Es posible que mi afirmación de que en la muerte no hay cuestión no convenza a nadie. No importa. Tampoco se trata de convencer a nadie en primer término, sino más bien de convencerme a mí mismo de que soy capaz de pensar de una manera coherente, divertida y eficaz, adjetivos que no suelen ir juntos.
Con eso de que “en la muerte no hay cuestión” quiero decir lo que ya he dicho en otro momento y lugar: que lo misterioso del asunto no está en el hecho de morirse, cosa absolutamente normal y aun necesaria en la naturaleza, sino en el hecho de que, en el fondo, no nos lo creemos. Y si llegamos a creérnoslo lo rechazamos, nos rebelamos con todas nuestras fuerzas. Y es que no nos podemos imaginar inexistentes.
Esta imposibilidad la explica muy bien un filósofo contemporáneo en el par de páginas que esta mañana le he leído en una librería.
El fondo de la explicación de Bauman consiste en una verdad muy elemental, que yo recuerdo argumentada perfectamente por Schopenhauer. Y es que no hay ni puede haber objeto sin sujeto, ni sujeto sin objeto.
Yo me puedo imaginar situado en un paraíso, o en un infierno, o en un mundo futuro o pasado. Y en efecto, ahí estoy, con todas las sensaciones o emociones que le quiera poner. Pero, si quiero imaginarme como inexistente, surge el problema.
Pienso: yo no existo. Vale. Pero, si no existe el que piensa, ¿quién piensa que yo no existo? ¿Quién puede verme como inexistente? No yo, por supuesto, dado que no existo. Este es un ejemplo muy claro de la imposibilidad de contemplar un objeto (la nada, la inexistencia) sin sujeto (el yo pensante).
Y por este camino estoy llegando a una conclusión inesperada, sorprendente. Y provisional, por supuesto, como todas las conclusiones verdaderas. Resulta que ese rechazo, esa rebelión nuestra ante la muerte no tiene su origen en cierto sentido moral o de dignidad humana (¡soy demasiado importante para desaparecer!), sino en una mera incapacidad cognitiva o epistémica: no podemos imaginarnos inexistentes, nuestra estructura mental no lo permite. Eso es todo.
Es seguro que los que viven la vida como la cosa más natural del mundo juzgan igual de natural la muerte. Y en esto sí que aciertan de pleno. Porque la muerte no tiene ningún misterio. De hecho, ni siquiera existe.
Eso de que la muerte no existe es una especie de broma que cuenta con una larga tradición en la historia de la filosofía. Su inventor fue Epicuro y el invento consiste en apaciguar al temeroso con la fórmula siguiente: no tienes nada que temer, porque cuando tú estás la muerte no está, y cuando la muerte está tú no estás.
A primera vista, perfecto. Es como una ecuación, los términos cuadran y nada queda afuera. Nada, excepto los estremecimientos de la vida.
Y es que las matemáticas no tienen en cuenta para nada la corriente vital. Pertenecen al mundo puro, platónico, de las ideas. Por eso no parecen lo más adecuado para resolver, mediante ecuaciones o lo que sea, cualquier problema existencial.
Que no es adecuado se ha visto a lo largo de toda la historia, plagada de filósofos y de multitud de pensadores anónimos que no han parado de devanarse los sesos y de estremecerse los miembros ante el misterio y el temor (o terror) de la muerte, cuando lo hubiesen tenido tan fácil con solo recurrir a la sentencia epicúrea… si ésta funcionase.
Pero, además, hay algo que no se ha tenido en cuenta. O quizá sí y esta suposición es solo hija de mi ignorancia (tanto da, uno ha de asumir su posible ignorancia si quiere hablar de algo en la vida y en los libros, sobre todo teniendo en cuenta el gran número de personas que no callan sin asumir nada en absoluto). Y es que, cuando uno habla de la muerte, puede referirse a dos hechos muy diferentes: el hecho de morirse y el hecho de estar muerto.
