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Nunca muestres tus escritos a un escritor (refundido)

Este consejo va dirigido a una categoría muy concreta de personas: jóvenes o mayores, hombres o mujeres, que llevan un tiempo practicando la escritura creativa y que desearían que alguien con experiencia y, a ser posible, con fama valorase sus obras y aportase el estímulo necesario que les permitiese avanzar y finalmente triunfar en el intento. El consejo es aún más certero si el escritor elegido pertenece al selecto círculo de los consagrados, o a la popular tropa de los famosos. Y a los hechos me remito. Porque, imaginemos que no se sigue. ¿Qué ocurre? Pues algunas de las cosas que los que lo han ignorado – antes de que yo lo formulase, es cierto – conocen muy bien.escritor famoso

A) El escritor que recibe el escrito no contesta. Esto es fácil cuando no hay un conocimiento directo entre demandante y demandado. Cuando se conocen personalmente resulta más complicado. Pero siempre hay maneras.

B) El escritor que recibe el escrito contesta con vaguedades, por lo general sin apenas haberse mirado el texto. “Vas por buen camino…”, “persevera…”, “el esfuerzo rendirá sus frutos…”, etc. Vaguedades que el demandante avispado detecta enseguida y le sumen en un profundo malestar.

C) El escritor que recibe el escrito contesta con una descalificación rotunda, que en esencia viene a decir: “Nunca serás de los nuestros; dedícate a otra cosa, infeliz.”

Yo diría que no hay más alternativas. Con una de estas tres situaciones se encontrará el ingenuo escritor novato (o simplemente, no publicado) que muestre sus escritos a un autor más o menos consagrado. Pero ¿por qué se comportan así estos señores y señoras? ¿Orgullo? ¿Desprecio? ¿Espíritu corporativo? ¿Pereza? ¿Maldad?… Bueno, no exageremos. Intentemos comprender.

El escritor es un hombre muy ocupado. Ocupado no solo en el sentido temporal de la palabra (no tiene tiempo para), sino además en el sentido físico o material: todo su ser está ocupado por él mismo. No tiene más mundo que el suyo propio, que trata de desarrollar y expresar en clave artística. Se podría decir que es un ser esencialmente egoísta, si no fuese porque el agudo ingenio de Oscar Wilde aclaró definitivamente el asunto:

Egoísta no es el que hace lo que quiere, sino el que exige que los otros hagan lo que él quiere.

O sea, que el creador – el escritor en este caso – no tiene nada de egoísta: deja a los otros en paz como espera que los otros le dejen a él. Cierto que adora los aplausos y el reconocimiento del público; a veces, incluso el de la masa estúpida. Pero éste en un misterio que no me veo ahora con arrestos para indagar.

En todo caso es un hecho que al escritor – al de verdad, no al que se dedica a husmear las tendencias – no le importan en absoluto los escritores de su entorno. ¿Cómo le van a importar entonces esos extraños seres que pretenden subirse al mismo pedestal que él ocupa por derecho propio?

Gombrowicz, en cierto lugar de su Journal, que lamentablemente no he sabido encontrar ahora, explica esta indiferencia fundamental que, como escritor, sentía por los autores de su misma generación. Wilde también, pero éste añade una observación muy certera y que debería bastar por sí sola para hacer desistir al novato del intento de mostrar sus escritos a quien no debe: el creador está incapacitado para la crítica.

El artista grande de verdad jamás podrá juzgar la obra ajena, y de hecho apenas puede juzgar la suya propia. Esa misma concentración de la visión que convierte a un hombre en artista limita, por su mera intensidad, su capacidad para la correcta apreciación. La energía creativa le impulsa ciegamente hacia su objetivo. La ruedas de su carroza levantan una nube de polvo a su alrededor. Los dioses quedan ocultos para sus iguales. Pueden reconocer a sus adoradores. Eso es todo.(El crítico como artista.  Traducción, Luis Martínez Victorio).

Así que quedáis avisados, escritores noveles o no publicados, mostrad vuestros textos a cualquier persona que juzguéis con criterio suficiente (un vecino, un amigo, incluso un lector profesional). Nunca a un escritor.

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De aquí y ahora. El tema de la literatura (A.E.P.13)

EGO.- Mira, quizá será cosa de la edad, pero yo tengo la impresión de que todo lo bueno que puede dar la literatura… lo ha dado ya. De hecho, hace tiempo que no leo nada actual, y últimamente me dedico a releer libros que leí hace muchos años.

