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NO ME GUSTA PHILIP ROTH

philip RothSí, Philip Roth, ese escritor que ha muerto ahora, después de no haber obtenido el Premio Nobel. No me gusta nada, pero nada. Tan triste, tan amargo, tan lúgubre.

Es verdad que no he leído nada de él. ¡Solo faltaría, que tuviese que leer cosas de autores que no me gustan! Pero no es necesario haber leído algo de un escritor para saber si el tipo te va o no te va. Los vapores que desprenden algunos – sobre todo si son famosos – están en el aire, y pueden ser especialmente tóxicos.

E insisto en esto, que seguro que escandalizará a muchos: no es en absoluto necesario haber leído a un escritor para saber si te gusta o no. Una reseña, una entrevista, cuatro palabras oídas aquí y allá son suficientes para saber si el individuo en cuestión pertenece o no a tu mundo. Y Philip Roth, tan triste, tan amargo, tan lúgubre, no tiene nada que ver con el mío.

Una frase de él mismo que recuerdo: “La vejez es una masacre”. ¡Para darle con todo Cicerón en la cabeza!

Algo que he leído por ahí: las preocupaciones principales de Philip Roth son la identidad judía y la masculinidad del hombre americano ¡Vaya, hombre! ¡Si supieras lo que me preocupan tus preocupaciones, Philipito!

Pero lo que más me molesta del individuo en cuestión – aunque esto no es atribuible a él, sino a críticos y periodistas – es que, cuando se cita el apellido Roth, todo el mundo piense en ese Philip.

Y la verdad es que de Roth, gran escritor, solo hay uno. Se llama – se llamaba – Joseph y había nacido en la Galitzia incluida en el Imperio Austrohúngaro. También era judío, pero no afectado por la manía identitaria. Dejó obras preciosas (La marcha Radetzky, La cripta de los Capuchinos, Job, etc.) en las que queda patente la lucidez mental, el genio artístico y el gran corazón del autor.

Cierto que también bebía mucho, pero esto, aparte de perjudicarle solo a él, sirvió para auparle al altar de los santos bebedores, en compañía de san Edgar Allan Poe, san Malcolm Lowry, san Jack Kerouac y otros varios.

Este es el gran escritor Roth, Josep Roth.

No el otro. Tan triste, tan amargo, tan lúgubre.

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Los caminos del libro. Literatura y cine. (A.E.P.12)

ALTER.- El otro día me preguntaba qué es lo que nos lleva a elegir un libro para leer, en vez de otro.

EGO.- Supongo que lo mismo nos lleva a elegir a una persona, para la amistad o el amor, en vez de a otra: la intuición de que ése es el libro, o la persona, que necesitamos.

ALTER.- Intuición que en muchos casos resulta falsa.

EGO.- En bastantes casos, sí, tanto con los libros como con las personas. Pero bueno, eso dependerá de las dotes intuitivas de cada cual. Los hay que casi siempre aciertan…y también los hay que casi siempre se equivocan.

ALTER.- Y también habrá el término medio.

EGO.- También, pero todo lo que tiene que ver con el término medio carece por completo de interés.

ALTER.- Vaya sorpresa. Te creía ponderado, ecuánime, colega de Claudio Magris y todo eso.. y ahora sales con…

EGO.- ¿Con qué? He dicho que el término medio carece de interés, no que carezca de todas las demás virtudes.

ALTER.- Pero, volviendo al tema, en tu caso ¿qué es lo que te lleva a empezar a leer un libro determinado?

