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Un mundo que se acaba

Cada edad de la vida tiene sus prejuicios y sus manías. Conviene, por ello, que desde muy joven vaya uno observando a los mayores a fin de no caer tontamente en unos y otras cuando le llegue la hora.

La hora me ha llegado, pero como siempre he practicado el consejo que acabo de dar, creo que he salido indemne de los más destacados prejuicios y manías propios de la edad.

El principal, considerar que, a lo largo del tiempo vivido, todo en la sociedad y en el mundo se ha ido deteriorando, que todo irá a peor y, en fin, que sin ningún género de dudas “cualquiera tiempo pasado fue mejor”.

No entro en si el contenido de esta idea es verdadero o no, cuestión que corresponde a la filosofía en su eterna lucha entre pensadores optimistas y pesimistas; me refiero al hecho psíquico, es decir, a lo que bulle en la mente del anciano, ajeno, por lo general, a toda disquisición filosófica sobre el tema.

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué piensan así? Simplemente porque confunden el fin de su tiempo, que evidentemente está al caer, con el fin de los tiempos, que quién sabe cuándo y cómo.

Y sin embargo, esta proposición, a todas luces errónea, es defendible desde cierta perspectiva filosófica, y es que, para el individuo, todos los tiempos se contienen en su tiempo, y la extinción de éste supone la extinción de todos, es decir, del mundo. Además, es cierto que siempre hay algo que se acaba.

Fue hace unos años. Estaba leyendo algo de Thomas Mann, un ensayo, creo, cuando de repente me detuve, como sorprendido por una iluminación súbita, y me dije ¿Pero qué haces? ¿Sabes que todo esto ya no interesa nadie? ¿No te das cuenta de que estás solo? ¿que estás atrapado en un mundo que ya no existe? Homero, Cicerón, Dante, Cervantes, Goethe, Tolstoy, el mismo Mann y muchos más son dioses de una religión hoy desaparecida.

El mundo occidental, que fue su patria y el ámbito de su existencia, reniega de ellos; desterró de la enseñanza general el griego y el latín y ha relegado todo lo que huele a sabio humanismo al rincón de los objetos arqueológicos.

El mundo oriental – las potencias del Pacífico asiático – nunca se ha interesado en serio, creo yo, por ese tesoro de Occidente, quizá porque cuenta con su propia cultura tradicional. Y, según dicen, esas potencias están configurando el futuro inminente de la humanidad.

Y yo, adorando a unos dioses que ya casi no existen; que se están desvaneciendo con el mundo que los había engendrado.

Pero seguiré. Porque sé que no desaparecerán del todo hasta que yo mismo no desaparezca.

Como todo lo demás.     

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SCHOPENHAUER AD CANEM. quinque

¿Y no hay manera de escapar de esta condena?… Veo que estás bien despierto ahora. Me alegro. Porque ahora viene la parte positiva −es una manera de hablar− del asunto, mucho más cierta y más real, eso sí, que todos los cielos y progresos que sólo existen en las mentes de los optimistas profesionales. Sí, hay manera de escapar de esa condena. Y no una, sino dos. La primera, aunque efectiva, es transitoria, temporal. La segunda, aunque rara y muy difícil, es total, definitiva.

La primera es el arte. He dicho antes que la inteligencia humana es una creación de la voluntad para seguir existiendo. Y en la inmensa mayoría de los casos, a eso se reduce su papel. Los hombres utilizan el cerebro para dominar las fuerzas de la naturaleza como no lo podría hacer un simple animal, y para afirmar su yo frente a los otros hombres, con astucia, con engaño, es decir, para desenvolverse en la selva natural y social, en una palabra, para sobrevivir, porque ésta y no otra es la función del intelecto creado por la voluntad. Pero una vez creado, el intelecto −como toda creación viva− actúa con propia autonomía, y a veces se fija en cosas que no tienen relación con el interés de la voluntad.

Cuando por primera vez el hombre levantó la vista de la tierra de sus afanes y, ajeno a todo interés vital, contempló el cielo estrellado, nació el sentimiento estético. Cuando por primera vez el hombre construyó un objeto, pintó una figura, tramó un relato, inventó una canción, sin ningún interés vital o práctico, nació el arte… Pero ¿qué es el arte?

El arte consiste en el conocimiento objetivo de una Idea que abarca toda una serie de casos particulares y concretos. Hay infinidad de personas ambiciosas o empujadas a la ambición: Shakespeare capta la Idea y la llama Macbeth. Hay algunas personas idealistas y puras en un mundo mezquino y perverso: Cervantes capta la Idea y la llama Quijote. Hay muchos jóvenes sensibles y desesperanzados en un mundo frío y hostil: Goethe capta la idea y la llama Werther. Si estos genios de la literatura, en vez de abandonarse a la contemplación intuitiva de la Idea, se hubieran guiado por las pulsiones de la voluntad, ni serían tales genios ni hubiesen producido otra cosa que vulgares panfletos.

Y es que el núcleo fundamental de una obra de arte es una intuición objetiva, y ésta exige el aquietamiento absoluto de la voluntad. Es entonces cuando el artista se convierte en sujeto puro de conocimiento, ajeno a las tormentas de la voluntad. Ya no hay lucha en su interior, porque la voluntad ha cesado y él y el objeto artístico son una y la misma cosa. Momentáneamente. El arte nos permite escapar de la horrible rueda de la voluntad pero sólo por unos momentos, mientras lo creamos, mientras lo disfrutamos.

¿Cuál será entonces la solución definitiva?… ¿La muerte? Me ha parecido oírte decir la muerte. No, no puede ser, alucinaciones mías… porque tú, Butz, no puedes tener el concepto de la muerte, como quedó muy claro, y a decir verdad, ni siquiera puedes hablar… Bien, en todo caso, la respuesta es no. La muerte no soluciona nada. Si la muerte cambiase algo fundamental, el universo ya no existiría.

Porque, vamos a ver, ¿cuando morimos qué es lo que muere? El intelecto, la conciencia individual, esa lucecita que la voluntad produjo para iluminar la andadura del cuerpo (su propia andadura): al desintegrarse el cuerpo en sus materiales básicos se viene abajo todo el andamiaje sobre el que el intelecto se alzaba. Lo que desaparece con la muerte es el intelecto, la conciencia individual, pero no la voluntad una y eterna, que buscará nueva envoltura para seguir manifestándose.