ALTER.- ¿No te interesa nada de lo actual, de lo contemporáneo?

EGO.- Apenas nada.

ALTER.- Perdona que te lo diga, pero ese desinterés, ese desprecio por los escritores de hoy no habla muy bien de ti.

EGO.- ¿Por qué?

ALTER.- Para empezar, esa actitud es reveladora… de una falta de fe en el progreso.

EGO.- En el arte no hay progreso. Lo vimos en la primera lección.

ALTER.- De miedo a equivocarte al juzgar nuevos valores.

EGO.- Miedo a perder el tiempo, más bien.

ALTER.- De insolidaridad con los colegas de tu generación.

EGO.- A ningún creador verdadero le interesa la obra de sus contemporáneos más próximos. Lo descubrió Gombrowicz.

ALTER.- Supongo que fue otro gran insolidario.

EGO.- Supones bien. Y has de tener en cuenta que la palabra “solidaridad” no pertenece al léxico del arte…. Aunque a otro nivel, mucho más profundo, nadie hay más solidario que el verdadero artista. Todas las noches, en su humilde habitación de escritor, Kafka realizaba una labor infinitamente más solidaria que la del más diligente agitador de masas.

ALTER.- ¿Pero de verdad no te interesa nada de lo que se escribe aquí y ahora?

EGO.- Esa es la palabra: no me interesa. Lo cual no supone ningún juicio de valor sobre las obras, sino, en todo caso, algún defecto de mi aparato receptor. Puede haber cosas magníficas…en ese caso, ya me llegarán. No he de ir yo a buscarlas. Siempre ha sido así: todo lo bueno que me ha dado la literatura me “ha llegado”, de una u otra manera. Quiero decir que, del mismo modo que en ningún momento me dije “voy a ponerme a leer literatura germánica”, literatura que, no sé por qué, ha resultado ser la que más he leído y la que más satisfacciones me ha proporcionado, tampoco pienso decirme “voy a leer literatura de aquí y ahora”. Si algo me ha de llegar, ya me llegará.

ALTER.- No me creo que, a tu edad, no te haya “llegado” nada de nuestros contemporáneos. Porque, si eso fuese cierto, significaría, una de dos, o que hay un fuerte prejuicio por tu parte o que la literatura española actual no vale una mierda.

EGO.- No hay que irse a los extremos, ni en los planteamientos ni en el lenguaje. Yo no he dicho que no me haya llegado nada en absoluto de nuestros contemporáneos…

ALTER.- Un nombre, por favor…

EGO.- Imposible. Va contra las normas.

ALTER.- ¿Se puede saber en qué consiste exactamente esa norma?

EGO.- No nombrarás autores españoles vivos.

ALTER.- ¿Latinoamericanos tampoco?

EGO.- Bueno…se podría hacer alguna excepción. De hecho ya he nombrado a Sábato más de una vez. Y hubiese sentido mucho no poder hacerlo. Para mí, Sábato es todo un clásico.

(Téngase en cuenta que este fragmento se escribió en 2004)

ALTER.- Me vienen ahora a la cabeza los nombres de dos autores españoles fallecidos hace poco, los dos nacidos en Barcelona. ¿Tienes algo que decir de ellos?

EGO.- Nada. Aquí hablamos de literatura en mayúsculas.

ALTER.- Pues dame un nombre de entre los fallecidos en los últimos cincuenta años. Mira que te lo pongo fácil…

EGO.- Sí, la pregunta es fácil…lo difícil es la respuesta. Y es que la inmensa mayoría de las obras de esos autores no me ha “llegado”. Y seguro que algo bueno me he perdido…problemas de mi aparato receptor, ya te lo decía…El único que puedo mencionar con pleno conocimiento de causa es Ramón J. Sender. Su Crónica del alba, especialmente la primera parte, es una obra absolutamente deliciosa, ah, y Teresa Chacel, por las Memorias de Leticia Valle…y La familia de Pascual Duarte, de Cela.

ALTER.- Y…

EGO.- Y para de contar.

ALTER.- Es un balance bastante pobre, ¿no?

EGO.- Es lo que hay. Pero quiero que quede bien claro lo que antes ya he apuntado: que mis opiniones son sólo mis opiniones, y que, si no hay manera de que me llegue nada de la literatura actual, el problema debe de estar en mí.

ALTER.- En tu aparato receptor.