EGO.- Las vías que te llevan a elegir un libro…hay de todo….puede ser… la lectura de otro libro. Esto es lo más corriente en mí. Una lectura te habla sugestivamente de un autor, o de un ambiente vinculado a un autor, y te entra el deseo de conocerlo directamente. El Danubio, de Claudio Magris, por ejemplo, me descubrió el mundo de Joseph Roth y, de un tirón, me leí cinco libros suyos, y con el máximo placer, te lo aseguro: La marcha Radetzky es una de las mejores novelas que he leído en mi vida. También puede ser… la lectura de algún artículo o reseña en un periódico o revista: de este modo me interesé por Claudio Magris, o también, el paseo por una librería hojeando los libros de los estantes, aunque este procedimiento, por lo general, más que llevarme a un autor determinado, me ha desaconsejado muchos.

ALTER.- ¿Y por la recomendación de algún amigo?

EGO.- Hace años, muchos años, un amigo me descubrió a Henry Miller; recientemente, otro me ha descubierto una deliciosa novelita de Thomas Mann, que no conocía.. Pero son casos excepcionales. Por lo general, la recomendación de los amigos no funciona en mi caso.

ALTER. – ¿Y las películas? ¿No te han sugerido alguna vez una lectura?

EGO.- Sí, pero sobre todo en la adolescencia y juventud. Por la película Quo vadis, leí la novela y lo mismo ocurrió con Sinué el Egipcio, y supongo que con alguna otra. Pero desde entonces, no recuerdo que ninguna película me haya conducido a una obra o autor.

ALTER.- Ya que has apuntado el tema, ¿qué opinas de la relación entre literatura y cine?

EGO.- Que, desde el nacimiento del cine, siempre ha existido…aunque con resultados más bien raquíticos.

ALTER.- Sí, es muy difícil que una obra literaria sea trasladada correctamente al cine.

EGO.- Depende. Una buena obra literaria perderá siempre en su traslado al cine, y es que hay que tener en cuenta que, si la obra la ha creado un verdadero artista, forzosamente necesitará otro artista de verdad para ser llevada a la pantalla con similares resultados. Por la misma razón, con las obras menores la adaptación resultará mucho más fácil. Es muy difícil que una gran novela no pierda profundidad y ambigüedad, es decir su riqueza más característica, al ser llevada al cine. Con el teatro es diferente…ahí tienes las excelentes versiones cinematográficas de Shakespeare, Oscar Wilde y otros. Y no me refiero al teatro meramente filmado, por supuesto. Y es que, pese a lo que pueda parecer por la profusión de medios con que cuenta el cine, el lenguaje cinematográfico es mucho más afín al teatral que al novelesco.

ALTER.- Y sin embargo, como tú mismo has apuntado, parece que el cine, con todos sus medios y efectos especiales, se presta perfectamente para representar toda la acción novelesca.

EGO.- ¿Toda?… A ver ¿A qué acción nos referimos? ¿A la que consiste en batallas, carreras y persecuciones? Por supuesto que ésa sí es representable por el cine. Pero no es éste, o no es éste principalmente, el tipo de acción que contiene una buena novela. La acción propia de una novela tiene que ver con el interior de los personajes, y con el del propio lector, y consiste en un proceso, por lo general lento y muy sutil, de modificación de las conciencias. A través de las vicisitudes de la acción externa, los personajes experimentan unas mutaciones internas que hacen que, por el ejemplo, el protagonista no sea al final lo mismo que era al principio. Don Quijote empieza como un hombre que quiere ser loco para poder vivir y termina como un hombre que quiere ser cuerdo para poder morir. Y también la conciencia del lector se modifica: cuando uno acaba de leer una novela, una buena novela, no es el mismo que cuando la empezó a leer.

ALTER.- Y tú crees que esa acción interior…

EGO.- Es muy difícil, por no decir imposible, que el cine la capte del texto de una novela, conservando el mismo espíritu que le infundió el autor.

ALTER.- ¿Y con el teatro no ocurre lo mismo?

EGO.- No, porque ahí la acción interior se desprende directamente de los diálogos de los personajes, diálogos que el cine puede recoger perfectamente, adaptándolos a sus propios medios expresivos, mientras que en la novela no se desprende sólo de los diálogos, que a veces ni siquiera existen, sino de todo el texto de la obra, con toda su riqueza de ambigüedades y matices. Y ahí radica la dificultad. ¿Te imaginas una adaptación cinematográfica de À rebours de Huysmans?

