Archivo mensual: marzo 2015

¿Quién entiende a Schopenhauer (y a Kant)?

schop mainNo es que haya leído a muchos, pero, por lo que conozco, tengo la impresión de que Arthur Schopenhauer es uno de los filósofos que mejor escriben, quiero decir, que mejor se expresan. Con claridad, inteligencia y buen estilo. Tiene las ideas muy claras y sabe comunicarlas de una manera eficaz, a diferencia de otros, de ideas más bien confusas y que las comunican de la forma más embrollada posible a fin de que no se note el embrollo original. Para Schopenhauer, el ejemplo máximo de este último tipo de filósofo es Hegel, pero yo creo que, si pensaba así, era porque no llegó a conocer a Heidegger. Ni a otros muchos que han sentado cátedra y vendido libros en el último siglo y medio.

La prueba irrefutable de lo que digo acerca de la claridad expositiva del de Danzig es que incluso yo, que no he sido llamado para escalar las altas cimas de la abstracción, puedo seguirle con cierta facilidad.

Y sin embargo, hay una excepción. Se trata de una idea sobre la que fundamenta su teoría acerca de la libertad o necesidad de los actos humanos, es decir, sobre la moral. Me encantaría que alguien aportase alguna luz.

Expongo la cuestión con las mismas palabras del filósofo, sacadas de su tratado Sobre el fundamento de la moral:

...a cada individuo dado, en cada caso individual dado, sólo le es posible una acción: “operari sequitur esse[el obrar se sigue del ser]. La libertad no pertenece al carácter empírico sino al inteligible. El operari de un hombre dado está determinado necesariamente, desde fuera por los motivos, desde dentro por su carácter; de ahí que todo lo que hace se produzca necesariamente. Pero en su esse, ahí se encuentra la libertad. Él habría podido ser otro: y en aquello que es radica la culpa y el mérito. Pues todo lo que él hace resulta de ahí mismo como mero corolario. A través de la teoría de Kant se nos rescata del error fundamental que colocaba la necesidad en el esse y la libertad en el operari, y se nos conduce al conocimiento de que la cosa es exactamente al revés.” (Traducción de Pilar López de Santa María)

A cuantos conocedores de la filosofía de Schopenhauer lean esto les emplazo a que me den una explicación comprensible de la proposición enunciada en la frase que he puesto en negrita. O sea: ¿cuándo y cómo podía haber elegido yo (o tú) ser otro?

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Idus de Marzo (narrado por Cicerón)

Lo primero que hice la mañana del 15 de marzo fue repasar el informe que había elaborado sobre el caso Dolabela. Introduje algunas modificaciones. Después de desayunar, recibí a los amigos que habían venido a saludarme y luego, poco antes de la hora cuarta, salimos juntos en dirección al Teatro de Pompeyo. El cielo estaba despejado. Soplaba un vientecillo frío y seco. Por las inmediaciones del Teatro apenas había movimiento. En el podio, estaban preparando el trípode para el sacrificio aruspicial.

Así que entré en la Sala, vi a Marco Bruto, Casio y Casca. Casca miraba hacia afuera, los otros dos hablaban en voz baja. En aquel mismo momento Lena se les acercaba y se unía a la conversación. En cuanto me vieron, enmudecieron los tres. Nos saludamos, pero apenas me detuve. Había visto a Dolabela más al interior y me dirigí hacia él. [……….]

De repente, el rostro de Dolabela cambió de expresión:

– ¿Has visto? Mira a Bruto, y a Casio. Mira, mira.

Los miré un instante.

– Sí, se comportan de un modo extraño.

– Están pálidos, nerviosos. Mira, no paran de ir de un lado a otro y de hablar en voz baja. Pero ¿qué ocurre? – dijo Dolabela visiblemente preocupado.

Entonces oímos las aclamaciones de la multitud.

– Ya están aquí – dije-. Van a sacrificar. Tranquilo, Dolabela. Dentro de unos momentos se habrá resuelto tu asunto.

– No es eso lo que más me preocupa ahora.

Cuando César hubo llegado a su presencia, Espurina sacrificó la víctima. No encontró el corazón.

– Deberías aplazar la sesión, César. El pronóstico no puede ser peor.

– Lo mismo me ocurrió en Hispania, y volví vencedor .

– Pero recuerda que precisamente en Corduba estuviste a punto de perder la vida.

– Sí, pero aún la conservo.

– ¿Sacrifico de nuevo?

– No, déjalo. No voy a ser más considerado con las tripas de una bestia que con los consejos de mi esposa. Entremos ya.

Pero, justo ante el umbral, Lena le tomó del brazo y le murmuró unas palabras al oído. César se detuvo. Indicó a los demás que fuesen entrando, y permaneció con Lena, hablando los dos a media voz. Antonio y Trebonio se habían quedado atrás: parecían comentar un asunto grave, mientras observaban cómo Espurina recogía el material del sacrificio.