EGO.- Sí, en mi aparato receptor…Y que sólo me pronuncio sobre las cosas que conozco y que, por lo tanto, es imposible que me pronuncie sobre la literatura actual. ¿Está claro? Reconozco mi ignorancia y asumo la responsabilidad. Y nadie tiene que darse por ofendido. Después de todo, yo no soy nadie.

ALTER.- Eso es una gran verdad.

EGO.- Y tú, menos que nadie.

ALTER.- Touché…Pero entonces, ¿qué somos?

EGO.- Meros pretextos para que tomen forma estos diálogos, supongo.

ALTER.- Yo también lo supongo. Pero es muy triste oir que uno es un mero pretexto para…

EGO.- Quién sabe si toda la humanidad no lo es.

ALTER.- Los seres humanos meros pretextos, simples medios, quieres decir…¿para qué?

EGO.- Ahí puedes poner lo que quieras: la sociedad comunista, el progreso infinito, la utopía perfecta, el superhombre…porque, desde el momento en que el individuo concreto que nace, vive y muere no puede gozar personalmente de alguna de esas dichosas culminaciones, queda reducido a la condición de simple escalón para el ascenso de las generaciones futuras. Y eso, considerando sólo las filosofías optimistas, porque, si nos atenemos a las otras, el individuo ya ni siquiera es escalón, sino un rápido destello que se agota en sí mismo, cuando no una pieza absurda, condenada con el todo a la eterna e inmisericorde repetición de los ciclos. Para mí, la única visión realmente optimista, y además concreta, es la que ofrece el cristianismo: la salvación al mismo tiempo personal y colectiva.

ALTER.- ¿Cristiano, pues?

EGO.- He dicho que es la mejor oferta, no que responda a una realidad.

ALTER.- Y alguna de las otras, ¿sí responde?

EGO.- Lo ignoro. Como lo ignora el más sabio de los filósofos…por muchos libros que escriba.

ALTER.- ¡Qué panorama tan sombrío! ¿Cómo hemos venido a para aquí?

EGO.- La literatura actual nos ha traído, y mi crasa ignorancia sobre el tema. Pero podemos corregir el derrotero.

ALTER.- Estupendo. El otro día leí esta frase: “El tema de la literatura es el sufrimiento humano”. ¿Qué opinas?

EGO.- Que es cierto. El tema de la literatura es el sufrimiento humano. Y el gozo y el dolor y el placer y el amor y el odio y la esperanza y la desesperación. Todo lo que afecta al ser humano constituye el tema de la literatura. Así que el que escribió esa frase dijo una gran verdad, pero se olvidó de otras verdades no menos grandes. Es lo malo de las sentencias rotundas: que dejan muchas cosas fuera. Y sin embargo…en cierto sentido…

ALTER.- En cierto sentido ¿qué?

EGO.- Estaba pensando que, según se mire, sí que hay una relación muy especial entre literatura y sufrimiento humano.

ALTER.- ¿Más que entre literatura y felicidad, por ejemplo?

EGO.- Sí, más, mucho más. Si lo piensas bien, todo relato literario, incluidos el cuento de hadas y la novela rosa, trata de las dificultades, los sinsabores, los sufrimientos de unas personas que, explícitamente o no, buscan la felicidad. Cuando el sufrimiento se acaba, el relato termina. A partir del momento en que se escribe “y se casaron y fueron felices” ya no hay literatura posible.

ALTER.- Podría funcionarles mal el matrimonio…

EGO.- Sí, pero entonces ya no serían felices, con lo que volvería a haber materia literaria.

ALTER.- Es curioso…¿Y a qué crees que se debe eso?

EGO.- La respuesta, como en tantas otras cuestiones, nos la da el Filósofo. Para él, sólo el dolor es real, positivo, mientras que la dicha no tiene entidad propia, es un concepto negativo, que se define por la ausencia de dolor. En coincidencia plena con esta idea Larra escribe “Lo malo es lo cierto. Sólo los bienes son ilusión”.

ALTER.- ¡Larra, influido por Schopenhauer!

EGO.- Imposible. Aunque son contemporáneos, en los años en que Larra escribe, el Filósofo (por cierto, te has saltado el pacto) es un perfecto desconocido, incluso en su país. En cambio, éste sí que lee a Larra, y hasta cita una frase suya, sacada de El doncel de don Enrique el Doliente.

ALTER.- Una frase muy profunda, supongo.

EGO.- Juzga tú mismo: “El que no ha tenido un perro no sabe lo que es querer y ser querido”

ALTER.- No sé si profunda o no, pero, desde luego, de lo más pesimista que he oído en mi vida.