ALTER.- No, no me la imagino…De todos modos, seguro que recordarás alguna buena adaptación cinematográfica.

ALTER.- Sí, y alguna mala. Empecemos por la mala, y no es que sea de las peores, por cierto. El túnel, de Sabato, fue llevada a la pantalla por un director creo que español, y cosechó críticas más bien favorables. Pues bien, lo que yo vi fue una representación estéticamente muy cuidada de la misma historia que se cuenta en el libro, pero fría, glacial, carente por completo del fervor y la pasión con que el narrador nos arrastra en la novela. Yendo al otro caso, Dublineses, dirigida por Huston, adaptación del relato Los muertos, de Joyce, me pareció un ejercicio increíble de sabiduría cinematográfica en perfecta sintonía con la obra literaria.

ALTER.- Quizá es que tratándose de un relato corto…

EGO.- Quizá, no; seguro. Porque es el caso que el mismo Huston filmó una adaptación de Bajo el Volcán, de Malcolm Lowry…donde se ejemplifican todas las dificultades que antes he apuntado. Y es que la película es una buena ilustración de algunos aspectos de la novela, pero la inmensa riqueza que encierra la obra de Lowry queda casi por completo fuera de la pantalla. Lo mismo podría decirse de otra adaptación estimable, Guerra y paz, dirigida por King Vidor. Pero ¿es que alguien puede pensar que el riquísimo mundo literario de Tolstoy puede expresarse por otro medio que no sea la literatura? Una novela no es un guión cinematográfico. O no debería. 

(De Alter, Ego y el plan)

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Rober Musil, radiografía de un final II

Ulrich, joven de buena familia, sin problemas económicos, matemático de profesión y un poco de temperamento, es invitado por ciertos miembros de la alta sociedad con la que se relaciona para que colabore en la creación de la Acción Paralela. Se trata de un proyecto para preparar la conmemoración del jubileo septuagenario del emperador y, de paso, contrarrestar el efecto propagandístico de la celebración de los treinta años de reinado del kaiser prusiano, que se prepara en el país émulo y vecino.

Tranquilamente, con un humor lúcido y distanciado, se van describiendo las evoluciones de Ulrich en torno de aquella sociedad de hombres y mujeres, todos muy ilustres -aristócratas, altos funcionarios, militares y un destacado hombre de negocios con una cultura enciclopédica, que representa precisamente lo contrario de Ulrich: el hombre con atributos – en trance de concebir un proyecto que nadie sabe en qué consistirá. Otros personajes, ajenos a la Acción Paralela, pero ligados a Ulrich por diversas razones completan el cuadro, como sus amigos Walter y Clarisse y el ejecutivo financiero Fischel, judío, y su hija Gerda, joven atenta a los signos de los tiempos y tocada por los nuevos vientos cuando aún no eran tempestad. Y como contrapunto abismal y siniestro de tales luminarias, Moosbrugger, asesino demente, que tiene extrañamente obsesionada a Clarisse.

Leyendo la novela, muy extensa e inacabada, se tiene la sensación de estar asistiendo al espectáculo de una danza cuya música no se percibe. Los danzantes se mueven y no se sabe por qué. La Acción Paralela es algo a lo que no se consigue dar un contenido, como a las vidas de sus supuestos constructores. Y es que la vida es quizá ese presente multiforme sin un centro que lo aglutine.

