Archivo mensual: febrero 2019

JANE AUSTEN. La mitad del mundo I

jane austen

One half of the world cannot understand the pleasures of the other.

Hay un dicho popular que afirma que sobre gustos no hay nada escrito, y una respuesta no tan popular que responde pero hay gustos que merecen palos. Yo creo que ambas sentencias no superan la prueba de la realidad.

Sobre gustos, y ciñéndonos a la literatura, hay escrito nada menos que toda la crítica literaria producida en el universo de los libros. Cierto que el enjuiciador de turno nos dirá que su opinión responde al valor objetivo de la obra, no a su gusto particular, pero es esta una explicación que no se cree nadie, seguramente ni él mismo.

En cuanto a lo segundo, es cierto que hay gustos que reciben palos, pero no se sabe quién decide que los merezcan, a parte del sentir subjetivo del apaleador.

Lo curioso es cuando las actitudes antitéticas de sumo gusto y de grandes palos convergen en el mismo creador, o creadora. No suele ocurrir, pero ocurre a veces. El caso más vistoso es el de Jane Austen, escritora inglesa de finales del siglo XVIII y principios del XIX.

La más antigua novelística inglesa se sitúa en la primera mitad el siglo XVIII, con autores como Samuel Richardson, Daniel de Foe y Henry Fielding. Pero no es hasta la aparición de Jane Austen que la novela no adquiere sus rasgos modernos más característicos, con un tratamiento de la realidad y de la psicología de personas “corrientes” en ambientes “corrientes”.

Bueno, no tan corrientes. Como toda obra que aspira a reproducir la normalidad y la cotidianidad, la de Austen se circunscribe de hecho a ambientes muy concretos con límites que nunca se traspasan. El sentido universal de la obra lo dará en todo caso la profundidad (a veces, nada aparente), no la extensión.

Para comprender un poco la novelística de Austen hay que tener en cuenta dos aspectos:

La porción de realidad que cae bajo el foco de la escritora. Se trata del ambiente de la pequeña aristocracia y burguesía rural del sur de Inglaterra; de las relaciones dentro de las familias y entre los pequeños grupos sociales de ese medio, con insistencia en los problemas matrimoniales, patrimoniales y, en especial, en la psicología de las jóvenes hijas de familia, que se debaten entre las conveniencias sociales y económicas (el matrimonio era la única solución) y los sueños abonados por la tendencias románticas de la época, que suelen ser blanco de la ironía de la autora.

El tratamiento de esa realidad. Precisamente la ironía es el rasgo más característico de la novelística austeniana, cosa tan evidente y tan comentada que parece mentira que aún haya quien asocie Austen con novela “rosa”. Ironía que la autora suele aplicar tanto al convencionalismo como al sentimentalismo, pero no a ciertas realidades firmes, como la familia – se sentía muy bien en la suya, numerosa, hasta el punto de que, contradiciendo los imperativos de época y sociedad, no le urgía casarse -, el amor fraternal y la amistad. Y haciendo gala además de una escritura ágil, amena, exenta de cualquier explicación farragosa, basada siempre en un diálogo vivo e inteligente mediante el cual los mismos personajes se van retratando.

Aunque escribe desde la adolescencia, no empieza a publicar hasta 1811, a los 36 años, cuando sale a la luz Juicio y sensibilidad (Sense and sensibility, título también traducido como Sensatez y sensibilidad y Sentido y sensibilidad). ¿Autoría? Consta en la portada: «by a Lady» («por una Dama”). Un año después aparece Orgullo y prejuicio.

Al principio sus lectores – lectoras en su mayoría  – se reclutaban entre una élite similar a la de los ambientes que describe. Pero pronto su popularidad fue en aumento, hasta verse refrendada y autorizada por ciertas figuras de primera línea del mundo las letras. Uno de los autores más destacados que contribuyeron a su “canonización” fue Walter Scott, contemporáneo suyo, pero en la cúspide de la fama, quien escribió:

Esa joven dama tiene un talento para describir las relaciones de sentimientos y personajes de la vida ordinaria, lo cual es para mí lo más maravilloso con lo que alguna vez me haya encontrado.

También recibió elogios de Coleridge, Macaulay y otros muchos y, ya en el siglo XX, se la llegó a comparar con Shakespeare por su maestría en la caracterización de personajes.

