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Petronio, la vida como juego II

Es evidente que el autor del Satiricón tuvo que ser una persona muy especial. Y lo fue, en efecto, si nos atenemos a las conclusiones de los investigadores que considero más atinadas. Y es que, como ya he procedido en otra ocasión, no siendo yo erudito, no tengo más remedio que dejarme guiar por el instinto poético – llamémoslo así – para ir tomando de acá y de allá los datos más fiables con que dibujar brevemente la personalidad y biografía del enigmático autor.masilia

Tito Petronio Níger nació en Massilia, la actual Marsella, en la década de los años 20 del siglo I. No hay duda de que era de clase alta y muy culto. Ejerció con competencia los cargos de procónsul de Bitinia y de cónsul. Formó parte del círculo más próximo al emperador Nerón al que aconsejaba sobre todo en cuestiones estéticas; por este motivo el historiador Tácito lo califica de arbiter elegantiorum…pero dejemos que nos lo cuente el mismo Tácito:

Se pasaba el día durmiendo y la noche en sus ocupaciones y en los placeres de la vida; al igual que a otros su actividad, a él lo había llevado a la fama su indolencia, pero no se lo tenía por un juerguista ni por un disipador, como a tantos que consumen sus patrimonios, sino por hombre de un lujo refinado. Sus dichos y hechos, cuanto más despreocupados y haciendo gala de no darse importancia, con tanto mayor agrado eran acogidos, por tomárselos como muestra de sencillez. Sin embargo, como procónsul de Bitinia y luego como cónsul se reveló hombre de carácter y a la altura de sus obligaciones. Después volvió de nuevo a los vicios, o a la imitación de los vicios, y fue acogido como árbitro de la elegancia en el restringido círculo de los íntimos de Nerón, quien, en su hartura, no reputaba agradable ni fino más que lo que Petronio le había aconsejado.

Uno no puede evitar el recuerdo de una novela y de una película. Me refiero, naturalmente, a Quo vadis , de Henryk Sienkiewicz , y a la película homónima dirigida por Mervin LeRoy en 1951. Pocas veces la literatura y el cine han reflejado la esencia de un personaje histórico de manera tan sugestiva, y sin que ello disculpe las evidentes flojedades de ambas obras, sobre todo de la película, aún más ñoña e históricamente falseada que la novela. Lo que no quita que el personaje de Petronio, interpretado por Leo Genn, sea todo un acierto. Pero volvamos al Petronio de verdad, si es que existió tal cosa.

En el texto de Tácito hay unas palabras que quizá nos proporcionen alguna pista sobre la clave del enigma del personaje. Dice que “volvió a los vicios, o a la imitación de los vicios” (vitiorum imitatione). ¿Qué significa esto? Dada la altura intelectual y estética de la persona en cuestión no es posible que signifique que se dedicaba a imitar los vicios de los demás. Más bien querrá decir que, a diferencia de toda aquella gente a la que trataba, que vivía sumergida, anulada, por el peso de los vicios, él los practicaba con cierto distanciamiento estético, los imitaba, es decir, los fingía. Como si todo aquello no fuese más que un juego para él, una comedia.

La vida como juego, como comedia en la que uno elige el papel y hasta escribe, en lo posible, el texto; ésta es la clave, creo yo, que aclara el enigma del hombre llamado Petronio. Un juego peligroso, muy peligroso, porque, dada su situación tan próxima al tirano, cualquier desliz, cualquier gesto, cualquier palabra mal calculada podía tener fatales consecuencias.

Pero al hombre que concibe la vida como juego el riesgo no le arredra, sino que le estimula. Y así, en los últimos tiempos estuvo jugando al ratón y al gato con Tigelino, jefe de la guardia imperial y que, como persona, representaba el polo opuesto de nuestro árbitro de la elegancia. Hasta que perdió.

Pero aún en los peores momentos, el que gobierna su vida, como diría Séneca, sabe mantener el mando. Y así, el gran jugador, el esteta exquisito, quiso obsequiar a sus amigos con la última y más depurada muestra de su arte. Imaginemos la escena siguiendo las palabras de Tácito.

Pero no se quitó la vida precipitadamente, sino que tras cortarse las venas, se las ligó y se las volvió a abrir de nuevo según le vino en gana, mientras hablaba a sus amigos, no en términos serios o que le procuraran fama de valeroso; y escuchaba lo que le decían, que no era nada acerca de la inmortalidad del alma y de las opiniones de los filósofos, sino canciones ligeras y versos ocasionales. A sus siervos, a unos les hizo larguezas y a otros le dio de azotes. Se puso a la mesa y se entregó al sueño para que su muerte, aunque forzada, se pareciera a la natural.