No hay un centro. Ni en la vida ni en el individuo. No hay un lugar de mando. El yo pierde el sentido que ha tenido hasta ahora: el de un soberano que lleva a cabo actos de gobiernos. Los actos humanos no son consecuencia de los decretos de ese yo. Tienen vida propia. No es el yo el que tiene un pensamiento, es el pensamiento el que surge en el yo; no es el yo el que concibe una esperanza, es la esperanza la que se instala en el yo; no es el yo el que alumbra un amor, es el amor el que irrumpe en el yo. El yo es un rey destronado. La realidad no es ya un ente con sus límites y con sus características fijas, es algo que, sin centro, se extiende en todas direcciones del mismo modo que la genial novela que la imita… Ésta vienen a ser la interpretación que hace Claudio Magris – obsesionado por el tema de la moderna disolución del yo – de la obra de Musil.

Yo no diría tanto. Veo un escritor lúcido, inteligente, de formación científica y matemática, que aplica su lente – hecho de ironía y también de poesía – a los individuos y la sociedad que ha conocido. Una sociedad en la que hay mucha racionalidad y poco sentimiento, y en la que siempre se está reclamando más sentimiento y menos racionalidad. Ulrich-Musil, no está por esta dicotomía, sino que enfoca el asunto de otra manera. “No es que tengamos demasiado juicio y demasiada falta de alma, sino demasiada falta de juicio en cuestiones del alma”.

En la segunda parte de El hombre sin atributos el autor aparta la vista de la Acción Paralela, para indagar por el camino del alma sin renunciar a lo racional. El encuentro con Agathe, hermana apenas conocida, es el inicio de un romance erótico-místico de final desconocido… Mientras tanto, la sociedad austrohúngara camina sin saberlo hacia el abismo.

Robert Musil nació en Klagenfurt, Austria, en 1880, en el seno de una familia pertenciente a la baja nobleza. A los dieciséis años ingresa en una academia militar, pero poco después ya lo tenemos estudiando en el Politécnico de Brno. Su interés por las matemáticas y la ingeniería le lleva a licenciarse en estas áreas. Ya ingeniero, en 1902 descubre al científico y filósofo de la ciencia Ernst Mach, cuya influencia, junto con la de Nietzsche, le acompañará toda la vida. Su interés por la filosofía y por las humanidades en general le lleva a estudiar filosofía en la Universidad de Berlín, carrera que corona en 1908 con una tesis doctoral sobre Mach. Su interés por la creación literaria, que no se opone sino que de cierto modo complementa la vertiente científica, se concreta en obras como la novela Las tribulaciones del joven Törless (1906), sobre la iniciación de un adolescente en los misterios del sexo y de las matemáticas, y los libros de relatos Uniones (1911) y Tres mujeres (1924).

Durante la Gran Guerra sirvió como oficial en el frente italiano del Trentino. Concluida la contienda, trabajó un tiempo como funcionario público, se dedicó al periodismo y sobre todo empleó todas sus energías de escritor en la magna obra El hombre sin atributos, iniciada en 1930 y que dejó inacabada a su muerte. Una estancia de dos años en Berlín (1931-33) se interrumpió por causa de la ascensión de Hitler al poder (no hay que explicar porqué el escritor y el político eran incompatibles). Permaneció en Viena hasta el momento de la anexión de Austria al Reich alemán (1938). Exiliado en Suiza, vivió los últimos años sin apenas recursos económicos, o sea, en la pobreza. Murió de repente en Ginebra en 1942.

Como Stefan Zweig, como Joseph Roth, como tantos otros, Musil vio dividida su existencia – casi exactamente en dos partes iguales – entre el mundo del Imperio Austro-Húngaro y el de la Europa de las naciones-estado. Nadie esperaba que el primero acabase de aquella manera. Pero a posteriori, el arte de nuestro escritor puso al descubierto de manera magistral el vacío pomposo de aquella sociedad que, por otra parte, tantos genios dio a la humanidad, entre ellos, y no el menor, el escritor Robert Musil.

