Archivo mensual: mayo 2017

EDGAR ALLAN POE. La vorágine y el método I

edgar allanExiste-t-il donc une Providence diabolique qui prépare le malheur dès le berceau, — qui jette avec préméditation des natures spirituelles et angéliques dans des milieux hostiles, comme des martyrs dans les cirques? Y a-t-il donc des âmes sacrées, vouées à l’autel, condamnées à marcher à la mort et à la gloire à travers leurs propres ruines?

En 1856 aparece una versión francesa de varios relatos de Edgar Allan Poe. En la introducción el traductor se pregunta si acaso existe una Providencia diabólica que arroja a naturalezas espirituales y angélicas a marchar hacia la muerte y hacia la gloria a través de sus propias ruinas. El que así se interroga es Charles Baudelaire traductor y presentador del escritor norteamericano y uno de los primeros que, en Francia y en el mundo, captó su originalidad y grandeza, que con el tiempo serían universalmente reconocidas.

La pregunta es pertinente si se piensa en la biografía de Poe, en su sensibilidad extrema y en la obra que nos dejó, hecha de impulsos nerviosos, de visiones fantásticas y de símbolos indescifrables; y en su mismo final, digno de algunos personajes de sus relatos, que se transforman o se pierden para siempre, arrastrados por una vorágine irresistible.

La vorágine que arrastró a Poe al fondo de no se sabe qué lo dejó moribundo en una calle de Baltimore un día de octubre de 1849.

Después de todo, cosas así es lo que se suele esperar de un poeta romántico. Y Poe era un poeta, y le tocó vivir la época romántica, si bien en un país, los Estados Unidos, joven y emprendedor, poco dado a los devaneos metafísicos. Pero Poe, como siempre ocurre con los grandes, no respondía adecuadamente al tópico.

Para empezar, escandaliza a los defensores de lo románticamente correcto negando la función de la inspiración en la creación de la obra así como la existencia del genio. En sus breves y poco conocidos escritos críticos sobre la creación literaria, expone sus teorías siempre unidas a la práctica de las propias creaciones.

En Método de composición (Philosophy of Composition), publicado en 1846, y Principio poético (Poetical Principle), escrito en 1848 y publicado después de su muerte en 1850, expone que los elementos esenciales de toda composición poética (aplicables también a los relatos) son la extensión, que no ha de ser muy larga, de manera que permita la lectura en una sola sesión; el efecto que se quiere producir, que se ha de tener muy claro desde el principio, y el método, que ha de ser lógico, analítico, en ningún caso abandonado a la espontaneidad. Afirma, por ejemplo, que en la escritura de un relato se ha de partir del desenlace, para ir llegando hasta él de una manera concatenada, causal y necesaria. Y además, niega que un poema tenga otra finalidad que el mismo poema, y en especial que pueda tener una intención moral o ejemplar, pues considera que la mayor herejía que se puede cometer en una obra de arte es la del didactismo.

Proposiciones que, exceptuando quizá la última, forzosamente habían de escandalizar a los románticos formales. El mismo Baudelaire, muy de vuelta de los tópicos y excesos del movimiento, intenta poner las cosas en su sitio en unas líneas que no me resisto a reproducir:

Tenía en verdad un gran genio y más inspiración que cualquier otro, si por inspiración se entiende la energía, el entusiasmo intelectual y la facultad de mantener en alerta las facultades

¿Se declaraba, por una vanidad extraña y divertida, mucho menos inspirado de lo que era en realidad? ¿Minimizaba la facultad natural que había en él para dar una parte mayor a la voluntad? Me siento bastante inclinado a creerlo.

La obra de Poe se compone de poemas, unos sesenta relatos breves y uno más extenso, que puede considerase como novela; además de los ensayos críticos antes mencionados y de algún otro. Empezó por la poesía y de hecho nunca la abandonó. Él se sentía poeta por encima de todo y creía que la poesía era el arte supremo. Y sin embargo, alcanzó el triunfo (es una manera de decir) sobre todo por sus relatos.

