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El Carnaval visto por Larra visto por mí

Los carnavales están hechos para divertirse, dicen. Pues yo he de confesarte que, desde que se restauraron en todo su esplendor, no he encontrado en ellos otra cosa que un fácil motivo literario (¿quién puede sustraerse a la transparente simbología que los usos y abusos de esas fiestas ofrecen al escritor de costumbres?), pero divertirme, lo que se dice divertirme, si es que alguna vez he pensado seriamente en ello, nunca se me ha ocurrido asociarlo con el Carnaval…

«¿Me conoces?» «Te conozco», dícense sin cesar las máscaras como pronunciando la fórmula precisa de un misterioso ritual. Este es el eje central de toda la ceremonia…y, ahora que lo pienso, también de toda la vida social, porque, en el fondo, toda comunicación humana no consiste en otra cosa que en escenificaciones varias de ese mismo ritual. Uno se pone la máscara más respetable y le dice con palabras cifradas al otro «¿me conoces? ¿sabes en realidad lo que pretendo y lo que espero de ti?» Y el otro estudia, comprende y responde con palabras cifradas «te conozco, no tienes por qué preocuparte, ya he entendido lo que a los dos nos conviene».

¿Me conoces?, me pregunta con cifradas y rudas palabras el marido digno pero prudente; te conozco, le respondo con mis propias palabras cifradas. ¿Me conoces?, me pregunta con cifradas y suaves palabras el manso y fiel guardián del honor familiar; te conozco, le respondo con mis propias palabras cifradas. ¿Me conoces?, me pregunta con leyes y decretos y programas (que son las palabras más cifradas que existen) Don Juan Álvarez Mendizábal; te conozco, le respondo con mi nada cifrado artículo Dios nos asista, que es como para darse por muy bien conocido y no estar encantado de ello precisamente.

(De El corzo herido de muerte)

carnaval 

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Larra, la sociedad y el amor

[DOLORES] – Le han prometido la Secretaría de la Capitanía General de Filipinas.

[LARRA] – ¡Qué dices, mi amor! Esa es una buena noticia. Cambronero a Filipinas, ahí es nada. ¿Por qué no me lo habías dicho antes?

-No creo que tenga tanta importancia; piensa que, aunque me quede, mi situación seguirá siendo la misma, seguiré siendo una mujer casada.

-¿Aunque te quedes? ¿Qué significan esas palabras? ¿Quieres decir que se te ha pasado por la cabeza acompañarle?

-Él me lo ha propuesto; me ha escrito que, si finalmente le dan la plaza y yo acepto acompañarle, lo olvidará todo y será como empezar de nuevo.

-¿Y tú qué le has dicho?

-Nada, no le he contestado.

-Pero, cuando le contestes, ¿qué le dirás?

-¿Tú qué crees, amor mío?

.

Eso, yo qué creo. Buena pregunta. ¿Qué se puede creer cuando juegan a la vez sentimientos, intereses, mujer, palabras? Y sin embargo, se cree; se cree porque hay que tener fe y esperanza y caridad y todas las virtudes teologales o cardinales o como sea que se llamen, si se quiere mantener en pie la vida, y me refiero a la vida verdadera, que la otra, la que mantienen la mayoría de los llamados seres humanos no es vida propiamente, sino un conjunto de funciones vegetales y animales que no necesitan más virtud para mantenerse que la de saber procurarse el bocado a tiempo.

Y durante aquellos meses creí…quizá demasiado y en demasiadas cosas. Creí en el amor, creí en la amistad, creí en la política, creí en los españoles, hasta en el matrimonio creí, ahí tienes mi doble artículo sobre el Antony de Dumas, donde por cierto, desde mi extraño papel de moralista estricto fallé la sentencia sobre mi propio caso: «cuando un hombre y una mujer se ponen en lucha con las leyes recibidas en la sociedad, perece el más débil, es decir, el hombre y la mujer, no la sociedad».

Pero aquella cantidad ingente de fe no alcanzaba a cubrir la acción política de Don Juan Álvarez Mendizábal, y es que la capacidad de la fe para obrar milagros tiene su límite, como todo en este mundo. Tampoco la Reina Gobernadora creía en su ministro, aunque por diferentes razones, de manera que aprovechó el enfrentamiento surgido entre el ministro y el Presidente del Estamento de Procuradores, Istúriz, para obtener la dimisión de aquél y poner a éste al frente del gobierno. Y hete aquí que el 22 de mayo Istúriz disuelve las Cortes y convoca elecciones, y hete aquí que el flamante ministro de Gobernación, Don Ángel Saavedra, Duque de Rivas, me convoca a mí y me propone que me presente a diputado en la lista del gobierno, y hete aquí que yo, que estoy rebosante de fe, de esperanza y casi de caridad, digo que sí y convoco a mi vez a Carrero y Ceruti, y hete aquí que Carrero y Ceruti convocan a Acilú, Balboa y otros diablos menores, a quienes yo vendo parte de mi alma creyente y esperanzada a cambio de que mi candidatura vaya libre y expedita…¿Te das cuenta, amigo Ventura, de la cantidad de fe que se requiere para todo eso? Pues bien, yo la tenía.

-¿Tú qué crees, amor mío?

Todo, lo creo todo, absolutamente todo. ¿Que no se puede ser tan ingenuo? Debes comprenderlo: yo estaba muy enamorado y quería vivir. A propósito, ¿se puede vivir sin estar enamorado? ¿Se puede amar sin tener fe? ¿Conoces tú las respuestas? Yo sí, y todas apuntan al mismo final. 

(De El corzo herido de muerte)

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