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Thomas Mann, el arte y la vida II

mann muerte en vDe las obras de Thomas Mann, unas me han gustado menos que otras, pero ninguna me ha decepcionado. Citadas por el orden con que se presentan en la memoria están, además de la que acabo de comentar, La muerte en Venecia, Doctor Faustus, El elegido, Los Buddenbrook, Carlota en Weimar, Confesiones del estafador Félix Krull, además de muchos de sus siempre certeros ensayos, entre los que – como parte interesada – recuerdo perfectamente el dedicado a Schopenhauer. Y hace cuatro años, gracias a una edición española de sus cuentos y novelas cortas, tuve ocasión de conocer algunas joyas que no había leído. Su lectura me reveló un aspecto que no conocía del autor, y es la habilidad y casi diría que complacencia en tratar la crueldad mental. Me refiero a relatos como El pequeño señor Friedmann, Luisita y algún otro. También me permitió descubrir la que considero su mejor novela corta, La engañada, historia que pone de relieve la extrema crueldad con que en ocasiones la ilusión de vivir es tratada por la realidad de la vida. Y no es que la recomiende, porque he de confesar que me parece el relato más triste que nunca he leído.

Thomas Mann nació en Lübeck, Alemania, en 1875, en el seno de una familia de la alta burguesía mercantil. Fue el segundo de cinco hermanos – el mayor, Heinrich, también sería escritor famoso- y tuvo una educación esmerada aunque sin un objetivo claro. Sus vacilaciones en este aspecto recuerdan las del joven Stefan Zweig y quizás la de todo creador con vocación de totalidad. El padre murió siendo él todavía adolescente, y la madre liquidó la empresa familiar y se trasladó con toda la familia a Munich.

(Entre paréntesis, resulta sorprendente el paralelismo entre las vivencias de Mann y las de Schopenhauer en el primer tramo de sus existencias respectivas: familia de alta burguesía mercantil de ciudad hanseática; diferencia de caracteres entre padre y madre, en el mismo sentido; muerte prematura del padre, a casi la misma edad del hijo; liquidación del negocio familiar y traslado a otra ciudad…).

Muy joven, empezó a escribir relatos. Trabajó breve tiempo en una compañía de seguros y participó en la redacción de la revista Simplicissimus. La fama le llegó pronto. En 1901, a los veinticinco años, se publicó su primera novela, Los Buddenbrook, historia de una familia muy parecida a la suya, que fue un éxito de público casi inmediato y cimentó su prestigio de escritor que, en adelante, siempre iría en aumento.

En 1905 se casó con Katja Pringsheim, hija de una acaudalada familia de origen judío, con la que tendría seis hijos. Se establecieron en Munich, donde Thomas se dedicó sin descanso – siempre que las circunstancias se lo permitieron – a la creación literaria. La peor de las circunstancias de entonces fue, por supuesto, la Gran Guerra, que enfrentó a media Europa contra la otra media e incluso a miembros de la misma familia entre sí. Fue el caso de los dos hermanos mayores Mann. Heinrich, demócrata, proocidental, antibelicista, frente a Thomas, conservador, tradicional, germanista, cuya amistad no se restauraría hasta 1922 y gracias a la deriva ideológica de Thomas.

En su largo y concienzudo ensayo Consideraciones de un apolítico, publicado en 1918, Thomas había defendido los valores de la “cultura” tradicional alemana frente al superficial democratismo de la “civilización” occidental. A partir de ahí, la evolución de su pensamiento – favorecida por el espectáculo del brutal reaccionarismo de la derecha en la posguerra – tuvo una orientación rápida y clara: defendió la democracia, la república de Weimar y se opuso al naciente nazismo. Quizá para que no se relacionara directamente con esta evolución ideológica, en la concesión del Premio Nobel de 1929 la Academia mencionó solo de entre sus obras Los Buddenbrook, publicada hacía casi treinta años.

En 1933 Mann se exilia en Suiza. En 1936 Hitler le retira la nacionalidad alemana. Dos años después se traslada a los Estados Unidos y se nacionaliza norteamericano. Durante la segunda guerra mundial, lanza mensajes por radio desde América para “despertar” a sus compatriotas ante el nazismo. Pero, pocos años después de concluida la guerra, la persecución desencadenada en su país de adopción contra todo presunto comunista, de la que son víctimas algunos de sus amigos intelectuales, le mueve a abandonar Estados Unidos y regresar a Europa. Muere en Suiza en 1955.

Pese a estos datos biográficos, Thomas Mann no fue un hombre especialmente interesado por la política. Se podría decir que los tiempos le forzaron a interesarse. Fue sobre todo un artista, y de aquella clase de artistas que contemplan el mundo como materia para su obra de arte, con un modo de mirar objetivo, distanciado y teñido de un leve humor. Para el común de los mortales, las emociones e incluso las tragedias de la vida solo son emociones y tragedias, para el artista como Mann son, también, los datos que fríamente ha de tratar para crear una obra artística con cierto sentido. Esta actitud suele corresponderse con la apariencia de una personalidad distante, carente de empatía, egoísta, porque parece – y no solo parece – que el individuo en cuestión vive por encima de los acontecimientos. Mann lo sabía, y lo asumía. También sabía, y lo proclamaba muy alto, que él no era de la clase de artista que sobreactúa como tal, que se mueve, habla, viste – se disfraza – de artista. Tonio Kröger, protagonista de una de sus primeras novelas, y alter ego del autor, lo deja bien claro:

Como artista, uno tiene suficiente con las aventuras interiores. Por fuera, hay que vestirse bien, ¡qué diablo!

(En cuanto al criptohomosexualismo de Thomas Mann, dejo el tema a los muy enterados de estas cosas)

(De Los libros de mi vida)

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