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Dante y Bonifacio VIII

… Bonifacio se levanta y da unos pasos hacia nosotros. Ya próximo, antes de que iniciemos el gesto, truena con voz autoritaria:

“Arrodillaos. ¿Por qué sois tan obstinados? Humillaos ante mí, porque en verdad os digo que no tengo otra intención que vuestra paz. ¿Quién de vosotros es Dante Alighieri?»
“Yo, señor, yo soy Dante”.
“Levantaos.” Y dirigiéndose a mis acompañantes, “vosotros dos podéis marchar”.

[…………………….]
… Bonifacio me repasa de arriba abajo con la mirada, para clavarla luego en mis ojos.

“No estoy contento de vosotros, Dante, lo sabéis bien. ¿Qué pretendéis ahora?”
“La justicia”.
“La justicia, la justicia… ¿Qué se entiende ahora en Florencia por justicia? ¿Es justicia que, después de protegerla de la codicia del emperador se vuelva contra su protector? ¿Es justicia que me niegue la colaboración debida para ayudar al devoto rey francés? ¿Es justicia el trato criminal que dio a mi legado el Cardenal Acquasparta? ¿Es justicia que una ciudadela de mercaderes niegue el pan y la sal al vicario de Cristo en la tierra? ¿Es justicia que la hija de Roma apuñale los pechos que la amamantan? ¿Es eso justicia?”
“Permitidme que os diga, señor, que me parece estar oyendo la opinión de una parte, no las palabras de un juez”.
“Eres muy osado, Dante, muy osado. Parece que no te das cuenta de quién tienes delante. Muy osados sois en Florencia, sí, o muy locos. Y ya sabes: quos deus vult perdere dementat prius. ¿Qué habéis hecho con mi buen hijo Corso Donati?»
“Florencia resuelve sus asuntos con sus propias leyes, y cada uno de nosotros es una parte insignificante en este proceso”.
“Qué lenguaje tan extraño, y qué hipócrita. Las leyes son lo que los hombres que mandan quieren que sean, y por encima de las leyes y de los hombres está la voluntad de Dios”.
“Eso creo”.
“Y el vicario de Cristo en la tierra encarna la voluntad de Dios”.

Un instante de silencio.      

“¿No es así? Responde, Dante, ¿no es así?»
“Encarna la voluntad de Dios, porque todo cuanto sucede, sucede porque Dios quiere, o lo permite. Pero la intención de Cristo al delegar en Pedro…”
“Ah, sabes tú cuál fue la intención de Cristo al delegar en Pedro, ¡fantástico! No eres clérigo, ni has estudiado teología en Bolonia ni en París, pero sabes cuál fue la intención de Cristo, ¡formidable! Supongo que has leído los Evangelios y has sacado tus propias conclusiones, ¡enhorabuena! Pero ve con cuidado, Dante, con mucho cuidado. Conozco a esa gente que va hablando por ahí, diciendo que si la pobreza, que si el Espíritu Santo, que si la Iglesia habría de ser así o asá…Dios mismo, para escarmiento, nos permitió tener a uno de esos en esta casa…y ya sabes cómo acabó. Pero dime, cuál fue, según tú, la intención de Cristo. Oigamos el Evangelio según Dante».
«Disculpadme, señor, pero no he viajado tantas leguas para discutir de teología con quien debe dominarla mejor que nadie. El asunto que me ha traído aquí…»
«Eso puede esperar. Antes, es mi deseo que tengamos un poco de conversación. Tienes fama de poeta, dicen que eres un gran poeta. A mí también me interesan las letras humanas, pero lamentablemente no puedo dedicarles mi tiempo. Por eso me gusta, cuando puedo, conversar con auténticos hombres de letras… aunque sean auténticos enemigos…»
«Señor…»
«No te esfuerces, Dante. Tengo informes que reproducen al pie de la letra tus intervenciones en los consejos florentinos. Pero insisto, eso puede esperar. Y veamos, cuál fue según tú la intención de Cristo al delegar en Pedro».
«Que Pedro y sus sucesores le representasen en la Tierra para mantener unida la grey cristiana en la observancia de las virtudes que predicaba: la pobreza, la humildad y la mansedumbre».
«Y la obediencia. Pero resulta que la obediencia sólo se consigue con ciertos medios que Cristo, por ser Dios, no necesitaba, pero que sí necesita su vicario en la Tierra».
«Esos medios pertenecen al mundo que Cristo quiso dejar al César. Mi reino no es de este mundo, dad al César lo que es del César. No he de ser yo quien os recuerde estos preceptos».
«No hay contradicción entre los preceptos de Cristo y la realidad de la Iglesia, si es eso lo que insinúas. Escucha, y escucha bien, que esta es una verdad histórica que puede explicarse con la sola ayuda de la razón. Es cierto que por indicación o, mejor dicho, por tolerancia divina, el César mantuvo al principio todo el poder temporal. Pero llegó el día que, viendo las necesidades de la Iglesia y sin duda por inspiración divina, el mismo César, en la persona de Constantino, hizo donación al sucesor de Pedro de los elementos materiales y jurídicos para que su Iglesia se constituyese en poder público, de manera que hoy, como siempre, la Iglesia es un poder espiritual, pero además, desde la donación de Constantino, es también un poder temporal, tan legítimo como el Imperio. Y dado que lo espiritual prevalece sobre lo temporal, el poder de la Iglesia es soberano y absoluto en todos los frentes».
«Opino que esta es la historia de un malentendido, porque nadie crea o alimenta a sabiendas a su enemigo. Quiero decir que, si Constantino dotó de riquezas y poder a la Iglesia fue para que ésta pudiese cumplir mejor sus fines propios, atendiendo a los pobres y a los desvalidos, no para que se erigiese en un poder autónomo o incluso enemigo, como tantas veces ha venido ocurriendo para confusión y escándalo de los fieles».
«Me sorprendes, Dante, te creía güelfo, como tu familia. ¿Qué ocurre? ¿Te has pasado a los gibelinos? ¿Crees ahora que es mejor para Florencia el guante de hierro del Imperio que la mansa mano de la Iglesia?».
«Siempre he creído que lo mejor para Florencia es lo que sus ciudadanos deciden».
«Absurdo, absurdo. Absurdo y herético, te lo advierto. Todo poder viene de Dios, lo dice el Apóstol: non est potestas nisi a Deo. Y dime tú, ¿desde cuando Dios ha trasmitido su poder a mercaderes, artesanos o banqueros? No me hagas reir…El agua del poder que viene de Dios mana directamente de la fuente de su vicario en la Tierra. Incluso el emperador, sí el emperador, debe recibir de nuestras manos la consagración de su poder para que quede limpio de su antiguo y pecaminoso origen pagano. Por eso, toda oposición a mi voluntad es oposición a la voluntad de Dios; por eso, toda resistencia a mi soberanía es pecado, nefando pecado. Y no hay más que decir».
«Si me lo permitís…he venido hasta aquí para hablar de otro asunto».
«Habla ya».
«Señor, por la paz y la felicidad de toda la Toscana, el gobierno de Florencia humildemente os suplica que anuléis el nombramiento dado a Carlos de Valois y que impidáis que entre con sus tropas en Florencia». 
«¿Eso es todo? Bien, la audiencia ha terminado…Ah, y no saldrás de Roma sin mi permiso…Aún tenemos temas que tratar…la poesía, ¿eh? La poesía…Guardia, acompaña al embajador de Florencia a su residencia».

(De La alta fantasía )

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