Archivo mensual: febrero 2023

A.P. GUÍA ILUSTRADA X. Un golpe mal escrito. Ética o estética. ¿Capricho de autor? Grandeza de estilo

Un golpe mal escrito

En la novela Conversaciones con Petronio, la visita que Petronio y Lucio hacen a Escevino finaliza así…

Escevino: ¿Qué tiene de malo nuestro plan? Porque participen en él algunos resentidos, como tú dices, ¿es acaso inmoral?

Petronio: Mucho peor que eso: está mal escrito.

Más adelante, Lucio, ya al corriente de la existencia de la conspiración, no se abstiene de instar a Petronio a que le ilustre sobre lo que sabe, y también sobre los motivos de su rechazo del plan, teniendo en cuenta que se había mostrado partidario de la antigua república de libertades. Y Petronio le informa de lo poco que sabe. Y se explica con originales razonamientos.  

– El plan tendría, o tiene, que ejecutarse con ocasión de la fiesta principal de los Juegos de Ceres, es decir, pasado mañana, y su diseño y desarrollo es un buen ejemplo de lo bajo que ha caído la literatura en nuestros días.

-¿La literatura has dicho?

-Sí, he dicho la literatura, ¿o debiera decir el teatro? Amigo, ya no hay ideas nuevas. Recordarás aquella tragedia que tuvo lugar en la sala anexa del Teatro de Pompeyo en los Idus de marzo del año del último consulado de Julio César. En ella, los actores rodean al tirano para alabarle o pedirle gracias hasta que, de pronto, uno de ellos lo coge de la toga y tira con fuerza. Es la señal para que todos se precipiten sobre la víctima con sus espadas y puñales…

Pues bien, la función que piensa dar la compañía de Pisón es un simple calco de aquella tragedia. En ésta, Laterano hará de Címber, Seneción hará de Casca, o quizá Escevino, y así, cada uno se asignará un papel de acuerdo con la máscara elegida. ¿Qué te parece?

-No sé, desde el punto de vista estético me repugna comparar a Nerón con Julio César, o a Escevino con Bruto…

-No, en este caso, Bruto será Pisón. Pero es igual, tienes razón. La grandeza de una obra de arte está en su cualidad de irrepetible, y la muerte de Julio César es una de las obras de arte más grandes de la historia. Los caracteres de los conjurados y sus relaciones mutuas, el ritmo de la acción, el clima de tensión creciente que finalmente estalla en el momento crítico, y ese mismo momento, con la víctima acosada que va a dar finalmente a los pies de la estatua de su antiguo enemigo-amigo, y el carácter ritual del homicidio colectivo, como si todos hubiesen de participar por igual de la sangre de la víctima, misteriosamente dotada de propiedades salvíficas, misterio que arranca ya de la cena de la víspera, cuando el que ha de morir se despide de sus amigos compartiendo con ellos la comida y el vino. La muerte de César es quizá el eje central de la historia, el paradigma de todos los homicidios sagrados. Es la muerte que se da al padre por la libertad individual, es la muerte que se da al rey por la libertad colectiva, es la muerte que la naturaleza impone para perpetuar la vida. La muerte de César pide a gritos un gran artista de la tragedia que la instaure de una vez por todas como obra de arte, rescatándola de las vagas sombras de la memoria de lo real. Y lo tendrá, claro que lo tendrá… Ahora, imagina todo eso interpretado por la compañía teatral de Pisón: músicos mediocres, mariquitas histéricas, poetas chiflados, intentando sostener sus aceros de lujo para meterlos entre las adiposidades de un cerdito bien cebado, de chillidos insoportables. ¿Entiendes ahora por qué le dije a Escevino que lo peor del plan es que está mal escrito?

– Lo entiendo muy bien, y comparto por completo tu opinión. Creo que un acto importante, transcendente, ha de revestirse siempre de cierta grandeza.

-En efecto, aun cuando los protagonistas no sean conscientes. Si un hecho es realmente grande, por fuerza será bello. En el fondo no es más que una cuestión de estilo.

-¿Como en la literatura?

