Tiene el Filósofo una famosa y enigmática frase, que reproduzco ahora en traducción de Pilar López de Santamaría :
Si yo contemplo un objeto, por ejemplo, un paisaje, e imagino que en ese momento se me cortase la cabeza, yo sé que el objeto permanecería sin cambio e imperturbable: mas eso implica en el fondo que también yo seguiría existiendo. Esto resultará evidente a pocos, pero dicho sea para esos pocos.
Existe para ella una interpretación elemental, que comparto: el yo que muere es el fenoménico, el que subsiste es el yo noumenal. Y sin embargo, ahora, que me he encontrado de nuevo con el problema, se me ocurre que ésa es la solución sencilla, la respuesta de manual, diría, del correcto conocedor del pensamiento schopenhaueriano, pero que la frase – el enigma – guarda en sí muchas más posibilidades, si no de interpretación, sí de reflexión.
Para empezar, la sentencia puede considerarse como una ilustración de la idea tan repetida por el Filósofo de que no hay objeto sin sujeto ni sujeto sin objeto. En el supuesto contemplado, si desaparece el sujeto (cabeza), ha de desaparecer el objeto (paisaje). Pero sabemos que el objeto no desaparece, luego el sujeto (cabeza, es decir, yo) tampoco puede desaparecer.
Muy bien. Pero lo cierto es que, a los no confortados por la fe en la doctrina del maestro, todo les hace temer que ese yo pensante – el único conocido – también desaparece.
Y sin embargo, la cuestión está muy clara en la cabeza de Schopenhauer: habrá mundo (objeto), viene a decir, mientras exista el sujeto de conocimiento (mente); el hecho de que la mente alojada en un cerebro se extinga por muerte de este órgano no afecta al objeto-mundo mientras otras mentes se lo sigan representando. Sólo la desaparición total del conocimiento que se genera en el sujeto – en todos los sujetos – comportaría la desaparición del mundo, del objeto.
O sea, que todo consiste en colectivizar esa conciencia, que uno creía tan individual, tan personal, para mantener en pie un Yo que, convertido en conciencia global, subsiste para siempre mientras el pequeño yo decapitado se hunde en la nada.
Estas son reflexiones personales con las que muchos pueden no estar de acuerdo (quizá ni yo mismo en otro momento). Pero hay otra, que se me ha ocurrido mientras escribía este comentario, que me parece de una evidencia incontestable. Y es que, con independencia de si el yo noumenal del decapitado existe o no, la cabeza de Schopenhauer sigue tan viva como hace más de ciento cincuenta años; tan viva que parece que sigue pensando y, claro está, dándonos que pensar.
Creo que si Schopenhauer, no el noumenal, sino el de carne y hueso y con cabeza, te hubiera conocido a ti como fenoménico, pronto hubiera olvidado su frustración subjetiva respecto a Goethe y se hubiera ido encantado de la vida a tomar unas copas contigo. Hubiera sido el inicio de una gran y duradera amistad.
Eso espero. Una de las pequeñas discrepancia que tendríamos que superar es que él odia la cerveza. Pero, bueno, los dos estamos de acuerdo en cuanto al vino.