El señor Y es un alto cargo de una gran empresa y tiene varios subordinados directos a sus órdenes. A los empleados A, B y C los valora muy bien, a pesar de que suelen cometer el mismo número de errores que los demás. A los empleados D y F no les perdona una, y es inútil que se esfuercen en realizar su trabajo a la perfección: nunca serán gratos a los ojos del jefe.
Este tipo de injusticia se da en todos los ámbitos de las relaciones humanas. También en las de parentesco. Ahí está el padre que prefiere a uno de sus hijos, por más esfuerzos que hagan los otros para complacerle, asunto que se remonta al bíblico Jacob frente a José y sus hermanos, y aún más atrás, como luego se verá.
También el amor, si no es universal, es radicalmente injusto. ¿Por qué se ama a una persona en vez de a otra, aun cuando ésta otra tenga más méritos y mejor comportamiento? Y no se diga que esta es una cuestión banal o superficial. El enamorado no correspondido y que ve el lugar al que aspira ocupado por otra persona, quizá insignificante, sabe muy bien de lo que hablo.
No quiero perderme por hondas disquisiciones teológicas, es más, me declaro de antemano refutado por los sesudos teólogos que no compartirán mi impresión. Porque de impresiones se trata.
En el Génesis, primer libro de la Biblia, Jehová se muestra encantado con las ofrendas de Abel, mientras que manifiesta su disgusto ante las de Caín, con lo que se desencadena la tragedia que otra actitud quizá hubiese evitado.
Con distintos matices, más estrictos en el segundo caso, tanto san Agustín como Calvino defienden la idea de que, desde toda la eternidad, Dios ya conoce a los que ha de salvar. Esta teoría de la predestinación divina surge de unas líneas que san Pablo escribió en su Epístola a los Romanos:
Pues a los que antes conoció, también los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a esos también los llamó; y a los que llamó, a esos también los justificó, y a los que justificó a esos también los glorificó.
(nam quos praescivit et praedestinavit conformes fieri imaginis Filii eius ut sit ipse primogenitus in multis fratribus
quos autem praedestinavit hos et vocavit et quos vocavit hos et iustificavit quos autem iustificavit illos et glorificavit)
En resumen, parece que la injusticia a que me refiero es un fenómeno omnipresente así en la tierra como en el cielo. Claro está que el filósofo o teólogo de turno dirá que lo que ocurre es que yo no entiendo nada. Y en esto le daré la razón.