-Sí, como en la literatura. A veces, me preguntan cuáles son las técnicas para conseguir un estilo bello y elegante. Y siempre respondo lo mismo: que las técnicas sólo sirven para resolver cuestiones de detalle y que eso se aprende, naturalmente, pero que el estilo no se aprende ni se puede enseñar; el estilo es una cualidad del carácter, una especie de música que la persona desprende tanto en su vida como en su obra. Dicho de otra manera, un escritor de alma mezquina nunca tendrá nobleza en su estilo. Esto es algo que ninguna técnica, antigua o futura, podrá nunca arreglar. Es como pretender que huela a rosas el aliento del que se alimenta de ajos.

-¿Puedo deducir entonces que tus razones para rechazar la conspiración son exclusivamente de orden estético?

-Puedes.

-¿Y no crees que un asunto que afecta a valores como la libertad o la dignidad se tendría que considerar desde un punto de vista ético?

-El punto de vista ético nos da una visión limitada del ser humano.

-¿Quieres decir que la estética es superior a la ética?

-Sí, porque la estética contiene a la ética, pero la ética no contiene a la estética.

Ética o estética

La contestación que Petronio da a la pregunta de Escevino (reproducida al principio de este capítulo) parece calcada de la que, siglos después, diera Oscar Wilde al acusador que le interrogaba. A la cuestión de si consideraba inmoral cierto escrito,  Wilde contestó: “Peor que eso, está mal escrito”.

Y es que el estilo brillante y paradójico del autor irlandés casa muy bien con el que el autor de Conversaciones con Petronio – o sea, yo atribuye al escritor y cortesano romano. Cierto que entre uno y otro hay importantes diferencias, pero creo que en la cuestión “ética o estética” la posición de ambos es la misma.

En lo que no se parecen es en los caracteres respectivos, pues mientras Wilde muestra una personalidad benévola y blanda, por muy lúcida, irónica y paradójica que sea su expresión, Petronio – el personaje intuido por este que escribe – se nos aparece como un hombre duro, tan lúcido, irónico y paradójico como el otro, pero capaz de resistir los embates de la vida e incluso de recurrir a la inmolación propia si los demás caminos están cerrados: un estoico revestido, disfrazado, de hedonista. 

Pero vayamos al caso concreto. Para ilustrar su afirmación de que es la falta de consistencia estética del plan conspirativo lo que le mueve a rechazarlo, Petronio – el personaje por mí intuido e imaginado, y no repetiré más esta aclaración – nos ofrece una divagación sobre la función del arte y su relación con lo real, que vale la pena comentar un poco.

Como base de todo el razonamiento propone una comparación entre el asesinato de Julio César, ocurrido un siglo atrás, y el de Nerón, inminente según el plan que está a punto de ejecutarse. El resultado no puede ser más revelador. Mientras en el primero los caracteres de los conjurados y sus relaciones mutuas, el ritmo de la acción, el clima de tensión creciente… construyen un cuadro de alto nivel estético, en el segundo todo queda disminuido, rebajado hasta el ridículo, desde las características de los conjurados hasta la majestad de la víctima, convertida en un cerdito bien cebado de chillidos insoportables.

Hay que reconocer que el cuadro comparativo que nos ofrece Petronio es pertinente y acertado. Y es natural que desde su condición de esteta de altos vuelos no pueda imaginarse participando en acción tan lamentable.

¿Capricho de autor?

Lo cual no tiene que ver con el hecho innegable de que Petronio, con ayuda del autor de la novela, hace trampa. Porque resulta que las características antes mencionadas del golpe anticesariano no las ha conocido directamente de los hechos, a los cuales, como es obvio, no pudo acceder, sino de las crónicas de los hechos, en especial de los historiadores Suetonio y Plutarco, y hasta de una obra de arte.

Sí, la descripción que Petronio hace del hecho histórico y el alto valor estético que le otorga no se basan en los hechos en sí, sino en la tragedia que sobre ellos había de escribir Shakespeare hacia el 1600. Y además, ejerciendo de profeta a posteriori, no solo ensalza las cualidades estéticas del hecho histórico sino que vaticina la existencia del gran artista que convertirá todo aquello en un drama inmortal.