Necesidades económicas le empujaron en la nueva dirección: a diferencia de la poesía, que apenas tenía salida, las revistas literarias de la costa Este de Estados Unidos (el resto de la actual geografía del país apenas existía) codiciaban y se disputaban a los buenos cuentistas. He aquí el caso de una vocación muy clara, reconducida por las circunstancias a otro terreno, que resulta ser también muy fecundo. Cosa del genio, tal vez, eso en lo que decía Poe que no creía

El hecho no es nuevo. Tenemos el caso de Hoffmann (en cierto modo antecesor de Poe) a quien, considerándose músico por encima de todo, la necesidad económica empuja a la narrativa, campo en el que triunfa plenamente. 

Entre los poemas de Poe hay dos que alcanzaron tanta popularidad como sus mejores relatos: Annabel Lee y, sobre todo, El Cuervo (The Raven). Ambos destacan tanto por el tono melancólico y mórbido como por la musicalidad, aspecto en el que hay que notar, en El Cuervo, la tétrica insistencia del estribillo formado por una sola palabra: Nevermore  (Nunca más). Adelantada a su tiempo, la poesía de Poe había de alcanzar un mayor reconocimiento por parte de los simbolistas y modernistas de décadas después.

Toda la obra narrativa de Poe está impregnada de ciertas características entre las que unas predominan sobre otras según el efecto a conseguir en el relato en cuestión: lo extraordinario, es decir, lo no habitual o aparentemente increíble, nadie como él ha narrado tan magistralmente las excepciones de la naturaleza humana; el poder de atracción de la lectura, como si nos atrapase un torbellino del que no pudiéramos escapar; la gravedad del asunto, que desde el primer momento se impone, aunque no se sepa de qué va a ir; la intriga, basada por lo general en las deducciones del narrador, de una lógica sorprendente, casi paranoica (ejemplos, El doble crimen de la calle Morgue y El escarabajo de oro); y, en algunas, un simbolismo hermético que quizá ni el mismo autor nos podría descifrar (Manuscrito encontrado en una botella y Las aventuras de Arthur Gordon Pym).

Para dar una idea llana y directa: puedo afirmar con seguridad que los que no han leído los relatos de Poe se han perdido una de las experiencias más vigorosas, diría que de naturaleza física, que puede proporcionar la literatura de cualquier tiempo y país. Pero… no hay que preocuparse,

 

¡aún estáis a tiempo! ……….

 

(continúa)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

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EDGAR ALLAN POE. La vorágine y el método II

Edgar Poe nació en Boston, Estados Unidos, el 19 de enero de 1809. La madre, Elizabeth Arnold, era un famosa actriz inglesa; el padre, David Poe, un estudiante de derecho, de familia distinguida, que lo abandonó todo para hacerse actor y casarse con Elizabeth. Al año de nacer Edgar, desapareció el padre; a los dos años murió la madre. Los hermanos, William y Rosalie, de cuatro y un año respectivamente, fueron acogidos por una tía. Edgar quedó al cuidado de John Allan, hombre de negocios de Richmond, y de su esposa Frances. Las relaciones entre padre “adoptivo” (nunca lo adoptó legalmente) y Edgar nunca fueron buenas, al contrario que las relaciones con Frances, a la que el acogido siempre quiso como a una madre. 

Entre los seis y los once años viajó con la nueva familia por Inglaterra y Escocia, pasando breves temporadas en diversos internados, uno de los cuales convertiría en escenario del relato William Wilson, en el que aparece la figura típicamente romántica del Doppelgänger (doble fantasmal de uno mismo).

Tras el regreso a Richmond, estudia en los mejores colegios, donde recibe la refinada educación propia de un “caballero del sur”, que incluye el conocimiento de los clásicos latinos, y por otra parte asume la mentalidad aristocrática, antidemocrática, esclavista, de la sociedad en la que vive.

A los catorce años ya escribía versos y se sabe que uno de sus primeros poemas, de amor naturalmente, fue el dedicado a la madre de un compañero de estudios (To Helen). A los dieciséis vive un breve idilio con la joven Sarah Elmira, pronto abortado por ambas familias, que tienen otras ideas sobre el futuro de sus hijos respectivos.

