La historia del señor X no es muy edificante. En realidad, no es edificante en absoluto, quiero decir que no sirve como ejemplo moral, ni tampoco como contraejemplo que haya que evitar. Es la historia de una persona normal, que tenía un
En la vida no le fue mal, o al menos lo justo para poder expresarlo así. Admiraba los logros de los demás, mientras pensaba de buena fe que él carecía de méritos suficientes para emularlos. Quizá, muy en el fondo de sí mismo, lo que en realidad rumiaba era que, no pudiendo alcanzar los frutos más altos, no tenía por qué rebajarse a recolectar los más bajos. (De ser esto verdad, no se podría hablar entonces de modestia, sino más bien de un orgullo desmesurado… con lo cual se arruinaría la intención de este artículo. Olvidémoslo).
Su vida profesional fue discurriendo por discretos segundos planos. Siempre en puestos intermedios, solía ser un consejero apreciado por sus superiores. De hecho, una de sus actividades principales consistía en redactar los discursos, luego muy aplaudidos, de ciertas personalidades públicas. También se había dedicado a escribir las memorias de algunos personajes tan célebres como desmemoriados. Pero lo que de verdad le atraía era la buena literatura. Montones de manuscritos, cuya existencia conocían sólo algunos amigos, daban fe de ello.
Con los años, fue mejorando su visión del mundo y, sobre todo, de sí mismo. Fue comprendiendo que quizá no era él tan malo y los otros tan buenos, que tal vez en el ascenso social y la obtención de la fama, además del valor de la obra, jugaban otros factores cuyos mecanismos ignoraba por completo. Y, poco a poco, se fue haciendo la luz. Hasta que llegó a ver tan claro que un buen día estalló.
Olvidaba decir que el señor X vivió en la Francia del siglo XVIII, y que fue el escritor Chamfort quien levantó acta del célebre estallido:
Hay una modestia de mala clase, basada en la ignorancia, que a veces perjudica a ciertos caracteres superiores, manteniéndolos en una especie de mediocridad. Esto me recuerda la frase que dijo en un almuerzo, a gente de la corte, un hombre de reconocido mérito. “!Ah, señores, cómo lamento el tiempo que he perdido en enterarme de cuánto valgo yo más que vosotros!” (traducción mía para la ocasión).