EGO.- Esa es una visión antropocéntrica. Piensa que, para el perro, la frase es muy gratificante.

ALTER.- Por supuesto…Pero estábamos en que… ¿de verdad crees que no hay ninguna obra literaria que trate directamente de la felicidad?

EGO.- Ninguna, ni siquiera la novela rosa, como antes hemos visto. Bueno, todas tratan de la felicidad, pero en cuanto aspiración o meta, no en cuanto materia de descripción. Porque, como razonaba el de Danzig e intuía el de Madrid, sólo el sufrimiento tiene existencia real, susceptible de convertirse en materia literaria, mientras que la dicha, que no es más que ausencia de sufrimiento, carece de contenido narrable.

ALTER.- No sé…Yo creo que, si nos pusiésemos a pensar, daríamos con alguna obra que trata directamente de la felicidad.

EGO.- Pues pongámonos a pensar.

ALTER.-…

EGO.- ¿Qué?

ALTER.- Estoy pensando. Y tú, ¿no piensas?

EGO.- Sí, estoy pensando.

ALTER.-…

EGO.- ¿Qué?

ALTER.- Bueno, ya sabes que mi cultura literaria no es muy amplia. Pero estoy seguro que tú, si obras de buena fe, puedas dar con lo que buscamos.

EGO.- Pues yo creo que no, que no hay manera. No hay literatura que tenga por tema la descripción de la felicidad…y sin embargo…sí hay algo…

ALTER.- En qué quedamos. ¿Sí o no?

EGO.- Sí hay algo, pero no en la narrativa, sino en la poesía y en la literatura mística. Son pequeños fragmentos que aluden a instantes únicos. Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, San Juan de la Cruz, son los nombres que se me ocurren ahora.

ALTER.- Luego la felicidad sí puede ser objeto de la literatura.

EGO.- Sí, pero no de la narrativa, no de la novela. La novela consiste en el desarrollo de una historia, y la felicidad no tiene desarrollo, no tiene historia, por eso sólo puede ser captada por la mirada instantánea de la poesía…o de la mística, que a estos efectos son lo mismo.

ALTER.- Y además, se me ocurre ahora que una historia feliz de principio a fin carece de todo interés, excepto si es la tuya propia.

EGO.- Sí, ocurre como en las relaciones humanas: es más fácil compartir las penas de los amigos que sus alegrías.

ALTER.- ¿Oscar Wilde?

EGO.- Seguro. De todos modos, aún prescindiendo del componente cínico de la frase, es cierto que en la ostentación de la propia felicidad hay siempre algo de impudicia…y de trampa. El que se empeña en vendernos su felicidad nos produce la misma impresión que el que pretende vendernos su crecepelo milagroso. Goethe capta perfectamente ese sentimiento cuando dice “una persona que se estima feliz y exige a los demás que también lo sean, siempre nos sume en cierto malestar”.

ALTER.- Viniendo de quien viene, la observación es doblemente valiosa, ¿no?

EGO.- Sí, porque el poeta no habla desde el otro extremo, ni mucho menos, ya que, con mayor contundencia, abomina de los que pretenden convencernos de que este mundo no es más que un valle de lágrimas.

ALTER.- Resumiendo, que la felicidad no es materia de la literatura.

EGO.- Resumen mal formulado. Porque la felicidad tiene mucho, muchísimo que ver con la literatura, como tiene que ver con cualquier otra actividad humana, nadie actúa para ser más desgraciado, al menos conscientemente. Nuestra conclusión deberías formularla así: La descripción de la felicidad no es materia propia de la narrativa literaria.

ALTER.- Dala por formulada, maestro.

(De  Alter, Ego y el plan)

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Schopenhauer y Goethe. Intelectuales y sociedad. (A.E.P.4)


ALTER.- ¿Goethe? ¿Goethe contemporáneo de Schopenhauer? Será cosa de mi incultura, pero así, de buenas a primeras, los sitúo en épocas distintas.

EGO.- Es una reacción bastante normal. De hecho, sus biografías se desarrollan en épocas distintas, pues cuando se conocieron y trataron el uno era muy joven y el otro casi un anciano. Fue en Weimar, en 1813. La madre de Schopenhauer pertenecía al círculo de amistades de Goethe, y nuestro filósofo tuvo ocasión no sólo de conocerlo, sino además de colaborar, y discutir, con él sobre la visión y los colores, tema científico que fascinaba a ambos. Goethe leyó y elogió la tesis doctoral de Schopenhauer y reconoció su gran capacidad intelectual. Cuando se publicó El mundo como voluntad y representación, nuestro filósofo se apresuró a enviársela y quedó, impaciente, a la espera del dictamen de su ídolo.

