Borges o la invención del laberinto I

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El universo (que otros llaman la literatura) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de obras y autores. Algunos nos acompañan unos momentos; otros son fieles amigos durante toda la vida. Alguien lleva mucho tiempo con nosotros, pero desconocemos el momento en que apareció.

No sabría decir donde o cuando oí o leí por primera vez el apellido del escritor Borges, o tuve ante mis ojos por vez primera un texto suyo. Hubo una época, unos años en torno a los treinta de edad, que dejé en suspenso – ignoro por qué – la buena costumbre de fechar los libros que compro.

De todos los que conservo de Borges el primero que lleva fecha (22-VII-76) es Otras inquisiciones (Alianza-EMECE). Siguen siete libros datados, el último el 10 de julio de 1986 (extraña simetría). De los tres que conservo sin fecha y, por tanto, necesariamente anteriores, deduzco que el más antiguo es una colección de relatos con el título de uno de ellos (El Aleph), editado en España en 1969. No es insensato aventurar que conocí a Borges, como lector, en una fecha imprecisa situada entre 1961 (cuando, con la obtención del Premio Internacional de Editores, alcanzó fama mundial) y 1970. Advierto sin asombro que estoy siendo poseído por la prosa borgiana. Intento corregirlo.

Lo que quería decir es que Borges se introdujo en mi vida de lector de una manera imperceptible. Y luego, ha sido como si siempre hubiese estado ahí.

Borges ha sido uno de los escritores más destacados del siglo XX. Si no obtuvo el Premio Nobel fue por confesadas razones políticas. En realidad, en esos premios, tanto en los otorgados como en los denegados, han jugado razones políticas. O sea que, en esto, Borges no ha sido una clamorosa excepción. Lo que sí resulta excepcional es que un escritor como él, de ficción (entre otras cosas) y de una imaginación más que notable, no haya dejado ni una novela escrita. Sus ficciones son pequeños relatos en los que sobre todo destaca el título, la geometría de la trama y, en muchas ocasiones, el golpe final. Uno tiene la impresión de que su omisión de la novela se debe a cierta pereza que le impide complicarse la vida con largos desarrollos. O a cierto sentido de la economía artística. Si en dos páginas se dice lo que interesa y se consigue el efecto deseado, ¿para qué doscientas?

Borges o la brevedad, un aspecto sobre el que quizá no se ha estudiado lo suficiente. Hay otro aspecto que solo es relevante para el que escribe esto: de los autores de mi vida tratados hasta ahora – doce, con este – Borges es el primero que se aparta de la corriente romántica. Y es que, por extraño que parezca, finalizado el siglo XX, la cultura occidental aún no ha conseguido despegarse del magma romántico. La literatura, el cine, el teatro, la música popular, diría que el noventa por ciento de la producción artística se mueve todavía en la esfera del romanticismo, donde se rinde pleitesía a lo inconsciente, lo irracional, la exaltación, la inspiración, la genialidad, la sinceridad (raro concepto aplicado al arte), l’amour fou, la noche y la muerte. Cierto que entre los doce aludidos están Séneca y Goethe, pero no es menos cierto que el romano puede considerarse como el más romántico de los clásicos y que el alemán fue las dos cosas sucesivamente, o al mismo tiempo.

Con Borges por primera vez se presenta ante mí el escritor frío, cerebral, mesurado, artesano del lenguaje por encima de todo, manipulador de símbolos, riguroso administrador de palabras, aunque a veces se exceda en la insistencia de algunos adverbios y adjetivos.

Además de relatos de ficción, escribió una especie de ensayos, a veces también de ficción, sobre autores inexistentes, por ejemplo, con lo que las fronteras entre los géneros se desdibujan. Y aún más si tenemos en cuenta su poesía, que también escribió, de tonos épicos y lenguaje entre llano y pedante.

Pero no hay duda de que lo más relevante de su producción literaria son los relatos. Solo mencionaré – porque recuerdo que esto no es un estudio literario, sino una recopilación de impresiones personales – algunos que se destacan en mi memoria. Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, en que relata el proceso de conversión de un mundo imaginario en una provincia de la geografía real; Pierre Menard, autor del Quijote, ensayo-ficción sobre la imposibilidad de leer una obra con los mismos ojos del autor y de la época en que se escribió; La lotería de Babilonia, donde se describe la institucionalización del azar que domina nuestras vidas; La Biblioteca de Babel, donde imagina el universo como una biblioteca infinita en la que se contiene absolutamente todo, incluidos los catálogos de lo falso y lo inexistente; Emma Zunz, impresionante historia de una venganza en la que tanto juegan la astucia como el autosacrificio; El Aleph, que narra el descubrimiento de un punto material en el que se puede ver “sin superposición y sin transparencia” todas y cada una de las cosas existentes en el universo; El jardín de los senderos que se bifurcan, relato de la acción final de un espía, que consigue enviar la información mediante la sola comisión de un acto criminal. (continúa)

(De Los libros de mi vida)

 

2 comentarios

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2 Respuestas a “Borges o la invención del laberinto I

  1. Rafael Velazquez Leon – Venezuela – Escritor
    Rafael Velazquez Leon

    Mi corazón siente a Borges. A este viejito más que un intelectual lo considero un romántico.

  2. Gracias, Antonio, por mas esto tan belo texto.

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