Por otro lado, no tardaron en llegar los palos. En carta a un amigo Charlotte Brontë escribe que todo lo que encuentra en Orgullo y prejuicio, además de una evidente falta de pasión, es

un jardín cerrado y cuidadosamente cultivado, de bordes limpios y flores delicadas; pero ni una vívida y brillante fisionomía, ni campo abierto, aire fresco, colina azul, o arroyo estrecho. 

Natural que una de las más destacadas escritoras románticas se sintiese incómoda ante una literatura inmune a la imaginería del romanticismo. Por su parte, el pensador norteamericano, Emerson opina que las novelas de Austen son

vulgares en el tono, estériles en la invención, aprisionadas en las estrechas convenciones de la sociedad inglesa, sin genio, fantasía o imaginación del mundo.

Pero sin duda el más contundente en la expresión de su disgusto ante la obra de Austen es el también americano Mark Twain, quien manifiesta que cualquier biblioteca es buena siempre que no tenga un solo ejemplar de Jane Austen y, en un alarde de humor negro, proclama que cada vez que leo Orgullo y prejuicio, siento ganas de desenterrarla y golpearle el cráneo con su propia tibia.

¿Cómo se explica tamaña disparidad de opiniones? No sé. Uno puede tener la tentación de considerar que los detractores están en realidad matando al mensajero, es decir, que trasladan a la autora el malestar que les produce el ambiente y los intereses de un grupo social, de un modo de vida, que odian visceral y comprensiblemente. Pero ocurre que no parece creíble que cabezas como las de Emerson o Twain puedan caer en semejante trampa.

Entonces, imagino que se trata de cierta  peculiaridad del género humano; género que consideramos único pero que en realidad se divide en partes incomunicadas e incomunicables entre sí. O, dicho con palabras de la misma Jane Austen, que

la mitad del mundo no puede comprender los placeres de la otra mitad.

(CONTINÚA)

(De Escritoras)

 

 

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JANE AUSTEN. La mitad del mundo II

Jane Austen nació en Hampshire, Inglaterra, en 1775, en el seno de una familia de clase social media alta (la madre, Cassandra, emparentada con la nobleza) pero de limitados recursos económicos. El padre, George, pastor anglicano, regía la parroquia de Steventon, en cuya rectoría se ocupaba de la educación de sus hijos, y de otros jóvenes a los que preparaba para la educación superior a cambio de un estipendio que le permitía vivir dignamente. La descendencia era numerosa: seis hijos y dos hijas. Jane era la penúltima, dos o tres años menor que su querida y única hermana Cassandra.

El hecho de pertenecer a una familia numerosa y bien avenida fue importante para la configuración del mundo novelesco austeniano y sobre todo para la misma Jane, que siempre se sintió querida y arropada por padres y hermanos. Un ejemplo significativo: lo que en aquella época y sociedad solía considerarse por lo menos como una rareza – que una señorita se dedicase a escribir – fue siempre bien visto en el núcleo familiar, hasta el extremo que el padre y algún hermano realizaron diversos intentos – la mayoría fallidos – para que se publicasen sus obras.

El aprendizaje vital de Jane se realizó dentro del ámbito familiar y de las amistades del entorno; el intelectual, en el recinto de la rectoría de Steventon, donde había una bien nutrida biblioteca y donde pudo leer a los clásicos y sobre todo a escritores ingleses casi contemporáneos. El caso es que los dos intentos del padre de que se instruyesen Jane y Cassandra en centros adecuados lejos del hogar fracasaron; el primero por una epidemia de tifus, el segundo, en Reading, porque la economía familiar no alcanzaba.

Desde muy joven escribía. A los veinte años ya había compuesto una larga colección de escritos de distintas extensiones, unas treinta obras entre cuentos, historias fantásticas y parodias, en las que nunca faltaba el toque irónico, humorístico o satírico. De hecho, solía leer estas obritas a la familia como diversión o entretenimiento. Las recogió bajo el título de Juvenilia. No se publicaron hasta el siglo XX.

