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La otra misoginia o los pliegues de la realidad

Unas frases de un escritor famoso y unas fotos del mismo escritor y de una actriz no tan famosa, pero esplendorosa al modo de Hollywood años cincuenta, me han motivado estas reflexiones.

Hay diversas maneras de entender y explicar la realidad. Los científicos, entre los que no siempre se puede incluir a los sociólogos, tienen sus métodos supuestamente asépticos o neutrales, encaminados al descubrimiento de la verdad objetiva.

La personas en general – medios de comunicación incluidos -, más inclinadas a creer que su visión particular coincide forzosamente con la realidad, no son tan escrupulosas en cuestión de métodos. Y así, tienden a clasificarlo todo en uno de dos grupos extremos, configurando una especie de realidad polarizada, sin tener para nada en cuenta los innumerables pliegues que la realidad humana  contiene.

Y en esta tendencia clasificatoria todo ha de encajar en alguno de los polos, sin que de ningún modo quepan excepciones o singularidades. Quiero decir que, asumida una visión del mundo o modo de pensar todo ha de ajustarse a ello de una forma automática, necesaria y sin matices.

Por ejemplo, la misoginia es la actitud, manifestación o instrumento del poder de un género (masculino) sobre otro género (femenino). Es lo que establecen centenares de definiciones de sociólogos o estudiosos de la cosa. Unas muestras: 

El concepto de misoginia es un concepto social que se utiliza para designar a aquella actitud mediante la cual una persona demuestra odio o desprecio hacia el género femenino.”

La misoginia se define como el odio o la aversión hacia las mujeres o niñas. La misoginia puede manifestarse de diversas maneras, que incluyen denigración, discriminación, violencia contra la mujer, y cosificación sexual de la mujer.”

La misoginia, como concepción del mundo y como estructura determinante, génesis, fundamento, motivación y justificación de la cotidianidad, está destinada a inferiorizar a las mujeres.”

O sea, que la misoginia es algo que se siente y se ejerce desde arriba, para controlar y dominar.

Pero yo sé de determinados misóginos confesos – entre ellos algunos artistas  – que no lo son desde arriba, sino desde abajo, es decir, desde el temor, la inseguridad y el sentimiento de la propia insignificancia, por muy valiosos que en realidad sean.

Aquí las dos citas del escritor:

“¿Sabes que estás solo? ¿Sabes que no eres nada? ¿Sabes que te deja por eso? ¿Sirve de algo hablar? ¿Sirve de algo decirlo? Ya ves, no sirve para nada…”

“Son un pueblo enemigo, las mujeres, como el pueblo alemán.”

Y aquí las fotos:
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Obsérvense bien y dígase cuál de los dos componentes de esta pareja, tan famosa como efímera, domina la escena, o sea, la vida.  

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PAVESE. El vicio absurdo I

¿Cuándo leí por primera vez a Pavese?

Su nombre sonaba mucho entre la progresía barcelonesa, pero yo no sabía quién era ni qué representaba. A finales de 1971, la primera vez que estuve en Italia, compré una de sus novelas más famosas. La leí con mucho gusto, pero seguí sin saber qué era o qué representaba. En los años siguientes leí casi todas sus obras, y parece que llegué a entender algo, ahí está este párrafo de mi Diario fechado el 2 de febrero de 1980:

Lo mejor de Pavese es el estilo. Pero ese estilo no es solo forma: es la única expresión posible de su personalidad. Una expresión trabajada, depurada, por supuesto. Una de sus grandes habilidades – o virtudes – consiste en saber diluir las ideas en la acción y, sobre todo, en la descripción del paisaje, siempre en íntimo contacto con los sentimientos de los personajes. No entiendo qué entienden por realismo los que le califican de realista.

Ahora que he tenido que volver a él para colocarle en el sitio que creo que le corresponde en esta lista, después de releer alguna de sus obras y de consultar a algunos de sus críticos y reseñadores, tengo la sensación de que no he avanzado mucho. Tengo la sensación de que, como ocurre con muchos creadores, a Pavese no se le puede explicar, solo se le puede leer y dejarse embargar por ese sentimiento acre, tierno, nostálgico, duro, abismal que despierta su lectura.