Y sin embargo, qué curioso, lo que en nosotros se siente horrorizado por la muerte no es el intelecto − nos hemos pasado millones de años sin él, se eclipsa con el sueño y con el síncope, sin que nada de esto nos importe−. No, lo que en nosotros siente horror a la muerte es precisamente lo que no puede morir, la voluntad, que, engañada por el intelecto, teme que ella pueda morir también, y siendo pura voluntad de vivir, se siente aterrorizada.

Así que la muerte no resuelve nada −y el suicidio es un error estúpido−, porque la voluntad seguirá existiendo para tormento de todo lo viviente. ¿Entonces? Acabar con la voluntad, conseguir que se extinga la voluntad de vivir, esta es la clave. ¿Y cómo se consigue esto? Como lo han conseguido los ascetas hindúes y budistas y los místicos musulmanes y cristianos de todos los tiempos, comprendiendo que todo es uno bajo el velo ilusorio de Maya, bajo el tejido cerebral de la representación, que forja individuos y diferencias donde sólo hay un ser inmutable, indestructible y eterno, comprendiendo que no hay tú y yo −base de la auténtica moral−, que no hay hombre y mundo, como el artista Byron lo comprende cuando exclama

Are not the mountains, waves and skies, a part 

of me and of my soul as I of them?

El hombre que, tras amargas luchas con su naturaleza, comprenda todo esto habrá vencido, y se convertirá en espíritu puro, en límpido espejo del universo. Ya nada le podrá agitar, pues habrá cortado los mil lazos con que la voluntad le ataba a la tierra y que bajo la forma de concupiscencia, de codiciao de cólera, le atormentaban sin cesar. Ese hombre, contento y tranquilo, mirará ya los espejismos terrenales que antes tanto le conmovían como uno mira los trajes de máscara desechados después de haber palpitado bajo ellos la noche de carnaval. A ese hombre la muerte ya no le espanta. Suprimida la voluntad de vivir, se ha liberado de todo tormento, y puede volver, plácidamente, al ser ignoto de donde nunca debió salir…

Bien, ¿qué te parece, Butz? Veo que has aguantado. Pero te advierto una cosa: esto que has oído −porque es innegable que lo has oído− es un resumen precipitado que da sólo un pálido reflejo de la brillante profundidad de mi filosofía. Pues has de saber que he pasado por alto temas tan fundamentales como el de la Idea (objetivación adecuada de la voluntad no sujeta a la representación), o como el fundamento de la moral, o como el problema de la libertad, o como mis reflexiones originales sobre el genio, la música, la justicia, el amor sexual, la locura y un abundante etcétera.

Pero comprendo que no podía abusar más de ti −lo mismo le diría al supuesto lector del hipotético libro, ¡me contentaría con que respondiese como tú has respondido! Te has portado bien, Butz, muy bien, te felicito. Dame la patita. Ha sido un placer hablar contigo.

                           FINIS SERMONIS SCHOPENHAUERIS

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Cervantes. La novela en su laberinto I

Lo primero es que yo me aclare. En 1605 se publica el Don Quijote de Cervantes, donde se narran las aventuras – más bien desventuras – de un hombre ya mayor que se hace llamar Quijote y que, enloquecido por ciertas lecturas, va por el mundo creyéndose caballero andante en compañía de un rústico redomado llamado Sancho. Solo cosechan burlas y palos, lo que no le impide al caballero prodigarse en discursos sabios y coherentes, dentro de la incoherencia básica. La novela alcanza popularidad inmediata.

El autor decide escribir una segunda parte. En 1614, ya con la obra muy avanzada, mientras escribe el capítulo 59, se entera de la aparición de una “segunda parte” del Quijote, escrita por un tal Avellaneda, quien, además de no respetar la autoría, ni el estilo, ni el carácter de los personajes de la primera parte, injuria al autor de ésta sin motivo aparente.

Pero, si el autor se entera es porque se entera el personaje. En efecto, en el mencionado capítulo Don Quijote tiene conocimiento del hecho por dos caballeros que se alojan en la misma posada que él, los cuales están de acuerdo en que la novela del tal Avellaneda no se puede comparar con la verdadera historia que habían leído (la primera parte; la segunda se está escribiendo en ese momento y ellos mismos son dos de sus personajes, seguramente sin saberlo). Y además quedan admirados de tener ante ellos al auténtico Don Quijote.

El autor, pongamos que don Miguel de Cervantes, una vez terminada la segunda parte, escribe el prólogo y en él responde a las injurias del impostor (le ha llamado “viejo” y “manco” animo iniuriandi) con un temple, una moderación y un humor ciertamente admirables, y con solo esto uno puede imaginar la diferencia de categoría moral entre los dos escritores.

Además, hacia el final de esa segunda parte, el autor, se apropia de un personaje de la obra falsaria y, por medio de Don Quijote, le hace reconocer que ésta no tiene nada que ver con la vida verdadera del auténtico caballero.

Y es que hay una diferencia fundamental entre la primera y la segunda parte de la novela.

La primera contiene un relato normal, quiero decir, plano, bidimensional, excepto en lo que respecta a su origen, pues se dice en él que fue escrito en arábigo por Cide Hamete Benengeli y traducido por el narrador que lo presenta, supuestamente Cervantes, que es quien figura como autor en la portada. Por lo demás, es una obra de ficción normal, en la que unos personajes inventados pasan por peripecias inventadas en un escenario real – como suele ocurrir en casi todas las novelas –, que en este caso es la España de la época en que se escribe.

La segunda parte es muy diferente. Es una obra en tres dimensiones, por lo menos.

Ya he dicho que la fama de la novela fue inmediata, y esto hasta el extremo de que los dos protagonistas pasaron al imaginario popular con rapidez asombrosa, para la época: pocos años después de la publicación, las figuras de Don Quijote y Sancho aparecían ya en las fiestas populares de algunos lugares.