En 1826 ingresa en la Universidad de Virginia para estudiar lenguas. Se muestra como un alumno brillante, algo presuntuoso y bastante fantasioso o imaginativo acerca de ciertas historias o viajes que en realidad no había vivido. Como actividad colateral propia de la vida estudiantil, se inicia en el alcohol y el juego. La negativa del padrastro de asumir sus deudas de juego provoca la ruptura y la salida del joven de la universidad.

Un año después se encuentra en Boston, donde intenta ganarse la vida como periodista. Pero, visto el panorama, se alista en el ejército como soldado; pese a haber firmado por cuatro años, a los dos renuncia. Por entonces publica su primer libro de poesía, Tamerlán y otros poemas, que pasa desapercibido.

En 1829 muere la “madre” Frances. Conmocionado, va en busca de su tercera madre (a la primera y biológica no la conoció) y pasa una temporada en Baltimore con ella – la tía paterna Maria Clemm – y la hija de ésta, la prima Virginia Eliza, con la que se casaría años después.

En 1830, en un intento de reconciliación con el “padre”, acepta ingresar en la academia militar de West Point. Pero, reacio por completo a la extrema disciplina militar que ahí se vive, se hace merecedor de un consejo de guerra por abandono del servicio y consigue que le expulsen. Este hecho, y el nuevo matrimonio de Allan, provoca la ruptura definitiva entre los dos.

Tras pasar por Nueva York, vuelve a Baltimore para reunirse con sus queridas tía y prima. Publica otra serie de poemas, que obtienen cierto reconocimiento. Pero, ante la tozudez de los hechos, decide escribir cuentos con la intención de colocarlos y obtener algún dinero que alivie la extrema pobreza de la familia. En 1832 consigue publicar cinco relatos en la revista de Filadelfia Saturday Courier y un año después obtiene un premio de 50 dólares, que otorga un periódico de Baltimore, por el relato Manuscrito encontrado en una botella.

En 1834 muere John Allan y, como colofón de la curiosa relación que han mantenido, no le deja nada en herencia. Un año después Poe entra de redactor en el Southern Literary Messenger, de Richmond, al que reingresa después de un episodio de despido debido a su adicción a la bebida, cada vez más visible y escandalosa. Y no obstante, su paso por la revista se traduce en un incremento de ventas de 700 a varios miles de ejemplares, al tiempo que le permite dar salida a sus relatos, reseñas, críticas y poemas.

En 1836 contrae públicamente matrimonio – un año antes se habían casado en secreto – con su prima Virginia, de 13 años. Al año siguiente deja el Southern y se traslada a Nueva York, donde escribe su única novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym, que tiene poca resonancia. En 1838 se traslada a Filadelfia y entra como ayudante de edición en la Burton’s Gentleman’s Magazine, donde publica algunos de sus relatos. Dos años después deja el Burton’s y entra en el Graham’s, cuyo número de suscriptores pasa en poco tiempo de 5000 a 40000 y en el que da salida a muchas de sus mejores obras. El éxito alcanzado le hace concebir la idea de crear una revista propia, pero la idea no cuaja.

En 1842 se declara la enfermedad de Virginia (tuberculosis) lo que le sume en una honda depresión y agrava su dependencia del alcohol. Deja el Graham’s y se traslada a Nueva York, donde consigue el cargo de redactor-jefe del Broadway Journal. En enero de 1845, con la publicación de El Cuervo en el Evening Mirror, que obtiene gran éxito popular, alcanza la fama máxima que conoció en vida. Pero, tras unos meses de gloria, el abismo de la vida vuelve a mostrar sus negras fauces.

En 1846 el Broadway cierra por falta de liquidez. Edgar, la esposa y la suegra-tía tienen que vivir en la pobreza más extrema. A principios del año siguiente muere Virginia, con quien Edgar estaba unido por un amor que era envidiado por los ángeles del Cielo

The angels, not half so happy in heaven,

went envying her and me.

Los dos años siguientes los pasó Edgar entre la desesperanza y la esperanza, entre los delirios del alcohol, que potenciaba hasta niveles que no podemos imaginar su ya de por sí fogosa imaginación, y los remansos poéticos en los que hubo ocasión para aquellos enamoramientos normales en alguien como él tan sensible a la belleza. Incluso reapareció la amada de la adolescencia, Sarah Elmira, y  se habló de reanudar la vieja relación truncada.

