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Cervantes. La novela en su laberinto I

cervantes-loco2Lo primero es que yo me aclare. En 1605 se publica el Don Quijote de Cervantes, donde se narran las aventuras – más bien desventuras – de un hombre ya mayor que se hace llamar Quijote y que, enloquecido por ciertas lecturas, va por el mundo creyéndose caballero andante en compañía de un rústico redomado llamado Sancho. Solo cosechan burlas y palos, lo que no le impide al caballero prodigarse en discursos sabios y coherentes, dentro de la incoherencia básica. La novela alcanza popularidad inmediata.

El autor decide escribir una segunda parte. En 1614, ya con la obra muy avanzada, mientras escribe el capítulo 59, se entera de la aparición de una “segunda parte” del Quijote, escrita por un tal Avellaneda, quien, además de no respetar la autoría, ni el estilo, ni el carácter de los personajes de la primera parte, injuria al autor de ésta sin motivo aparente.

Pero, si el autor se entera es porque se entera el personaje. En efecto, en el mencionado capítulo Don Quijote tiene conocimiento del hecho por dos caballeros que se alojan en la misma posada que él, los cuales están de acuerdo en que la novela del tal Avellaneda no se puede comparar con la verdadera historia que habían leído (la primera parte; la segunda se está escribiendo en ese momento y ellos mismos son dos de sus personajes, seguramente sin saberlo). Y además quedan admirados de tener ante ellos al auténtico Don Quijote.

El autor, pongamos que don Miguel de Cervantes, una vez terminada la segunda parte, escribe el prólogo y en él responde a las injurias del impostor (le ha llamado “viejo” y “manco” animo iniuriandi) con un temple, una moderación y un humor ciertamente admirables, y con solo esto uno puede imaginar la diferencia de categoría moral entre los dos escritores.

Además, hacia el final de esa segunda parte, el autor, se apropia de un personaje de la obra falsaria y, por medio de Don Quijote, le hace reconocer que ésta no tiene nada que ver con la vida verdadera del auténtico caballero.

Y es que hay una diferencia fundamental entre la primera y la segunda parte de la novela.

La primera contiene un relato normal, quiero decir, plano, bidimensional, excepto en lo que respecta a su origen, pues se dice en él que fue escrito en arábigo por Cide Hamete Benengeli y traducido por el narrador que lo presenta, supuestamente Cervantes, que es quien figura como autor en la portada. Por lo demás, es una obra de ficción normal, en la que unos personajes inventados pasan por peripecias inventadas en un escenario real – como suele ocurrir en casi todas las novelas –, que en este caso es la España de la época en que se escribe.

La segunda parte es muy diferente. Es una obra en tres dimensiones, por lo menos.

Ya he dicho que la fama de la novela fue inmediata, y esto hasta el extremo de que los dos protagonistas pasaron al imaginario popular con rapidez asombrosa, para la época: pocos años después de la publicación, las figuras de Don Quijote y Sancho aparecían ya en las fiestas populares de algunos lugares.

¿Qué había de comportar esto? Para el autor estaba claro: los extraños protagonistas ya no podían ir por el mundo impunemente, como unos perfectos desconocidos. En la segunda parte, muchas de las personas con que se encuentran los reconocen por haber leído la primera parte. Y las relaciones que entonces se entablan entre esas personas y los protagonistas son muy distintas de las de la primera.

En ésta, los protagonistas solían recibir las burlas y los palos de gente de toda índole, que manifestaban primariamente su rechazo a la extravagancia de unos desconocidos pobres. En la segunda, algunos de los que los reconocen obran con más finura, buscando el invento más adecuado a la clase de locura que ya les conocen por la lectura de la primera. Entre estos destacan los Duques de Zaragoza, que acogen en su palacio a los dos viajeros para organizar a su costa un espectáculo muy elaborado, y muy cruel. Y es que, cosa nada rara, se trata de unos muy dignos aristócratas con alma de gamberros.

Concretando, con lo de “tercera dimensión” me refiero a lo siguiente. En la primera parte juegan dos elementos: el relato con los dos protagonistas y el lector. En la segunda, ciertos personajes son también lectores (con lo que ya tenemos dos categorías de lectores) que han leído la primera y que interactúan con los dos individuos salidos de ésta, quienes, a su vez, se saben narrados, y leídos por medio mundo. No sé si me explico.

Cervantes es mucho más, por supuesto. Pero, antes de abordarlo en general he querido aclarar – aclararme, quiero decir – el aspecto que me parece fundamental para comprender su arte, y es su prodigiosa imaginación novelística, que no se limita a narrar hechos inventados, sino que ahonda, con lucidez de vértigo, en las relaciones entre ficción, realidad y literatura.

