Imagino que todo escritor habrá tenido esta experiencia. Al releer algo que acaba de escribir, se encuentra de pronto con una frase que le llama la atención. ¿Esto lo he escrito yo hace un momento?, se dice. Pues está bien. Tiene gracia, o gancho, o profundidad o… No me había fijado.
El abismo que nos sostiene, esta es la frase, o el enunciado, o como correctamente se llame, que descubrí al releer el texto de La locura de la verdad, otro enunciado que se las trae.
La tentación que entonces se presenta es la de desarrollar la idea. Qué buen tema, qué buena entrada, el abismo que nos sostiene. Pero qué delicado, qué complicado, qué difícil exponerlo de una manera comprensible, sin contar con que primero lo ha de comprender uno mismo, o sea, yo, el que escribe.
¿Lo comprendo? Veamos.
La tarea educadora y civilizadora consiste en ir levantando un andamiaje para que la personalidad pueda desarrolarse y alcanzar los máximos niveles de autocomprensión y coherencia. Ese andamio, por el que ascendemos hasta ciertos niveles de racionalidad, está hecho de normas, métodos, datos y, sobre todo, de historias o leyendas (propias o ajenas) asumidas como ciertas, es decir, de todo lo necesario para que el pie no falle y no nos precipitemos al abismo.
Pero es difícil. Porque el abismo está ahí. Y nos atrae: es parte de nosotros mismo. En realidad, es lo que nos sostiene,
Y no solo los individuos se sostienen sobre el abismo. También la sociedad humana. En La montaña mágica, de Thomas Mann, se cuenta el sueño que tiene Hans Castorp cuando se duerme, perdido en la nieve. Se encuentra en medio de un paisaje de claridad helénica donde hombres y mujeres jóvenes y hermosos viven entre el juego y el placer en una dicha permanente. Pero en el centro de la región hay una especie de templo que le llama la atención. Intrigado, se acerca, penetra y observa: los horrores más espantosos tienen lugar en él. Y comprende que lo que ocurre en el templo es la base necesaria para que el mundo
También en el individuo, un horror de caos y sinrazón se oculta bajo la figura más o menos amable del hombre civilizado. Es importante tenerlo en cuenta. Saber de donde venimos. Saber que, en cualquier momento, podemos regresar al abismo.