Todo iba razonablemente bien aquellos días de septiembre de 1849. Hasta que, después de una breve gira por Richmond, Norfolk y Filadelfia, pronunciando conferencias sobre su teoría poética, Poe desaparece. Días después, el 3 de octubre, se le encuentra delirante, semiinconsciente, en una taberna de Baltimore. Llevado a un hospital de Washington, muere el 7 de octubre. Delirium tremens, se dijo. Pero nadie sabrá nunca el nombre verdadero de la vorágine que finalmente acabó con él.

 (De Los libros de mi vida. Lista B)

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LEOPARDI. El silencio infinito I

El 29 de junio de 1798 nace un niño en el seno de una de las familias más nobles de Recanati. Sus padres son el conde Monaldo y la marquesa Adelaide Antici. El lugar está situado en la región de las Marcas y pertenece al Estado Pontificio. El aspecto del niño no parece augurar un desarrollo normal. Pero la vida se aferra con fuerza al pequeño Giacomo y no lo soltará hasta después de haberlo sometido a toda clase de maltratos, dejándole solo la ventana abierta al horizonte infinito del pensamiento y la imaginación.

El hogar familiar es un caserón enorme y lóbrego, habitado por las sombras de pasadas glorias. El padre, el origen de cuya nobleza se remonta a la época de las cruzadas, es un hombre poco práctico, mal administrador y de ideas que ya habrían sido consideradas reaccionarias antes de la “maldita” revolución francesa. Pero adora los libros, hasta el extremo de que, pese a su ultraclericalismo, no se ha abstenido de aumentar su enorme biblioteca con los productos de los saqueos de monasterios ocurridos en las breves ocupaciones napoleónicas. La madre, seca y fría como roca de los Apeninos, lleva con mano de hierro la administración familiar, siempre de escasos recursos, y parece que no conoce el amor materno, ni de ninguna otra clase.

En los primeros años de su vida, el pequeño Giacomo gusta jugar y corretear con sus hermanos Carlo y Paolina por los vastos recintos del palacio. Pero tiene que detenerse a menudo; su débil salud no le permite los naturales esparcimientos de otros niños.

Y además está la biblioteca, donde empieza a descubrir un mundo, quizá más estructurado y real que el ignorado que se agita al otro lado de los muros.

El padre confía su educación a preceptores eclesiásticos, que vuelcan sobre el niño toda la tradición pedagógica jesuítica-humanista. Hasta que renuncian, confesando que ya no tienen nada más que enseñar al pequeño prodigio.

Y es que, además, está la biblioteca, donde el niño amplía sin cesar sus conocimientos – al principio bajo la atenta vigilancia del padre – sobre todo en materia de la antigüedad griega y romana. Aprende, en parte por su cuenta, hebreo, griego, latín, inglés, español, francés. Traduce el Arte poética de Horacio y escribe un par de tragedias. Todo esto hasta los 15 años. A esta edad escribe una muy documentada Historia de la astronomía y a a los 17 un ensayo Sobre los errores populares de los antiguos. El padre queda tan asombrado ante las proezas del hijo adolescente que levanta todo control sobre las consultas a la biblioteca.

A través de dos revistas de Milán, La Biblioteca Italiana y Spettatore italiano, el joven Giacomo se pone en contacto con ciertos intelectuales de primera fila, como Antonio Stella, que le publica algunos trabajos en su revista, y Pietro Giordani, con el que mantendrá una larga y afectuosa correspondencia en la que no se ahorrará la expresión de sus sueños y desazones íntimas.

Precisamente en ese período, entre los 16 y los 17 años, se produce un desplazamiento decisivo en las prioridades de sus intereses: el afán erudito y anticuario cede el puesto a la contemplación intimista y a la expresión poética. Nace el gran poeta, el más grande, por lo menos en intensidad y profundidad, del romanticismo italiano. 