Y además de la antes mencionada, en el parlamento petroniano hay otra distopía evidente. Al referirse a los hechos que configuran la belleza total de la tragedia cesariana, alude al  misterio que arranca ya de la cena de la víspera, cuando el que ha de morir se despide de sus amigos compartiendo con ellos la comida y el vino, referencia que también se da, y de forma más clara, en la novela sobre Cicerón La encina de Mario, de la que en esta misma serie comenté algunos aspectos.

Pero ¿cómo es posible que un romano del siglo I pueda establecer una comparación entre la muerte de Julio César y la de Jesús de Nazaret, de la última de las cuales apenas tendría más noticia que los datos confusos que la gente atribuía a los miembros de una de tantas sectas religiosas? Capricho de autor, sin duda.

O quizá sí, quizá existe una relación misteriosa entre ambos hechos, que tiene su sentido dentro de la cosmogonía en que vivimos. No sé. En el peor de los casos, se trata de un capricho de artista, y al artista le está permitido todo, siempre que el valor simbólico de su fantasía apunte al corazón de la verdad.

Nada que ver, por cierto, con las elucubraciones de ciertos pensadores que establecen sus teorías como dogmas incontestables que la historia tiene la obligación de acatar. Y estoy pensando en obras como La decadencia de Occidente (Spengler) o El fin de la historia y el último hombre (Fukuyama)  y en autores como Vico, Hegel, Marx, Comte y todos aquellos que creyeron atrapar entre sus manos el sentido de la historia de la humanidad.  Pero, igual que el agua se escapa de las manos, la historia continuamente se escabulle, con giros sorprendentes, de las casillas donde pretenden retenerla sus pensadores. Un ejemplo: nadie previó el cómo y el cuándo del hundimiento de imperio soviético.

Grandeza de estilo

En cuanto al establecimiento de una jerarquía entre ética y estética, formulada por Petronio, se trata sin duda de una broma – cargada de verdad para el hablante – con la que el maestro responde a la aguda ocurrencia que había formulado el discípulo sobre el rango de sus preferencias: primero Petronio, después Séneca; porque Petronio contiene a Séneca, pero Séneca no contiene a Petronio. Un punto de vista – expresado por ambos con fórmulas paralelas – que, si se piensa bien, es perfectamente defendible. 

Pero, vayamos a lo esencial. El punto de vista estético ¿lo abarca, lo justifica todo? Depende. Si lo entendemos en sentido amplio, quizá sí. De hecho, al poner la estética por encima de otras cualidades creativas nos estaríamos refiriendo a una suprema armonía dentro de la cual no caben ni vulgaridades, ni bajezas, ni estridencias, ni mezquindades, es decir, lo que en literatura, y en otros ámbitos, se entiende por grandeza. ¿Y cómo se consigue eso, la grandeza de estilo, en el ejercicio de las letras? parece que le preguntaban a Petronio. De ningún modo, respondía éste. O se tiene o no se tiene.

Porque, como dejó claro para siempre el Poeta, el estilo es expresión necesaria, inevitable, del carácter del autor. Y esto ni se enseña ni se aprende. 

CONTINÚA

    

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A.P. GUÍA ILUSTRADA IX. Un ídolo para un adolescente. Conversaciones con Petronio. Visitas y sorpresas

Si bene calculum ponas, ubique naufragium est. PETRONIUS ARBITER                                                           (Si bien lo miras, todo es naufragio)

La escasez de datos históricos fiables que se da en Catulo, se repite, aumentada, en Petronio. Pero de Catulo tenemos una obra, los poemas, de donde deducir la persona. De Petronio, la obra, Satiricón, ni siquiera se sabe con certeza si es de su autoría.

Pero “autoría”, ¿de quién? Porque el problema radica en saber si alguno de los Petronios mencionados por los cronistas es, a la vez, el autor de la obra citada y el personaje de la corte de Nerón descrito por Tácito, o si se trata de dos personas distintas.