Anguilla – así llaman al narrador los otros personajes, sin que se sepa su nombre verdadero – es un hombre de mediana edad que regresa a Italia después de haber hecho fortuna en América. Hace poco que la guerra ha terminado, y él vuelve a su tierra, un pueblo situado en el valle del Belbo, atraído por una fuerte nostalgia, con la esperanza de reencontrar las propias raíces. Tarea difícil. Ni siquiera sabe dónde nació en realidad. Abandonado al nacer, fue recogido por un matrimonio campesino pobre, a cambio de una ayuda pública.

Ahora, lo primero que comprueba es que, aunque todo es lo mismo, todo ha cambiado. La guerra ha pasado con sus estela de sangre, odios y ajustes de cuentas mal saldadas. Nuto es un amigo de la infancia, carpintero y músico ambulante. Apenas ha salido de la comarca. Acompaña a Anguilla y responde – no siempre – a las continuas interrogaciones de éste sobre la actual situación de las personas y familias de entonces. En Gaminella, donde Anguilla vivió la infancia con sus padres adoptivos, hay ahora otra familia, con un adolescente, Cinto, que despierta la compasión (es cojo) y simpatía de Anguilla, quien se ve en parte reflejado como el niño que fue. En casa Mora, importante hacienda agrícola, donde fue a trabajar y vivir a los trece años, ya no hay nadie de los de entonces, ni el patrón don Mateo, ni las tres encantadoras hijas (él estuvo enamorado en secreto de la pequeña, Santa, pero la diferencia social era insalvable). Por Nuto se entera del triste final de las dos mayores, pero el amigo parece reacio a hablarle de la pequeña.

En sus recorridos por los campos y lugares de la infancia común, Anguilla y Nuto hablan de la tierra, del mundo campesino, tan diferente del ciudadano, de los ritos y mitos encarnados en las labores diarias: las hogueras, que siempre y en especial en las noches de San Juan iluminan las colinas y favorecerán una mejor cosecha; la Luna, que preside y condiciona todos los trabajos: la tala de árboles, los injertos, las podas… ¿Supersticiones? No, afirma Nuto, superstición es lo que se usa para dominar y embrutecer al pueblo, y estos hombre son ignorantes, sí, pero la tierra la conocen. Y a veces enloquecen.

En un rapto de locura, Vallino, el padre de Cinto, mata a las dos parientes con las que habita, prende fuego a la casa y se ahorca. Anguilla ruega a su amigo que se haga cargo del chico, y Nuto accede. Lo que no consigue es que su amigo le explique con claridad lo que pasó en la guerra, ¿fué él, Nuto, combatiente antifascista, partisano? ¿Cómo afectó en realidad la guerrilla a las gentes del pueblo? Y es que de vez en cuando la aparición de cadáveres de “ejecutados” por los partisanos despierta las iras de parte del pueblo contra los “comunistas”.

Nuto da pocas explicaciones, pero al final revela lo que parece esencial para Anguilla. Santa, la bella Santina, fue amante de varios mandos fascistas, después se unió a los partisanos. Descubierta como espía, fue ejecutada. Luego – prosigue Nuto -, cubrimos su cuerpo con sarmientos de vid, echamos gasolina encima y prendimos fuego. El año pasado todavía estaba la señal, como el lecho de una hoguera.

Con esta frase el 9 de noviembre de 1949 Cesare Pavese daba fin a su última novela, La luna y las hogueras (La Luna e i falò).

Una novela perfecta, en el sentido de que reúne y armoniza de modo eficaz y misterioso – el misterio es elemento esencial de su eficacia- los mundos y las preocupaciones pavesianas: la realidad de los hombres y mujeres que se debaten en una sociedad ingrata, por una parte, y por otra, la presencia intemporal del mito, encarnado en las fases rítmicas de la tierra, en las fuerzas oscuras que mueven a los seres humanos, en el destino. 