El hecho de estar muerto, por ser una situación estática, inanimada, sí que encaja en la ecuación epicúrea. Y es que al que murió hace mil años, por ejemplo, nada le importa la muerte (ésa que está mientras él no está), y al que ahora vive nada le importa que dentro de mil años esté muerto (él está, mientras que la futura muerte no está), o no debería importarle de la misma manera que no le importa que hace mil años no estuviese vivo.
Muy distinto es el hecho de morirse. Aquí no hay ecuaciones ni matemáticas que valgan. Uno siente, quizá entre insoportables dolores físicos, que se va hundiendo en no sabe qué, en la nada probablemente, que todo lo que es y ha sido va a desaparecer y, con ello, el mundo y el universo entero. ¿Pero cómo yo puedo dejar de ser yo? ¡Imposible! El caso extremo de rebeldía ante la muerte aniquiladora lo tenemos en Unamuno, quien llegó a proclamar que prefería las penas eternas del infierno a desaparecer en absoluto, a dejar de ser él.
Para mí, lo más extraño de todo esto es que todavía se desempolve de vez en cuando la sentencia de Epicuro para asombrar al personal con una pretendida solución ingeniosa de la cuestión, cuando lo que se debería dejar bien claro es que en la muerte no hay cuestión, que la muerte es lo más natural del mundo, dada la existencia – natural o no – de la vida.
ALTER.- Me lo temía, sí, se me ha puesto cara de tonto.
EGO.- ¿Alguna experiencia especial?
ALTER.- Tú mismo…Es el caso que yo creía que, con nuestros diálogos, íbamos iluminando, humildemente, si quieres, ciertos aspectos del mundo literario…
EGO.- ¿Y no es así?
ALTER.- Y que nuestras reflexiones podían interesar a todos los interesados por la literatura.
EGO.- No es imposible.
ALTER.- Y hasta estaba orgulloso de colaborar, desde una posición modestísima, en el gran debate literario que no cesa desde los tiempos de Aristarco.
EGO.- Muy erudito por tu parte.
ALTER.- Pues no, resulta que no. Que la erudición no importa, ni el ingenio, ni el humor, ni el buen gusto, ni el criterio…
EGO.- ¿Acabas ya?
ALTER.- Acabo. Orgulloso como estaba, me ha dado por hojear ciertos libros de algunos críticos eminentes, para comprobar que nuestro papel no desmerece del de tan altas autoridades.
EGO.- ¿Y?
ALTER.- Se me ha puesto esta cara.
EGO.- ¿Por?
ALTER.- Porque resulta que a nosotros se nos entiende todo.
EGO.- Eso está bien, ¿no?
ALTER.- Y a ellos no se les entiende nada.
EGO.- ¿Tú crees?
ALTER.- Juzga tú mismo. He transcrito en este papel algunos párrafos de un libro de uno de los críticos literarios más famosos del mundo…
EGO.- Espero que no te hayas buscado un deconstructivista feroz…la cosa no tendría gracia…
ALTER.- No, al contrario, y eso es lo grave del asunto. Y es que el crítico en cuestión arremete contra los deconstructivistas, refiriéndose a su “jerga con frecuencia repulsiva, al oscurantismo artificial y a las engañosas pretensiones de tecnicismo que hacen ilegible la mayor parte de la teoría y la práctica postestructuralista y deconstructivista”.
EGO.- Eso está muy bien, ¿no? ¿De qué te quejas?
ALTER.- Espera, espera. Porque resulta que, para cargarse ese deconstructivismo oscurantista y de tecnicismos ilegibles, el famoso crítico nos prepara del siguiente modo, leo: “Quiero considerar este motín de la teoría -más exactamente, de la teoría que se hace ella misma sospechosa- contra la autoridad de lo poético en relación con el sentido postestructuralista, deconstructivo, de la ilegitimidad de lo inteligible, tal como ha sido establecido en una categoría o dimensión transcendente”.
EGO.- La cosa va en serio.
