La educación del pequeño Michel fue bastante anómala, para aquella época y para ésta. A partir de los cuatro años, un preceptor alemán que solo le hablaba en latín se encargó en exclusiva de su educación, de modo – nadie podía dirigírsele en otra lengua – que su primera lengua, su lengua materna, por decirlo así, aunque la madre nada tuvo que ver con esto, fue el latín. Por lo demás, el tono del aprendizaje era bastante laxo, en el sentido de que se procuraba que el niño fuese descubriendo sus preferencias en lugar de agobiarlo con imposiciones y castigos, cosa también anómala (esto solo en aquella época).
Anomalía que bien pudo comprobar el niño de siete años cuando ingresó en el colegio Guyena de Burdeos para estudiar gramática y retórica. Allá estuvo hasta los trece años, primero horrorizado por la brutalidad de los métodos de enseñanza, habituales hasta época relativamente reciente, y luego más o menos adaptado, de manera que pudo seguir creciendo en él el gusto por las lecturas y el saber.
Aparte de la certeza de que estudió derecho, se sabe muy poco de la vida de
En 1558 conoce y entabla amistad con otro joven y brillante consejero de la misma cámara: Étienne de la Boétie, de 28 años, poeta y autor, a los 18, del tratado Sobre la sevidumbre voluntaria, lúcido análisis de los fundamentos psicológicos de la sumisión al poder. Esta amistad fue importantísima en la vida de Montaigne, hasta el extremo de que puede llamarse amor
(Si se me fuerza a decir por qué lo amaba, siento que esto no se puede explicar… Porque era él y porque soy yo.),
sin que por ello sus protagonistas hayan de encuadrarse en la categoría de homosexuales, como pretenden los etiquetadores y los que barren para adentro.
Étienne moría solo cinco años después, asistido por la esposa y familia, y por el mismo Michel, quien había de relatar los últimos días del amigo en carta dirigida a su propio padre, detallada, precisa y plena de una delicada emoción contenida.
En 1562 se inicia la primera de las guerras de religión. En 1565 Montaigne casa con Françoise de Chassaigne, de 20 años, y también de buena familia de parlamentarios bordeleses. Tres años después muere el padre y Michel se convierte en el nuevo señor de Montaigne.
Entonces decide cambiar de vida con el fin de gozar de una mayor libertad. Deja el parlamento y en 1571 se retira a su propiedad con la intención de dedicarse exclusivamente a la administración de sus dominios. Pero pronto comprueba que la nueva vida es también una especie servidumbre. Así que, un año después, lo vemos instalado en la torre del castillo, desde donde se dispone a explorarse a sí mismo, aunque sin olvidar el mundo que se agita tras los ventanales.
Al mismo tiempo que empieza a escribir lo que él denomina pruebas, intentos, idea que da título a su obra y a un nuevo género literario, Essais (Ensayos), el conflicto político-religioso alcanza una de sus cimas de locura: el 24 de agosto de 1572, día de san Bartolomé, con la venia del rey Carlos IX, los del bando católico asesinan por las calles o en sus casas a unos 3000 protestantes.
A partir de 1574, ya con el nuevo rey Enrique III, y sin abandonar la torre más de lo indispensable, Montaigne mantiene gestiones mediadoras con los jefes de los dos bandos: Enrique de Guisa, de los
En 1580 Montaigne publica los dos primeros libros de su obra, y un año después deja la torre para realizar un largo viaje por Alemania, Suiza e Italia; viaje amargado, por cierto, por el mal que hacía unos años arrastraba: los cálculos renales. Durante el viaje recibe la noticia de que se le ha designado alcalde de Burdeos. Emprende de inmediato el regreso y se dedica a gestionar el cargo, durante pocos años, lo mejor que puede.
Sigue escribiendo y llega a componer un tercer libro. El reconocimiento del público lo recibe concretado en la admiración infinita que le tributa una joven, Marie de Gournay, que se convertirá en su editora póstuma.
Michel de Montaigne murió el 13 de setiembre de 1592. Debido a su temperamento y a la situación del país, se vio situado en medio de los extremos, de manera que actuó casi obligado por las circunstancias. Pero al señor de Montaigne lo que de verdad le interesaba era disfrutar de una vida tranquila y placentera, y escribir todo aquello que le pasaba por la cabeza para aclararse un poco la visión.
Yo no enseño ni adoctrino, lo que hago es relatar.
En el fondo, es lo mismo que afirmaba el famoso poeta y pensador alemán de dos siglos después: que no hay que buscar nada detrás de los fenómenos, que ellos son la teoría.
Después de todo, decía, que sais-je?, que, bien traducido, significa: ¿Y yo qué sé?
(De Los libros de mi vida. Lista B)
Sobre la traducción de los textos originales de Montaigne: En parte es mía; en parte, de los traductores que figuran en el libro editado por Gonzalo Torné para Penguin Clásicos.