Otro aspecto fundamental de su arte es un sutilísimo sentido del humor, virtud tan poco hispánica (no confundir con la mala uva quevedesca) que parece mentira.

Pero resulta que, con estas consideraciones sobre un solo aspecto, he consumido el espacio que me tiene asignada la costumbre para dar una idea de conjunto del carácter y estilo del escritor de turno.

No hay problema, porque el lector muy interesado siempre podrá buscar y rebuscar en la selva infinita de las obras de los expertos cervantistas, casi tan numerosos como los expertos dentistas, digo, dantistas. Y que Dios lo coja confesado. (Continúa)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

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Fausto con los Duques de Zaragoza

(Dedicado a Jaime Fernández Martín)

Salón comedor del palacio de los Duques. Rodeados de un numeroso servicio, sentados a la mesa: el Duque, la Duquesa, el Secretario, Bernardo, y, frente a frente, el Eclesiástico y Fausto.

 DUQUE.- (a Fausto) Sin duda el cielo os ha enviado. Ayer partía el caballero don Quijote, y hoy llega el viajero…¿Fausto, habéis dicho?

FAUSTO.- Fausto, señor, doctor en ciencias, en filosofía y en teología.

ECLESIÁSTICO.- No se necesitan tantos títulos para ser un buen cristiano.

DUQUESA.- (al Eclesiástico) ¿Y quién ha dicho que don Fausto no es buen cristiano?

ECLESIÁSTICO.- (a Fausto) ¿Lo sois?

FAUSTO.- Bueno soy, y cristiano me hicieron en la pila del bautismo.

DUQUESA.- ¿Satisfecho, mosén? Don Fausto, decidme, ¿cómo visten las mujeres en Francia? ¿Es verdad que no usan esta ropilla negra y que los escotes son amplios y bien dibujados?

ECLESIÁSTICO.- Mirad, señora Duquesa, que la curiosidad es la antesala de todos los pecados. ¿A qué andar inquiriendo las costumbres de otros pueblos, cuyos reyes ni siquiera saben contener la peste de la herejía?

FAUSTO.- Señora, no sabría qué responderos a esa pregunta.

BERNARDO.- Casta mirada la vuestra.

FAUSTO.- Más bien distraída. En cambio sí sabría deciros, señora, cómo son los estudiantes y los catedráticos de filosofía y las hijas de los catedráticos y los taxistas.

DUQUE.- ¿Los qué?

FAUSTO.- Los cocheros de carruajes de alquiler, que así se llaman allá. Pero, creedme, no vale la pena; es un mundo nervioso, agitado, rápido, huidizo y vacío, sobre todo vacío. Aquí en cambio se respira la paz y el sosiego que toda alma necesita (de vez en cuando).

DUQUE.- En eso tenéis razón, mucha paz y mucho sosiego, como imagino que debe haber en las tumbas…Menos mal que la visita del caballero don Quijote alegró un poco…

ECLESIÁSTICO.- Disculpadme, señor. Con el respeto debido quiero manifestaros de nuevo mi total oposición al indigno espectáculo que se organizó en esta casa alrededor del sujeto en cuestión.

FAUSTO.- Me gustaría saber quien es ese tal Quijote que tanta polémica levanta.

DUQUE.- Un loco.

BERNARDO.- Un cuerdo, con perdón.

DUQUESA.- Una extraña criatura que se cree caballero andante.

BERNARDO.- Un poeta que vive sus sueños.

FAUSTO.- ¿Un poeta como vos?

BERNARDO.- No, un poeta de verdad. Yo solo escribo versos y aspiro a un premio.

ECLESIÁSTICO.- (dando un golpe en la mesa) Un mentecato, un estúpido, un botarate, un haragán, que se ha inventado un mundo de fantasía para no habérselas con la realidad… la realidad de que es un pobre hombre, un desgraciado, una piltrafa humana, una escoria.

 Unos instantes de tenso silencio.

 FAUSTO.- ¿Entendéis mucho de realidad, mosén?

ECLESIÁSTICO.- Todo hombre con dos dedos de frente entiende de realidad.

FAUSTO.- Pues os confieso que yo, doctor en filosofía, tengo mis dudas. ¿Qué es la realidad?

ECLESIÁSTICO.- Parece mentira, señor don Fausto, vais a resultar tan majadero como el otro. La realidad es esta mesa que toco, este vino que bebo, esta silla que me aguanta, este palacio que nos alberga, y las tierras que lo sustentan, y los soldados que las defienden, y el rey que nos gobierna, y la Santa Iglesia que nos ampara y nos señala el camino y nos advierte de los peligros…Y todo lo que de eso se aparta o lo niega o es locura o es pecado, o es ambas cosas.

BERNARDO.- ¿Y la poesía? ¿Qué lugar ocupa la poesía entre las cuatro esquinas de ese mundo?