ALTER.- Y poco más abajo: “al ironizar -aunque esto sólo es cierto para sus practicantes más rigurosos- sus propios medios de juicio negativo, la deconstrucción privilegia los malestares de lo teórico, lo fragmentario, sobre las complacencias retóricas irreflexivas y las atractivas formalidades que habitan la poética tradicional”.
EGO.-…
ALTER.- ¿Qué? Te has quedado mudo…
EGO.- No, estaba pensando en eso de “las atractivas formalidades que habitan la poética de lo tradicional”. Es una frase hermosa, ¿no crees?
ALTER.- Por favor, en serio. ¿No crees que estamos haciendo el ridículo?
EGO.- ¿Qué te hace pensar eso?
ALTER.- ¿Crees de verdad que alguien puede hacer caso de un par de personajillos que hablan de literatura de una manera tan transparente, tan…inocentona?
EGO.- Vamos a ver, ¿tú has entendido algo de esos pasajes que acabas de leerme?
ALTER.- Prácticamente nada. ¿Y tú?
EGO.- Prescindamos de mí. Yo creo que, con una base cultural sólida, sin separarlos de su contexto y con el máximo de atención posible, pueden entenderse.
ALTER.- Aún así, ¿es ésa manera de explicarse? ¿O somos nosotros los que estamos equivocados y realmente hay que explicarse de esa manera?
EGO.- Explicarse, ¿a quién? Él se explica a los suyos y nosotros a los nuestros.
ALTER.- ¿Y quiénes son los suyos y quiénes los nuestros?
EGO.- Los suyos son la ingente tropa del mundo profesoral, los críticos eruditos, los profesionales de la hermenéutica y de la exégesis, los que cada año producen toneladas de papel escrito con prolijos estudios de obras y autores y no menos prolijos estudios de los estudios de obras y autores, con toda su constelación de réplicas y contrarréplicas. Forman un mundo cerrado, mayormente a cargo de los presupuestos de las universidades, cuyas bibliotecas saturan con revistas llenas de artículos y recensiones, con opúsculos y separatas, que casi nadie lee. Constituyen una auténtica nación con sus tradiciones, que quizá arrancan de ese Aristarco que has nombrado, su cultura y su lengua propia, y hasta poseen embajadores que los representan en el mundo exterior, normalmente alguien de fama internacional, como ese George Steiner, que no has nombrado, y algunos críticos de los suplementos literarios de los periódicos.
ALTER.- ¡Lo has reconocido!
EGO.- Sí, lo leí con mucho interés…pese a las dificultades que presenta su lengua nacional, como has podido comprobar.
ALTER.- Y entonces, los nuestros…claro, los nuestros son todos los demás.
EGO.- Hombre, tampoco es eso. No vayamos a rebajarnos ahora más de lo debido. Los nuestros no son “todos los demás”, entre los que habría que incluir a los lectores de basura (aunque ahora la basura se ve, más que se lee). Los nuestros son los verdaderos amantes de la literatura.
ALTER.- Y la tropa profesoral, ¿no la ama?
EGO.- Yo diría que no, porque se dedica a diseccionarla. El gozo del verdadero amante consiste en poseer y dejarse poseer por el ser amado; no en descuartizarlo…normalmente.
ALTER.- ¿Quieres decir que ambas posturas, la del lector amante y la del estudioso crítico, son incompatibles? Pues yo creo que uno puede amar a alguien o a algo y sin embargo, o precisamente por ello, desear estudiarlo, analizarlo.
EGO.- No digo que no, pero son operaciones distintas, aunque partan del mismo sujeto y concurran en el mismo objeto.
ALTER.- Pero compatibles…
EGO.- Depende de lo que se ponga por delante. El que sobre todo ama puede también analizar y juzgar; el que sobre todo analiza y juzga se incapacita para amar.
ALTER.- Me parece una opinión muy heterodoxa. Siempre se ha dicho que el amor es ciego.