¿Qué había de comportar esto? Para el autor estaba claro: los extraños protagonistas ya no podían ir por el mundo impunemente, como unos perfectos desconocidos. En la segunda parte, muchas de las personas con que se encuentran los reconocen por haber leído la primera parte. Y las relaciones que entonces se entablan entre esas personas y los protagonistas son muy distintas de las de la primera.

En ésta, los protagonistas solían recibir las burlas y los palos de gente de toda índole, que manifestaban primariamente su rechazo a la extravagancia de unos desconocidos pobres. En la segunda, algunos de los que los reconocen obran con más finura, buscando el invento más adecuado a la clase de locura que ya les conocen por la lectura de la primera. Entre estos destacan los Duques de Zaragoza, que acogen en su palacio a los dos viajeros para organizar a su costa un espectáculo muy elaborado, y muy cruel. Y es que, cosa nada rara, se trata de unos muy dignos aristócratas con alma de gamberros.

Concretando, con lo de “tercera dimensión” me refiero a lo siguiente. En la primera parte juegan dos elementos: el relato con los dos protagonistas y el lector. En la segunda, ciertos personajes son también lectores (con lo que ya tenemos dos categorías de lectores) que han leído la primera y que interactúan con los dos individuos salidos de ésta, quienes, a su vez, se saben narrados, y leídos por medio mundo. No sé si me explico.

Cervantes es mucho más, por supuesto. Pero, antes de abordarlo en general he querido aclarar – aclararme, quiero decir – el aspecto que me parece fundamental para comprender su arte, y es su prodigiosa imaginación novelística, que no se limita a narrar hechos inventados, sino que ahonda, con lucidez de vértigo, en las relaciones entre ficción, realidad y literatura.

Otro aspecto fundamental de su arte es un sutilísimo sentido del humor, virtud tan poco hispánica (no confundir con la mala uva quevedesca) que parece mentira.

Pero resulta que, con estas consideraciones sobre un solo aspecto, he consumido el espacio que me tiene asignada la costumbre para dar una idea de conjunto del carácter y estilo del escritor de turno.

No hay problema, porque el lector muy interesado siempre podrá buscar y rebuscar en la selva infinita de las obras de los expertos cervantistas, casi tan numerosos como los expertos dentistas, digo, dantistas. Y que Dios lo coja confesado. (Continúa)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

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Cervantes. La novela en su laberinto III

Cervantes tenía su lado práctico, eso es evidente. Y así, mientras no deja de escribir comedias (muchas, perdidas) en un intento de destacar como autor famoso – intento que se revelaría inútil ante el despliegue arrollador del arte de Lope de Vega –, sigue llamando a las puertas de la burocracia real. Y finalmente lo consigue.

En 1587 se le nombra comisario del rey, a las órdenes del proveedor general, para aprovisionar trigo, aceite, cebada y otros artículos con destino a la armada real. Fija su residencia en Sevilla y desde allá va recorriendo Andalucía con la autoridad real de que está investido y con los medios materiales y humanos necesarios. Y con un salario muy digno.

(Entre paréntesis, eso de la continua pobreza en que vivió Cervantes es solo un ejemplo más del tópico que persigue a artistas y creadores, quienes parece que han de ser por fuerza pobres y desgraciados. Algunos lo han sido y lo son, claro está, pero muchos otros, puestos en el mismo saco, no. Y es el caso que, ni Cervantes vivió sumido en la pobreza, ni la existencia de Kafka fue especialmente kafkiana).

El trabajo era muy ingrato, eso es cierto. Se trataba de requisar productos básicos mediante compensaciones, que solían cobrarse tarde y mal. Y ocurría que los afectados, en especial los más poderosos, por mucho que se viesen ante un representante de la autoridad real, no dudaban en mover todas sus influencias y recursos para oponerse al “despojo”. En 1592, por denuncias de un corregidor y de dos canónigos, visitó Cervantes la cárcel de Castro del Río. Apeló y salió libre. Más tiempo estuvo – unos seis meses – en la de Sevilla en 1597, esta vez a instancias de la misma Hacienda real, que le reclamaba unas cantidades que él había depositado en un banco que se había fundido con el dinero.

Tiempo de prisión de extraordinaria importancia para la historia de la literatura, pues allí, a los cincuenta años de edad, tuvo la idea y quizá escribió las primeras páginas del Quijote, como él mismo da a entender: se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento.

Hasta entonces, había seguido escribiendo, poco y sin publicar nada. Su segunda petición de obtener un cargo de importancia en América había sido rechazada (1587); el que seguía desempeñando como comisario del rey en Andalucía ofrecía tantos sinsabores que no valía la pena. Se sabe que el de 1600 fue su último año en Sevilla.

Parece que que en su interior algo había cambiado desde que la figura de un hidalgo pobre, lector enloquecido que se enfrenta al mundo, se le había aparecido en la lóbrega cárcel sevillana. Un impulso irresistible le empujaba a seguir escribiendo la historia; el pretexto consistía en crear una sátira de los libros de caballería, género que arrastraba a lectores de todas las categorías sociales. No se podía imaginar hasta dónde le conduciría el “pretexto”.

Hasta 1604 vivió en Toledo, Madrid y ocasionalmente en Esquivias. A mediados de ese año se trasladó a Valladolid a vivir con las mujeres de la familia (excepto la esposa): dos hermanas y dos hijas (una, de una hermana; otra, la suya). Ese mismo año entregó al librero Francisco Robles el manuscrito del libro titulado El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que vio la luz en enero de 1605.

El éxito de la novela fue inmediato, y su popularidad, inmensa. Hoy nos cuesta entender cómo en aquellos tiempos, sin márqueting y sin ninguno de nuestros actuales medios, pudiese suceder eso. Es el mismo fenómeno que siglo y medio después aunque básicamente con las mismas condiciones materiales se produjo con el Werther de Goethe.

El mismo año se hicieron seis ediciones del Quijote. En vida de Cervantes se tradujo al inglés y al francés, y pocos años después al italiano y al alemán. Pero este éxito tan descomunal e inmediato apenas alteró la situación material del autor, que hay que reconocer que en aquel momento no era muy boyante. Y la verdad es que no me ha apetecido averiguar cómo funcionaban entonces las relaciones entre autor y editor (entonces llamado librero), pero imagino que, en lo sustancial, no han variado mucho.