Pero los problemas de salud no cesan de agravarse, la mala conformación corporal de origen y las largas jornadas ininterrumpidas de estudio confluyen en un desarrollo enfermizo, con el resultado de un cuerpo contrahecho. Y pronto se añaden los problemas de los ojos, que le obligan a suspender en ocasiones sus estudios.

Por otra parte, el ambiente de la casa familiar de Recanati cada vez le resulta más agobiante. Proceso al que ayuda la disparidad entre sus propios horizontes intelectuales – a través de los filósofos franceses del siglo anterior ha llegado a un ateísmo sin concesiones – y los angostos límites de la tradición familiar.

Siente que la libertad no está solo en los libros, sino también más allá de los límites del jardín paterno. Y en julio de 1819, a los 21 años, intenta la fuga, que resulta frustrada por el padre.

Es entonces, en septiembre del mismo año, cuando el poeta alcanza una de sus cimas dando a luz L’Infinito, breve composición de quince versos, cumbre de la poesía leopardiana del período comprendido entre los 18 y los 25 años, tras el cual se abre un paréntesis más dedicado a la reflexión llamémosle filosófica.

En noviembre de 1822 se traslada finalmente a Roma, como huésped del tío Carlo Antici (nada que ver con el universo mental de la hermana), pero se lleva una decepción. De las glorias antiguas que conoció en los libros solo quedan unas piedras desgastadas; todo es mediocridad y tristeza. Solo ante la tumba del poeta Tasso, con el que se siente afín en muchos aspectos, piensa que su estancia romana ha valido la pena.

Vuelve a Recanati, donde empieza la redacción de las Operette morali (traducidas en general como Diálogos) en las que imagina conversaciones entre personajes de toda índole (la Moda y la Muerte, la Luna y la Tierra, Tasso y su Genio familiar, Plotino y Porfirio, etc) repletas de agudeza, de ironía y de amargura ante la contemplación de las ridículas ilusiones humanas. Por ejemplo, el diálogo entre un Duende y un Gnomo tiene lugar en una Tierra de la que ha desaparecido el género humano, o sea, aquellos seres que creían que el planeta entero estaba a su servicio, y que ahora, inexistentes ellos, sigue girando en los espacios como si tal cosa. Y no se sabe en qué fechas – se publicaron póstumos – escribió sus Pensieri (Pensamientos). Y, desde los 19 años, el Zibaldone, especie de cajón de sastre de sus reflexiones, que se extiende a lo largo de quince años y cuatro mil páginas.

Pero es en la poesía, a la que regresa con fuerza en 1829, donde, a mi entender, se contiene el mejor Leopardi o, para ser exacto, el más depurado, porque en ella se combinan y se expresan, bajo la forma más bella, el intimista y el pensador. (continúa)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

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LEOPARDI. El silencio infinito II

La vida social de Leopardi siguió girando por entero en torno a sus intereses literarios. Los amigos Stella y Giordani le aportaron otras amistades, en especial en Florencia y Bolonia, ciudades en las que residió por breves temporadas. Amistades escasas pero de calidad, como lo demuestra el hecho de que en 1830, habiendo roto definitivamente con la familia y sin recursos económicos, le fuese concedida una asignación mensual por “los amigos de Toscana”. Hecho que aún resulta más chocante si pensamos que era un escritor poco conocido y nada dado a las intrigas de promoción.

Pero no hay duda de que tendría su prestigio, pues fue propuesto y designado diputado de la Asamblea Nacional de Bolonia, ingenuo intento liberal que fue al momento abortado por la bota austriaca.

En 1831 se publican en Florencia los primeros Cantos, que reafirmarán y extenderán su fama de gran poeta. En la misma ciudad conoce a Antonio Ranieri, joven escritor y filósofo napolitano, con el que inicia una firme amistad.

En 1833 viaja con Ranieri a Nápoles, y desde entonces reside en casa del amigo. En el 34 se publica la segunda edición de los Diálogos. En el 36 escribe La ginestra o il fiore del deserto (La retama o la flor del desierto), que será su último poema.

