Archivo de la etiqueta: Juan Ramón Jiménez

Democracia. Progreso. Transgresión (A.E.P.2)

aep2 davidALTER.- Pero, ¿de verdad hay individuos excepcionales? ¿No estamos hechos todos de la misma materia?

EGO.- Sí, la materia es la misma, pero los resultados pueden ser muy diferentes, tan diferentes como lo son entre sí un enano de jardín y el David de Miguel Angel.

ALTER.- Antes has hablado de jerarquías, ahora de individuos excepcionales. No sé creo advertir en tus posturas cierto tufillo antidemocrático.

EGO.- ¿No pensarás acusarme de semejante herejía? La democracia es el dogma de nuestra época, y no me entiendas mal. Lo que quiero decir es que ninguna persona civilizada puede manifestarse en contra, del mismo modo que en la Edad Media nadie podía manifestarse contra el dogma de la religión revelada. No, sinceramente, no estoy en contra de la democracia política.

ALTER.- En el adjetivo “política” creo advertir un pero.

EGO.- Por supuesto. Y es que hay una enorme confusión en todo esto, que convendría aclarar. Para empezar, hay que dejar claro que la igualdad no significa que todos seamos iguales, cosa que contradice la evidencia, sino que todos hemos de tener iguales oportunidades. Y la democracia no significa que todas las opiniones valgan lo mismo, cosa que también contradice la evidencia, sino que en los asuntos públicos, en la administración de las cosas comunes, ha de prevalecer el criterio de la mayoría, siempre controlada por las minorías. Ir más allá supondría, de hecho supone, un empobrecimiento espantoso del espíritu humano.

ALTER.- Quieres decir que la democracia no cabe en el arte, por ejemplo.

EGO.- Ni en el arte, ni en la ciencia, ni en la filosofía, ni en la religión ni en ninguna actividad que requiera formación, sensibilidad y un esfuerzo constante por ensanchar los límites del ser humano. La masa tiende a lo fácil y primario, por eso se le puede dejar la “administración de las cosas”, porque es una tarea de simple sentido común, aunque a veces no lo parezca. Pero si se le permite que decida en cuestiones de arte, nos conduce directa y rápidamente a la basura.

ALTER.- Pues si no la mayoría, ¿quién entonces ha de decidir en cuestiones de arte?

EGO.- La “inmensa minoría”, de que hablaba Juan Ramón Jiménez, y por supuesto, la posteridad.

ALTER.- De la posteridad ya hemos hablado, pero eso de la inmensa minoría, cómo hay que entenderlo.

EGO.- Yo lo entiendo como el conjunto de personas, de lectores en este caso, que tienen una sensibilidad y unos intereses afines a los del artista creador. Creo que el poeta pensaba en esto cuando acuñó la expresión. Claro que lo de “inmensa” se ha de entender en números absolutos, no relativos, porque ¿cuántas personas crees que hay interesadas en la poesía en todo el mundo? Algún millón, sin dudalo que representan menos del uno por mil de la población mundial. Pero son esas personas las que constituyen la auténtica aristocracia de la humanidad, los únicos jueces válidos en cuestiones artísticasLo que no impide que sus fallos sobre los contemporáneos sean con frecuencia erróneos, y tengan que ser corregidos por el tribunal supremo de la posteridad.

ALTER.- Pero tú hablas del fallo de la posteridad como de algo definitivo, inalterable, cuando lo cierto, o al menos me lo parece, es que, con el paso del tiempo, esos fallos se van modificando, a veces radicalmente.

EGO.- En efecto, y yo mismo te pondré un ejemplo. Para los dramaturgos franceses de los siglos XVII y XVIII Shakespeare era un bárbaro; uno o dos siglos después, para los dramaturgos románticos Shakespeare era un dios, mientras que los franceses mencionados eran considerados auténticos peñascos. Pero en estas variaciones, más que la calidad, interviene la moda, los gustos de la época. De todos modos, está claro que el fallo no puede darlo una sola generación, sino el conjunto de varias generaciones.

ALTER.- Si quieres que te diga la verdad, todo eso me parece bastante problemático y subjetivo.

EGO.- Y  lo es, naturalmente.

ALTER.- Así que, según tú, no existe un criterio objetivo para valorar el arte.

EGO.- Para detectarlo, para reconocerlo, sí. Está la prueba de la catarsis, de que antes hemos hablado. Pero la valoración propiamente dicha, es decir, la tarea de jerarquización será siempre subjetiva. La ciencia posee métodos objetivos para comprobar el acierto de sus investigaciones, y cada acierto constituye un progreso, que prepara el terreno para futuras investigaciones. Pero en el arte no hay progreso.

ALTER.- Dices que en el arte no hay progreso, pero un escritor ¿no aprende de sus antecesores? ¿No va mejorando con el tiempo sus modos de expresión? Yo entiendo que a eso se le puede llamar progreso.