Desde el interior, ciertos senadores no apartan la vista de lo que ocurre en la entrada.

CASIO: ¿Qué hace Lena?

BRUTO: No lo sé, pero no me gusta nada.

CASIO: Mira cómo le habla confidencialmente, y cómo César sonríe. Mira, mira con qué atención le escucha ahora César. ¿Crees que Lena sería capaz?

BRUTO: No, no lo creo.

CASIO: Pero ¿y si lo es? ¿Y si nos descubre? ¿Qué hacemos?

BRUTO: Si no da tiempo a dar el golpe, me mato aquí mismo.

CASIO: Mira, César vuelve a sonreir, ahora ríen los dos. Parece que Lena le da las gracias. Ya entran. Lena se ve muy tranquilo y sonriente, y César también. No pasa nada, no pasa nada. Todo va bien. ¿Y Antonio?

BRUTO: Afuera. Trebonio lo entretiene, tal como estaba previsto.

CASIO: Bien, todo va bien.

Con paso lento y majestuoso, César cruza el círculo de senadores que, en actitud deferente, le aguardan de pie. Detrás de él acuden los rezagados. Solo faltan Antonio y Trebonio

Antes de que llegue a su asiento, Címber le corta el paso.

CÍMBER: César, acuérdate de mi hermano.

CÉSAR: ¿Qué le ocurre a tu hermano?

CÍMBER: Prometiste que antes de marchar a Oriente verías su caso.

CÉSAR: No es este el momento.

Lo aparta y sigue avanzando. Va a sentarse. Címber lo agarra del brazo. Varios senadores se acercan, lo rodean; algunos, Casca entre ellos, por detrás del asiento.

CÍMBER: Ten piedad de mi hermano, César.

CASIO: Perdónale. César.

LIGARIO: Sé clemente, César.

CÉSAR: He dicho que no es este el momento.

Címber lo agarra de la toga, junto al cuello, y tira con fuerza.

CÉSAR. ¡Esto es violencia!

Mientras el cónsul intenta desasirse de Címber, Casca, que está detrás, alza el puñal y lo baja con fuerza. Pero, debido al movimiento de César, le da en la cara. Se revuelve el agredido y hunde el estilete en el brazo del agresor, momento en que la espada de Casio le hiere en el costado izquierdo. Todos los que se habían acercado, y otros que se les unen, sacan espadas y puñales. Un golpe, otro golpe, otro, otro… César da vueltas. Sus ojos piden auxilio, quizá buscan una mirada amiga. El movimiento traslatorio de víctima y verdugos los lleva hasta la gran estatua de Pompeyo. César se apoya en su base. Más espadas, más puñales. Ve acercarse a Marco Bruto con la espada en la mano. Cae. Ya no se mueve.

Los que nada sabían preguntan, se exclaman, marchan casi todos. Los conjurados deliberan mientras, de reojo, observan el cadáver próximo. ¿Y Antonio? Alguien lo ha visto: ha entrado en el momento crítico y ha desaparecido. No se sabe cómo responderá el pueblo. Hay que presentar la acción como lo que es: una gesta heroica en beneficio de todos. Una delegación irá a hablar con Antonio y Lépido, mientras el resto permanecerán en sus casas.

No veo a Dolabela. Decido marchar. Cuando salgo, Bruto me indica por señas que ya hablaremos. Me cruzo con un grupo de esclavos que entran decididos. Ya en la calle, me adelantan corriendo. Portan en una litera el cuerpo de un hombre. Le cuelga el brazo derecho, la mano va golpeando en tierra. El fuerte viento levanta nubes de polvo.

(De La encina de Mario

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Límites II

Toda causa tiene su efecto, todo efecto tiene su causa.

Todo lo que llega a existir tiene una causa.

He aquí dos formulaciones muy claras del llamado principio de causalidad.

El principio de causalidad es lo que permite a la razón humana trazarse un mapa comprensible y coherente del mundo. Si la mente no operase bajo este principio, la realidad se nos presentaría como una masa informe de cosas y hechos inconexos e incomprensibles.

Y el caso es que la mente no puede no operar bajo ese principio, como si se tratase de algo que se pudiera tomar o dejar a capricho. Porque resulta que el principio de causalidad es parte integrante, inextricable, de nuestro pensar. Es una “forma pura de nuestra sensibilidad”, es decir, uno de los instrumentos consustanciales de la mente para representarse los objetos, la realidad exterior; los otros son, el tiempo y el espacio.