Pero no es que haya decidido abandonar la poesía: es la vida la que ha decidido abandonar al poeta, siempre de salud débil y que nunca se ha hecho ilusiones sobre el valor de la existencia humana, al igual que la humilde flor del desierto que, “más sabia y mucho menos enferma que el hombre, nunca has creído que tus frágiles descendientes por el hado o por ti misma hayan de ser inmortales”.

El tema se lo había inspirado la visión de la retama que crece en la ladera del Vesubio y que podía contemplar desde Torre del Greco, donde se había trasladado con Ranieri y la hermana de éste huyendo del cólera que se había declarado en Nápoles.

Murió poco después, de un edema pulmonar, en la misma ciudad de Nápoles, asistido por los dos Ranieri. Tenía 39 años.

Leopardi nos dejó una obra de rara coherencia. Los temas y la intención de su poesía son en parte los mismos que los de sus obras de pensamiento. Hay cantos dedicados a la patria, nostalgias de tiempos pasados y anhelo de un futuro luminoso (All’Italia, Sopra il monumento di Dante…); a la naturaleza (Alla Primavera, Alla Luna…); autobiográficos (A Silvia, Le Ricordanze…); amorosos (Il primo amore, Aspasia…), y los directamente filosóficos, desde una perspectiva existencial (Amore e Morte, A se stesso, La Ginestra, Canto notturno di un pastore errante dell’Asia…).

El amor, siempre como sentimiento a la vez dulcísimo y torturador, y ajeno a toda posibilidad de realización; los recuerdos de impresiones pasadas, la nostalgia; el tedio, nacido de la intuición de que todos los mundos visibles e invisibles no satisfacen los más profundos anhelos humanos; la nada infinita, descubierta por el tedio; la vanidad, que hace creer al ser humano que es alguien o que será algo, cuando en realidad se halla perdido, ignorado por una Naturaleza que seguirá moviéndose impertérrita cuando la ilusa humanidad haya desparecido. Estos son los temas de la poesía leopardiana.

Es cierto que, así enumerados, pueden producir la impresión de que estamos ante una obra oscura, deprimente. Pero no es menos cierto que la virtud catártica del arte suele producir – y en Leopardi produce sobradamente – la impresión contraria, es decir, la de una especie de augusta serenidad y aceptación. Esto es lo que sin duda advierte Unamuno cuando observa que el pesimismo de Leopardi es algo positivo, que se trata de un “pesimismo trascendente y poético, de un pesimismo creador”.

Como pensador, Leopardi no ha sido tan universalmente apreciado. Papini, por ejemplo, afirma que era “un grandísimo poeta, un artista excelente, pero un razonador mediocre”. Por supuesto que hay que tener en cuenta que el que así opina es un pensador convertido al catolicismo. Pero de todos modos algo hay de cierto en sus palabras. Y es que el pensamiento leopardiano no consiste en un sistema estructurado de ideas; es más bien la expresión inmediata de lo que en el sujeto produce la visión de un mundo, un universo, despojado de las ilusiones con que lo engalana la fantasía humana (supremacía del hombre sobre la naturaleza, inmortalidad del alma, progreso infinito, etc.).

Quizá el que mejor definió la virtud de la poesía leopardiana en el sentido de las palabras antes citadas de Unamuno fue el crítico e historiador de la literatura Francesco De Sanctis:

Leopardi produce el efecto contrario del que se propone. No cree en el progreso y te lo hace desear, no cree en la libertad y te la hace amar. Llama ilusiones al amor, la gloria y la virtud y enciende en tu pecho un deseo incontenible…

De Sanctis, por cierto, fue el primer escritor italiano que se interesó por Schopenhauer y, como no podía ser de otra manera, enseguida estableció una conexión entre el filósofo alemán y el poeta de Recanati, que desarrolló en el ensayo en forma de diálogo Schopenhauer y Leopardi, publicado de 1858.

Y es que el parentesco intelectual entre pensador y poeta es evidente. Solo hay que recordar estos versos              

 il brutto
poter che, ascoso, a comun danno impera,
e l’infinita vanità del tutto

y pensar que todo el empeño del filósofo consistió precisamente en desenmascarar y dar nombre a ese horrible poder que, oculto, para común daño impera.

(De Los libros de mi vida. Lista B)

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