ALTER.- ¿Y?

EGO.- Parece que Goethe leyó algunos capítulos y, desde luego, quedó admirado de la claridad y belleza de su estilo, pero en cuanto el contenido de la obranada de nada. Schopenhauer no consiguió arrancarle ni una sola opinión, ni un solo comentario.

ALTER.- No quiso pronunciarse.

EGO.- Lo más seguro es que ni siquiera quiso entrar a fondo en la obra. Eran dos temperamentos tan distintos, con enfoques tan dispares que por fuerza no podían encajar. Pero lo curioso es que Schopenhauer comprendía y aceptaba plenamente el mundo poético de Goethe, mientras que éste, como ya he dicho, rechazó de pleno entrar en el mundo filosófico de aquél. Ambos pensaban lo mismo sobre muchas cosas, en especial sobre el arteSí, el problema radicaba en esa diferencia de temperamentos: para Goethe el mundo es un espléndido vaso medio lleno; para Schopenhauer no es más que un triste vaso medio vacío.

ALTER.- Bien, ahora que ya tenemos situado al filósofo, podrías hacer un resumen de su filosofía.

EGO. – Ni lo sueñes. No era esa la idea.

ALTER.- Ah, pero hay una idea

EGO.- Siempre hay una idea, explícita o implícita, y la nuestra era la de conversar plácidamente sobre literatura y otros mundos, sin pretender entrar en grandes teorías o sistemas de pensamiento, cosa que hay que dejar para obras más sesudas.

ALTER.- Así, que nos hemos de despedir de nuestro amigo Schopenhauer.

EGO.- Nos lo volveremos a encontrar, no te preocupes.

ALTER. Pues propongo, para ese caso, que en adelante evitemos su casi impronunciable y casi inescribible nombre y que aludamos a él con el apelativo de “el Filósofo”, que es como llamaban los escolásticos a Aristóteles.

EGO.- Me parece bienLa diferencia está en que en la Edad Media no había dudas sobre quién era el filósofo por antonomasia, mientras que ahora

ALTER.- Sigue, sigue¿Qué pensadores o intelectuales dirías tú que mejor representan, comprenden o lideran el mundo de hoy?

EGO.- No te sabría decir. En realidad, ni siquiera te sé decir qué es el mundo de hoy. Yo tengo una idea global y aproximada de la Edad Media, del Renacimiento, de la Ilustración, incluso de la sociedad burguesa del siglo XIX, pero no te sabría decir qué es eso que nos envuelve y en lo que estamos inmersos. Y no sólo yo. Aquello que te decía del arte es aplicable también a todo lo demás: estoy convencido de que el contemporáneo es incapaz de valorar correctamente la propia época.

ALTER.- Y sin embargo, hay muchos que no se cansan de escribir libros y artículos sobre el mundo de hoy, las tendencias de nuestra sociedad, la globalización

EGO.- Se equivocan, se equivocan siempre, y cuando aciertan, es por casualidad, como el burro de Iriarte o el vidente de a tanto la llamada. Ninguno de esos sabios supo prever cuándo y cómo se vendría abajo el imperio soviético, y éste es sólo el caso más vistoso de otros muchos que podríamos encontrar.

ALTER.- Bien, pero, dotes adivinatorias aparte, ¿qué pensador o pensadores crees tú que mejor representan el mundo actual?

EGO.- Los hay para varios gustos, pero la verdad es que no representan nada. En los últimos cincuenta años la cotización del intelectual prácticamente se ha hundido. Hubo un tiempo en que significaba mucho, y no sólo para unas minorías. Basta pensar en la España del primer tercio del siglo XX: un país semianalfabeto en el que las verdaderas glorias nacionales, toreros aparte, eran gente como Unamuno, Ortega o Marañón, o en la Francia de Sartre y Camus. Todo eso ha desaparecido. La antigua raza de los intelectuales se extinguió hacia el 68; los que han venido después son sólo curiosas, sino ridículas, mutaciones de sus soberbios antepasados. El alto pensamiento es hoy una función esotérica, reservada a un círculo de iniciados.