Nada de gestos melodramáticos, nada de sentencias profundas, sólo canciones ligeras y versos de circunstancias.

Apenas sabemos quién era en realidad Petronio. Pero quizá sea más interesante preguntarse qué era. ¿Un filósofo? ¿Un poeta? ¿Un dandy? Algo de todo ello tendría, sin duda. Aunque quizá no fuera exactamente nada de eso, quizá fuera solo él mismo, es decir, un hombre más sabio que todos aquellos que son solo filósofos o solo poetas. Un hombre que se niega a aceptar pasivamente el juego absurdo que el destino impone y que decide jugar, de igual e igual, con él.

[De Los libros de mi vida. Lista B]

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Petronio, la vida como juego I

Uno de los escritores más enigmáticos de la historia de la literatura es sin duda Petronio. Nada de él sabemos con seguridad. Ni el nombre (¿Petronio Arbiter? ¿Gayo Petronio Níger? ¿Tito Petronio Níger?); ni si es en realidad autor de la obra que se le atribuye; ni si su personalidad y biografía son las referidas por Tácito a un político y cortesano de Nerón, al que, por cierto, el historiador no menciona como autor de la famosa obra… Lo único que está claro es que esa famosa obra que se le atribuye (pero, ¿a quién?) es absolutamente genial y yo diría que única en la literatura universal.

Nos ha llegado con el título de Satiricón, sobre cuyo significado hay diversas teorías. Pero este pequeño problema, junto con los antes aludidos sobre la identidad del autor y la época de composición, no son nada comparados con el que el que en realidad más puede perturbar al lector. Y es que la obra no está completa. Solo se han conservado varios fragmentos breves y uno de extensión considerable en el que se narra la famosa cena de Trimalción.

La acción – de lo que se conserva – se inicia en una “ciudad griega” del sur de Italia, quizá Nápoles. Encolpio, joven por lo que se ve instruido y, por lo que enseguida se verá, loco por su amante pero víctima de un maleficio divino que está anulando su virilidad, discute acaloradamente de literatura y educación con el profesor de retórica Agamenón, cuando de pronto comprueba que su amigo Ascilto ha desaparecido, sin duda con su amadísimo joven Gitón. Loco de celos, va en busca de los dos.


Después de unas escenas de encuentro, celos, disputas y reconciliación, vemos a los tres en el mercado donde, tras recuperar una prenda preciosa por su contenido, son conducidos por una doncella a la casa de Quartila, sacerdotisa, parece, de Príapo, que los somete a continuos y agotadores abusos sexuales…

Estando en los baños, son invitados a la cena que ofrece Trimalción en su mansión de liberto rico, grotescamente decorada con recargados adornos, en compañía de numerosos invitados, también libertos y nuevos ricos como el anfitrión. Empiezan a aparecer platos con los manjares más diversos, disfrazados de las más curiosas maneras; se reparten regalos valiosos; hay una pantomima en la que se cazan los animales que se han de comer; del techo caen sofisticados obsequios; no faltan los homeristas y músicos en general… Trimalción, como anfitrión, domina la escena; grosero e ignorante, se las da de persona culta, al igual que muchos de los comensales. Ascilto no puede contener la risa y los comentarios sarcásticos acerca del espectáculo, lo que le vale el ataque furioso de uno de los comensales, Hermerote, quien a su modo, vulgar e incoherente, expresa las razones de la rabia que le produce la actitud de Ascilto y Encolpio: la de unos jóvenes instruidos y de buena familia que se creen por encima de los que han tenido que salir adelante por el propio esfuerzo. La escena culmina con la parodia de los funerales de Trimalción, durante la cual los gritos y aullidos de pesar provocan la aparición de los vigilantes del fuego (bomberos), que lo dejan todo perdido de agua.

En la confusión los tres amigos (Encolpio, Ascilto y Gitón) se escapan, y enseguida vuelven a los celos y las disputas. Encolpio se va solo, y conoce a un nuevo e interesante personaje, Eumolpo, quien, tras un vehemente discurso sobre la actual situación de las artes, le recita su poema sobre la destrucción de Troya, lo que le vale una lluvia de piedras de los presentes. Reaparece Gitón, y de nuevo las escenas de celos. Finalmente, los tres se embarcan en un nave que…

Y así se van encadenando las fases de una historia, que la condición fragmentaria del texto priva de algo parecido a un final.

