– Sabes lo discreto que siempre he sido – decía -, sabes lo poco que me gusta destacar y que se me señale, ya sea para bien o para mal. Tú mismo me has dicho a veces que mi manía de querer pasar desapercibido me ha perjudicado gravemente en la vida. Pero ¿qué quieres que le haga? Soy así y no puedo evitarlo.
“En el barrio donde vivo, siempre he intentado mantenerme como uno más, como una de tantas personas que pasan por ahí y cuya vista nos es completamente indiferente. Pero, de un tiempo a esta parte, he observado que las cosas van cambiando, y en un sentido alarmante para mí.
“Las personas con las que me cruzo me miran. Sí, me miran. Pero no como se mira al extraño que pasa por ahí y que al instante olvidaremos, no, me miran como a algo especial. Nunca había tenido esta sensación de ser reconocido en público. Pero, reconocido ¿por qué?, me pregunto.
“Ayer mismo, me crucé con dos mujeres del barrio. En un instante me miraron y se miraron, y apenas las había rebasado que oí “sí, es el que te decía”. Y sé que, en muchos casos, aunque no he oído nada, otras mujeres con las que me he cruzado han dicho similares palabras. Y es que son las mujeres, mucho más que los hombres, las que me “reconocen”. Pero, me reconocen ¿de qué?, insisto.
“Tengo más de setenta años y ningún parecido con el Paul Newman de mi edad, así que no me hago ilusiones absurdas. Y además, incluso cuando voy acompañado de mi mujer, suelo ser objeto de ese tipo de miradas y – estoy seguro – de comentarios. Estoy preocupado, angustiado. No sé a qué obedece todo esto. ¿Tú qué crees?”
Ciertamente, planteado de aquella manera parecía un caso muy raro. Incluso llegué a pensar si no se trataría de un brote de paranoia del amigo Augusto. No supe qué responderle.
A los pocos días me lo volví a encontrar. Estaba tranquilo, relajado, aunque un poco triste.
– Ya tengo la solución – dijo -, todo está claro. Ayer mismo, al pasar por delante del inmueble vecino, sorprendí a la portera y otra mujer en el acto mismo de mirarme y comentar. Esta vez fui directo a ellas. La otra mujer se escabulló enseguida. La
portera no pudo: la acosé a preguntas y reproches. No tuvo más remedio que hablar.
“No se lo tome así, señor, no es nada malo. Comentaba con la vecina lo que todo el mundo dice, que es usted un caso raro. Cuando se le ve pasar, sobre todo cuando va con su esposa, es digno de admiración. ¿Sabe
Ya ves, eso es todo. Decepcionante, ¿no? ¿Y tú qué crees? ¿Tendría que estar orgulloso? ¿O más bien preocupado?”
– Preocupado – respondí, sin dudarlo un momento -. Todos tendríamos que estar seriamente preocupados. La imparable desaparición de los maridos de nuestra edad, la proliferación sin freno de viudas desconsoladas o más o menos alegres es un fenómeno al que no se presta la atención debida. Yo creo que habría que hacer algo, que se ha de hacer algo. Urgente. ¡Ya!
– ¿Algo? ¿Pero, qué?
– No sé…algo…
Protección a especie en peligro de extinción: casados mayores de 70 años. Firma petición: Change.org