ECLESIÁSTICO.- La poesía sólo es un juego, como el ajedrez; una realidad menor que sólo puede ser tenida en cuenta como entretenimiento y diversión.

DUQUE.- Qué sorpresa, mosén. ¿También entra la diversión en vuestra descripción del mundo?

ECLESIÁSTICO.- Sí, la sana diversión, es decir, siempre que no sea pecado y no ofenda el decoro y la dignidad de la persona…Y ruego a vuestra excelencia que no me haga hablar más, que ya veo por donde va.

FAUSTO.- Debe ser consolador ver la realidad tal como vos la veis; debe ser confortante detenerse ante los límites de lo aparente y decirse: eso es todo. Pero yo no puedo renunciar a ir siempre más allá, un destino inexorable me empuja a traspasar todas las fronteras, a romper todas las murallas, siempre en busca de la realidad última y definitiva que tal vez no sea más que una fantasía. Oídme bien, en mis largos años de investigación y experimentación con los elementos de la tierra he sido testigo de fenómenos prodigiosos. Habéis de saber que, profundizando en el microcosmos y en el microcosmos del microcosmos, se llega a una región fantástica donde los elementos de las cosas se desmenuzan y desmenuzan, donde los átomos ya no son tales sino que se dividen y se subdividen hasta perder toda entidad, y esas no entidades, vacías finalmente de toda sustancia o materia, vagan libres por el espacio sin ley alguna que las contenga…y habéis de saber que, sobre esas fantásticas no entidades se levanta el edificio de lo que juzgamos indiscutible realidad. Sin contar…

ECLESIÁTICO.- Sin duda practicáis la alquimia. Pues os advierto…

FAUSTO.- Sin contar con que nuestros sentidos están hechos como están hechos y sólo pueden percibir lo que pueden percibir, de manera que todo un mundo infinito de realidades ignoradas se les escapa y siempre se les escapará. Teniendo en cuenta todo esto, decidme ¿dónde empieza, dónde acaba, en qué consiste la realidad? ¿No sería lo más discreto empezar por considerarla un sueño de nuestros sentidos para desde ahí lanzarse a su imposible conquista?

BERNARDO.- Un sueño de nuestros sentidos…bella imagen.

ECLESIÁSTICO.- (al Duque) Excelencia, tengo la clara sensación de que el Maligno se cierne sobre nosotros. Ayer, el loco don Quijote; hoy, el herético don Fausto. (a Fausto) Porque no hay duda que en cuanto decís hay herejía. En todo caso, doctores tiene la Iglesia…O mejor, decidme, para zanjar de una vez el caso, ¿creéis que Dios es realidad o, como parece deducirse de vuestras palabras, pensáis que es sólo fantasía?

FAUSTO.- Dios es toda la realidad y yo soy su profeta.

ECLESIÁSTICO.- ¡Herejía! ¿Vos el profeta de Dios? ¡Herejía! (se levanta de la silla y, dirigiéndose al Duque) Con vuestro permiso, voy a retirarme a mi habitación y, con vuestro permiso, voy a redactar un informe para el Santo Oficio.

DUQUE.- (serio y contundente) Con mi permiso, os vais a vuestra habitación; con mi permiso, os encerráis en ella; con mi permiso, recogéis todas vuestras pertenencias sin que se os olvide ni un cilicio ni una disciplina; con mi permiso, abandonáis desde luego el palacio, y con mi permiso, abandonáis también la idea de ese necio informe que, en saliendo de esta casa, lastimaría la fama de mi hospitalidad. Y cuando juzguemos necesario que nos recuerden las enseñanzas de la madre Iglesia, que nunca dejamos de practicar devotamente, nos concertaremos con el obispo para que nos envíe un eclesiástico que, además de las virtudes divinas, practique también las humanas. Au revoire, que dicen en Francia. Y, si sabéis francés, no toméis la expresión al pie de la letra, que yo no tengo ningún deseo de volver a veros.

ECLESIÁSTICO.- (rojo de vergüenza y de ira, emprende la retirada) Es el Maligno, sí, el Diablo se ha apoderado de esta casa. ¡No podrás conmigo, Satanás!

 En el momento de volverse hacia la salida, tropieza con un camarero, uniformado de rojo, que lleva una fuente con carne en salsa, y todo el contenido de la fuente se derrama sobre la sotana del eclesiástico.

CAMARERO-MEFISTO. – Perdón. (¿No te enseñaron que no se debe tomar el nombre del Diablo en vano, gilipollas?).

 Ríen los Duques, ríen el Secretario y su hijo, ríe Fausto, ríen todos los criados, y a continuación prosigue el banquete entre risas, música y cantos.

(De Mundo, Demonio y Fausto

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