La mayoría de los eruditos sitúan la composición de la obra en los años 60 del siglo I, bajo Nerón. Y el relato ofrece, en efecto, un cuadro totalmente fresco y desinhibido de ciertos sectores de la sociedad de la época. La originalidad – sobre todo teniendo en cuenta la época – es absoluta, aunque beba a veces de las fuentes de la antigua narrativa helenística. Para empezar, constituye la primera obra que puede calificarse de “novela” de acuerdo con los criterios modernos. También la primera que se puede encuadrar en el género picaresco, en cuanto relato realista y satírico de las aventuras de un joven desclasado (está narrado en primera persona por el protagonista Encolpio), de mirada irónica y algo distanciada.

Las virtudes de la obra son varias y de distinta naturaleza: la lengua en que en que está escrita es un latín perfecto en las palabras del narrador (joven culto) y llena de coloquialismos y vulgarismos cuando hablan ciertos personajes, hasta el extremo de que el texto se considera una fuente valiosa para el conocimiento del latín vulgar, comparable a los grafiti de Pompeya; la presentación de los personajes se consigue sin ninguna descripción, solo por sus actitudes y palabras; los cuentos que se insertan – narrados por diversos personajes – son un alarde de psicología (La matrona de Éfeso) y de fino humor, con hilarante final en el caso de El muchacho de Pérgamo; en muchos aspectos constituye una sátira o denuncia del estado de la literatura, la educación y la cultura en general, incluyendo un largo fragmento en verso en el que se parodia a Lucano. En fin, que uno no acabaría de enumerar las maravillas de la obra. (Continúa

[De Los libros de mi vida. Lista B]    [Ver Conversaciones con Petronio]

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La muerte de César como sacrificio expiatorio

La lectura del blog de Jaime Fernández En lengua propia es siempre un placer intelectual de primer orden. La reciente entrada, que trata de la muerte de Julio César a través de la tragedia de Shakespeare es un buen ejemplo. Y para mí, que desde hace mucho tiempo me ha dado por reflexionar sobre el asunto, muy estimulante.

Lógicamente tenía que hacer algún comentario. Pero ¿por dónde empezar? Porque, en todo caso, había de ser un poco largo. Y no me parece correcto aprovechar el blog de otro para entregarse uno a las propias divagaciones.

Por otra parte, he recordado que el núcleo de las reflexiones que se me ocurrieron durante la lectura del post aludido ya estaba contenido en un fragmento de mi obra (no publicada) Conversaciones con Petronio, en la que Lucio, joven admirador de Petronio, durante su relación con éste va descubriendo la existencia de una conspiración, dirigida por el senador Pisón, que pretende acabar con Nerón.

Una frase del artículo de Jaime, escrita a propósito de unas palabras del Bruto shakesperiano, fue el detonante decisivo de ésta mi intervención :

La comparación del cuerpo de César con un manjar divino alude a un sacrificio expiatorio.

El fragmento aludido de Conversaciones con Petronio es éste:

[PETRONIO]…el plan tendría, o tiene, que ejecutarse con ocasión de la fiesta principal de los Juegos de Ceres, es decir, pasado mañana, y su diseño y desarrollo es un buen ejemplo de lo bajo que ha caído la literatura en nuestros días.

[ LUCIO] -¿La literatura has dicho?

-Sí, he dicho la literatura, ¿o debiera decir el teatro? Amigo, ya no hay ideas nuevas. Recordarás aquella tragedia que tuvo lugar en la sala anexa del Teatro de Pompeyo en los Idus de marzo del año del último consulado de Julio César. En ella, los actores rodean al tirano para alabarle o pedirle gracias hasta que, de pronto, uno de ellos lo coge de la toga y tira con fuerza. Es la señal para que todos se precipiten sobre la víctima con sus espadas y puñales… Pues bien, la función que piensa dar la compañía de Pisón es un simple calco de aquella tragedia. En ésta, Laterano hará de Címber, Seneción hará de Casca, o quizá Escevino, y así, cada uno se asignará un papel de acuerdo con la máscara elegida. ¿Qué te parece?