EGO.- No siempre es cierto lo que siempre se ha dicho. Y además, eso se refiere al amor-pasión, tema que ahora ni nos ocupa, ni nos preocupa. Lo que quiero decir es que el que se acerca a la obra de arte con los instrumentos de la ciencia no se encuentra con una obra de arte, sino con un objeto de la ciencia.
ALTER.- Y una obra de arte, ¿no puede ser objeto de la ciencia?
EGO.- Por supuesto. Pero entonces ya no funciona como obra de arte, sino como mecanismo que desmontar. A ver si me explico. Aunque edificada con medios materiales, la obra de arte es una construcción espiritual, como el mismo individuo humano. Una obra artística no es el resultado de la suma mecánica de todos los elementos que la componen. Tiene un alma, que es la expresión de su totalidad, y sólo captando la obra en su totalidad, de una manera, diría, intuitiva, puede captarse esa alma. El alma no se revela en la mesa de operaciones. Ni la artística ni la humana.
ALTER.- Imagino que esa opinión tendrá muchos contradictores.
EGO.- Por lo menos, todos los que integran la tropa profesoral. Y es natural. Son profesionales.
ALTER.- ¿Tienes algo contra los profesionales?
EGO.- En general no. Todo el mundo tiene derecho a vivir de una profesión. El problema aparece cuando la necesidad de mantener incesante el ejercicio profesional falsea, degrada o desnaturaliza la materia sobre la que se aplica. Esto difícilmente le ocurrirá a un médico, a un arquitecto o a un carpintero, porque sus actividades son empíricas y, en los dos últimos casos, eminentemente constructivas. Pero a medida que avanzamos por el camino de la abstracción, la cosa se va complicando. Un antropólogo, un sociólogo, pueden demorarse en largas investigaciones cuya verdad o utilidad quizá sean, por lo menos, indemostrables. Y si pasamos al estudioso profesional de la literatura, al investigador implacable de autores y textos, no nos hemos de extrañar si le vemos demorarse por intrincados vericuetos, sin freno ni responsabilidad alguna, o sentando conclusiones que pueden ser tan sensatas o peregrinas como indemostrables. Pero en fin, si eso le hace feliz, no seremos nosotros quienes le agüemos la fiesta. Lo único que habría que pedirle es un poco de humildad; que no intente vendernos sus conclusiones como productos científicos; que piense que, casi siempre, de una obra, de un autor, puede afirmarse eso que afirma…y también lo contrario. En fin, que para mí lo importante no es saber si Shakespeare existió o no, sino poder gozar de las obras que tradicionalmente le han sido atribuidas.
ALTER.- Sí, “lo importante no es si Dios existe o no, lo importante es si se ocupa o no de nosotros”.
EGO.- En todo es así. Dicen que eso que se llamaba “la verdad” fue destronado por el relativismo moderno. Así, que lo que ahora cuenta es la eficacia. Lo verdadero es sólo lo que funciona, lo que va en la dirección de la vida.
ALTER.- La razón vital de Ortega…
EGO.- Por lo visto, es la única verdad que tenemos a nuestro alcance.
ALTER.- Y además, se ha dicho que quien se empeña en buscar la verdad corre el riesgo de encontrarla.
EGO.- Afirmación veladamente pre-posmoderna, porque ahí se insinúa que sí existe una verdad…y que es terrible. No sé a quién corresponde la frase, pero yo diría que está en perfecta sintonía con aquella del Filósofo: “El mundo es bello para ver, pero horrible en su ser”.
Tiene este Blog una categoría con el nombre de “postales filosóficas”. En ella he ido encuadrando aquellas entradas que, de alguna manera, tocaban lo que se entiende por filosófico, sin relación necesaria entre ellas. Pero, desde hace unas semanas, he empezado a publicar unas breves entradas que guardan cierta relación de tema y de continuidad entre sí. Así que, al efecto de que no se pierdan en el barullo propio del Blog y de que los interesados puedan consultarlas ordenadamente, he decidido agruparlas aquí, con los correspondientes enlaces. Éstas son las publicadas hasta el momento:
Hay personas que viven como si vivir fuese lo más natural del mundo. Y hacen bien. De hecho es la única manera de vivir.
