El primer ejemplo moderno de intelectual devorado por la política que se me ocurre es el madrileño Mariano José de Larra. Practicante desde muy joven de la literatura de actualidad, es decir, del periodismo, el tema central de de sus
Convertido, a su temprana edad de 27 años, en uno de los personajes más celebres de España, no supo resistir la tentación de intentar llevar a la práctica sus ideas políticas, y a la primera oportunidad de una convocatoria electoral mínimamente correcta, se presentó para diputado a Cortes. Pero, recién elegido, un pronunciamiento militar (de carácter “progresista”, cosa no infrecuente en la España de entonces) se le adelantó por la izquierda, de manera que, habiendo querido seguir el camino legal, fue declarado traidor y tratado como un apestado por la compagnia malvagia e scempia de sus, hasta entonces, afines políticos. Seis meses después se pegó un tiro. Pero en esto intervinieron otras causas de más hondo calado personal.
Y de pronto, pienso en el escritor Vargas Llosa, que sí se lanzó con brío a la arena política. Pero tuvo la inmensa suerte de ser derrotado en las elecciones presidenciales de su país, con lo que no sabe él, o quizá sí, la magnitud de los sinsabores que se ahorró.
Y cierro la lista con un ejemplo que creo indiscutible: el del ex papa Benedicto XVI. Hecho para los libros y las argumentaciones teológicas y filosóficas, nunca supo estar a la altura – o la bajura – de las exigencias políticas. Como botón de muestra recuerdo aquella ocasión en que “metió la pata” ante representantes de otra religión o cultura al expresarse según su propio universo intelectual, sin molestarse en consultar el Manual Internacional de lo Políticamente Correcto antes de abrir la boca. No es difícil, pues, imaginarlo en el laberinto de intereses e intrigas del Vaticano, a punto, como quien dice, de perder la cabeza.
No me cabe la menor duda de que Joseph Ratzinger constituye el ejemplo moderno más preclaro de intelectual devorado por la política.