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El tiempo que pasa. El idioma del sentido común. La muerte del autor. El vicio de épater (A.E.P. t.e. 1)

ALTER.- Ego, ¿sabes que hace más de seis años de la última vez que nos vimos? ¿que el último de nuestros diálogos se publicó en el Blog en junio de 2015?

EGO. – Bueno, y qué. Estaríamos dedicados a otras cosas, ¿no crees?

ALTER. – Sí, pero es que, cuando lo he comprobado… no me lo creía. ¡Me parece que fue ayer! ¡Qué manera de pasar el tiempo!

EGO.- No, Alter, eso no es verdad.

ALTER.- ¿Cómo que no es verdad? ¿Qué es lo que no es verdad?

EGO.- Que el tiempo pase. De hecho, el tiempo no existe. O, dicho de otra manera, el tiempo somos nosotros.

ALTER.- Vaya, se anuncia otra pirueta dialéctica o filosófica, ¿no? Así, que el tiempo somos nosotros. Y eso, en qué sentido, ¿se puede saber?

EGO.- No, no se trata de una pirueta, ni de una de esas paradojas filosóficas, tan ilustrativas a veces. Se trata de que reflexionemos un poco. Lo que llamamos “tiempo” no tiene entidad en sí mismo. Es simplemente el nombre que damos al proceso de descomposición de los entes perecederos. Si en el universo no existiesen objetos perecederos, tampoco podría existir el concepto “tiempo”, porque nada pasaría. O sea, que el tiempo no es algo objetivo y ajeno que nos lleva o arrastra en su recorrido. En el aspecto más subjetivo, el tiempo no es más que el nombre que damos al proceso de descomposición de nuestro cuerpo. Y también el nombre que se da al proceso de degradación del universo entero, eso que ciertos físicos detectaron y bautizaron con el nombre de entropía. Resumiendo, lo que llamamos tiempo es la medida del movimiento. Si no hay movimiento, sea individual o universal, no hay tiempo.

ALTER.- Muy bien, muy bonito. Pero no creas que no había pensado yo por mi cuenta algo así como eso que dices. Pero también creo que el idioma del sentido común tiene sus derechos. Y que es lícito decir que el tiempo pasa para nosotros.

EGO.- Por supuesto que es lícito. No seré yo quien se oponga al uso del sermo vulgaris, necesario para entenderse en sociedad. Y por cierto, me encanta esa frase: el idioma del sentido común tiene sus derechos. Claro que sí. Y no solo tiene sus derechos sino que, si te apartas demasiado de él, perderás la comunicación con el mundo. Solo en determinados campos nos está permitido apartarnos del sentido común, aunque sin perderlo nunca de vista: en el arte, en la ciencia, y en la filosofía de raíz científica. Si no fuese así seguiríamos pensando que la tierra es plana, bueno, algunos lo siguen pensando; no comprenden ni les interesa comprender que, en mucho casos, la ciencia va rectificando el sentido común.

ALTER.- Y si no me equivoco, el ejemplo que antes has puesto sobre el tiempo pertenece al mundo de la ciencia o al de la filosofía de raíz científica, ¿no?

EGO. – Eso es. En cambio, si nos situamos fuera de los tres campos citados y elucubramos al margen del sentido común los resultados pueden ser…delirantes.

ALTER.- Un ejemplo.

EGO.- Pongamos el campo de la literatura.

ALTER.- Que es el nuestro, ¿no?

EGO.- Un crítico literario puede hacer con la obra de un escritor lo que se le antoje; y con la literatura entera. Y si su propuesta se sitúa dentro de la ola imperante de la moda, nadie le pedirá explicaciones.

ALTER.- Un ejemplo.

EGO.- ¿Has oído hablar de La muerte del autor?

ALTER.- ¿Qué autor?

EGO.- No, hombre, no. Me refiero a cierta teoría literaria que se puso de moda a finales de la década de los 60 del siglo pasado.

ALTER. – Ah, ya. El estructuralismo y esas cosas. Confieso que en realidad no sé nada de eso. En cierta ocasión quise enterarme, pero no pasé del intento.

EGO.- Se comprende. Yo también quise enterarme. Era joven y creía que mi deber como aprendiz de intelectual era estar siempre al día. El resultado fue… lo que te explico ahora siguiendo el hilo de las frases emblemáticas que, en el intento, se me quedaron grabadas en la memoria. Creo que todas pertenecen al ensayo La muerte del autor, de Roland Barthes, publicado en 1967. Veamos:

Cuando comienza la escritura, la voz pierde su origen y el autor entra en su propia muerte.

Esta frase resume toda la teoría que se contiene en el ensayo citado. Viene a decir que la escritura, una vez plasmada, adquiere entidad propia, con plena independencia de las intenciones del autor, quien a estos efectos desaparece.

ALTER. – Bueno, creo que eso ya se había dicho muchas veces: que la obra, una vez sacada al mundo, no depende de la voluntad del autor…

EGO.- En efecto, que constituye una entidad autónoma y que en relación a ella el autor es solo un comentarista más, aunque hay que reconocer que mejor situado que el resto. Pero lo llamativo de la frase, además de que, como has dicho, no hace sino repetir algo ya sabido, es la pompa y teatralidad de su enunciado. Y es que eso de que “el autor entra en su propia muerte” contiene una importante carga dramática. Otra:

El autor es un personaje moderno, fruto de la ideología capitalista.