Pero los que no sabemos vivir de esa manera en primera instancia tenemos una opción: si la naturaleza ha fabricado esa cosa en apariencia tan absurda como la vida, hagamos como que no nos damos cuenta de ese absurdo, engañémonos nosotros mismos como la misma naturaleza pretende engañarnos y digámonos: vivir es lo más natural del mundo.
Pero no. No funciona. Es una actitud falsa, intelectualoide. Se requiere ingenuidad, o una sensibilidad estrictamente animal, como la de muchos seres humanos, por cierto. Es decir, se requiere no encarar el problema, no planteárselo siquiera, ignorarlo por completo. Vivir como las florecitas del campo, que ignoran que llegará el invierno para acabar con ellas.
Ahora mismo dirijo la vista a un rinconcito de la pantalla y veo 19,48h. Día 13 de enero. Año 2015. Una vez comprobado que he escrito bien la fecha, vuelvo la vista al rinconcito mencionado y veo: 19,50h. ¿Qué es esto? ¿No hay nadie capaz de pararlo? 19,51 ¿A dónde nos conduce esta loca carrera?
La respuesta es sabida: a la muerte. Y con esto acabo por hoy, a las 19 horas 53 minutos del día 13 de enero de 2015. Bueno, a las 19 horas y casi 54 minutos.
Dejando aparte los aspectos físico-químicos, lo más característico de la vida es la duración. Es decir, el hecho de que consiste en una sucesión de instantes que se van produciendo sin interrupción y siempre en el mismo sentido, sin que haya posibilidad alguna de que la marcha, la sucesión, se invierta de manera que el mañana pueda darse antes que el hoy.
La duración es lo propio del tiempo. Decimos que algo dura porque prolonga su ser a lo largo del tiempo. Pero ¿qué es el tiempo? El tiempo es una de esas cosas que – como la vida misma – a primera vista nos parece de lo más natural, porque siempre hemos convivido con ello. El problema surge cuando uno se pone a descifrarlo. Es lo que le pasaba a san Agustín, que decía que sabía muy bien lo que era el tiempo, pero que, cuando se lo quería explicar a alguien, ya no lo sabía.
Con el tiempo suceden cosas extrañas. Lo más extraño es que sus partes son etéreas e inaprensibles. Porque, a ver, ¿dónde está el futuro? ¿qué se ha hecho del pasado? Y lo peor ¿en qué consiste el presente? ¿Cuándo se vive?, que decía Oblomov, el personaje de la novela de Goncharov. Porque el instante presente es un no ser entre el pasado y el futuro. Y consumimos toda la vida esperando algo que, si se produce, en un instante ya es pasado. O sea que todo ocurre entre la expectativa y el recuerdo. Y en medio, ese huidizo o inexistente presente, que es nada menos que el núcleo de la vida: lo más natural del mundo (!).
EGO.- Mira, quizá será cosa de la edad, pero yo tengo la impresión de que todo lo bueno que puede dar la literatura… lo ha dado ya. De hecho, hace tiempo que no leo nada actual, y últimamente me dedico a releer libros que leí hace muchos años.
ALTER.- ¿No te interesa nada de lo actual, de lo contemporáneo?
EGO.- Apenas nada.
ALTER.- Perdona que te lo diga, pero ese desinterés, ese desprecio por los escritores de hoy no habla muy bien de ti.
EGO.- ¿Por qué?
ALTER.- Para empezar, esa actitud es reveladora… de una falta de fe en el progreso.
EGO.- En el arte no hay progreso. Lo vimos en la primera lección.
ALTER.- De miedo a equivocarte al juzgar nuevos valores.
EGO.- Miedo a perder el tiempo, más bien.
ALTER.- De insolidaridad con los colegas de tu generación.