Tampoco su valoración como escritor cambió mucho, como he apuntado antes, pues siguió siendo considerado autor de obras menores y, como en este caso estaba bien claro, para consumo y diversión del pueblo llano.

En 1608 se estableció con su mujer en Madrid y allí, un año después, empezó a escribir una segunda parte, que concluiría al cabo de seis años – mientras, aparecían sus Novelas ejemplares – y se publicaría en 1615, un año antes de su muerte.

En 1610 lleva a cabo el último intento de apuntalar su vida material por vía distinta de la literaria. Solicita al Conde de Lemos, recién nombrado virrey de Nápoles, que le admita en su “corte”, que está a punto de partir hacia Italia. Pero, en el último momento, su solicitud es vetada por Lupercio Leonardo de Argensola, que es quien dirige la operación. Y parece – o lo he soñado yo – que Cervantes estaba ya en Barcelona dispuesto a embarcar cuando le fue comunicada la negativa.

Fracaso doloroso. Como el de Don Quijote, derrotado en la playa de la misma ciudad. Y sin embargo, uno y otro – o uno de los dos, tanto da – dirigen a Barcelona aquellos elogios tan conocidos (al menos por los barceloneses, siempre dispuestos a rendirse ante los elogios dedicados a su ciudad) y concluye:

Y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, solo por haberla visto.

En 1615 se publica la segunda parte del Quijote, por la que el autor puede ser celebrado con toda justicia como inventor de la novela moderna, es decir, de la novela a secas, ese extraño artefacto que, bien conducido, nos asoma a los misterios de la existencia, del ver y no ver, del ser y no ser, que discurren bajo el relato de los sucesos humanos.

Un año después, el 19 de abril, con el soplo de vida que le queda, escribe en la dedicatoria al conde de Lemos de su obra Persiles y Sigismunda:

Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan…

Cuatro días después dio su espíritu, quiero decir que se murió.

(De Los libros de mi vida. Lista B)

Relacionado:

https://es.scribd.com/doc/31135960/Mundo-Demonio-y-Fausto-7

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Ausiàs March, ira y amor II

 

Ausiàs March nació en 1397, o quizá en 1400, en la ciudad de Valencia, o quizá en la de Gandía. Era hijo de Pere March, descendiente de una rica familia catalana, servidora directa de la realeza – altos funcionarios, diríamos hoy -, que había sido ennoblecida en 1360. Tanto el padre como el tío Jaume, jefe de la rama familiar que había permanecido en Cataluña, eran hombres de letras y apreciados poetas.

Entre los 15 y los 18 años prestó servicios en la corte ducal de Gandía, donde prosiguió su formación tanto en el campo de las armas como en el de las letras, siguiendo en esto la tradición familiar.

Investido caballero en 1420, formó parte de la armada del rey Alfonso el Magnánimo y participó en la primera campaña italiana, combatiendo en Cerdeña y Córcega. Regresó a Valencia (dícese que aquella navegación de regreso le inspiró el bellísimo poema Veles e vents), mientras el rey Alfonso permanecía en Italia, donde acabaría convirtiendo Nápoles en la capital de hecho de la Corona de Aragón, rodeado de una corte de artistas y poetas, ya plenamente renacentista.

Tres años después Ausiàs participó en la lucha contra los piratas norteafricanos. Fue la última de sus aventuras exteriores. Pasó el resto de su vida entre sus residencias de Gandía y Valencia, cuidando de sus intereses señoriales. Como premio por los servicios prestados, se le concedieron determinados derechos jurisdiccionales sobre sus señoríos y fue nombrado Halconero mayor del reino, cargo de gran relevancia en la época, que ostentó durante cinco años.Sus relaciones con el Duque de Gandía no eran buenas, y fueron empeorando hasta que el ducado paso a manos de don Carlos, Príncipe de Viana, heredero real de triste destino, amante de las letras y de la cultura humanística, con el que Ausiàs mantuvo una relación cordial.

Retirado de la vida militar, nuestro poeta se dedicó de pleno a lo suyo: la creación literaria, el enamoramiento o seducción de mujeres y la organización y explotación de sus señoríos. En esto último se mostró muy efectivo (como en lo demás, de acuerdo con los resultados): mejoró el rendimiento de las tierras, creando una acequia que aún lleva su nombre, introdujo el cultivo de la caña de azúcar y defendió sus derechos señoriales mediante pleitos – a los que era bastante aficionado – o por otros medios.

En 1439, hacia los cuarenta años de edad, contrajo matrimonio con Isabel Martorell, hermana de Joanot, el autor de la novela Tirant Lo Blanc, obra famosa entre otras cosas por haber sido elogiada y salvada del fuego en el escrutinio de la basura caballeresca que tiene lugar en el Don Quijote de Cervantes. Pero Isabel murió a los pocos meses.

En 1443 casó con Joana Escorna, quien murió al cabo de once años, dejando al poeta hondamente abatido, si es cierto, como se supone, que los Cants de Mort le están dedicados.

Tuvo cinco hijos – ninguno de ellos de sus dos matrimonios – a los que en cierto modo reconoció favoreciéndoles en el testamento, aunque uno ya le había precedido. 

Ausiàs March murió en Valencia el 3 de marzo de 1459.

No obstante estar escrita en una lengua relativamente minoritaria en el mundo literario (si pensamos por ejemplo en el omnipresente italiano de Dante, Petrarca, Boccaccio, etc.), la obra de Ausiás March alcanzó pronto amplia resonancia. Ya en vida fue reconocido y seguido e imitado. El Marqués de Santillana, que lo conoció personalmente en la corte de Barcelona, escribió de él:Mosén Ausiás March, el qual aún bive, es grand trobador e omne de asaz elevado espíritu. Décadas después, antes de que se publicase la primera traducción al castellano (1539), Garcilaso de la Vega muestra y reconoce su influencia, y así otros varios poetas hasta llegar a Quevedo. De hecho, habían de pasar varios siglos para que la poesía en lengua catalana volviese a alcanzar el nivel en que la había situado Ausiàs March.

