado para hacer trampas, el menos hábil para conducirse astutamente en sociedad. En las batallas cotidianas siempre tiene las de perder. Pero, por otro lado, esa actitud de superioridad manifiesta frente a los que viven la vida a ras de tierra es algo que incomoda y que hasta ofende. La gente común, incluidas las Carlotas más refinadas, intuyen que no es uno de los suyos, y lo rechazan.

ALTER.- ¿Y no podría el poeta descender hasta la gente común para intentar elevarlos a su altura, en vez de autosatisfacerse en su contemplativa superioridad?

EGO.- Lo intenta, pero en otro terreno. En la vida social, incluso en la vida íntima amorosa es imposible que se exprese como debiera. Simplemente no sabe o no puede. Y es que el tesoro oculto que todo poeta guarda en su interior sólo puede manifestarse a través de su obra.

ALTER.- A ver, si no he entendido mal, todo eso viene de una teoría de Thomas Mann, pero tú ¿hasta qué punto la compartes?

EGO.- Hasta el punto de que no te sabría decir si «todo eso» lo he sacado directamente de la novela de Mann o me lo he montado yo a partir de una interpretación personal de algún punto de esa novela. Digo esto porque, hace días, queriendo corroborar la idea, casi me leí de nuevo toda Carlota en Weimar y no conseguí dar con el pasaje de marras.

ALTER.- O sea, que quizá la idea no es de Mann sino tuya.

EGO.- No diría tanto. En todo caso, si es mía, seguro que se me ocurrió, o se me confirmó, leyendo la novela de Mann.

(De Alter, Ego y el plan)

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Los libros de mi vida, segundo paréntesis

Sí, el segundo. Porque el primero, aunque no se decía expresamente, era el que introduje a propósito de la decisión de incluir a Marx en la lista.

Ocurre que en esto del escribir, como en todo en la vida, uno hace su plan y luego, al aplicarlo, se encuentra con una serie de incidencias impensadas que le obligan a variarlo en plena ejecución y hasta a justificar el porqué de las variaciones.

En el primer paréntesis, se trataba de la modificación de la lista de escritores establecida para añadir uno que sin duda debía estar y que yo no había tenido en cuenta. En este segundo, la cosa es más difícil de explicar. Procuraré hacerlo.

En mi declaración de intenciones anuncié que esta especie de ensayo consistiría en «comentarios de los libros y autores que más me han influido, junto con alguna pincelada del momento, personal y social, en que los leí». Propósito que he cumplido rigurosamente hasta ahora. Pero, de pronto, al encararme con el autor siguiente, me encuentro con que la cosa no va exactamente por ahí.

En efecto, puedo decir que De Amicis o Papini o Goethe han influido decisivamente en mi evolución intelectual y personal. Pero no creo que pueda de decir que, de la misma o parecida manera, me han influido Borges o Musil o Thomas Mann. Entonces ¿por qué los he incluido? ¿Será porque los considero entre los mejores escritores de la historia? Quizá. Pero, si es así, ¿cómo se explica la ausencia de Cervantes o Shakespeare, entre otros varios? No sé… Pero me parece que me estoy imponiendo demasiadas obligaciones, y no hay para tanto.

Solo quería anunciar a la selecta sociedad de mis lectores este mi reciente descubrimiento: que, en adelante, la mayoría de los escritores que han de pasar por aquí no lo harán porque hayan influido en mí decisivamente, ni porque los considere cúspides de la literatura universal (o quizá sí, para mí), sino porque hicieron impacto en mi corazón de lector (y, en algunos casos, en el de escritor) y nunca los podré olvidar.

Por ejemplo, Dostoyevski.

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Edmondo De Amicis o los buenos sentimientos II

Edmondo De Amicis nació en 1846. Muy joven, ingresó en el ejército y a los veinte años participó como oficial en la batalla de Custoza, librada por la joven Italia contra la viejísima Austria en uno de los varios intentos de arrebatarle a la anciana las tierras itálicas que aún controlaba. La batalla la perdió Italia, pero el objetivo se alcanzó poco después gracias a las presiones diplomáticas de los enemigos del enemigo, es decir, de Prusia y Francia.

Todavía en el ejército, dirigió la revista L’Italia Militare. Y digo “todavía” porque, con la publicación de unas novelas cortas y de unos recuerdos de la vida militar, le cogió tanto gusto a la cosa de escribir que, a los veinticinco años, dejó el ejército para dedicarse exclusivamente a las letras, sobre todo, al principio, a la literatura de viajes. Londres, Marruecos, Constantinopla y España (aquí, durante el breve reinado de Amadeo de Saboya) fueron algunos de los lugares objeto de sus crónicas.

Pero su fama de escritor le llegaría tras la publicación de las novelas Un amigo y Corazón (1886), esa que escribió pensando en mí y en millones de niños como yo, y que yo le agradezco y le agradeceré siempre. El libro alcanzó un éxito inmediato y, en poco tiempo, se tradujo a casi todos los idiomas europeos.