EGO.- A ningún creador verdadero le interesa la obra de sus contemporáneos más próximos. Lo descubrió Gombrowicz.
ALTER.- Supongo que fue otro gran insolidario.
EGO.- Supones bien. Y has de tener en cuenta que la palabra “solidaridad” no pertenece al léxico del arte…. Aunque a otro nivel, mucho más profundo, nadie hay más solidario que el verdadero artista. Todas las noches, en su humilde habitación de escritor, Kafka realizaba una labor infinitamente más solidaria que la del más diligente agitador de masas.
ALTER.- ¿Pero de verdad no te interesa nada de lo que se escribe aquí y ahora?
EGO.- Esa es la palabra: no me interesa. Lo cual no supone ningún juicio de valor sobre las obras, sino, en todo caso, algún defecto de mi aparato receptor. Puede haber cosas magníficas…en ese caso, ya me llegarán. No he de ir yo a buscarlas. Siempre ha sido así: todo lo bueno que me ha dado la literatura me “ha llegado”, de una u otra manera. Quiero decir que, del mismo modo que en ningún momento me dije “voy a ponerme a leer literatura germánica”, literatura que, no sé por qué, ha resultado ser la que más he leído y la que más satisfacciones me ha proporcionado, tampoco pienso decirme “voy a leer literatura de aquí y ahora”. Si algo me ha de llegar, ya me llegará.
ALTER.- No me creo que, a tu edad, no te haya “llegado” nada de nuestros contemporáneos. Porque, si eso fuese cierto, significaría, una de dos, o que hay un fuerte prejuicio por tu parte o que la literatura española actual no vale una mierda.
EGO.- No hay que irse a los extremos, ni en los planteamientos ni en el lenguaje. Yo no he dicho que no me haya llegado nada en absoluto de nuestros contemporáneos…
ALTER.- Un nombre, por favor…
EGO.- Imposible. Va contra las normas.
ALTER.- ¿Se puede saber en qué consiste exactamente esa norma?
EGO.- No nombrarás autores españoles vivos.
ALTER.- ¿Latinoamericanos tampoco?
EGO.- Bueno…se podría hacer alguna excepción. De hecho ya he nombrado a Sábato más de una vez. Y hubiese sentido mucho no poder hacerlo. Para mí, Sábato es todo un clásico.
(Téngase en cuenta que este fragmento se escribió en 2004)
ALTER.- Me vienen ahora a la cabeza los nombres de dos autores españoles fallecidos hace poco, los dos nacidos en Barcelona. ¿Tienes algo que decir de ellos?
EGO.- Nada. Aquí hablamos de literatura en mayúsculas.
ALTER.- Pues dame un nombre de entre los fallecidos en los últimos cincuenta años. Mira que te lo pongo fácil…
EGO.- Sí, la pregunta es fácil…lo difícil es la respuesta. Y es que la inmensa mayoría de las obras de esos autores no me ha “llegado”. Y seguro que algo bueno me he perdido…problemas de mi aparato receptor, ya te lo decía…El único que puedo mencionar con pleno conocimiento de causa es Ramón J. Sender. Su Crónica del alba, especialmente la primera parte, es una obra absolutamente deliciosa, ah, y Teresa Chacel, por las Memorias de Leticia Valle…y La familia de Pascual Duarte, de Cela.
ALTER.- Y…
EGO.- Y para de contar.
ALTER.- Es un balance bastante pobre, ¿no?
EGO.- Es lo que hay. Pero quiero que quede bien claro lo que antes ya he apuntado: que mis opiniones son sólo mis opiniones, y que, si no hay manera de que me llegue nada de la literatura actual, el problema debe de estar en mí.
ALTER.- En tu aparato receptor.
EGO.- Sí, en mi aparato receptor…Y que sólo me pronuncio sobre las cosas que conozco y que, por lo tanto, es imposible que me pronuncie sobre la literatura actual. ¿Está claro? Reconozco mi ignorancia y asumo la responsabilidad. Y nadie tiene que darse por ofendido. Después de todo, yo no soy nadie.
