LA ALTA FANTASÍA (Dante Alighieri)
Exiliado en Ravenna, Dante regresa de una misión diplomática gravemente enfermo. Rodean su lecho el amigo, médico y sabio Fiduccio, los hijos Iacopo y Pietro y, más tarde, la hija Antonia y el mismo Príncipe de Ravenna. Mientras le atienden, hablan entre ellos del gran hombre, que parece que agoniza, de su vida y de su obra. Al mismo tiempo, entre la confusión y lucidez del delirio febril, el mismo Dante rememora momentos de su existencia y, satisfecho y orgulloso de su obra, se pregunta por las razones de su fracaso en la política (exilio forzado de la patria), en la amistad (Cavalcanti) y en el amor (Gemma, Beatriz). Al final asoma una luz…
(Terminada de escribir en 2007. No publicada; derechos de edición disponibles)
Fragmentos:
IACOPO.- Padre, encomienda tu alma al Señor. No es el momento de dudas. Yo puedo acompañarte…
DANTE.- Tienes razón, Iacopo, hijo, no es el momento de dudas. Ante mí tengo reunidas todas las certezas: (va mirando sucesivamente a sus hijos, a Guido Novello y a Fiduccio) el amor de la propia sangre, la verdad de la poesía, de la sabiduría, de la amistad. Y ahora voy al encuentro del Amor que lo contiene todo.
PIETRO.- Padre, no nos abandones.
DANTE.- He de marchar. El juicio no ha terminado. Pero ahora vuelvo a él acompañado de todas mis certezas… ¡Beatriz!
Dante pierde de nuevo la conciencia exterior. Entra en una agitación, no tan intensa como la anterior, que se irá apaciguando…
G. NOVELLO.- (a Fiduccio) ¿Es el final? ¿Sabes si sufre mucho?
FIDUCCIO.- Las fuerzas que han participado en la conducción de la vida entran en combate. En esta hora de la muerte, los misteriosos poderes que determinan el eterno destino del hombre se reúnen y entran en acción.
G. NOVELLO.- ¡Los poderes de lo alto!
FIDUCCIO.- Los poderes de lo hondo. Empujados a la existencia por la misma fuerza que hace nacer al hombre, esos poderes habitan en el interior del individuo y lo impulsan por el camino de la vida, a veces en paz relativa, a veces en guerra continua, hasta que al final se entabla la lucha decisiva, la agonía.
…………………………… ……………………………
“…No sólo a mi persona, a Beatriz, has dado forma. Tu mente ha creado una gran obra, que no se limita a los versos que escribiste. Dante, eres tú el creador del mundo en el que vives. De ti ha surgido todo, como cuando sueñas. Pero ahora has de despertar.”
“Desaparecer…”
“No, sabes que no. Es el mundo el que desaparece.”
Sí, es verdad, es el mundo el que desaparece, y con él las formas de todo lo vivido: los suaves perfumes de mi Florencia natal, los colores, la vida de sus calles, sus hombres y mujeres, sus niños y niñas reunidas en un jardín primaveral; la fuerza inmortal de la naturaleza, que se disfraza de flor, de pubertad que estalla sin que nada la pueda contener; el espíritu que viene a socorrerme con el don sagrado de la poesía, la amistad honda y el amor liviano, la canción, la música bajo las estrellas; el amor hondo que va creciendo y se hace camino y verdad; el estudio sin tregua, las ciencias, las artes; la lucha por el orden y la justicia, las espadas y la sangre, las intrigas, las mentiras, las cobardías, las traiciones, incluso de quien alega mandato divino; el cruelísimo destierro, las tierras, las ciudades, los palacios de la hermosa Toscana, ¿puede sentir la belleza un triste peregrino?; las pequeñas cortes de príncipes orgullosos, el mundanal estruendo de Verona, la sabia calma de Ravenna; la gran obra que finalmente se corona; los hijos, las nuevas y firmes amistades, el nuevo Guido, príncipe y poeta, Fiduccio, el sabio… Fiduccio, tú lo sabes, es el mundo el que desaparece, ¿no es así? Ahora se romperá el espejo en que contemplo al mundo y a mí mismo. Pero yo seguiré en pie, eternamente. Y otro espejo albergará otro mundo, donde me veré reflejado con otro rostro, y luego se alzará ante mí otro…”