Asumamos que sí, que, aunque no lo menciona, el personaje que describe Tácito es el autor de Satiricón. Entonces estaríamos en una vía más o menos segura para saber algo cierto del Petronio escritor, que es el que que nos interesa. Dice el autor de los Anales:

Se pasaba el día durmiendo y la noche en sus ocupaciones y en los placeres de la vida; al igual que a otros su actividad, a él lo había llevado a la fama su indolencia, pero no se lo tenía por un juerguista ni por un disipador, como a tantos que consumen sus patrimonios, sino por hombre de un lujo refinado. Sus dichos y hechos, cuanto más despreocupados y haciendo gala de no darse importancia, con tanto mayor agrado eran acogidos, por tomárselos como muestra de sencillez. Sin embargo, como procónsul de Bitinia y luego como cónsul se reveló hombre de carácter y a la altura de sus obligaciones. Después volvió de nuevo a los vicios, o a la imitación de los vicios, y fue acogido como árbitro de la elegancia en el restringido círculo de los íntimos de Nerón, quien, en su hartura, no reputaba agradable ni fino más que lo que Petronio le había aconsejado.

¿Puede construirse, con estos datos que nos aporta el historiador, toda la estructura de una personalidad? Difícilmente, si se pretende un retrato realista y más o menos completo. Pero sí hay un detalle que, a mi entender, arroja una gran luz sobre la persona retratada.

En el fragmento transcrito se dice que volvió a los vicios o a la imitación de los vicios  (vitiorum imitatione). Dada la altura intelectual y estética que se atribuye a la persona en cuestión no es posible que signifique que se dedicaba a imitar los vicios de los demás. Más bien querrá decir que, a diferencia de toda aquella gente con la que trataba, que vivía sumergida, anulada, por el peso de los vicios, él los practicaba con cierto distanciamiento estético, los imitaba, es decir, los fingía. Como si todo aquello no fuese para él más que un juego, una comedia.

La vida como juego, como comedia en la que uno elige el papel y hasta escribe el texto; ésta es la clave, creo yo, que aclara el enigma del hombre llamado Petronio.


Un ídolo para el adolescente

Conocí a Petronio en los albores de mi adolescencia. Fue gracias a una película, Quo vadis?, y un actor, Leo Genn. Quedé fascinado por el personaje. ¿Por qué? No me lo sabía explicar entonces, como apenas me lo puedo explicar ahora. Cuando, casi a continuación, leí la novela de Sienkiewicz en la que se basaba la película, quedó fuertemente asentada mi admiración por él: una persona que sabe vivir por encima de todo lo que atenaza a los mortales, no obstante estar él mismo implicado a fondo en ello.

No era el único ídolo, por supuesto. En aquella época de confusión y búsqueda que constituye la adolescencia, eran varios los modelos que de modo sucesivo o simultáneo se alzaban ante mí. Y cierto tipo de personaje, histórico o ficticio, atraía especialmente mi atención. Petronio era para mí la forma perfecta del ideal representado por ese tipo de héroe, revestido, además, de aquello que a los otros faltaba: fulgor estético y poderío intelectual.

Sería interesante revivir la vida y obra de Tito (o Gayo) Petronio Níger, pensé una vez lanzado – tardíamente – a la actividad literaria no clandestina, cuando ya contaba con tres novelas escritas, dos de ellas publicadas, y una que había de esperar treinta años para ver la luz. El hecho de que la realidad de su persona fuese tan difusa o inconcreta como antes he apuntado no había de ser obstáculo para novelar sobre el personaje. Se trataría de aplicar debidamente la intuición y la imaginación sobre el objeto elegido, del modo descrito en el capítulo anterior. 

Y empecé a escribir.

Conversaciones con Petronio

En el año 65 del siglo I, Lucio Antonio Turno, 21 años, natural de Nápoles, donde siempre ha vivido,  joven culto y aspirante a escritor, se presenta en Roma con el fin de conocer a Petronio, al que desde la lejanía admira, como de distinta forma admira a Séneca. Logrado su objetivo, se establece entre los dos una relación basada en principio en el modelo maestro-discípulo, pero que enseguida alcanza el nivel de una sincera amistad. Cuando se produce el primer encuentro con Petronio aún no hace un año del gran incendio que ha asolado gran parte de Roma, pero en aquel momento, en la última etapa de su restauración, la ciudad se ofrece bella y esplendorosa. Ya desde el principio, Lucio, – tímido, pero lúcido y obstinado en la búsqueda del sentido de la vida y de su acomodo en ella – advierte una clara ironía en las alusiones de Petronio al César Nerón, del que se supone que es  amigo, confidente y asesor en las cuestiones estéticas que, de tan distinta manera, preocupan a emperador y cortesano. 