Entre estos dos polos de tensión se mueve, creo yo, toda la obra de Pavese. Sus manifestaciones más claras, y opuestas, están, por un lado, en el realismo social de El camarada (Il compagno), historia de un pequeño burgués inmaduro e individualista que va tomando conciencia de la situación hasta comprometerse activamente con la oposición antifascista y, por otro lado, en el largo coloquio puesto en boca de personajes de la mitología que constituye Diálogos con Leucó, compendio de las obsesiones primordiales del autor, que en definitiva se reducen al misterio del ser, de la vida, de la muerte y del destino humano.

Pero, en la mayor parte de su obra narrativa, Pavese tiene la habilidad de mezclar sabiamente el aspecto realista con el mítico y simbólico, incluso de manera que éste último puede pasar desapercibido. El mejor ejemplo lo tenemos en la novela Entre mujeres solas (Tra donne sole), que inspiró una excelente película de Antonioni (Le Amiche). En ella hace un retrato de un pequeño grupo de mujeres jóvenes de la alta sociedad turinesa, visto por Clelia, turinesa también de nacimiento, pero de clase trabajadora, que ha prosperado en Roma sin envilecerse y que ha llegado a Turín para abrir una tienda de una importante firma de moda. El vacío y la insustancialidad del mundo de las ricas (y de sus amigos ricos), contrasta con la seguridad de Clelia, quien, anclada en la vida por el esfuerzo y el trabajo, participa – críticamente – en aquél ambiente podrido por la ociosidad y la desesperanza. El relato empieza con el intento de suicidio de una de las mujeres, y concluye, poco tiempo después, con su suicidio efectivo.

El autor no necesitó un segundo intento.

(CONTINÚA)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

 

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PAVESE. El vicio absurdo II

Cesare Pavese nació en Santo Stefano Belbo, localidad del Piamonte italiano, en 1908. El padre, de familia campesina del lugar, era procurador de los tribunales en Turín; la madre pertenecía a una rica familia de comerciantes. Residentes en la ciudad, los Pavese solían pasar los veranos en Santo Stefano. Allí pasó Cesare parte de la infancia – debido a la enfermedad de la hermana, vivieron en el pueblo durante unos años –, allí inició los estudios primarios, conoció a Pinolo Scaglione, muchacho del pueblo con el que le unió una amistad de por vida (es el Nuto de La Luna y las hogueras), y se inició en su devoción particular por los misterios de la tierra.

En 1914 muere el padre, y la familia queda al cuidado único de la madre, mujer enérgica, adusta y autoritaria. Cesare prosigue los estudios primarios en Turín. Luego inicia los secundarios en los Jesuitas, pero enseguida ingresa en el instituto Massimo d’Azeglio.

Encontrarse en el período de formación con un maestro que merezca tal nombre es una suerte que pocos tienen. Pavese la tuvo. El “maestro” era Augusto Monti, latinista, humanista, antifascista, hombre de gran prestigio como pedagogo ilustrado, amigo de Gramsci y de Piero Gobetti. Más tarde, gracias a la amistad con su maestro, Pavese conoció y entabló amistad con algunos de los intelectuales más brillantes de Italia: Norberto Bobbio, Leone Ginzburg, Vittorio Foà, a los que luego se sumarían otras lumbreras del mundo de la cultura como Giulio Einaudi, Elio Vittorini, Davide Lajolo e Italo Calvino. Nunca le faltaron buenas compañías.

 

Le interesa la poesía, escribe e intenta publicar poemas. Le son rechazados. Tiene 18 años. Un año después, en 1927, ingresa en la facultad de letras de la Universidad de Turín y, antes de terminar la carrera, publica su primera traducción, Nuestro señor Warren, de Sinclair Lewis, con lo que da inicio a la que será su principal actividad profesional a lo largo de toda la vida: traductor de los modernos escritores norteamericanos.  

De hecho, Pavese hizo su aprendizaje de escritor mediante la traducción de obras de algunos de los grandes de la literatura inglesa y norteamericana. Melville, Sherwood Anderson, Joyce, Dos Passos, Steinbeck figuran entre ellos. Su misma tesis de graduación versó sobre la poesía de Walt Whitman.

