
-Hay un placer sobre el que nada se ha escrito y del que, sin embargo, muchos disfrutan: el peligro -dijo Petronio-. El auriga que conduce su carro a toda velocidad, el marino que se complace en adentrarse en el oleaje más furioso, el soldado que se arriesga más allá de lo ordenado y de lo necesario, todos ésos no buscan en realidad un resultado concreto de su acción, ni siquiera la gloria. Buscan la emoción del peligro, sienten un placer especial en el juego con la muerte. Yo también suelo gustar de ese placer. Y cada vez más. Nerón estuvo anoche especialmente pegajoso. Continuamente exigía que permaneciese a su lado; no dejaba de hablarme, de preguntarme, de pedirme opinión sobre todo. En tales ocasiones, para paliar el tedio propio de la situación, solo compensado por la vista de la expresión de desconsuelo que se le pone a Tigelino, suelo aventurar alguna que otra jugada peligrosa. En esta ocasión empecé hablándole de Séneca.
“Ah, ¿pero aún está vivo?”, exclamó. “Mañana recuérdame que piense en él. Solo mentar su nombre puede aguarnos la fiesta.” Luego, me miró con ojos entre inquisitivos y juguetones y preguntó:
“Eres muy amigo suyo, ¿verdad?”
“No, por los dioses”, respondí, “no tengo amigos que pueda perder. Por eso sólo me considero gran amigo tuyo, si a ti te place”.
“Claro que sí”, dijo, deseé que lo bastante alto como para que lo oyera Tigelino, que merodeaba por ahí. “¿Y crees que por ser yo César no me puedes perder?”, añadió.
“Solo por tu libre voluntad”.
“Tienes razón, tienes razón”, afirmó satisfecho. “Nadie tiene poder sobre un dios”.
“Sólo el destino”, murmuré entre dientes.
“Que sólo el destino tiene poder sobre los dioses”.
“¿Crees tú en el destino?”, preguntó, de repente serio.
“No más que en los dioses”, contesté con la misma seriedad.
“Es verdad, qué tontería”, dijo Nerón, aliviado. “El destino lo hacemos nosotros. Hoy estoy aquí y, si lo decido, mañana puedo estar en Bayas”.
“Donde, además, podrías instalarte en la villa de Calpurnio Pisón, que tanto te gusta”.
“Sí, es verdad”, dijo, “es una casa preciosa, magnífica, más digna del César que de ese pedantuelo de Pisón. ¿Sabes que se cree un gran artista de la música y del canto? Un día de estos voy a retarle”.
“Dicen que lo hace muy bien, ¿y si te vence?”
“¿Pisón? ¿vencerme, a mí? ¡Qué ocurrencia!”
“Tiene muchos amigos, y dispuestos a lo que sea”, dije, convertido en un auriga enloquecido.
“¿Amigos? ¿Qué quieres decir? ¿Que podrían influir en el jurado?”
“Eso mismo, eso quería decir”, afirmé, deteniendo ya la loca carrera.
“Esta noche dices muchas tonterías, Petronio”, afirmó Nerón.
Y había de decir muchas más…En un momento dado, aprovechando el lejano parecido de una mujer que andaba por ahí, le pregunté:
“Ésa, ¿no es Epícaris?”
“Imposible. Si te refieres a la amiga de Mela, la tengo a buen recaudo”, respondió sin mirarla.
“¿Te dedicas ahora a secuestrar a las amigas de tus amigos?”
“No, sólo la tengo guardada. Hay una acusación contra ella. No se ha podido probar, pero, por si acaso, la tengo bien guardada. Si la acusación es falsa, como supongo, se la devolveré a Mela…un poco desmejorada, claro está”, y rió de buena gana moviendo toda la tripa.
“Cuídate, César,” dije con toda la seriedad posible, “yo de tí no me fiaría ni de Tigelino”.
