Archivo mensual: abril 2018

La otra misoginia o los pliegues de la realidad

Unas frases de un escritor famoso y unas fotos del mismo escritor y de una actriz no tan famosa, pero esplendorosa al modo de Hollywood años cincuenta, me han motivado estas reflexiones.

Hay diversas maneras de entender y explicar la realidad. Los científicos, entre los que no siempre se puede incluir a los sociólogos, tienen sus métodos supuestamente asépticos o neutrales, encaminados al descubrimiento de la verdad objetiva.

La personas en general – medios de comunicación incluidos -, más inclinadas a creer que su visión particular coincide forzosamente con la realidad, no son tan escrupulosas en cuestión de métodos. Y así, tienden a clasificarlo todo en uno de dos grupos extremos, configurando una especie de realidad polarizada, sin tener para nada en cuenta los innumerables pliegues que la realidad humana  contiene.

Y en esta tendencia clasificatoria todo ha de encajar en alguno de los polos, sin que de ningún modo quepan excepciones o singularidades. Quiero decir que, asumida una visión del mundo o modo de pensar todo ha de ajustarse a ello de una forma automática, necesaria y sin matices.

Por ejemplo, la misoginia es la actitud, manifestación o instrumento del poder de un género (masculino) sobre otro género (femenino). Es lo que establecen centenares de definiciones de sociólogos o estudiosos de la cosa. Unas muestras: 

El concepto de misoginia es un concepto social que se utiliza para designar a aquella actitud mediante la cual una persona demuestra odio o desprecio hacia el género femenino.”

La misoginia se define como el odio o la aversión hacia las mujeres o niñas. La misoginia puede manifestarse de diversas maneras, que incluyen denigración, discriminación, violencia contra la mujer, y cosificación sexual de la mujer.”

La misoginia, como concepción del mundo y como estructura determinante, génesis, fundamento, motivación y justificación de la cotidianidad, está destinada a inferiorizar a las mujeres.”

O sea, que la misoginia es algo que se siente y se ejerce desde arriba, para controlar y dominar.

Pero yo sé de determinados misóginos confesos – entre ellos algunos artistas  – que no lo son desde arriba, sino desde abajo, es decir, desde el temor, la inseguridad y el sentimiento de la propia insignificancia, por muy valiosos que en realidad sean.

Aquí las dos citas del escritor:

“¿Sabes que estás solo? ¿Sabes que no eres nada? ¿Sabes que te deja por eso? ¿Sirve de algo hablar? ¿Sirve de algo decirlo? Ya ves, no sirve para nada…”

“Son un pueblo enemigo, las mujeres, como el pueblo alemán.”

Y aquí las fotos:

Obsérvense bien y dígase cuál de los dos componentes de esta pareja, tan famosa como efímera, domina la escena, o sea, la vida.  

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Tú eres un viejo y nunca has sido otra cosa

En el piso de arriba hay un viejo que vive solo. Como es normal, e inevitable, coincidimos muchas veces en el ascensor. Y en la calle, y en la tienda de la esquina, y en el bar, y en muchos lugares del barrio. Es muy educado. Con esa cortesía untuosa, como pegajosa, que te hace pensar que hay algo detrás diferente de lo que quiere aparentar.

En el ascensor, después de comentar el tiempo, se contempla en el espejo, se toca la corbata, se da unos golpecitos en la apergaminada mejilla y murmura “ay, Alfonsito, quién te ha visto y quien te ve”. Después, se vuelve hacia mí: “sí, chico, aunque te parezca increíble yo fui un muchacho muy apuesto. Las traía de calle. A todas. Sí, a todas sin excepción. ¡A tu edad… uf, vaya uno era yo a tu edad!”

Mi edad roza los treinta años. Y tengo náuseas. Tanta bajeza, tanta cobardía. No saber ser lo que se es, ¡qué asco!

Un viejo es un viejo y nada puede cambiar eso. Ni el autohalago con efectos retroactivos, ni la memoria irreal de algo que no es y ni siquiera fue.

Niegan la realidad, no quieren ver lo que su imagen proclama y todos vemos. Y lo más exasperante es cuando te vienen con aquello de que los años están en el corazón o en la mente, o cosas por el estilo. Qué manera tan estúpida de engañarse, los imbéciles.

Hay cosas evidentes en la vida. Una es que cada cual es lo que en cada momento es, y no puede ser otra cosa en el momento en que lo es.

¡Y qué decir de esa monserga de “cuando tengas mi edad”!… No, señor, no, nada de eso. Yo nunca tendré su edad. Este que ahora soy nunca será un viejo. Y ese que eres tú, momia del ascensor, nunca fue un joven. Era otro. Igual que no será mi yo de ahora el viejo. Será otro.

Muchos, sobre todo los muy jóvenes, tienen la impresión de que el viejo es un ser aparte, fijo e inmutable, de que siempre ha sido así. Es una impresión espontánea que la mayoría rechaza al momento por considerarla irracional. Mal hecho. Porque, de irracional, nada.

Yo no la rechazo, esa impresión. Porque sé que que es una manifestación de la verdad. Una verdad que – ¡ya no puedo más! – un día lanzaré como un huevo podrido a la cara de la momia del ascensor:

¡Cállate ya! ¡Tú eres un viejo y nunca has sido otra cosa!

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