Hacia los veinticinco años de edad, su vida sentimental pasa por una fase amable, aunque insegura, gracias a la compañía de Tina Pizzardo, “la voz ronca” evocada en algunos de sus poemas cuando ya es solo amargo recuerdo.

La vida profesional tiene su arranque seguro y fructífero en 1933, cuando Giulio Einaudi funda la editorial del mismo nombre, en la que colaborará, además de como autor, como trabajador esforzado a lo largo de toda su vida, en compañía de algunos antiguos condiscípulos del Massimo d’Azeglio, todos decididos antifascistas.

En 1935 es detenido al mismo tiempo que Einaudi y varios colaboradores y amigos y, tras pasar unos meses en la cárcel, se le destierra por tres años – luego reducidos a uno – a Brancaleone Calabro, en el extremo sur de la península. De hecho, aunque antifascista, Pavese nunca participó activamente en la oposición al régimen, y su detención se debió a una especie de malentendido. La pronta resolución de su caso e incluso del de sus amigos – estos sí, seriamente comprometidos – se debió quizá a la relativa suavidad con que el fascismo italiano trató a la disidencia intelectual, a diferencia de la mano dura, o durísima, que siempre aplicó a la oposición obrera.

En el destierro, Pavese empieza a escribir una especie de diario privado, que continúa hasta su muerte y que se publica póstumo con el título Il mestiere de vivere (El oficio de vivir). A poco de comenzarlo, registra en él una tragedia personal: de regreso a Turín tras el destierro, se encuentra con que ella se va a casar con otro. Es uno de esos fracasos concretos, acompañado en este caso por la sensación de haber sido traicionado, que simbolizan para él el fracaso general de la existencia. Y una vieja idea, que siempre le ha acompañado, unas veces viva, últimamente como adormecida, resurge en su interior con fuerza. Escribe en el Diario:

Sé que estoy condenado para siempre a pensar en el suicidio ante cualquier problema o dolor. Es esto lo que me aterra: mi principio es el suicidio…(10-4-36).

Es una costumbre instalada en la mente y en todos los miembros, es “el vicio absurdo”, como lo llama en otra ocasión.

Lo malo es que, de momento, no recibe consuelos de la otra parte: su primera colección de poemas, Laborare stanca (Trabajar cansa), publicada en el mismo año, pasa casi desapercibida.

Y es precisamente entonces cuando se vuelca en el trabajo con una dedicación absoluta. Pasa casi todas las horas del día enfrascado en las tareas más diversas de la editorial, continúa sin tregua con las traducciones y, en 1939, escribe sus dos primeras novelas cortas, La cárcel, basada en experiencias propias, y De tu tierra (Paesi tuoi), primera incursión en el mundo rural y su trasfondo mítico, que no se publicará hasta finales de 1941, con una buena acogida por parte de la crítica. 

En 1943, estando en Roma por asuntos de trabajo, es llamado a filas. Pero no se incorpora, debido al asma, y pasa unos meses hospitalizado. Es el momento en que la guerra, que hace años viene librándose en el exterior, irrumpe en Italia. Los aliados desembarcan en Sicilia y a continuación en la península. Se firma el armisticio con un gobierno del que ha sido eliminado Mussolini (detenido, fugado, capturado y finalmente “ejecutado”), y el fascismo junto con el ejército alemán, que ha pasado de aliado a invasor, crean la República Social Italiana, títere de Berlín. Surge la guerrilla, los partisanos actúan en amplias zonas y tienen en jaque a los nazi-fascistas. 

       

Cuando Pavese regresa a Turín, bombardeado y ocupado por los alemanes, no encuentra a los suyos: han marchado al monte, a unirse a la guerrilla. Él también se va, pero a Serralunga, a una casa de las colinas junto con su hermana y familia. Ahí medita en y sobre la soledad; el resultado será La casa en la colina, que escribirá unos años después. Y es que, si bien tiene sus convicciones o, mejor dicho, sus tendencias políticas, nunca ha sido un hombre de acción. Finalizada la guerra, regresa a Turín, entra en el partido comunista y colabora en L’Unitá y en otras publicaciones. En sus artículos se muestra siempre ajeno a cualquier sectarismo político o social: cuando, años después, publique en la revista Cultura e Realtà un artículo sobre el mito suscitará críticas e incomprensiones en la misma izquierda en la que milita. 