ALTER.- Pero, ¿quieres decir que no ha sido siempre así? Yo creo que, aunque en determinados momentos, como en esos que has apuntado, el pensador ha llegado a tener cierta transcendencia social, lo normal, lo habitual en el curso de la historia ha sido lo contrario.

EGO.- Sí, tienes razón, eso ha sido lo habitual a lo largo de casi toda la historia. Y eso, ese muro que separa al sabio de la sociedad, es lo que consiguió romper el Filósofo al ofrecer una filosofía no para especialistas sino para la gente común. Pero el muro se volvió a cerrar enseguida (compara el estilo de Husserl con el del Filósofo), con la agravante de que el rótulo de club exclusivo se empezó a colgar también en las puertas de ciertas artes.

ALTER.- Como la pintura, la escultura

EGO.- Evidente, pero me referiré a la música. En mi opinión, la llamada “música contemporánea” consiste en una serie de ejercicios matemáticos para disfrute exclusivo de iniciados. Basta comparar el alcance social que tenía en su tiempo (y en el nuestro) la música de Mozart, de Beethoven o de Wagner con el que pueda tener el más popular de los cultivadores de la “música contemporánea” para darse cuenta del enorme cambio que ello representa. Yo creo que lo que entendemos por música clásica se acabó con Stravinsky y los de su generación, y que su posible continuación no hay que buscarla en el callejón sin salida de la “música contemporánea” sino en el desarrollo del jazz y de otras formas musicales de origen popular.

ALTER.- Pues para no entender esta época, como decías hace un momento, te defiendes bastante bien. Quiero decir que no te ahorras opiniones contundentes.

EGO.- No confundamos. Una cosa es señalar determinados rasgos evidentes de nuestro mundo y compararlos con otros de épocas pasadas, y otra muy diferente es poder establecer el mapa social, mental y espiritual de nuestra sociedad con la misma comodidad que podemos hacerlo respecto de la sociedad del imperio romano, por ejemplo.

ALTER.- O sea, que te ratificas en tu declaración de que no entiendes esta época.

EGO.- Claro que no la entiendo, como todo el mundo. La diferencia está en que yo lo reconozco. El gran filósofo Tomás de Aquino no sabía que vivía en la Edad Media, y eso mismo les ocurre, por mucho que disimulen, a Habermas o a Sloterdijk: no pueden saber en qué Edad viven.

ALTER.- Así que toda época está condenada a no entenderse.

EGO.- Más o menos como todo individuo.

ALTER.- Y supongo que eso no tiene solución.

EGO.- Si nos referimos a toda época presente, me temo que no. El individuo sí que cuenta con medios que le aproximen al autoconocimiento.

ALTER.- ¿Qué medios?

EGO.- Hay dos vías: la introspección y la acción. La acción es la más segura, pero su alcance es más limitado. No pasa de descubrirnos las tendencias, el carácter, el campo más adecuado para el propio desarrollo. Es decir, va bien para discernir si uno ha nacido para filósofo o para futbolista. Y sin embargo, tiene buenos valedores. El más destacado, Goethe. Gombrowicz opta también por esta vía cuando, con palabras típicamente goethianas, afirma “¿Quieres saber quién eres? No lo preguntes. Actúa. La acción te definirá y situará”.

ALTER.- A éste es la segunda vez que lo citas, y la verdad es que no sé muy bien quién es. Tiene algo que ver con Argentina, creo. Recuerdo haber hojeado un libropero no nos desviemos. Decías que, para el autoconocimiento, la vía de la acción es segura, pero limitada.

EGO.- Sí, y de la vía de la introspección se podría decir exactamente lo contrario, que es insegura y a menudo engañosa, pero que, si se sabe llevar adecuadamente hasta el final, es infalible, aunque de resultados sorprendentes.

ALTER.- ¿Sorprendentes?

EGO.- Sí, porque si empiezas a ahondar en el yo, pronto te das cuenta que se trata de un pozo sin fondo. Ocurre como en la materia de los físicos. De pronto se descubrió que, pese a su nombre, el átomo no era indivisibley aún no sabemos adónde nos llevará ese ahondamiento en la ya casi inexistente “materia”.

ALTER.- Pero ¿qué crees tú que se encuentra en el fondo del yo?

EGO.- Si hemos de hacer caso de los místicos, que son los únicos competentes en el tema, lo que se encuentra en el fondo del yo es la nada o el todo, como quieras llamarlo.

ALTER.- Por favor, no está mi cuerpo para místicas. ¿Por qué no me hablas de Gombrowicz? (continuará)

(De Alter, Ego y el plan)

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