“Y de ti, ¿me puedo fiar?”, preguntó de repente, mirándome fijamente a los ojos.
“Mi vida depende de la tuya, César magnífico. No sabría cómo desatar ese vínculo tan especial que nos une. Puedes estar seguro que nadie como yo desea que el cielo te conceda toda la suerte que te mereces”.
Ahora me había plantado con un solo pie sobre la cuerda floja.
“Ah, si tuviese sólo un amigo más como tú, sería más que un dios, sería el más feliz de los hombres”.
¡Alehop! o como sea que digan los equilibristas, peligro superado.
-Reconozco que debe ser emocionante -no pude menos que decir-, ¿pero tanto como para arriesgar la propia vida?
-Es que en eso consiste la emoción. Alguien ha escrito que la vida que no se vive peligrosamente no es vida, sino crecimiento vegetativo, como en las plantas.
-No creo que haya mucha gente que opine así.
-Pero lo practican.
-¿Quieres decir que hay personas que viven peligrosamente sin saberlo?
-Sin poder evitarlo. Para la mayoría, la vida es una lucha continua por sobrevivir. Viven en el peligro porque no tienen más remedio. Sólo las personas de nuestra clase pueden elegir el peligro voluntariamente. Desde la noche de los tiempos, y dejando aparte la mítica e improbable edad de oro, los seres humanos consumen sus cortas vidas luchando por lo esencial: la comida, el sexo, el techo, el abrigo, la seguridad. Todos sus esfuerzos se dirigen a la obtención de algo que, no sé porqué, parece que habría de estar asegurado para todos desde el principio: una existencia sin privaciones ni preocupaciones. Y por conseguirlo, arrostran toda clase de peligros. De manera que sus vidas no tienen más contenido ni sentido que la lucha por la misma vida. Ahora imaginemos que de repente esa inmensa multitud de seres humanos ve colmadas todas sus necesidades. Imagina uno solo de ellos: de pronto lo tiene todo resuelto, alimento, sexo, techo, abrigo y seguridad, y resuelto en abundancia. ¿Qué hará? ¿A qué dedicará su tiempo, antes ocupado al completo en la conquista de lo elemental?…No tienes necesidad de imaginarlo: lo estás viendo todos los días. Nosotros, la casta privilegiada de la humanidad nos burlamos de la abundancia inventando nuevas necesidades, y de la seguridad inventando nuevos peligros.
-Parece entonces que, para el género humano, una existencia sin lucha por la vida no tiene sentido.
-De hecho es así. Piensa en Escevino. De pronto ha descubierto un motivo de lucha que da sentido a su vida. Pero imagina por un momento que sus deseos se cumplen, que la tiranía desaparece, ¿dónde buscará el nuevo norte para su rumbo? No lo sé, pero me temo que solo tendrá dos opciones: sumergirse de nuevo en el vicio y el sinsentido o entronizar otro busto de piedra que le lance hacia nuevos peligros.
-¿Tan difícil es disfrutar de una vida plena y tranquila, una vez satisfechas las necesidades fundamentales?
-Tan difícil. La raza humana no está preparada para disfrutar plenamente de su condición humana, sólo lo está para alcanzarla. Pero en cuanto los hombres la alcanzan, no saben qué hacer. Por abajo, la necesidad empuja; por arriba, el vacío asfixia.
-El vacío, la nada, ¡qué palabras tan espantosas! ¡Y qué reales! -exclamé-. Yo mismo, en plena adolescencia las he experimentado como algo tangible y angustioso… Y continúan ahí, a la vuelta de la esquina, acechando. Séneca, y disculpa la insistencia, ha descrito muy bien ese estado de ánimo, tedio de la vida, lo llama. En cuanto a los remedios que propone, ya los conoces: el acatamiento de la razón divina y, en cualquier caso, la salida voluntaria, “si te place, vive, si no te place, puedes volver al lugar de donde viniste”, ha escrito. Pero no me satisfacen. Son remedios negativos. ¿Conoces tú alguno positivo para esa enfermedad?