EGO.- Lo que quiero decir es que, a diferencia del científico, el artista no necesita apoyarse en los logros de sus antecesores, otra cosa es que lo haga por razones de modas o tendencias. Cada obra de arte es autónoma y válida en sí misma. La astronomía moderna constituye un progreso frente a la astronomía de Tolomeo, pero El Castillo de Kafka no constituye un progreso frente a la Divina Comedia de Dante: ambas son obras cumbre de la literatura mundial, sin que el tiempo ni los “descubrimientos” que median entre una y otra tengan ninguna relevancia en sus respectivos méritos artísticos. Y entiendo que cada obra de arte es autónoma y válida en sí misma porque no ha de responder ante ninguna verdad o realidad ajena a ella misma. Su único deber es ser fiel a la verdad que ella crea.

ALTER.- Pero hay un arte realista que pretende

EGO.- No, no hay ningún arte realista stricto sensu. Todo arte inventa su propia realidad. La literatura que pretende describir la realidad “tal cual es” está creando otra realidad distinta de la que afirma describir. Ni siquiera el reportaje documental o periodístico es mera reproducción de la realidad. Esto los lectores de periódicos lo sabemos muy bien.

ALTER.- Pero no me negarás que una novela sobre personas de nuestro tiempo con problemas de nuestro tiempo ha de mantenerse en los límites del realismo y la verosimilitud.

EGO.- Ha de mantenerse en los límites de su propia verdad, ha de mantener la coherencia interna. Por otra parte, has de tener en cuenta que realidad y verosimilitud no suelen corresponderse. Por ejemplo, no hay nada más inverosímil que una carta de amor auténtica.

ALTER.- Nos hemos desviado.

EGO.- Como siempre.

ALTER.- Estábamos en que en el arte no hay progreso.

EGO.- En efecto. Y por eso, la manida frase “eso está superado” no tiene ningún sentido en cuestiones de arte.

ALTER.- Pero siempre hay quienes alardean de ser artistas de nuestro tiempo, de crear obras innovadoras, transgresoras.

EGO.- Todo artista lo es de nuestro tiempo, pero en ese “nuestro tiempo” están contenidos todos los tiempos, y esto es algo que suelen olvidar los apóstoles de la modernidad a ultranza. En cuanto a la “innovación”, la única que reconozco es la que, con menores medios, consigue un mayor efecto catártico. Pero con frecuencia, cuando se habla de innovación se piensa sólo en aspectos formales, mientras que habría que recordar, por ejemplo, que la gran innovación que representa la obra de Kafka se realiza con una prosa muy tradicional.

ALTER.- Y de los transgresores, qué dices.

EGO.- No debería decir nada.

ALTER.- ¿Por qué?

EGO.- Porque se me escapa la risa. Yo no he visto nada transgresor en los últimos tiempos, excepto la misma palabra repetida una y mil veces en las solapas de los libros, en los programas de mano y en los artículos de algunos críticos papanatas. ¿Qué es lo que supuestamente se pretende transgredir? ¿Los valores de nuestra sociedad? ¡Pero si nuestra sociedad no tiene valores! El único que queda es ese democratismo de que antes hemos hablado, y no sé de ninguna obra que lo ponga seriamente en solfa. No, para nuestros “transgresores” la transgresión tiene que ver únicamente con el sexo (sadismo, masoquismo, bestialismo, coprofilia), con la droga o con el mal gusto y los malos modos, pero en especial con el espectáculo y el lenguaje del sexo. Es el tipo de transgresión del niño de tres años que te espeta con descaro: caca, culo, pis. Yo no veo en todo eso nada verdaderamente transgresor.

ALTER.- Y, según tú, qué es lo que sería verdaderamente transgresor.

EGO.- No sé…quizá una obra… una obra de tales características que de ningún modo pudiese ser premiada o patrocinada por la Fundación del Banco Tal o por el Grupo de Empresas Cual. Ese es el tipo de transgresión que echo en faltaPero, en fin, todo esto no son más que cosas anecdóticas sugeridas por el uso actual de la palabreja, porque la verdad es queque

ALTER.- ¿Qué?

EGO.- Que todo arte verdadero es transgresor, en el sentido de que derriba los muros que nos cercan, de que rompe la cáscara que nos encierra y nos permite asomarnos a una realidad más alta…o más honda, como quieras llamarla. Mira, en la obra de teatro Nuestra ciudad, Thornton Wilder, con un estilo a la vez sencillo y poético, propina una tremenda sacudida al público, enfrentándole directa y casi brutalmente a esta cuestión: ¿Qué estáis haciendo con vuestras vidas? ¿No veis que estáis desperdiciando el don supremo que se os ha concedido? Eso es transgresor, eso es arte.

ALTER.- Wilder, el autor de El puente de San Luis Rey.

EGO.- El mismo.

ALTER.- Es una novela muy curiosa. La he leído dos veces en no mucho tiempo.

EGO.- ¿Por algún motivo especial?

ALTER.- Quería comprobar si se cumple lo que el narrador dice que se propone con el relato: que hay una especie de hilos mágicos que conectan personas y sucesos aparentemente ajenos, que todo está íntimamente relacionado, que nada ocurre por casualidad.

EGO.- ¿Y se cumple?

ALTER.- Aún no lo he descifrado.