-No sé, desde el punto de vista estético me repugna comparar a Nerón con Julio César, o a Escevino con Bruto…

-No, en este caso, Bruto será Pisón. Pero es igual, tienes razón. La grandeza de una obra de arte está en su cualidad de irrepetible, y la muerte de Julio César es una de las obras de arte más grandes de la historia. Los caracteres de los conjurados y sus relaciones mutuas, el ritmo de la acción, el clima de tensión creciente que finalmente estalla en el momento crítico, y ese mismo momento, con la víctima acosada que va a dar finalmente a los pies de la estatua de su antiguo enemigo-amigo, y el carácter ritual del homicidio colectivo, como si todos hubiesen de participar por igual de la sangre de la víctima, misteriosamente dotada de propiedades salvíficas, misterio que arranca ya de la cena de la víspera, cuando el que ha de morir se despide de sus amigos compartiendo con ellos la comida y el vino. La muerte de César es quizá el eje central de la historia, el paradigma de todos los homicidios sagrados. Es la muerte que se da al padre por la libertad individual, es la muerte que se da al rey por la libertad colectiva, es la muerte que la naturaleza impone para perpetuar la vida. La muerte de César pide a gritos un gran artista de la tragedia que la instaure de una vez por todas como obra de arte, rescatándola de las vagas sombras de la memoria de lo real. Y lo tendrá, claro que lo tendrá…Ahora, imagina todo eso interpretado por la compañía teatral de Pisón: músicos mediocres, mariquitas histéricas, poetas chiflados, intentando sostener sus puñales de lujo para meterlos entre las adiposidades de un cerdito bien cebado, de chillidos insoportables.. ¿Entiendes ahora por qué le dije a Escevino que lo peor del plan es que está mal escrito?

– Lo entiendo muy bien, y comparto por completo tu opinión. Creo que un acto importante, transcendente, ha de revestirse siempre de cierta grandeza.

-En efecto, aun cuando los protagonistas no sean conscientes. Si un hecho es realmente grande, por fuerza será bello. En el fondo no es más que una cuestión de estilo.

-¿Como en la literatura?

-Sí, como en la literatura.

-¿Puedo deducir entonces que tus razones para rechazar la conspiración son exclusivamente de orden estético?

-Puedes.

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Petronio y Séneca

-… esa amistad que apenas hemos tenido tiempo de cultivar.
– Es cierto lo que dices – afirmó Séneca -, y lamentable. Pero has de reconocer que tu género de vida no ofrece muchas ocasiones para el encuentro.
– No creo que mi género de vida sea muy diferente del tuyo. Hasta hace poco solo se distinguían en el par de horas que solías llevarme de ventaja en retirarte a dormir.
– Sabes que no es verdad, Petronio. Y permíteme que te diga una cosa: lo que menos soporto de ti es tu debilidad por la frase ingeniosa. Siempre has preferido una frase brillante a la verdad.
– En sociedad sí, porque en sociedad una frase brillante es un valor seguro, mientras que la verdad… no se sabe lo qué es. Además, no recuerdo haber dicho ahora ninguna frase brillante.
– Siempre me has caído bien, Petronio, no lo puedo negar. Pero nunca he creído que seas en realidad lo que aparentas. Tengo la impresión de que llevas una máscara de felicidad que oculta una realidad secreta y terrible.
– No lo creas, amigo. Es verdad que todos los días, cuando me levanto, me compongo lo mejor que puedo mi máscara de felicidad. Pero detrás no hay nada terrible, sino más bien vulgar y cotidiano, te lo aseguro.
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– La vida no tiene más sabor que el que le da la virtud, y la virtud es la mejor preparación para la muerte. Además, nadie saborea la vida en el sentido vulgar de la palabra. Los hombres consumen su existencia preparando un mañana de felicidad que continuamente se aleja en el horizonte. Pierden la vida en los preparativos de la vida. Todos. Salvo, tal vez, Petronio.
– Te agradezco el cumplido – dijo Petronio -, y te ruego que me disculpes por el tono de mis palabras de antes. Es absurdo que, habiendo tantas cosas que nos unen, tengamos que discutir sobre lo que nos separa.
– Tienes razón – afirmó Séneca -. Creo que los dos coincidimos en el diagnóstico de la enfermedad, solo discrepamos en cuanto al remedio.
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– Me hace muy feliz oirte hablar así – dijo Petronio -. Veo que los años no han perjudicado en nada tu profundidad ni tu agudeza.
– Si la mente no deja de ejercitarse, los años no pueden nada contra ella. Quizá al final, al final de todo, la memoria empiece a resquebrajarse y las ideas a confundirse. Hay que estar muy atento para prevenir ese momento, y hay que tomar una decisión valiente antes de que llegue. El hombre, el verdadero hombre ha de estar siempre al gobierno de su existencia, ha de ser el artífice, no el esclavo de su vida, desde que empieza a razonar hasta que muere. Y si la muerte que le prepara la fortuna no le agrada, es muy libre de procurarse otra.
– Ese sí que es un territorio que compartimos – dijo Petronio -, el hombre, artífice de la propia vida. ………………………………………………………………..

(De Conversaciones con Petronio)

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