“¿A cuánto estamos?”
“A 22, Excelencia.”
“Entonces ha empezado ya la primavera y nos podremos reponer pronto”.
Dan las nueve. Se sienta nuevamente en la butaca, junto a su cama, y, después de haber dedicado a la lucha de la vida ocho decenios, dedica a la lucha con la muerte una mañana; cae finalmente en un sueño ligero durante el cual sueña hablando. Sus amigos oyen:
“¡Qué hermosa cabeza de mujer!… Con bucles negros…¡qué espléndidos colores… sobre un fondo sombrío!…”
Luego dice:
“Pero abran las persianas, que entre más luz…”
Y después:
“Federico, dame esa carpeta que está ahí con los dibujos…no, el libro no, la carpeta…”; – y como no
A las diez pide un poco de vino. Luego, deja de hablar. Pero aún mira una vez a Odilia, y he aquí las últimas palabras de Goethe:
“Ven, hijita, dame la patita.”
Mas el espíritu aún no se había apagado, pues – medio dormido ya – empezó con el dedo corazón de la mano derecha a trazar signos en el aire, hasta que la mano fue cayendo lentamente… Se creyó reconocer en el primero la letra W.
Después, se arrellanó cómodamente en su butaca y desapareció a la misma hora en que había nacido: cerca del mediodía…
(De Goethe. Historia de un hombre, por Emil Ludwig. Traducción, Ricardo Baeza. Editorial Juventud S.A. Barcelona, 1932)