A lo largo del primer mes de la primavera, los encuentros se suceden casi a diario, y de cada uno de los diálogos toma Lucio fiel nota. Los volúmenes que se irán formando con esas notas constituirán el “obsequio”  que, en su ancianidad, Lucio enviará a Tácito para mostrar que una cosa es historiar los acontecimientos y otra muy distinta vivirlos, o quizá para demostrar sus propias cualidades como escritor creativo.

Los temas de conversación son muchos y variados, pero siempre apuntan a lo esencial del vivir humano: el paso del tiempo y la vejez; la doble moral o dualidad de las personas; la gran importancia del amor, y de la amabilidad como su necesario sustitutivo; la inconsistencia de los seres humanos, que necesitan ser amados, aun engañándose al respecto; la contraposición entre el arte y la vida, con alusiones a la obra de Petronio, especialmente del Satiricón; la mujer, en sus diferentes aspectos, y su importancia de hecho en la política romana; la dudosa libertad de elección en el amor, y en todo lo demás; la receta epicúrea; las personas como portadoras de máscaras; la cuestión jerárquica entre ética y estética; la vaciedad y angustia del ser humano una vez cubiertas las necesidades básicas, lo que con frecuencia le empuja a “vivir peligrosamente”; los únicos remedios contra el sentimiento de vacío vital: el arte y el amor, con los inconvenientes de su temporalidad y fragilidad. Estas divagaciones entre maestro y discípulo se ven de vez en cuando interrumpidas por ciertas intrusiones de lo que podríamos llamar la vida en directo. La primera, la aparición del poeta Lucano, cuyo extraño comportamiento ante Petronio, lleva a Lucio a pensar en la existencia de algo que a ambos interesa que permanezca oculto, y, a los pocos días, la visita de Mela, padre de Lucano, que se ve interrumpida por la noticia de la detención de su amante, lo que provoca la salida precipitada del visitante. Hecho que, junto con el anterior, mueve a Lucio a preguntar abiertamente a Petronio. Pero este responde con las palabras de Horacio Tú no preguntes, nefasto es saber, consejo que, de diversas maneras, se repite hasta la mitad del relato con el fin evidente de que el joven Lucio proteja su ignorancia sobre cierto asunto.

Un día, Lucio conoce a Pola en casa de Petronio. Esposa de Lucano, la joven dama ofrece una imagen nada corriente de belleza, distinción, serenidad e inteligencia que enamora al momento al joven Lucio, y que, a continuación, ella ya ausente, propicia el diálogo antes aludido sobre las mujeres en general. El encuentro, interrumpido por la aparición de Petronio, no tendrá continuación más que en una breve y emotiva despedida poco tiempo después.

Visitas y sorpresas

A otros personajes conoce Lucio por iniciativa de Petronio. Como a Escevino, amigo y antiguo compañero de “vicios”, el cual, por cierto, aparece tan cambiado a los ojos de Petronio que, entre las aclaraciones pedidas por éste y las explicaciones ofrecidas por aquél, se revela el misterio que tan intrigado tiene a Lucio: existe una conspiración para derribar a Nerón en la que Petronio no participa, pero de la que está perfectamente enterado, lo que, al no denunciarla, le convierte automáticamente en conspirador. 

Y he aquí que, de pronto, el tímido (cada vez menos) aspirante a escritor se ve convertido también en un peligroso conspirador contra el César, dado que por su cabeza no pasa ni por un instante la posibilidad de la delación. Petronio, por su parte, tiene muy clara sus razones, que luego se verán.

Otro personaje que Petronio presenta a Lucio es Séneca, al que ambos rinden visita en su villa de las cercanías de Roma, de manera que el joven puede tener un brevísimo de diálogo con su admirado filósofo.