(De Los libros de mi vida)

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Mayerling, una tragedia con decorado de opereta I

 Rodolfo y María

Difícilmente se podría dar con nombres más adecuados para una historia de amor romántico, en el sentido vulgar del término. Y es que, no obstante lo que proclamaba Oscar Wilde, a veces, como en este caso, el arte sí que imita a la vida. En efecto, los Rodolfos y Marías que durante un siglo han pululado por multitud de novelitas y novelones “rosa” tienen su origen – aunque sea sólo en su aspecto onomástico – en nuestros nuevos protagonistas. La verdad es que la historia de esta pareja posee abundantes elementos como para erigirse en modelo de novelón “romántico” de alto standing. Hay un príncipe apuesto, un padre emperador de pobladas patillas, una madre emperatriz de rara elegancia, una jovencita y bella baronesa, una condesa o dos, un pabellón de caza, ayudantes de campo, doncellas, monteros, palafreneros y resto de servidumbre. Hay paradas militares, paseos elegantes, bailes en palacio (valses de Strauss, naturalmente). Y un amor a primera vista de consecuencias incalculables.

Pero adentrémonos en la historia verdadera, apartemos la mirada de tan rutilante decorado y veamos qué nos ofrece la supuesta realidad. Cuando se desencadenó la historia de Rodolfo y María, el padre-emperador, Francisco José de Habsburgo, tenía 58 años, llevaba cuarenta al frente del imperio austriaco y aún le quedaban otros veintiocho. Es quizá el personaje que más se ajusta a los patrones del novelón “romántico”. Estándole destinada la hermana mayor de una familia de la nobleza, eligió, por amor, a otra de las hermanas.

De mentalidad más que conservadora, fue un buen marido, incluso demasiado compresivo, si tenemos en cuenta la mentalidad mencionada; padre bondadoso (cuando no había conflicto con sus deberes de gobernante supremo), creyó ser también el padre o abuelo de todos sus súbditos, creencia que entre éstos era ampliamente compartida. No entendió gran cosa de lo que se movía en sus dominios, que incluían quince nacionalidades, cuatro o cinco religiones y un buen puñado de lenguas y dialectos. Y sin embargo, permitió adoptar fórmulas (el Imperio Austro-Húngaro, a partir de 1867) que mantuvieron en pie aquella extraña estructura política hasta que cayó derribada por la guerra europea de 1914-18.

Y no sólo se mantuvo, sino que su capital, Viena, fue durante décadas, en torno al 1900, el centro cultural y científico más vigoroso y original de Europa. Es decir, que a pesar de todas sus deficiencias y problemas, aquél era un ámbito político que permitía que se sintiesen cómodas en él personas y tendencias de muy diverso signo. Baste recordar a los escritores Joseph Roth y Stefan Zweig, nada sospechosos de reaccionarios y sin embargo claramente nostálgicos de aquel buen Imperio (o de los buenos años de la juventud, quién sabe).

Pasemos a la madre-emperatriz. Se llamaba Isabel Amalia Eugenia de Wittelsbach, Sissí para los amigos. A los diecisiete años se casó con Franciso José. Era bella, amante de los caballos, de la cultura y del pueblo húngaro; obsesionada por su figura, maniática con la comida (quizá anoréxica); amaba la libertad, le deprimía la vida de la corte, y las relaciones con el marido no fueron todo lo malas que cabía esperar teniendo en cuenta la actitud terrorista de la suegra. Tuvo tres hijas y un hijo, Rodolfo, protagonista de esta historia, con el que mantuvo relaciones no siempre tranquilas. (Continuará)

 ( de Del suicidio considerado como una de las bellas artes)

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El caso del traductor invisible

Iba escribir «El extraño caso…». Pero enseguida he pensado que no, que no tiene nada de extraño. Que lo más normal es que el traductor sea bastante invisible. Cuando no, del todo.

Cierto que en la mayoría de los libros traducidos aparece su nombre en algún rinconcito de las primeras páginas, pero no es menos ciertos que cuando se cita o se trabaja con un texto que originalmente estaba en otro idioma, se suele pasar por alto el hecho de que, si ese texto lo estamos leyendo en nuestra idioma, es porque alguien lo ha traducido.

