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MADAME DE STAËL. Pasión y esprit II

neckerGermaine Necker nació en París en 1766. El padre, Jacques Necker, banquero suizo y reputado economista, fue ministro de finanzas de Luis XVI en dos ocasiones, pero no consiguió que se admitiesen sus intentos de frenar el despilfarro de la corte. La madre, Suzanne Curchod, también suiza, fue decisiva en la formación intelectual y artística de la hija, a la que, niña aún, permitía estar presente en las tertulias literarias que tenían lugar en su salón de París, en las que participaban personajes como Diderot, Helvétius, D´Alembert.

Entre el ambiente vivido desde los primeros años y los estudios a los que le encaminó la madre (ciencias, letras, inglés, matemáticas, además de música y danza) no es extraño que la pequeña Germaine desarrollase una inteligencia superior que, unida a la fuerza natural de su carácter, hiciesen de ella una personalidad muy destacada, no solo entre las de su sexo – cosa fácil dada la situación de la mujer de la época – sino también entre los varones.

A los veinte años el padre – a quien adoraba – le buscó un marido según las propias exigencias paternas: había de ser protestante y extranjero, aunque tendría que vivir en París. Dada la fortuna de los Necker, los candidatos fueron numerosos. El elegido fue un aristócrata sueco, el Barón de Staël, al que, para facilitar las cosas, se nombró embajador de Suecia en Francia, y es que la influencia de Necker en la monarquía francesa, y en otras, era importante.

Germaine aceptó al marido de buena gana – de todos los hombres que no amo es el que prefiero, comentó -, tuvo con él alguno de sus hijos, pero reservó su sentir apasionado para los hombres que sí amaba, asunto en el que el marido nunca fue un obstáculo – si no me hace infeliz, es porque no osa inmiscuirse en mi felicidad.

El primer amante censado, el conde de Narbonne era uno de sus correligionarios en los afanes políticos. Gracias a ella, más influyente que él, fue nombrado ministro de la guerra en 1791. Pero, así que la Revolución se hizo incontrolable y ya a punto de implantarse el Terror, ambos se exiliaron, él a Londres, y poco después ella a la residencia familiar de Coppet (Suiza), desde donde, en los primeros meses, no cesó de comunicarse por carta con su amante lejano, parece que de modo bastante agobiante. Un biógrafo ha apuntado que las cartas que Germaine dirigía a sus amantes para retenerlos parecían pensadas más bien para espantarlos. El caso es que la relación se rompió y el conde de Narbonne fue sustituido por el de Ribbing y luego éste por otros varios sucesivos. Hasta que apareció Benjamin Constant.

En 1794, el conocimiento de Constant, intelectual de gran talla y político de la misma tendencia que ella, supuso, según propia confesión, una doble iluminación en el plano del alma y del espíritu. Dos años después eran amantes. La relación duró más de diez años, si bien en los últimos tiempos el hombre, apagado el primer fervor, parece que quería romper con la mujer. Pero no se atrevía. Hasta el extremo de que, en 1808, se casó con otra… en secreto. Para no irritar a la amante, que de hecho ya no lo era.

En los asuntos públicos, a partir del mismo año de 1794, con la caída del Terror, la cosa empezó a mejorar. Germaine y su “corte”, – los ilustrados que solían reunirse en la tertulia de Coppet, que en el 95 se trasladó a París -, pensaron que era el momento de influir decisivamente en la configuración de la política francesa. Y en efecto, Constant llegó a formar parte del Directorio, órgano directivo de la república. Además, ahí estaba el joven y victorioso general Bonaparte, a quien había que atraer a la causa de la libertad (conservadora).

En enero de 1798 se produce el primer encuentro entre Germaine y Napoleón. La mujer tenía al principio deseos y esperanza de que el general que había cosechado tantos éxitos militares para la república siguiese el camino indicado por los de Coppet, pero Bonaparte tenía otro proyecto en mente – de hecho, el mismo que tiene cualquier adicto al poder -, y ya desde el principio no quiso saber nada de esa mujer que habla tanto y se mete en lo que no le importa. No hubo de pasar mucho tiempo para que Germaine se desengañase del héroe militar, ni de que éste, ya con todo el poder en sus manos, castigase a aquella mujer que intrigaba con sus enemigos liberales, y en 1803 la desterró primero de París y luego de Francia.

Desde Suiza, la baronesa inició su primer viaje a Alemania que, junto con el segundo, realizado en 1808, fue decisivo para la creación de su gran obra, Alemania, introductora del romanticismo en Francia.

Pero antes de que la política acabe con todo, como suele suceder, no hay que olvidar que Germaine, además de los ensayos antes referidos y otros, escribió dos novelas (Delphine, en 1802 y Corinne o Italia, en 1809) en el más puro estilo romántico que defendía en su obra ensayística. Lo que ocurre es que, a diferencia de ésta, su obra de ficción, aunque de gran éxito en su momento, no llegó a traspasar la frontera de la época.

En Alemania conoció a Goethe (que se mostró encantado de que la ilustre escritora compartiese sus mismas ideas sobre una literatura universal) Schiller, Schlegel y otros, y adondequiera que fue dejó huella de su inteligencia, cultura y esprit. Y también de una personalidad abrumadora. Dicen que por aquellos días alguien oyó murmurar al mismo Goethe: pero esta mujer, ¿cuándo se irá? Y Schiller escribió poco después: desde la partida de nuestra amiga siento como si me hubiese restablecido de una grave enfermedad . Y no hay que caer en la tentación de achacar estas reacciones al pecado de misoginia, pues por lo menos Goethe no era misógino en absoluto, sino más bien filógino, término que, absurdamente, no existe. Misógina sí fue la reacción de Napoleón – quien pensaba que las mujeres solo servían para dar soldados a la patria -, intereses políticos aparte.

Tras la separación definitiva de Benjamin Constant, en 1808 Germaine se casa en secreto con Albert Jean Michel Rocca, militar suizo veintidós años más joven que ella, y en 1812, a los 46 años de edad, tiene un hijo.

La abdicación de Napoleón en 1814, su breve regreso y la derrota final le permitirá retornar a su amado París. Sigue atenta a la política. Y activa, en favor de la restauración borbónica en la persona de Luis XVIII como rey constitucional. 

En octubre de 1816 oficializa su matrimonio con Rocca. Unos meses después un ataque de hidropesía la deja postrada. Intelectualmente intacta, preside las reuniones habituales desde el mismo lecho.

El 14 de julio de 1817 muere en París Anne-Louise-Germaine Necker, Baronesa de Staël. Una mujer libre y fuerte.

Pero no desaparece. Y es que una presencia tan poderosa no puede desaparecer por el simple hecho de morirse.

(De ESCRITORAS)

  

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