Séneca hace poco que vive retirado de la vida pública, habiendo decidido finalmente abandonar la corte del tirano contra la voluntad de éste, por lo que su futuro, y su vida, se hallan claramente en peligro. Sobre esto y sobre cierto asunto relacionado con la conspiración gira la conversación que, en presencia de Lucio, mantiene con Petronio, sin que falte en ella el contraste entre las respectivas visiones del mundo, tan distantes y en cierto modo tan cercanas.

A la salida de la visita, Petronio se dirige a Lucio:

A propósito, ¿qué te ha parecido el personaje, visto en carne y hueso?¿Tienes ya clara la jerarquía de tus dioses?

-Sí. Primero está Petronio y luego viene Séneca.

-Y eso, ¿por qué?

-Porque Petronio contiene a Séneca, pero Séneca no contiene a Petronio.

En la mañana del día de abril en que se han de iniciar los Juegos Cereales, coinciden la noticia de la muerte del padre de Lucio – quien es requerido a casa de Petronio, donde le espera su tío Silio para marchar ambos hacia Nápoles – con el descubrimiento de la conspiración para derribar a Nerón y el despliegue inmediato de toda la constelación de rastreos, detenciones, torturas, delaciones, heroicidades y muertes, propia de estas situaciones.

Todavía en casa de Petronio, cuando Silio y Lucio se disponen a emprender viaje, tiene lugar la aparición de Pola, quien se presenta con el propósito de instar a Petronio a que interceda a favor de su esposo Lucano, y la breve y tierna despedida entre ella y Lucio.

Ya en Nápoles, Lucio mantiene correspondencia con Petronio, quien le va informando del desarrollo de los acontecimientos que, de momento, parecen haber alcanzado el descabezamiento total de la ya llamada conjuración de Pisón, por el nombre de su líder y aspirante a sucesor de Nerón. Las aguas han tornado a su cauce con un saldo no tan sangriento como cabía esperar: algunos ejecutados y muchos muertos por propia mano a la primera indicación del tirano, entre ellos Pisón, Escevino, Mela, Lucano y Séneca, tuviesen o no – como este último – relación directa  con la trama conspirativa. Su caso, el de Petronio, continúa en la cuerda floja con el agravante de haberse manifestado abiertamente la enemistad entre él y Tigelino, jefe de la guardia pretoriana y al mando supremo de la represión. Otro acontecimiento desgraciado que agrava aún más la posición de Petronio ha sido la muerte de su segura aliada Popea, esposa de Nerón,  muerte que el sentir popular atribuye – con cierto fundamento – al mismo marido y César. De Pola no sabe nada.

Con el otoño, Lucio vuelve a Roma. Las conversaciones se reanudan, ahora con el tema principal de los acontecimientos políticos: siguen cayendo cabezas que poco o nada tenían que que ver con la conspiración pero que no son del agrado de Nerón, o de Tigelino. Lucio no puede dejar de expresar su preocupación por Petronio, asunto sobre el que éste continuamente le tranquiliza. Un día Petronio hace entrega a Lucio de una carta que ha recibido, sellada, dirigida al joven. Es de Pola. En ella, manifiesta su determinación de vivir apartada de aquel mundo de necios y asesinos, previene a Lucio contra Petronio, al que no considera una buena persona, y se despide para siempre.

Una mañana luminosa, Petronio desaparece. Deja a Lucio unas líneas escritas en las que, junto con unos consejos para la vida, le comunica que parte hacia el sur para verse con unos amigos. A continuación, el lector se encuentra con un párrafo en el que el historiador Tácito da cuenta de la última cena de Petronio, árbitro de la elegancia.

Como antes he apuntado, todo el relato integra el envío que, a sus 73, años, sin haber logrado convertirse en el gran escritor que soñaba ser, Lucio hace llegar a Tácito. En las líneas que lo acompañan el anciano y desconocido escritor advierte al célebre historiador de una posibilidad sorprendente, que solo el lector de la novela en directo podrá conocer. (CONTINÚA)    

Conversaciones con Petronio puede leerse completa en este mismo blog, iniciándose con este enlace y clicando continúa al final de cada uno de los capítulos.

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