En los cinco años siguientes escribe y publica la mayoría de sus obras, entre ellas, quizá las mejores: Entre mujeres solas y La luna y las hogueras. Pero nada es suficiente para curarle de su “vicio absurdo”. Ni la obtención del premio literario más prestigioso de Italia (Strega, 1950), ni el éxito artístico y social, al que se ha acostumbrado sin darle mayor importancia.

De todo ello da cuenta en su Diario, a veces difícil de descifrar porque, cosa rara, está escrito en efecto para él mismo; y también en su segunda y última colección de poemas, Verrà la morte e avrà i tuoi occhi (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos).

Y es que, en 1949 un amor llega del otro lado del océano, de la América de sus sueños literarios. Pero, apenas alcanzado, se desvanece. Y, cuando se está desvaneciendo, escribe:

Uno no se mata por el amor de una mujer. Se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, indefensión, nada. (25-3-50).

Y el 28 de agosto de 1950, en una habitación de un hotel de Turín – como en el primer intento de la Rosetta de Entre mujeres solas -, Cesare Pavese da cumplimiento a su destino.

Diez días antes ha escrito las dos últimas líneas de su Diario:

Todo esto da asco.

No más palabras. Un gesto. No escribiré más.

(De Los libros de mi vida. Lista B)

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Larra dual. Un suicidio anunciado. (A.E.P.11)

ALTER.- ¿Hablamos de Larra?

EGO.- Larra, el primero de los periodistas españoles, y no sólo en el tiempo.

ALTER.- Desde luego. La mayoría de sus artículos se leen hoy con un interés enorme, algo que parece increíble después de casi dos siglos y en un campo como el periodismo, donde prima la más rabiosa actualidad.

EGO.- Lo bueno permanece, déjate de historias, sea periodismo, sea lo que sea. Lo que ocurre es que, para que la obra periodística permanezca ha de ser algo más que buena, y eso sólo lo ha conseguido Larra y pocos más, como Julio Camba, Josep Pla…y alguno que otro que ahora no se me ocurre. Pero seguro que, en total, se pueden contar con los dedos de una mano.

ALTER.- ¿Y qué me dices de la obra no periodística de Larra?

EGO.- Que si no fuese por sus artículos, no hubiese pasado a la historia de la literatura, puedes estar seguro.

ALTER.- ¿Tan mala es?

EGO.- Tiene un problema, y grave: la falta de distanciamiento, la evidente implicación del autor en la historia. El Doncel de Don Enrique el Doliente, por ejemplo, es una novela histórica a la moda de entonces, con una clara influencia de Walter Scott, pero mientras en las novelas del escocés el autor guarda silencio, en la de Larra está siempre presente, imponiéndonos abusivamente su pathos y su visión del mundo, y lo mismo ocurre en su tragedia Macías. Y eso es algo imperdonable, sobre todo en teatro, que es el género literario con mayor vocación de objetividad. Dicho de otra manera: en un artículo periodístico se puede adoctrinar; en una novela, en un drama, no.

ALTER.- ¿Y tú crees que adoctrinaba en sus artículos? A mí me da la impresión de que se reía de todo.

EGO.- Es la misma impresión, falsa, que tenían la mayoría de sus contemporáneos. Lo tachaban de gracioso, lo que es cierto. Pero, además de gracia, en sus artículos hay agudeza, ironía, sarcasmo y una buena dosis de amargura. Como para quitarse de encima el sambenito de “gracioso” que le habían colgado, escribió: “En este país, en sabiendo contar lo que pasa, cualquiera tiene gracia, cualquiera hará reir”.

ALTER.- ¡Genial!