-Sí conozco. Hay dos, y ambos infalibles. Lo que ocurre es que no todo el mundo está en condiciones de aplicarlos en todo momento. Uno es el amor. El amor irrumpe en la existencia como un sol radiante en medio de la noche. De pronto, todo adquiere luz y color y nos preguntamos cómo pudimos vivir hasta entonces en las tinieblas. Un sentimiento poderoso invade el alma. Es como si todo el universo llegase a nosotros a través de la persona amada. Pensamos en ella, vivimos por ella y quisiéramos fundirnos con ella. Ya ves, ¿qué lugar hay aquí para el sentimiento de vacío y de nada? No puede haber hastío de la vida cuando lo que se celebra es precisamente la ceremonia del misterio de la vida… El otro es el arte, la creación. Cuando uno oficia de demiurgo, de dios creador, cuando las ideas brotan de la mente y ves cómo se van convirtiendo en formas vivas, cuando el mundo que sueñas nace de tu propia alma sin más esfuerzo por tu parte que conducir el carro de las palabras, cuando estás dictando una verdad más alta que la que nos dicta la pequeña realidad de cada día, comprendes que el que habla de vacío y de nada es ajeno por completo a todo ese mundo. ¿La nada?, le dirás, ¿de qué me hablas? La nada sólo existe para el que nada sabe crear.
-Todo eso es muy convincente, pero está claro que tiene el problema que tú mismo has apuntado: nadie puede amar todo el tiempo, nadie puede crear todo el tiempo.
-En efecto. De manera que esos remedios sólo pueden funcionar ocasionalmente, y no para todos. Piensa que hay personas que nunca han conocido ni conocerán la pasión amorosa, y hay muchas más que nunca han conocido ni conocerán el misterio de la creación. Y entre éstas incluyo algunas que escriben poemas de factura perfecta. Éstas niegan que la creación tenga algo de misterioso, que haya algo, llámese inspiración o Musa, que llega al poeta independientemente de su voluntad. Y niegan ese fenómeno porque nunca lo han conocido, igual que los que nunca han amado niegan que exista el amor. Una postura muy subjetiva, ¿no te parece? Es como si alguien que nunca hubiese sufrido fiebre negase la existencia de la fiebre.
-Pero entonces, estamos como antes, prácticamente no hay remedio.
-Para el hombre lúcido, no, no hay remedio, excepto cuando precariamente se instala en el arte o en el amor. Conviene por tanto no ser lúcido, cosa que la mayoría de los mortales alcanza sin ninguna dificultad. Conviene apegarse a las cosas de cada día, a los pequeños placeres y las pequeñas ilusiones, no mirar ni muy lejos ni muy arriba ni muy adentro, jugar con los objetos cotidianos, limitar el territorio, negar el cielo y los infiernos por más que los llevemos dentro, hacer de la vida un saloncito de estar donde cada cosa esté en su sitio, protegiéndonos de la tentación de lo infinito, ser profundamente mediocres.
-Pero es un panorama bastante desolador, y casi diría que indigno del ser humano. Más bien parece propio de un animal de granja.
-Sí, es como si no hubiera más alternativa: hombre desgraciado o cerdo satisfecho.
-Sin embargo, creo que debe de existir un punto de equilibrio no imposible de alcanzar. Tú mismo das la impresión de haberlo alcanzado.
-Ése es el principal objetivo de mi vida. Si produzco la impresión de haberlo alcanzado, me doy por satisfecho. Así que pasemos a otro tema.
De pronto, no supe qué decir, ni mucho menos qué nuevo tema apuntar. Tras unos instantes de silencio, opté por lo más trivial y al mismo tiempo más peligroso.
-De lo que antes me has contado deduzco que Nerón no imagina nada de la conspiración.