EGO.- Mejor así. El arte no ha de probar nada; ha de limitarse a mostrar, y a mostrar de tal manera que conmueva y despierte las conciencias. Si esa conmoción provoca de súbito en el lector una fe determinada, no es culpa de la obra de arte, sino de su mala digestión. Por mi parte creo que lo que hace Wilder en esa novela es apuntar la misma idea que por aquellos años pergeñaba el psicólogo Jung: que la casualidad no existe, ni las coincidencias fortuitas, que todo está perfectamente tramado. Pero la verdad es que, como todo buen artista, Wilder no pretende darnos respuestas. Al contrario, en cierta ocasión manifestó explícitamente que, en esa novela, él sólo pretendía plantear la cuestión de la manera más clara y correcta posible, con la esperanza de que otros la condujesen a buen puerto. El gran mérito de Wilder consiste en su habilidad para despertarnos a la realidad más obvia y profunda del ser humano con la limpia poesía de su prosa. ¿Recuerdas el final de El puente de San Luis Rey? Es una frase preciosa que, además, condensa el sentido de toda la obra del autor: There is a land of the living and a land of the dead and the bridge is love, the only survival, the only meaning.

ALTER.- Sí, “hay un país de los vivos y un país de los muertos y el puente es el amor, lo único que permanece, lo único que importa.”

(De  Alter, Ego y el plan)

2 comentarios

Archivado bajo Opus meum

Carta de un escritor casi desconocido

Distinguidos editores y editoras,

Escribo esta carta, que todavía no sé si enviaré, para ponerles al corriente de mi situación, con la débil esperanza de que, quizá, alguno de ustedes pueda darle remedio.

Soy un escritor de toda la vida. Nunca pretendí ser otra cosa. Es verdad que las urgencias cotidianas y cierta debilidad de carácter me abocaron a actividades diferentes de aquella clarísima vocación primigenia. Pero nunca he dejado de ser escritor. Escritor, ya saben, esa persona que escribe, como yo ahora mismo esta carta, pero también que se siente empujada a reinventar con palabras el mundo que lleva dentro, reflejo o no del  supuesto mundo que se mueve fuera.

No obstante mi vocación evidente, hasta pasada la mitad de la vida no conseguí finalizar una obra que me satisficiera y me autorizase a intentar la aventura de la publicación. Desde entonces he publicado, a través de diversas editoriales, cuatro novelas y un ensayo. Y no voy a entrar en detalles, que el curioso podrá encontrar en este mismo blog.                                           

Solo mencionaré que, después de la experiencia con los tres editores de mis novelas ( a saber: 1 un gigante editorial que proscribe a quien no cumple al pie de la letra sus expectativas, 2 un desaprensivo y 3 un buen hombre que ha de cerrar la empresa por una de esas consecuencias que a veces acarrea la bondad), solo una de mis obras está bien viva (en papel y por internet), un ensayo sobre ciertos suicidas célebres, editado por Minobitia, joven y esforzada editorial a la que deseo muchos años de vida.

El resto de mis obras (publicadas y no publicadas) está disponible – por lo menos en papel – para toda editorial que quiera contratar los derechos. Sus características y pormenores aparecen suficientemente explicadas en este mismo Blog. Así, señores editores y editoras, en el caso posible de que anden buscando  algo de calidad, que sea al mismo tiempo original, profundo, agudo y ameno,  solo tienen que asomarse a las páginas indicadas, mirar, catar y elegir.

Confieso que no tengo muchas esperanzas en la eficacia de este peculiar recurso que ahora intento. Y ello a pesar de las claras ventajas que la oferta supone para el editor. Primera, las obras son en general bastante cortas, con el ahorro de papel, tinta, espacio de almacenamiento, etc. que eso supondría. Segunda, todas giran en torno de algunas personalidades famosas, cuyos numerosos admiradores encabezarían la lista de potenciales lectores. Y tercera, no he vivido ni pienso vivir de la literatura, lo que facilitaría enormemente la negociación económica (sin pasarse).

También puede haber alguna desventaja, no lo niego, pero nada grave. Creo que la principal y tal vez única consiste en que las mayorías y yo no sintonizamos mucho. Es evidente que, desde el punto de vista económico eso puede alarmar un poco. Y sin embargo son numerosos los casos en que esa alarma ha resultado injustificada. Ya Juan Ramón Jiménez intuyó que también una minoría puede ser “inmensa”, y hay sobrados ejemplos en la historia de la literatura que lo demuestran, ahora mismo recuerdo el increíble  número de lectores que cosechó la “minoritaria” Memorias de Adriano, de M. Yourcenar.

Y no digo más. No quisiera terminar esta carta repitiendo aquellas palabras de la infortunada protagonista de la novela que me ha sugerido el título: “Pero sólo conocerás mi secreto cuando esté muerta y no tengas que darme una respuesta“. Mi amigo Stefan no me lo perdonaría.

Gracias por haberme dedicado su atención, admirados y lejanos editores. Les deseo una larga vida plena de satisfacciones y de buenas obras.

Atentamente,

Antonio Priante

8 comentarios

Archivado bajo Opus meum