Parece que fue la inmersión en el mundo de la educación infantil, necesaria para la escritura de Corazón, lo que avivó en él su interés por los problemas de la enseñanza en general y de la educación de las clases populares en particular, y este interés o preocupación por los problemas sociales le llevó a posturas cada vez más radicales hasta ingresar en el partido socialista. El nacionalismo ingenuo quedaba atrás. Pero solo un poco atrás. Porque De Amicis nunca renegó del patriotismo ni de su pasado militar.

Pero si una constante hay en la obra de De Amicis, es aquella especie de ingenua ostentación de los buenos sentimientos. El niño rico ayuda al pobre, el inteligente al torpe; el maestro enseña que no se debe menospreciar a nadie por su condición social; el padre aconseja al hijo sobre valores tales como el trabajo, el esfuerzo, el patriotismo. Y es que todos se sienten hermanos, como hijos orgullosos que son de la madre Italia.

¿Y Dios?… Ni está ni se le espera. Como tampoco la Iglesia ni el Demonio. Este detalle, esta ausencia, constituye el muro – y sin embargo, para mí entonces inadvertido – que separaba aquel mundo infantil del mío. Ausencia que no pasó desapercibida a los administradores y seguidores de la trilogía mencionada, y que le valdría al autor la sospecha de masón, cosa, por otra parte, que no estaba mal vista por la mitad avanzada y dominante de la Italia de la época.

Detalles aparte, lo cierto es que Corazón, con su derroche de humanidad y de buenos sentimientos fue la mejor introducción que pude tener a la lectura y al mundo.

Del autor no sabía nada. Ni cuando lo leí, ni cuando lo releí, ni en el momento mismo de ponerme a escribir esto. Pero algo tendré que conocer, me dije. No se puede escribir sobre la obra de un autor sin saber absolutamente nada de su vida (o quizá sí). Así que empecé a buscar y consultar. Y parecerá extraño, pero prácticamente todo lo consultado ya lo he expuesto aquí. Y es que, en el breve trabajo de investigación biográfica, llegó un momento en que vi que todo amenazaba con venirse abajo. No quise saber más.

De Amicis es y será siempre para mí el escritor de los buenos sentimientos, el mago que mostró a un niño de ocho años los aspectos amables de la vida, entre ellos – el más grande – el prodigio de leer.

(De Los libros de mi vida)

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Edmondo De Amicis o los buenos sentimientos I

Con escasas excepciones, las personas que más han influido en mi vida ya estaban muertas cuando yo nací. La mayoría, hace ya mucho tiempo. Y hace años también – tantos como tengo, menos ocho – que di con la primera de ellas.

Se llamaba Edmondo De Amicis y era italiano. Amaneció en casa la mañana de Reyes de 1948, junto con algunos juguetes en principio más ilusionantes para los pequeños que la habitábamos. Yo apenas hacía dos años que había aprendido a leer y aquél era el primer libro serio (no cuento infantil) que caía en mis manos.

Corazón (Cuore) era el título y lucía una presentación perfecta, obra de Ediciones Peuser, de Buenos Aires. La letra grande, clara; los espacios, generosos; las ilustraciones, cautivadoras, sugerentes, unas en negro, en las páginas del mismo texto y otras en color, en láminas insertadas; la traducción, correcta, con algunos italianismos o argentinismos muy comprensibles. Naturalmente, estas observaciones no corresponden a la época en que leí el libro por primera vez; son fruto de posteriores lecturas.

Lo que quizá me atrajo cuando me asomé por primera vez al libro fue la similitud entre lo que en él se cuenta y lo que yo vivía entonces. Similitud relativa, cierto, y hasta a veces inexistente, sobre todo visto el asunto desde aquí y ahora, pero suficiente para encandilar a un niño de ocho años.

Corazón consiste en el diario que escribe un niño de nueve años, Enrico Bottini, contando sus experiencias escolares: los maestros y sus enseñanzas, los padres y sus consejos, los compañeros, las familias de algunos compañeros, las historias que se van intercalando (una de ellas, De los Apeninos a los Andes, había de alcanzar popularidad extraliteraria gracias a la televisión y a los dibujos made in Japan, con el nombre de Marco).

Sí, las experiencias que yo vivía en aquel momento guardaban cierto parecido con las que se mostraban en el libro. Pero las diferencias eran notables: mi colegio estaba regentado por religiosos (Hermanos Maristas) en un momento en que, después de la guerra civil española, se había impuesto el llamado nacional-catolicismo; el de Enrico, por laicos (escuela pública italiana), de matiz humanista y claramente progresista. Y de esta diferencia se derivaban todas las demás.

La verdad era que la España de la década de los cuarenta del siglo pasado no se parecía en nada a la Italia de la década de los ochenta del siglo XIX, años en que se escribió el libro. Y era normal. Aquella España acababa de salir de una guerra fratricida, tras la que se había impuesto la parte menos humanista y progresista del país, por decirlo de alguna manera. Aquella Italia hacía poco más de una década que, tras episodios también sangrientos, había conseguido la unidad de las tierras y pueblos de la península y se había constituido en un Estado-Nación, del que prácticamente todos, con independencia de ideologías o credos, se sentían orgullosos.

Había nacido el patriotismo italiano. El más joven de Europa. Y, como todo lo joven, quizá el más limpio y espontáneo. En ese ambiente vivió y escribió el autor de Corazón. (continúa)

(De Los libros de mi vida)

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