ALTER.- Eso es una gran verdad.
EGO.- Y tú, menos que nadie.
ALTER.- Touché…Pero entonces, ¿qué somos?
EGO.- Meros pretextos para que tomen forma estos diálogos, supongo.
ALTER.- Yo también lo supongo. Pero es muy triste oir que uno es un mero pretexto para…
EGO.- Quién sabe si toda la humanidad no lo es.
ALTER.- Los seres humanos meros pretextos, simples medios, quieres decir…¿para qué?
EGO.- Ahí puedes poner lo que quieras: la sociedad comunista, el progreso infinito, la utopía perfecta, el superhombre…porque, desde el momento en que el individuo concreto que nace, vive y muere no puede gozar personalmente de alguna de esas dichosas culminaciones, queda reducido a la condición de simple escalón para el ascenso de las generaciones futuras. Y eso, considerando sólo las filosofías optimistas, porque, si nos atenemos a las otras, el individuo ya ni siquiera es escalón, sino un rápido destello que se agota en sí mismo, cuando no una pieza absurda, condenada con el todo a la eterna e inmisericorde repetición de los ciclos. Para mí, la única visión realmente optimista, y además concreta, es la que ofrece el cristianismo: la salvación al mismo tiempo personal y colectiva.
ALTER.- ¿Cristiano, pues?
EGO.- He dicho que es la mejor oferta, no que responda a una realidad.
ALTER.- Y alguna de las otras, ¿sí responde?
EGO.- Lo ignoro. Como lo ignora el más sabio de los filósofos…por muchos libros que escriba.
ALTER.- ¡Qué panorama tan sombrío! ¿Cómo hemos venido a para aquí?
EGO.- La literatura actual nos ha traído, y mi crasa ignorancia sobre el tema. Pero podemos corregir el derrotero.
ALTER.- Estupendo. El otro día leí esta frase: “El tema de la literatura es el sufrimiento humano”. ¿Qué opinas?
EGO.- Que es cierto. El tema de la literatura es el sufrimiento humano. Y el gozo y el dolor y el placer y el amor y el odio y la esperanza y la desesperación. Todo lo que afecta al ser humano constituye el tema de la literatura. Así que el que escribió esa frase dijo una gran verdad, pero se olvidó de otras verdades no menos grandes. Es lo malo de las sentencias rotundas: que dejan muchas cosas fuera. Y sin embargo…en cierto sentido…
ALTER.- En cierto sentido ¿qué?
EGO.- Estaba pensando que, según se mire, sí que hay una relación muy especial entre literatura y sufrimiento humano.
ALTER.- ¿Más que entre literatura y felicidad, por ejemplo?
EGO.- Sí, más, mucho más. Si lo piensas bien, todo relato literario, incluidos el cuento de hadas y la novela rosa, trata de las dificultades, los sinsabores, los sufrimientos de unas personas que, explícitamente o no, buscan la felicidad. Cuando el sufrimiento se acaba, el relato termina. A partir del momento en que se escribe “y se casaron y fueron felices” ya no hay literatura posible.
ALTER.- Podría funcionarles mal el matrimonio…
EGO.- Sí, pero entonces ya no serían felices, con lo que volvería a haber materia literaria.
ALTER.- Es curioso…¿Y a qué crees que se debe eso?
EGO.- La respuesta, como en tantas otras cuestiones, nos la da el Filósofo. Para él, sólo el dolor es real, positivo, mientras que la dicha no tiene entidad propia, es un concepto negativo, que se define por la ausencia de dolor. En coincidencia plena con esta idea Larra escribe “Lo malo es lo cierto. Sólo los bienes son ilusión”.
ALTER.- ¡Larra, influido por Schopenhauer!
EGO.- Imposible. Aunque son contemporáneos, en los años en que Larra escribe, el Filósofo (por cierto, te has saltado el pacto) es un perfecto desconocido, incluso en su país. En cambio, éste sí que lee a Larra, y hasta cita una frase suya, sacada de El doncel de don Enrique el Doliente.