Las razones de ese ninguneo sistemático de la labor del traductor pueden ser varias.  Trataré de enunciar algunas.

La falta de imaginación. Esto se refiere sobre todo al lector, al público en general que, cuando lee un texto en su propio idioma, aun sabiendo que el autor es extranjero, no se le ocurre pensar que alguien tuvo que encargarse de la delicada tarea de pasarlo de un idioma a otro.

La inercia. La labor del traductor nunca ha sido valorada. Tengo varios ejemplares de obras clásicas (en rústica, es cierto) editadas a principios del siglo XX, donde el nombre del traductor no aparece ni en el rinconcito habitual. Y si esa labor nunca había sido valorada, ¿por qué había de serlo ahora?

La ignorancia. Es lo que claramente revela lo que una vez oí de cierta persona no totalmente inculta: «Hombre, si uno conoce el idioma en cuestión, traducir no tiene ningún mérito».

La mala fe. Atribuible, como es obvio, al mundo editorial. Es sabido que el de traductor es uno de los oficios peor pagados. Si se destacase como debiera la labor traductora, resultaría raro que el nombre correspondiente quedase casi oculto en aquel rinconcito de las primeras páginas y, más raro aún, que se pagase con la miseria con que se paga. Así, que mejor mantener al traductor o traductora en el casi anonimato.

Seguro que hay más razones. Si a alguien se le ocurre alguna, adelante.

[A continuación reproduzco un artículo que sobre el tema, y en relación con un hecho concreto, publiqué en el Diari de Sant Cugaten catalán]

                                                     EL CAS DEL TRADUCTOR INVISIBLE

Estació de Sant Cugat dels FGC. Mentre executo, a la màquina expenedora de bitllets, les complicades operacions dissenyades per mantenir àgils les ments dels jubilats, veig que, molt a prop, hi ha exposada una sèrie de fullets. M’hi acosto. No dubto en l’elecció: Joseph Roth, per Déu, un dels meus escriptors preferits (no confondre amb el Philip). L’agafo.

És un fullet elegant i allargat. Al capdamunt de la portada, un imperatiu: “tasta’m”. Aleshores recordo que hi ha endegada una campanya pública per promoure la lectura. Molt bona idea. Abans de començar el viatge enceto el llibret. Fascinat, l’acabo abans d’arribar a destí, és tan curtet! I està tan ben escrit! I això no és només mèrit de Roth, penso, perquè ell escrivia en alemany i jo l’he llegit en català. Doncs vegem qui és la persona que ha fet el miracle.

Busco la informació al lloc habitual, i hi trobo: nom de l’autor, de l’editorial, del Departament de la Generalitat que promociona la cosa, de la Conselleria de les Illes que la co-promociona, de tres dissenyadors gràfics (jo ja m’ensumava que això del disseny és sagrat, però… una trinitat?). Després, posats en vertical, en un equilibri gairebé inestable, vuit jocs de sigles majúscules de vuit ens col.laboradors, entre els quals alguns de tan coneguts com RENFE o FGC i altres perfectament desconeguts (si més no, per a mi)…

Però, i el traductor? Si us plau, vull el nom del traductor! Doncs no, ara vénen tres llargs noms d’associacions que alguna cosa tindran a veure amb el producte. I ja està: dipòsit legal i una declaració (“edició no venal”) pensada per què el lector faci ús del diccionari. Molt bé, però, i el traductor o traductora? I el nom de la persona que ha fet possible que jo hagi llegit el Roth en perfecte català? Res. Invisible.

Com s’entén això? ¿Com gosen dir que promocionen la lectura unes persones que menyspreen una traducció ben feta fins a l’extrem de negar-ne l’existència? Quines mans (o potes) maneguen la cultura?

( Diari de Sant Cugat, 24 desembre 2008)

 

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