Y, como en los casos del tiempo y el espacio, el límite de la comprensión de la causalidad se presenta precisamente cuando pensamos en el límite de su funcionamiento. Me explico. Tenemos la certeza de que todo objeto, todo hecho ha tenido su causa: lo que lo ha producido o ha determinado su aparición. Pero, si vamos retrocediendo sin cesar de los efectos a las causas, llegará un momento en que nos diremos: pero esto ¿no se acaba nunca? ¿Se trata de un proceso infinito? ¿Pero qué significa infinito? No hay en el mundo empírico ningún ejemplo de infinitud.

Y entonces, para sacarnos del callejón sin salida, a alguien se le ocurrió que, al principio, debía de haber una causa primera, una causa incausada, que habría sido el origen remoto de todo.

Bueno, esto es algo que puede funcionar para sustentar una religión. Pero es evidente que nuestro aparato razonador no lo admite de ningún modo. Porque para él todo ha de tener una causa, sin excepciones.

Así que lo que está claro es que nuestro aparato razonador no sabe qué hacer con los límites. Parece como si solo sirviese para operar, no para comprender las razones últimas de sus operaciones. Y así es.

Conclusión: que los límites últimos que se presentan a la razón humana son infranqueables.

Ahora.

Pero, ¿y mañana?

¿Mañana? Reconozco que hay una posibilidad. Y es que, dado que el ser humano ha tomado ya las riendas del proceso de la evolución, llegue el día en que pueda y sepa modificar adecuadamente el cerebro, de modo que se amplíe y reconfigure sustancialmente el aparato razonador. Solo en este caso, los límites desaparecerían… o se desplazarían, creo.

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Límites I

El hombre es un ser limitado. En el tiempo, en el espacio y en la mente. En el tiempo, porque su existencia se extiende entre dos fechas determinadas, sin posibilidad alguna de prórroga. En el espacio, porque vive sujeto a la gravedad y a sus propias dimensiones físicas (no puede volar como un pájaro ni moverse como un neutrino). En la mente, porque, por mucho que se esfuerce, su capacidad de comprensión nunca alcanzará a descifrar las razones últimas de la existencia. Cierto que la capacidad de comprensión de cada cual suele quedar muy lejos de lo que puede dar de sí el cerebro humano, de manera que, aunque el cerebro tiene su límite, no es previsible que los individuos lo alcancen.

Pero supongamos que sí. Supongamos que un individuo genial, con todos los saberes de la ciencia y de la filosofía, emprende la tarea de descifrar la existencia universal. ¿Hasta dónde llegaría? ¿Resolvería finalmente el enigma de todos los enigmas? ¿O sería detenido también ante unos límites infranqueables?

Los científicos ingenuos, que son la mayoría, creen que sí, que solo es cuestión de tiempo llegar a resolver todos los enigmas, y llamo “ingenuos” a aquellos que, sin saberlo, practican lo que en filosofía se denomina “realismo ingenuo”, es decir, la creencia de que lo que ven es, en sí, exactamente como lo ven, que los objetos y la idea que tienen de ellos se corresponden perfectamente. Estos científicos, y la gente que piensa como ellos, no creen en los límites, y por ello están convencidos de que, a base de ir investigando, un día quedará todo resuelto.

Y sin embargo, el límite está ahí. Por ejemplo, en el tiempo. Por ejemplo, en el espacio. Por ejemplo, en la causalidad.

Pero lo más curioso de todo es que de los tres conceptos citados lo que de ninguna manera se entiende no es el concepto en sí, sino precisamente, sus límites. Me explico. Uno puede tener una idea de qué es el tiempo, cómo funciona o cómo siente que funciona. Pero si pretende indagar sobre sus límites, empieza el vértigo.

¿Cuándo empieza el tiempo? ¿Cuándo acaba? ¿O acaso no tiene principio ni fin? ¿Es entonces infinito? ¿Qué significa infinito? No hay nada en el mundo empírico que pueda mostrarme un ejemplo de infinitud. Además, en un tiempo infinito todo lo que puede o podría ocurrir por fuerza habría ocurrido ya.

Lo mismo con los límites del espacio.

El espacio, ¿lo ocupa todo? Porque si no lo ocupa todo es que queda algo ahí fuera… que también será espacio. Y si lo ocupa todo, es que es infinito. Pero, ¿en qué consiste lo infinito? Nada hay en el mundo empírico que me pueda mostrar un ejemplo de infinitud. Es verdad que hay una diferencia entre infinito e ilimitado, como la superficie de una esfera, por ejemplo. Pero esto no resuelve el problema fundamental: pensar el espacio como la superficie de una esfera pero en tres dimensiones no excluye la posibilidad de la existencia de otras “esferas”…¿hasta el infinito?

¿Y qué pasa con la causalidad? Pero, sobre esto, otro día. (continúa)

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