Tengo entre mis notas unas líneas en francés cuya origen, dado mi peculiar modo de trabajar, me es imposible precisar ahora. Tanto da, lo que importa es el contenido, que suscribo por entero:

Le plus grand poète de langue catalane du XVe siècle, Ausiàs March, nous laissé une vaste œoeuvre dont l’apparente hétérogénéité se résout dans l’exploration incessante de la nature de l’homme. La grandeur de sa poésie, à la beauté rude et violente, est d’avoir montré, au moyen d’images sombres et puissantes, les failles et les insuffisances de l’anthropologie médiévale et d’avoir su, par ces mêmes procédés poétiques, y apporter une réponse non pas théorique mais poétique, d’une puissance inégalée.
La poésie d’Ausiàs March est un univers poétique sombre…

Nada que añadir.

Bueno, quizá una traducción:

El poeta más grande en lengua catalana del siglo XV, Ausiàs March, nos ha dejado una vasta obra cuya aparente heterogeneidad se concreta en la exploración incesante de la naturaleza humana. La grandeza de su poesía, de una belleza ruda y violenta, consiste en haber mostrado, por medio de imágenes sombrías y potentes, los fallos y las insuficiencias de la antropología medieval y, por los mismos procedimientos poéticos, haber sabido aportar una respuesta no teórica sino poética, de una fuerza inigualada. La poesía de Ausiàs March es un universo poético sombrío…”

Y aquí, una de sus más bellas composiciones, cantada por otro poeta valenciano:

[De Los libros de mi vida. Lista B]

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La imaginación (refundido)

La imaginación es la facultad del alma de representarse cosas reales o ideales. Así es como la define la RAE. Pero mejor no nos guiemos por definiciones canónicas. Sobre todo cuando todo el mundo sabe de lo que se está hablando, como es el caso.

Lo cierto es que la imaginación es una facultad humana de la máxima importancia. Sin imaginación no seríamos lo que somos, es decir, lo que imaginamos ser. Y somos lo que imaginamos ser, evidente. Otra cosa es lo que imaginan los otros que somos, que suele ser bastante distinto de aquello que imaginamos que somos. Y he aquí que, sin darme cuenta, me he deslizado hacia aquella cuestión que tenía obsesionada a una mente tan clara como la de Pirandello: ¿Somos realmente lo que creemos ser o hay tantos yoes como miradas se posan en nosotros?… Pero abandonemos la espinosa senda de la filosofía y permanezcamos en la más segura de la palabrería.

La imaginación es como la última mano de pintura que damos a la realidad. Gracias a la imaginación podemos decir que una puesta de sol es algo maravilloso, o que las nubes son figuras cambiantes de seres fabulosos, o que el obligado saludo de la vecina es una clara invitación a compartir delicias soñadas. Gracias a la imaginación saludamos al nuevo día convencidos de que será distinto del anterior. Tan fuerte es la imaginación que, cuando somos jóvenes y sanos, nos induce a pensar que la enfermedad y la vejez es cosa de los otros.

La imaginación es una facultad absolutamente necesaria para la vida humana. Sin ella, nos derrumbaríamos. ¿Que exagero? Basta pensar qué sería de los grandes personajes, de los líderes mundiales, si no pudiesen imaginarse que son lo que imaginan que son. Se disolverían en el espacio como pompas de jabón. Y también para el artista es importante la imaginación. No solo para crear la obra, sino, sobre todo, para pensar que esa obra tiene algún sentido o sirve para algo.

Y es que, seamos claros, ¿por qué escribo yo estas cosas aquí? Porque imagino que alguien las lee, que le gustan y que hasta musita ¡qué bien escribe Priante!

Y así funciona el mundo.

Pero consideremos ahora la imaginación bajo otro aspecto. Porque, si hasta ahora la he tratado como elemento básico e imprescindible de la personalidad, en adelante divagaré sobre su aspecto más positivo, es decir, como la cualidad que permite al individuo humano ser algo más que individuo. Artista, por ejemplo.

Las personas normales, y esto no es ningún reproche, ven la realidad como una superficie plana. Las cosas son lo que son, y punto. Los artistas ven en esa superficie ondulaciones sorprendentes, cifras, signos, que remiten a algo que quizá está fuera quizá debajo de esa superficie. Esta capacidad de ver, adivinar o construir mundos vivos sobre una apariencia plana es lo que distingue no solo al artista sino a toda persona con un punto más de evolución respecto de las demás. Y esto tampoco es un reproche hacia “las demás”. Es la simple constatación de la existencia de una pluralidad de niveles. Pero me parece que ya salta alguien con aquello de ¡elitismo! No importa, no quiero desviarme. Lo de hoy es la imaginación.

Hay artistas, escritores, que nos han regalado con un derroche de imaginación desbordante. Los ha habido en todas las épocas (incluso ahora, nadie lo diría). Pero solo mencionaré tres, y de los considerados clásicos.

Cervantes, quien no solo imagina al loco-cuerdo más notable de la historia de la ficción, sino que nos lo cuenta con un humor y una ironía que le han valido el título de padre de la novela moderna, es decir, de la novela a secas. Como ejemplo, la peculiar situación de la segunda parte del Quijote, donde los dos protagonistas son reconocidos por otros personajes… porque éstos ya han leído la primera parte.

Dante, quien no solo cree en el dogma católico, sino que además le pone decorado, ambientación, attrezzo y efectos especiales, dando salida en su Commedia a la imaginación más excelsa, perversa y poética que podemos hallar en la historia de la literatura.

Shakespeare, creador de unos seres humanos tan consistentes, que muchos de los reales palidecen a su lado. Y es que, para Shakespeare, lo de menos es imaginar historias, que suele tomar de aquí y de allá; lo de más es imaginar esos caracteres que permanecerán para siempre como paradigmas de las diferentes formas de manifestarse la condición humana. Aparte de la gran riqueza poética, imaginativa, de su escritura.

Pero, además de la función artística, la imaginación positiva tiene otras virtudes más modestas, pero también más eficaces y hasta necesarias. La principal es la imaginación del otro. Si uno es capaz de imaginarse, es decir, de ponerse en el lugar del otro (en especial si este otro es el enemigo o el contrario) toda la fuerza del antagonismo se desvanece. Y si todos fuésemos capaces de este ejercicio, los conflictos y las guerras desaparecerían de la faz de la tierra. Que no es poco.

