Gog es su obra más celebrada. En ella, un millonario excéntrico, entre divagaciones y entrevistas ficticias a ciertos personajes, reales o no, traza un cuadro tan agudo como desesperanzador del mundo contemporáneo. En el mismo sentido sigue El libro negro.
De El libro negro precisamente recuerdo dos relatos tan vivamente que ni siquiera me es necesario releerlos, después de tantos años, para dar cuenta de ellos. De uno me impactó la fuerza humana y poética; del otro, la radicalidad de un nihilismo que la presunta conversión no había conseguido suavizar.
La conversión del Papa es una especie de leyenda medieval. De niño, Aureliano presencia la muerte en la hoguera de su padre, condenado por herejía, y se promete vengarlo de la manera más cruel posible. Ocultando su origen y revestido de ortodoxia y humildad, entra en un convento y empieza una carrera eclesiástica sin mácula. Lentamente va ascendiendo, obispo, cardenal, hasta que, en atención a su manifiesta sabiduría y santidad, el cónclave lo designa Papa. Todo está saliendo como lo había planeado. La noche de Navidad tendrá lugar su proclamación, se dirigirá al pueblo reunido en la plaza de San Pedro y ante la gente sencilla y los sabios doctores de la Iglesia declarará alto, muy alto, que Cristo no es Dios, porque Dios nunca ha existido.
En La interrogante del monje el narrador (Gog) desea pasar unos días en un monasterio de clausura, donde es acogido. En la primera y única noche que duerme en la celda, una figura siniestra le despierta en pleno sueño. Es uno de los monjes, de rostro desencajado y ojos de loco. Quiere saber. Dice que a todos los forasteros que pasan por ahí les pregunta lo mismo: ¿todo lo que enseña nuestra religión es verdadero, totalmente verdadero? Porque, prosigue, si no fuese así, habría desperdiciado mi vida, habría renunciado a los placeres terrenales por una quimera, por una fantasía, por algo que no existe. Gog, después de decirle que no puede responder con exactitud a su pregunta, le da la única respuesta que está a su alcance y que además considera la única verdadera: que el mundo hace pagar un precio altísimo por los pocos momentos de placer imaginario, que una vida libre de desilusiones y amarguras es en sí misma un gran premio aun cuando no existiera nada después de la muerte, que en cualquier caso su elección ha sido la mejor.
Papini escribió otras obras tan famosas como las citadas. Entre ellas, Historia de Cristo, Dante vivo y El juicio final, que también leí, y Cartas del papa Celestino VI a los hombres y El diablo, que no he leído. Pero con el fin de la segunda guerra mundial su fama, que ya estaba en decadencia, se eclipsó por completo. A ello contribuyó por una
¿Papini fascista? ¿Pirandello fascista? ¿Cómo se explica? No sé. Bueno, un poco se explica mirando el asunto no con los ojos de ahora sino con los de entonces. Ahora, ese adjetivo se utiliza como mero insulto para descalificar al oponente. En la Italia de los años veinte y treinta designaba un régimen político con un importante respaldo popular que prometía paz, justicia y progreso a los ciudadanos (además de la resurrección de pasados imperiales). De más difícil expli
Pero en el momento de mi descubrimiento papiniano yo nada sabía de todo eso (además de que aún faltaban veinte años para la liquidación del régimen de Franco). En realidad, apenas sabía nada de nada. Fue precisamente aquel descubrimiento el que me reveló toda mi ignorancia, me arrancó del patio del colegio y me mostró las vías infinitas del pensamiento y de la imaginación sin límites.