EGO.- Pero está claro que su intención no era sólo hacer reir. Larra no es sólo un humorista, ni sólo un costumbrista, como Mesonero Romanos; en sus escritos hay siempre una voluntad moral, una intención de reforma de las costumbres y de progreso de la sociedad.

ALTER.- ¿En qué sentido?

EGO.- En el sentido que hoy calificaríamos de avanzado y democrático. Pone como ejemplos a países como Francia e Inglaterra, y se muestra convencido de que, con el tiempo, España los alcanzará.

ALTER.- Partiendo de donde partía, hay que reconocer que era bastante optimista.

EGO.- Lo era. Casi tanto como pesimista.

ALTER.- ¿Las dos cosas al mismo tiempo?

EGO.- Es que hay dos Larras: el constructivo de la mayoría de sus artículos y el destructivo de algunos de ellos; el ilustrado que propugna una sociedad racional y ordenada, basada en la libertad, en el progreso material y en la cultura, y el romántico que vislumbra el caos y la nada por doquier, incluso en el corazón de esa sociedad racional y ordenada. “Libertad para recorrer un camino que no lleva a ninguna parte”, llega a escribir.

ALTER.- Clásico y romántico al mismo tiempo, ¿no?

EGO.- Bueno, en eso no se distinguiría de la mayoría de las personas. Pero lo que yo advierto en Larra es una personalidad gravemente descompensada, desequilibrada: poderoso en el análisis, raquítico en la síntesis; ve los males como nadie, los estudia, los analiza, los reprueba; en todo este proceso camina sobre tierra firme. ¿Cuál es la respuesta a esos males, a esas carencias? Una España en paz, libre, próspera, “europea”. Sí, en lo social tiene una referencia, un modelo, algo que proponer y hacia donde ir, pero…

ALTER.- En lo personal…

EGO.- Ahí está el gran déficit de Larra; su incapacidad para sintetizar un modelo personal, que sirva para el individuo y no sólo para la sociedad.

ALTER.- O sea, cero en inteligencia emocional.

EGO.- Evidente. La descompensación, el desequilibrio de la personalidad de Larra la veo de esta manera: por una parte, una inteligencia poderosa, penetrante, que aplica a la crítica corrosiva y sin embargo constructiva de la sociedad; por otra parte, una incapacidad radical de esa inteligencia para proporcionarle una visión del mundo, no sólo política, en el que se pueda sentir mínimamente cómodo. Claridad meridiana sobre la sociedad: sus defectos, sus remedios; oscuridad absoluta sobre el individuo, “mi corazón no es más que otro sepulcro”, escribió. Y es esta zona de oscuridad la que más me interesa.

ALTER.- Oscuridad que le llevaría a la muerte, ¿no? Una muerte tremendamente romántica, como la de Werther, o sea, como la del amigo aquél de Goethe…Muerto por el amor de una mujer, qué cosas…

EGO.- Bueno, decir que lo mató el amor de una mujer es tanto como decir que lo mató la acción de la pistola. No aclara gran cosa.

ALTER.- Pero la causa inmediata fue el desengaño amoroso…

EGO.- No, la causa inmediata fue la presión del dedo sobre el gatillo.

ALTER.- Pero…¿a qué juegas?…Ah, ya…Atención: se anuncia una teoría, una teoría “bastante curiosa”, formulada por no se sabe quién…

EGO.- No, no… la formulo yo, directamente…aunque a la sombra de ya sabes quién.

ALTER.- Adelante.

EGO.- Desde el día siguiente de su muerte se empezaron a formular teorías sobre cuáles habrían podido ser las razones que le empujaron al suicidio, La más antigua, y hoy la menos aceptada, es la que ve en la desesperación amorosa el motivo claro de su decisión, sin necesidad de más averiguaciones. Esta teoría sería irrefutable si, de todo el encadenamiento de las causas y efectos, pudiésemos separar el tramo final, porque efectivamente el suicidio se produjo inmediatamente después de la negativa de la amante a reanudar las relaciones. Pero ocurre que el tramo final es sólo el tramo final, y separarlo del resto para considerarlo de manera exclusiva supone dejar fuera…casi todo. Otra tendencia, defendida sobre todo por escritores muy preocupados por lo político y social, minimiza el hecho amoroso y busca los motivos en la frustración de Larra ante la España de la época: no fue comprendido, sus escritos no produjeron el resultado que buscaba, su voluntad reformista se estrellaba contra la zafiedad y holgazanería de la sociedad, su intento de participar en política resultó abortado por obra de un pronunciamiento militar (aunque de color progresista). En definitiva, a Larra “le dolía España”, como más tarde diría Unamuno, y por eso se suicidó.