Decía Oscar Wilde que el peor de los vicios es la falta de imaginación. En efecto, porque la falta de imaginación es la madre de todos los crímenes.

Acabo de escribir “la falta de imaginación es la madre de todos los crímenes” y me quedo pensativo y dubitante. ¿Es verdad esto? Pienso entonces en toda la imaginación que se necesita para vislumbrar un paraíso – en este mundo o en el otro – y ser capaz de matar o morir por alcanzarlo. Y resulta que este tipo de imaginación es la que más crímenes contra la humanidad ha provocado. Así que mi frase no parece verdadera.

O quizá necesite una matización, es decir, quizá describe una verdad parcial que habría que colocar en su justo sitio, sin afanes totalizadores. Es lo malo de las máximas, sentencias o frases lapidarias: que por mucha verdad que contengan dejan siempre una buena porción fuera.

Porque, vamos a ver, para vislumbrar un paraíso – terrenal o celestial, tanto da – y creer en la necesidad de su imposición con tanta fuerza que empuje a morir o matar por ello, se necesita cierta imaginación, es cierto. Pero no es menos cierto que ésta sería un tipo de imaginación muy distinta de la que se alberga en la mente del que escribe novelas o del que es capaz de sufrir solo pensando en los que sufren.

Así que más bien parece que ni siquiera merece el nombre de imaginación. Porque, en todas sus variantes, lo imaginado no es nunca construcción del propio sujeto, sino que es algo que viene de fuera y que hay que creer y transmitir tal cual, sin pizca alguna de iniciativa propia, cosa que parece la negación misma de la imaginación.

Mejor entonces llamarlo creencia, o fe, que es una especie de idea fija que en los casos extremos lleva al creyente – convertido en fanático – a cometer auténticas barbaridades.

Y he aquí que matizando, matizando, he regresado al punto inicial. Y eso está muy bien. Porque ahora puedo afirmar, y no un poco a bulto como al principio, sino con pleno conocimiento de causa, que sí, que la falta de imaginación es la madre de todos los crímenes.

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Gombrowicz. Borges y Menard. La crítica. Leer y amar. (A.E.P.5)

EGO.- Gran personaje Gombrowicz, gran hombre, gran escritor y, sobre todo, insobornable adolescente. Su novela Ferdydurke, publicada en 1937, es como una ráfaga de aire fresco que, de repente, se lleva los sombreros de los señores, levanta las faldas de las señoras y desbarata todo lo que la madurez y la seriedad tenían tan bien dispuesto. Es la gran novela de la inmadurez, de lo informe, enfrentado a la madurez, a la Forma.

ALTER.- Una especie de novela de formación al revés, quieres decir.

EGO.- Más o menos. Figúrate, un hombre de treinta y tantos años, anclado conscientemente en la inmadurez, de pronto es secuestrado por un profesor de secundaria, que se lo lleva a un instituto, donde ha de convivir con colegiales quinceañeros, inmerso de nuevo en el mundo de la adolescencia. Este es el principio de una historia delirante y, desde luego, auténticamente transgresora, sobre todo situada en su época. Es el grito de rebeldía de lo inmaduro, de lo adolescente, frente a la hipocresía de lo formado, de lo establecido; es la absurda calidez de la vida frente a la fría rigidez de la muerte.

ALTER.- Un terrorista de la literatura

EGO.- Sí, pero no creasBasta con leer sus Diarios para darse cuenta de que su iconoclastia no va dirigida contra lo que podríamos llamar el arte perenne, sino más bien contra las modas y estereotipos que en cada momento imponen los grandes sacerdotes de la Forma. Piensa que, entre sus grandes admirados, se cuenta Thomas Mann, heredero directo de Goethe y Schopenhauer. Creo, por ejemplo, que en la defensa que hace de Bethoveen frente a Bach, más que sus propios gustos musicales, lo que le impulsa es la voluntad de oposición a los grandes sacerdotes que, ya entonces, habían dictaminado que la música de Bethoveen era sólo pasto sentimental para burgueses, mientras que el arte exquisito residía en Bach.

ALTER.- Un hombre realmente libre.

EGO.- Un creador tan libre que no se le pudo encasillar en ninguna tendencia. Él mismo, para facilitar la labor a los críticos, vino a decir que, por eliminación, se le podría considerar existencialista.

ALTER.- ¿Y de dónde era?

EGO.- De donde quiso. Nació en Polonia, donde publicó sus primeras obras. La guerra mundial le sorprendió en Argentina, y ahí se quedó y permaneció durante veinticuatro años, primero malviviendo y luego trabajando en el Banco Polaco y relacionándose, muy poco, con la gente de letras de Buenos Aires; conoció a Sabato, a Ocampo y a otros escritores más o menos consagrados. La traducción de Ferdydurke al castellano fue algo increíble.

ALTER.- ¿Quién la hizo?

EGO.- No, lo de increíble lo digo porque es el único caso, que yo sepa, de traducción asamblearia de una novela. Un grupo de escritores, reunidos en un café de Buenos Aires, entre las voces de los clientes y los golpes de taco de los billares, llevó a cabo la traducción definitiva sobre la versión en mal español aportada por el propio autor, quien naturalmente también participaba en los debates.

ALTER.-Y el resultado

EGO.- Excelente, te la recomiendo. Más tarde, en el 63 se fue a Europa y, ya reconocido internacionalmente, se estableció en Francia, donde murió seis años después.

ALTER.- O sea, que fue colega de los escritores del boom latinoamericano.

EGO.- No fue colega de nadie, pero más bien trató a los de la generación anterior, como Sabato, al que le unió una buena amistad.

ALTER.- Y Borges

EGO.- A Borges no lo tragaba mucho. Le reprochaba que practicase la literatura sobre la literatura.

ALTER.- ¿Y te parece justo el reproche?

EGO.- Como expresión del sentir de Gombrowicz me parece de lo más justo; como defecto objetivo de Borges, discrepo. En todo caso eso no es un defecto, sino una característica.

