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Mayerling, una tragedia con decorado de opereta III

escudo austriaEl caso es que el emperador-padre llamó a comparecer ante su presencia al heredero Rodolfo la mañana del 26 de enero. No hubo acuerdo. Y es que, aun viviendo bajo el mismo techo palaciego, dos mundos tan distintos no tienen posibilidad de encuentro. Es de suponer que el padre exigiría al hijo un cambio radical de vida y que el hijo le contestaría que su vida era suya y que hacía con ella lo que quería, como muy bien habría de demostrar poco después. Finalizada la entrevista, el emperador fue hallado sin sentido bajo el efecto de un síncope. La conmoción que el encuentro produjo en el príncipe no fue menor: salió convencido de que sólo había una salida, la definitiva. Y así lo expresó en carta a un amigo.

Es de imaginar que el choque (más que diálogo) con el padre fue la confirmación de que aquel muro que se levantaba ante él y que, desde siempre, le había impedido el disfrute de la vida no caería jamás. Sigmund Freud, psicólogo y sobre todo fabulador eminente, una de las incontables celebridades surgidas en aquella Viena finisecular, sostenía que cuando uno sueña con el rey o el emperador se está en realidad refiriendo al padre. ¡Pobre Rodolfo, que había de soportar en la misma persona a significante y significado!

La última gestión de la condesa Larisch había de ser especialmente delicada. (Abriendo un paréntesis, quizá sería interesante dar algunos rasgos de tan curioso personaje. A la condesa, no sólo le movía el afecto por su amiga María, sino también, o sobre todo, las compensaciones económicas que le llegaban de su primo Rodolfo. O sea, que hablando en castizo, actuaba como una perfecta alcahueta. Lo económico – quizá avaricia, quizá necesidad – pesó mucho para ella. Años después del desenlace de esta historia, estuvo a punto de publicar unas memorias en que lo contaba todo, pero llegó a tiempo el enviado del emperador y le pagó una gran cantidad para evitarlo; este hecho se repitió exactamente igual pocos años después. De todos modos, trasladada a Estados Unidos, publicó en 1913 My Past, donde entre mentiras, falsedades e inexactitudes, dicen, revelaba supuestos secretos del entorno imperial. Durante los años veinte y treinta se paseó como atracción de circo (¡auténtica sobrina de la emperatriz Sissí!) por cierta sociedad norteamericana, incluso parece que tuvo amistad con el poeta T.S. Eliot. Finalmente, regresó a Europa y murió en Baviera en 1940, sumida en la pobreza que durante toda su vida había intentado evitar).

Lo delicado de la gestión de la condesa consistía en que esta vez Rodolfo no se contentaba con una cita de unas horas, sino que pretendía pasar dos días con sus noches con su amada, o así se lo vendió a la prima. De manera que ésta no halló otra solución, frente a la familia, que decir que, mientras la acompañaba en una de sus gestiones, María había desaparecido. (Continuará)

(De Del suicidio considerado como una de las bellas artes )

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Mayerling, una tragedia con decorado de opereta II

Rodolfo de Habsburgo, archiduque de Austria y príncipe heredero, era en 1888 un joven apuesto de treinta años. Príncipe, joven y apuesto, sí, pero desgraciado. De temperamento artístico (parece que sólo de temperamento) y carácter algo desequilibrado, como la madre, no supo adaptarse al papel que el destino le tenía reservado. Su mentalidad abierta y su espíritu inquieto por fuerza tenían que chocar con el conservadurismo monolítico del padre. Y falto de claros referentes políticos, coqueteó con elementos liberales y nacionalistas húngaros que, como él secretamente, se oponían al emperador-padre. Con las mujeres no sólo coqueteó, sino que las disfrutó a placer y sin muchos miramientos, hasta el extremo de que contagió una enfermedad venérea a su esposa, Estefanía de Bélgica, con quien había sido obligado a casarse.

La condesa María Luisa Isabel Larisch tenía la misma edad que el príncipe Rodolfo y era su prima (hija de un hermano mayor de Sissí). Por otro lado, al coincidir en el mismo lugar de veraneo, había hecho amistad con la familia Vetsera. En cuanto supo de la obsesión amorosa de la pequeña María, se declaró dispuesta a ayudarla. Fue así, alegando ante la familia que María la acompañaba en sus gestiones por Viena, como facilitó los encuentros de los amantes. El primero a solas fue el 5 de noviembre de 1888 en el Castillo (Burg). Pero éste y los inmediatamente siguientes no fueron propiamente citas de amor, al menos en el sentido físico de la expresión. En cambio, el encuentro del 13 de enero del año siguiente no ofrece ninguna duda. En carta dirigida a una amiga, María confiesa que había estado con Rodolfo y que “los dos habían perdido la cabeza”.

Es fácil hacerse una idea de de los sentimientos de María, porque cuando el amor lo llena todo, sucede lo mismo en cualquier hombre o mujer. Pero ¿y Rodolfo? ¿Estaba realmente enamorado? Es difícil pensar que un hombre tan “corrido” como él pudiese participar en el mismo grado de lo que para ella debió de ser una experiencia sublime. Que no fue una aventura corriente lo demuestra lo que queda de historia. Pero nunca sabremos lo que fue en realidad para él.

Además, así como el padre de ella apenas cuenta en esta historia, Rodolfo tenía un señor padre, que además contaba con cincuenta millones de hijos. Y que estaba seriamente preocupado por su heredero. Lo de los encuentros secretos entre Rodolfo y María enseguida se supo en toda la corte. (Es curioso observar que, mientras conocimientos muy importantes para la humanidad se difunden muy lentamente, la noticia de ciertas historias “íntimas” se propaga a la velocidad del sonido, a veces antes de que el hecho se produzca). (Continuará

 (De El suicidio considerado como una de las bellas artes)

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