ALTER.- ¿Por eso?

EGO.- Es lo que yo me pregunto. Quizá sea ésta una cuestión muy personal, muy ligada al temperamento de cada cual, pero a mí me resulta muy difícil concebir que una persona, por patriota que sea, se suicide porque el país no anda como él quisiera. Francamente, esta teoría me parece menos creíble que la anterior.

ALTER.- Y a mí.

EGO.- Finalmente, la teoría más ponderada es la que admite todos los factores, desde el fracaso amoroso hasta el fracaso personal, social y político, como determinantes de un estado de ánimo que finalmente le empujó al suicidio. Piensa que el que había sido, desde su adolescencia, uno de los escritores más famosos y aclamados de España, en los últimos meses, tras el fracaso político, se había convertido en una especie de apestado, a cuya casa llegaban diariamente anónimos insultantes.

ALTER.- Bueno, los partidarios de esta teoría seguro que aciertan. Tienen todos los números.

EGO.- Menos el ganador.

ALTER.- ¿Cómo dices?…Ah, ya…Ahora es cuando se despliega la brillante teoría.

EGO.- Brillante, no, elemental. Yo creo que Larra se suicidó porque había nacido con vocación de suicida, como había nacido con vocación de escritor, vocaciones ambas tan claras como irreprimibles, aunque por suerte no tienen por qué ir juntas. Si examinamos sus escritos, sobre todo aquellos pasajes en que se expresa de manera más personal, advertimos siempre un profundo pesimismo, un sentimiento radical de vacío, una atracción fatal por la nada del sueño y de la muerte. Y no sólo en los últimos escritos, donde pudieran actuar los factores antes citados, sino también en los primeros, es decir, antes de toda experiencia. En el artículo El Café, que escribió a los dieciocho años, dice que todo es ilusión, que la única verdad está en el sueño (en el dormir). El sueño, imagen de la muerte, añado yo.

ALTER.- Pero eso es determinismo absoluto…

EGO.- Absoluto no, pero casi. Lo cierto es que en el carácter de Larra estaba esbozado su destino.

ALTER.- El carácter en el sentido que antes…

EGO.- Por supuesto. Como tú y yo sabemos, las vicisitudes no marcan el carácter; es el carácter el que se expresa a través de las vicisitudes. Más claro: en Larra, el sentimiento de vacío no es consecuencia de ciertas experiencias vitales; por el contrario, el modo en que experimenta la vida es consecuencia de su sentimiento de vacío. Sí, en el carácter de Larra -como nos ocurre a todos- estaba esbozado su destino. Sólo unas circunstancias extremadamente favorables hubieran podido dar a ese destino una forma menos trágica.

ALTER.- ¿Y tú crees que él era consciente de ese destino?

EGO.- Por lo menos semiconsciente, como todos los suicidas vocacionales, como Pavese, que a través de un personaje femenino de uno de sus relatos prefigura su propio suicidio en un hotel de Turín.

ALTER.- ¿Y hay alguna “prefiguración” en la obra de Larra?

EGO.- En cierto modo sí, al menos de la causa de su muerte, y de la peculiar venganza que imagina para la “causante”. Tres años antes del trágico 13 de febrero, en su tragedia Macías, escribe estas palabras, que el despechado amante dirige a su amada:

Cuando mi muerte sepas, en tu oído

siempre estará mi nombre resonando;

yo le maté, dirás…

ALTER.- Increíble. Fue un suicidio anunciado.

EGO.- Como todo en la vida…si la examinamos bien.

(De Alter, Ego y el plan)

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