ALTER.- Quieres decir que cualquiera tiene el derecho de hacer literatura sobre la literatura.

EGO.- Por supuesto. Y lo de Borges me parece admirable: crear un mundo hiperliterario donde conviven autores reales con autores ficticios.

ALTER.- ¿Como por ejemplo?

EGO.- Pierre Menard, autor del Quijote.

ALTER.- ¿Autor del Quijote?

EGO.- Sí, en su relato Borges nos cuenta el caso del escritor Pierre Menard, autor, entre otras obras, de varios capítulos del Quijote de Cervantes.

ALTER.- ¿Una nueva versión de la historia?

EGO.- No. He dicho del Quijote de Cervantes. Y es que el empeño de Menard consistía en eso: escribir en 1918 el mismo libro que Cervantes había escrito a principios del siglo XVII.

ALTER.- ¿Modernizando el idioma?

EGO.- No. He dicho el mismo libro, palabra por palabra, punto por punto.

ALTER.- Pero eso es absurdo. Basta con copiar.

EGO.- Te equivocas. En la visión de Borges el reto era inmenso, y el resultado sorprendente. Y es que el Quijote escrito por Menard resultaba mucho más rico en significados, y también mucho más ambiguo, es decir, más moderno que el escrito por Cervantes.

ALTER.- ¿Pero no quedamos en que era idéntico, palabra por palabra?

EGO.- Sí, y ahí está el meollo de la cuestión. Un ejemplo. En la obra de Cervantes, en un discurso memorable, don Quijote defiende la supremacía de las armas sobre las letras. Esto, escrito hacia el 1600, es casi un lugar común, una banalidad. En la obra de Menard, en un discurso memorable, don Quijote defiende la supremacía de las armas sobre las letras. Esto, escrito a principios del siglo XX, mediando en el tiempo cosas tales como la declaración de derechos del hombre o el internacionalismo socialista, es cuando menos una audacia, quizá explicable por la influencia que sobre Menard ejercieran autores como Carlyle o Nietzsche.

ALTER.- Creo que ya entiendoImagino que se trata de una parábola con la que Borges nos quiere decir algo. Pero ahí me quedo.

EGO.- En mi opinión, lo que el relato señala en primer término es la imposibilidad de leer una novela de una época pasada con los ojos de aquella misma época. Para escribir el Quijote de Cervantes, Menard tenía que realizar la hazaña de borrar de su mente trescientos años de historia. De igual manera, para leer el mismo Quijote que Cervantes escribió, el lector de hoy tendría que borrar de su mente cuatrocientos años de historia.

ALTER.- O sea, que el Quijote que hoy podemos leer es nuevo y distinto del que escribió Cervantes.

EGO.- Exacto, del mismo modo que el Quijote que escribió Menard era nuevo y distinto del que escribiera Cervantesaunque ambos coincidiesen frase por frase, palabra por palabra, punto por punto.

ALTER.- Muy ingenioso. Y supongo que a la parábola se le pueden sacar muchos más significados.

EGO.- Ni te lo imaginas. Hay toda una literatura sobre esa muestra de literatura sobre la literatura. Legiones de estudiantes y profesores caen a diario sobre ella y, después de descuartizarla, le extraen cosas tales como que “la literatura es un conjunto de formas que esperan un sentido”, o nos hablan de la urgente necesidad de que nos traslademos “de la estética de la producción a la estética de la recepción”.

ALTER.- Lo siento, empiezo a perderme.

EGO.- Eso es lo bueno de Borges, y de cualquier escritor reconocido: que sus ficciones generan multitud de otras ficciones, en general bajo la forma de tesis doctorales. Creo que fue el mismo Borges quien dijo que la filosofía es un género de la literatura. Algo parecido se podría decir de la crítica literaria: que pertenece al género de la literatura fantástica.

ALTER.- Con la crítica hemos topado.

EGO.- ¿Alguna intención especial en esas palabras?

ALTER.- No, solo queimagino que, como todo artista, tendrás algo que decir de la crítica, y no cosas agradables, precisamente.

EGO.- ¿Como todo artista? Parece que olvidas que hay una clase de artistas que están encantados con la crítica, porque de hecho se lo deben todo a ella. Un pintor informalista, por ejemplo, si existe, es porque la crítica de arte lo ha creado.

ALTER.- Bien, pues, si te parece, lo dejamos en “como todo escritor”.

EGO.- Sigues siendo inexacto. Yo soy escritor y no tengo nada contra la crítica literaria. Al contrario, en lo poco que se ha ocupado de mí me ha tratado muy bien, tan bien como los lectores, y mejor, desde luego, que los editores.

ALTER.- ¿Hablamos de los editores?

EGO.- No, hablamos de la crítica.

ALTER.- De acuerdo. Me gustaría conocer tu opinión sobre esto. Con frecuencia se ha dicho que un buen crítico no puede ser un gran creador, y a la inversa; que una y otra actividad responden a cualidades de signo opuesto, que no suelen darse en la misma persona. Por un lado, la capacidad de análisis, propia del crítico; por otro, la capacidad de síntesis, propia del creador. ¿Tú que opinas?

EGO.- Algo de cierto debe de haber en ello. Milan Kundera, en su ensayo El arte de la novela, donde despliega unas habilidades interpretativas y críticas admirables, defiende la teoría de que las cualidades del crítico no son compatibles con las del creador. Y en sus novelas nos lo demuestra.

ALTER.- Me parece una observación bastante venenosa.

EGO.- Lo siento, no era mi intención. Lo que ocurre es que, cuando la gente va dejando tantas pistas, a veces no puedes evitar saltar sobre una de ellas y, como un niño juguetón, exclamar ¡te he cazado!

ALTER.- Ya veoImagino que el mundo de las letras debe ser cruel y perverso

EGO.- No más que otros. Y en cambio, para mí, proporciona muchas más satisfacciones que cualquiera de los otros mundos. Es claro que no me refiero al aspecto profesional o corporativo, sino al estrictamente artístico.