Si es así, me pregunto de dónde sacarían los medievales cultos a sus autores preferidos (Aristóteles, Ovidio, Virgilio, Séneca, etc.), no existiendo todavía un capitalismo ni la ideología correspondiente que los hubiese fructificado. A mí, y que el dios de los estructuralistas me perdone, la frase me parece una concesión – mal hallada – al pensamiento marxista imperante en la época. Es como cuando, en épocas de sexo dominante en las artes (que sigue siendo la nuestra), se introducía una escena de sexo explícito en la película o en la novela, aunque no viniese a cuento.

ALTER. – Tributos que se pagaban al pensamiento imperante, ¿no?

EGO.- Bueno, eso de «pensamiento» quizá sea excesivo aplicado a la época actual. Más bien le va lo de «moda» . Pero sí, se pagaban y se pagan, aunque el imperante vaya cambiando; ahora sería la llamada perspectiva de género, la conservación del planeta (cosa siempre necesaria, por otra parte), el culto a lo etnicista e identitario… Pero sigamos.

Un texto está constituido por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, y donde ninguna de las cuales es la original. El texto es un tejido de citas provenientes de los 1000 focos de la cultura.

El autor nos da aquí otra muestra de pedantería gala para decirnos lo que, de una u otra manera, ya se nos había dicho de pequeñitos: que solo Dios puede crear de la nada, que las “creaciones” humanas solo son un pastiche hecho con los materiales ya existentes…

ALTER.- ¿Solo? Y perdona que te interrumpa, pero ¿no crees…?

EGO.- Perdona que interrumpa yo tu descortés interrupción. Mira, la originalidad es cuestión de grado, porque todo, absolutamente todo, utiliza o se apoya en algo ya existente. Además, la originalidad no tiene ningún valor estético en sí misma, eso lo sabían bien los antiguos griegos y romanos.

ALTER.- Entonces, ¿qué es lo que distingue y otorga valor a una obra nueva?

EGO.- El alma.

ALTER.- Metafísico estáis.

EGO.- «Es que no como», contesta Rocinante, ¿no? En serio, ¿quieres que te repita las argumentaciones que expuse en algunos de nuestros diálogos de hace años?

ALTER.- Por mí, encantado. Aunque las recuerdo bien, como si fuese ayer…

EGO.- Mira, yo creo que, aunque edificada con medios materiales, la obra de arte es una construcción espiritual, como el mismo individuo humano. Una obra artística no es el resultado de la suma mecánica de los elementos que la componen. Tiene un alma, que es la expresión de su totalidad, y solo captando la obra en su totalidad, de una manera, diría, intuitiva, puede descubrirse esa alma. Por eso creo que la labor de críticos y expertos literarios de diseccionar y analizar los componentes materiales de la obra es totalmente irrelevante.  Si la obra no posee un alma no será después de todo más que un artefacto peor o mejor ajustado en todas sus partes, nada que merezca el nombre de obra de arte. Y es que el alma de la que yo hablo no se revela en la mesa de operaciones. Ni la artística ni la humana.

ALTER.- Un estructuralista no aprobaría eso.

EGO.- Por supuesto que no. Los estructuralistas y sus herederos, tratan, o pretenden tratar, la obra, el texto, como si fuese un objeto de la ciencia, y el que se acerca a una obra de arte con los instrumentos de la ciencia no se encuentra con una obra de arte, sino con un objeto de la ciencia.

ALTER.- ¿Y se puede saber cómo les ha ido a esos estudiosos «científicos» de la literatura?

EGO.- Algunos persisten, por supuesto, pero sus originales hallazgos ya no deslumbran a nadie, sobre todo desde el varapalo que recibieron de los científicos auténticos  Sokal y Bricmont en Imposturas intelectuales, consulta Wikipedia. Además, en un mundo como el nuestro, curado de todos los espantos posibles, el arte de épater le bourgeois ha perdido todo sentido.

ALTER. – ¿Crees que en el fondo a todo lo que aspiraban era a épater le bourgeois? Por cierto, ¿cuál es el significado exacto de esa expresión?

EGO.- Hombre, no creo que solo pretendiesen eso. Pero está claro que formaba parte del aparato de sus novedosas teorías. En cuanto a la traducción, exacta no la hay. Los idiomas son en realidad intraducibles. Cada idioma tiene una historia detrás que no es compartida por los otros, lo que le hace único y radicalmente intransferible. En el siglo XIX, con Baudelaire y otros, los artistas franceses se inventaron el juego de épater (despatarrar, asombrar, escandalizar) al buen burgués, y ahí los tenemos todavía, con su vicio a cuestas.

ALTER.-  ¿Tú crees que lo de épater es un vicio específicamente francés?

EGO.- No lo dudes. Ya nuestros abuelos y bisabuelos sabían muy bien – en muchos casos por  experiencia propia – que todos los vicios vienen de París. Pero, bueno, creo que ya hemos dedicado demasiado tiempo a un fenómeno tan pasajero y prescindible como…Como todo lo que dicta la moda, cuando la moda ha pasado.

ALTER.- Devorada por el tiempo.

EGO. – En efecto, tempus edax rerum, donde el tiempo es un ente real que va devorando las cosas. Te gusta así, ¿no?

ALTER. – Me encanta. Creo que ahí Ovidio da con la imagen perfecta.

 (De Alter, Ego y el plan)

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