ALTER.- Una frase muy profunda, supongo.
EGO.- Juzga tú mismo: “El que no ha tenido un perro no sabe lo que es querer y ser querido”
ALTER.- No sé si profunda o no, pero, desde luego, de lo más pesimista que he oído en mi vida.
EGO.- Esa es una visión antropocéntrica. Piensa que, para el perro, la frase es muy gratificante.
ALTER.- Por supuesto…Pero estábamos en que… ¿de verdad crees que no hay ninguna obra literaria que trate directamente de la felicidad?
EGO.- Ninguna, ni siquiera la novela rosa, como antes hemos visto. Bueno, todas tratan de la felicidad, pero en cuanto aspiración o meta, no en cuanto materia de descripción. Porque, como razonaba el de Danzig e intuía el de Madrid, sólo el sufrimiento tiene existencia real, susceptible de convertirse en materia literaria, mientras que la dicha, que no es más que ausencia de sufrimiento, carece de contenido narrable.
ALTER.- No sé…Yo creo que, si nos pusiésemos a pensar, daríamos con alguna obra que trata directamente de la felicidad.
EGO.- Pues pongámonos a pensar.
ALTER.-…
EGO.- ¿Qué?
ALTER.- Estoy pensando. Y tú, ¿no piensas?
EGO.- Sí, estoy pensando.
ALTER.-…
EGO.- ¿Qué?
ALTER.- Bueno, ya sabes que mi cultura literaria no es muy amplia. Pero estoy seguro que tú, si obras de buena fe, puedas dar con lo que buscamos.
EGO.- Pues yo creo que no, que no hay manera. No hay literatura que tenga por tema la descripción de la felicidad…y sin embargo…sí hay algo…
ALTER.- En qué quedamos. ¿Sí o no?
EGO.- Sí hay algo, pero no en la narrativa, sino en la poesía y en la literatura mística. Son pequeños fragmentos que aluden a instantes únicos. Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, San Juan de la Cruz, son los nombres que se me ocurren ahora.
ALTER.- Luego la felicidad sí puede ser objeto de la literatura.
EGO.- Sí, pero no de la narrativa, no de la novela. La novela consiste en el desarrollo de una historia, y la felicidad no tiene desarrollo, no tiene historia, por eso sólo puede ser captada por la mirada instantánea de la poesía…o de la mística, que a estos efectos son lo mismo.
ALTER.- Y además, se me ocurre ahora que una historia feliz de principio a fin carece de todo interés, excepto si es la tuya propia.
EGO.- Sí, ocurre como en las relaciones humanas: es más fácil compartir las penas de los amigos que sus alegrías.
ALTER.- ¿Oscar Wilde?
EGO.- Seguro. De todos modos, aún prescindiendo del componente cínico de la frase, es cierto que en la ostentación de la propia felicidad hay siempre algo de impudicia…y de trampa. El que se empeña en vendernos su felicidad nos produce la misma impresión que el que pretende vendernos su crecepelo milagroso. Goethe capta perfectamente ese sentimiento cuando dice “una persona que se estima feliz y exige a los demás que también lo sean, siempre nos sume en cierto malestar”.
ALTER.- Viniendo de quien viene, la observación es doblemente valiosa, ¿no?
EGO.- Sí, porque el poeta no habla desde el otro extremo, ni mucho menos, ya que, con mayor contundencia, abomina de los que pretenden convencernos de que este mundo no es más que un valle de lágrimas.
ALTER.- Resumiendo, que la felicidad no es materia de la literatura.
EGO.- Resumen mal formulado. Porque la felicidad tiene mucho, muchísimo que ver con la literatura, como tiene que ver con cualquier otra actividad humana, nadie actúa para ser más desgraciado, al menos conscientemente. Nuestra conclusión deberías formularla así: La descripción de la felicidad no es materia propia de la narrativa literaria.