-Nada en absoluto. Y es extraordinario, habiendo tanta gente implicada.
-¿Ni Tigelino tampoco?
-Eso no es tan seguro. Quizá le esté preparando a su amo la sorpresa de descubrirla y aplastarla en un día. De hecho, tienen a Epícaris. Pero ya ha pasado tiempo desde su detención, lo que quiere decir que o no tiene nada que ver con el asunto o sabe callar como nadie.
-¿Conoces los detalles del plan? -dije, consciente de que, con preguntar, no perdía nada.
-Tal como se habían fijado hace cosa de un mes sí, aunque ignoro los nombres de la mayoría de los implicados. De hecho, lo de Epícaris fue una sorpresa para mí, si es que en realidad tiene algo que ver, y no digamos ya lo de Escevino, y lo de los militares… El plan tendría, o tiene, que ejecutarse con ocasión de la fiesta principal de los Juegos de Ceres, es decir, pasado mañana, y su diseño y desarrollo es un buen ejemplo de lo bajo que ha caído la literatura en nuestros días.
-¿La literatura has dicho?
-Sí, he dicho la literatura. ¿O debiera decir el teatro? Amigo, ya no hay ideas nuevas. Recordarás aquella tragedia que tuvo lugar en la sala anexa del Teatro de Pompeyo en los Idus de marzo del año del último consulado de Julio César. En ella, los actores rodean al tirano para alabarle o pedirle gracias hasta que, de pronto, uno de ellos lo coge de la toga y tira con fuerza. Es la señal para que todos se precipiten sobre la víctima con sus espadas y puñales… Pues bien, la función que piensa dar la compañía de Pisón es un simple calco de aquella tragedia. En ésta, Laterano hará de Címber, Seneción hará de Casca, o quizá Escevino, y así, cada uno se asignará un papel de acuerdo con la máscara elegida. ¿Qué te parece?
-No sé, desde el punto de vista estético me repugna comparar a Nerón con Julio César, o a Escevino con Bruto.
-No, en este caso, Bruto será Pisón. Pero es igual, tienes razón. La grandeza de una obra de arte está en su cualidad de irrepetible, y la muerte de Julio César es una de las obras de arte más grandes de la historia. Los caracteres de los conjurados y sus relaciones mutuas, el ritmo de la acción, el clima de tensión creciente que finalmente estalla en el momento crítico, y ese mismo momento, con la víctima acosada que va a dar finalmente a los pies de la estatua de su antiguo
– Lo entiendo muy bien, y comparto por completo tu opinión. Creo que un acto importante, transcendente, ha de revestirse siempre de cierta grandeza.
-En efecto, aun cuando los protagonistas no sean conscientes. Si un hecho es realmente grande, por fuerza será bello. En el fondo no es más que una cuestión de estilo.
-¿Como en la literatura?
-Sí, como en la literatura. A veces, me preguntan cuáles son las técnicas para conseguir un estilo bello y elegante. Y siempre respondo lo mismo: que las técnicas sólo sirven para resolver cuestiones de detalle y que eso se aprende, naturalmente, pero que el estilo no se aprende ni se puede enseñar; el estilo es una cualidad del carácter, una especie de música que la persona desprende tanto en su vida como en su obra. Dicho de otra manera, un escritor de alma mezquina nunca tendrá nobleza en su estilo. Esto es algo que ninguna técnica, antigua o futura, podrá nunca arreglar.
-¿Puedo deducir entonces que tus razones para rechazar la conspiración son exclusivamente de orden estético?
-Puedes.
-¿Y no crees que un asunto que afecta a valores como la libertad o la dignidad se tendría que considerar desde un punto de vista ético?
-El punto de vista ético nos da una visión limitada del ser humano.
-¿Quieres decir que la estética es superior a la ética?
-Sí, porque la estética contiene a la ética, pero la ética no contiene a la estética.
(CONTINÚA)