Pero en apariencia Jane era solo una hija de familia más, una de tantas del mundo de propietarios rurales que formaban su entorno. Y sujeta como cualquiera otra a los rituales de aquella sociedad: visitas, bailes, comadreos, todo ello con vistas a la obtención del marido adecuado que asegurase un porvenir digno. A los veinte años se enamoró de un estudiante llamado Tom Lefroy, pero los padres respectivos no eran lo suficientemente adinerados como para acordar un matrimonio digno. Así, que el joven fue enviado a otro lugar, y desapareció de la vida de Jane.

No parece que fuera una gran desgracia para la futura escritora. También, a los 27 años, aceptó una tarde la propuesta de matrimonio del hermano de unas amigas, Harrison Bigg, muy buen partido, para a la mañana siguiente desdecirse. No lo tenía claro.

Y es que la verdadera vida de Jane se desarrollaba a otro nivel. En 1796, a los 21 años, había empezado a escribir su primera novela a la que puso por título primero First impressions y luego False impressions, y que años después se publicaría con el de Pride and prejudice (Orgullo y prejuicio), la obra que asentaría su fama. En los seis años inmediatamente siguientes escribió Elionor and Marianne, que en su momento aparecería como Sense and sensibility (Juicio y sensibilidad), y Susan, la futura Northanger Abbey.

Entre 1796 y 1803 la familia residió en Bath, traslado que obedeció a la idea de los padres de que sería un lugar más propicio para encontrar pretendientes adecuados. La idea no funcionó, quizá por el poco entusiasmo mostrado por las dos hermanas de colaborar en el intento. Los años de Bath, los recordaría Jane como un triste encierro forzado y creativamente improductivo.

En 1805 murió el padre, dejando a la parte de la familia no emancipada – las mujeres, por supuesto – en una difícil situación económica. Por suerte, siempre pudieron contar con la ayuda afectuosa y efectiva de uno u otro hermano. Vivieron un tiempo en Southampton con la familia de Frank, oficial de la marina, hasta que, en 1809, las tres mujeres se trasladaron definitivamente a la casa que Edward (casado con una rica heredera) puso a su disposición en Chawton, junto a Hampshire, en la misma tierra de la infancia.

Allá Jane se pudo dedicar con toda comodidad a la escritura. Tenía una de las salas principales reservada, con su mesa de escribir junto a la ventana. Por cierto, que nunca, ni cuando empezó a conocerse su nombre, dejó de actuar con la máxima discreción y con carencia absoluta de esa “pose” tan corriente entre los presuntos artistas. Se dice que se opuso a que se arreglase la puerta de entrada de la casa porque el chirrido que producía al abrirse le convenía: era el aviso de que entraba una visita, y le daba tiempo para ocultar los instrumentos de escribir y sustituirlos por los de la labores propias de una dama.

Y, como es natural e inevitable en todo artista por sencillo y discreto que sea, como lo era Jane, los intentos de publicar la obra y de sentirse debidamente reconocida no cesaron por su parte. Hasta que finalmente Henry, el que dicen que era su hermano favorito, lo consiguió. Logró que un amigo, editor en Londres, publicase Juicio y sensibilidad, con la condición de que la misteriosa autora corriese con los gastos. Y así fue – se supone que pagó Henry – como en noviembre de 1811 apareció publicada la novela, escrita por una dama. Fue bien recibida por la sociedad lectora.

En enero de 1813 se publicó Orgullo y prejuicio, “por la autora de Juicio y sensibilidad”. Y esta vez el éxito fue rápido y claro. Pronto se agotó la edición y empezaron a llover críticas elogiosas. Incluso el director de la prestigiosa Quarterly Review se mostró fascinado por la novela. Y como era inevitable, no tardó en conocerse la identidad de la autora. El mismo Príncipe Regente le hizo llegar su deseo de que le dedicase su siguiente novela, sugerencia que Jane obedeció  no obstante la poca simpatía que sentía por él debido a su fama de libertino y de maltratador de la esposa.

Los pocos años siguientes – Jane Austen murió en 1817 a los 41 años -, fueron de intenso trabajo creativo. En 1814 se publicó Mansfield Park; a finales de 1815, Emma y en 1817, póstumas, Persuasión y la Abadía de Northanger. Seis novelas nada más que edificaron sólidamente la fama de Jane Austen como una de las más grandes escritoras (escritores incluidos) en lengua inglesa.

Para la mitad del mundo, por supuesto.     

(De Escritoras)

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