ALTER.- Pues yo, personalmente, lo veo como algo problemático, como un territorio extraño, difícil, lleno de trampas, engaños y espejismos. ¿Cómo moverme con seguridad en él? ¿Cómo saber dónde está lo bueno y dónde lo malo? ¿Cómo aprender a separar el grano de la paja? En definitiva, ¿cómo estar a la altura del arte? A veces, ocurre que me recomiendan un autor, unánimamente reconocido como genial, y yono puedo entrar en él, o me aburre o no le entiendo.

EGO.- En esos casos, déjalo, sin pensártelo dos veces. Para los no profesionales, entre los que me incluyo, la literatura es uno de los pocos reductos de la libertad. Nadie puede imponerte nada.

ALTER.- Ya sé, pero es que a veces me gustaría participar del goce que el lector Fulano encuentra en el autor Mengano. Pero no puedo.

EGO.- Porque no le amas.

ALTER.- ¿Cómo dices?

EGO.- Pero no te preocupes: podrás amar a otro.

ALTER.- No te entiendo.

EGO.- Es que con los escritores, vivos o muertos, ocurre como con las personas que nos rodean. Para comprender cabalmente a un escritor hay que llegar a amarlo. Pero si no puedes, no te preocupes. Es que no estás hecho para él. Ya encontrarás a otro.

ALTER.- Pero amarlo ¿cómo?

EGO.- Como a ti mismo. Es decir, creyéndote él mismo. Amándolos así, he llegado a comprender perfectamente, y no es inmodestia, a Catulo, a Cicerón, a Dante, a Goethe, a Schopenhauer, a Larra, a Kafka No hay otra manera.

ALTER.- Así, que también en esto importa el amor.

EGO.- Es lo único que importa, ¿recuerdas?

ALTER.- Sí, “the only meaning“.

(De Ego, Alter y el plan)

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La imaginación II

Voy a seguir con el tema de la imaginación. Pero bajo otro aspecto. Porque, si en aquella entrada traté de la imaginación como elemento básico e imprescindible de la personalidad, en esta divagaré sobre su aspecto más positivo, es decir, como la cualidad que permite al individuo humano ser algo más que individuo. Artista, por ejemplo.

Las personas normales, y esto no es ningún reproche, ven la realidad como una superficie plana. Las cosas son lo que son, y punto. Los artistas ven en esa superficie ondulaciones sorprendentes, cifras, signos, que remiten a algo que quizá está fuera quizá debajo de esa superficie. Esta capacidad de ver, adivinar o construir mundos vivos sobre una apariencia plana es lo que distingue no solo al artista sino a toda persona con un punto más de evolución respecto de las demás. Y esto tampoco es un reproche hacia “las demás”. Es la simple constatación de la existencia de una pluralidad de niveles. Pero me parece que ya salta alguien con aquello de ¡elitismo! No importa, no quiero desviarme. Lo de hoy es la imaginación.

Hay artistas, escritores, que nos han regalado con un derroche de imaginación desbordante. Los ha habido en todas las épocas (incluso ahora, nadie lo diría). Pero solo mencionaré tres, y de los considerados clásicos.

Cervantes, quien no solo imagina al loco-cuerdo más notable de la historia de la ficción, sino que nos lo cuenta con un humor y una ironía que le han valido el título de padre de la novela moderna, es decir, de la novela a secas. Como ejemplo, la peculiar situación de la segunda parte del Quijote, donde los dos protagonistas son reconocidos por otros personajes… porque éstos ya han leído la primera parte.

Dante, quien no solo cree en el dogma católico, sino que además le pone decorado, ambientación, attrezzo y efectos especiales, dando salida en su Commedia a la imaginación más excelsa, perversa y poética que podemos hallar en la historia de la literatura.

Shakespeare, creador de  unos seres humanos tan consistentes, que muchos de los reales palidecen ante su resplandor. Y es que, para Shakespeare, lo de menos es imaginar historias, que suele tomar de aquí y de allá; lo de más es imaginar esos caracteres que permanecerán para siempre como paradigmas de las diferentes formas de manifestarse la condición humana. Aparte de la gran riqueza poética, imaginativa, de su escritura.

Pero, además de la función artística, la imaginación positiva  tiene otras virtudes más modestas, pero también más eficaces y hasta necesarias. La principal es la imaginación del otro. Si uno es capaz de imaginarse, es decir, de ponerse en el lugar del otro (en especial si este otro es el enemigo o el contrario) toda la fuerza del antagonismo se desvanece. Y si todos fuésemos capaces de este ejercicio, los conflictos y las guerras desaparecerían de la faz de la tierra. Que no es poco.

Decía Oscar Wilde que el peor de los vicios es la falta de imaginación. En efecto, porque la falta de imaginación es la madre de todos los crímenes.

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La filosofía de Schopenhauer explicada a un perro VI

¿Y no hay manera de escapar de esta condena?… Veo que estás bien despierto ahora. Me alegro. Porque ahora viene la parte positiva −es una manera de hablar− del asunto, mucho más cierta y más real, eso sí, que todos los cielos y progresos que sólo existen en las mentes de los optimistas profesionales. Sí, hay manera de escapar de esa condena. Y no una, sino dos. La primera, aunque efectiva, es transitoria, temporal. La segunda, aunque rara y muy difícil, es total, definitiva.

La primera es el arte. He dicho antes que la inteligencia humana es una creación de la voluntad para seguir existiendo. Y en la inmensa mayoría de los casos, a eso se reduce su papel. Los hombres utilizan el cerebro para dominar las fuerzas de la naturaleza como no lo podría hacer un simple animal, y para afirmar su yo frente a los otros hombres, con astucia, con engaño, es decir, para desenvolverse en la selva natural y social, en una palabra, para sobrevivir, porque ésta y no otra es la función del intelecto creado por la voluntad. Pero una vez creado, el intelecto −como toda creación viva− actúa con propia autonomía, y a veces se fija en cosas que no tienen relación con el interés de la voluntad. Cuando por primera vez el hombre levantó la vista de la tierra de sus afanes y, ajeno a todo interés vital, contempló el cielo estrellado, nació el sentimiento estético. Cuando por primera vez el hombre construyó un objeto, pintó una figura, tramó un relato, inventó una canción, sin ningún interés vital o práctico, nació el arte.

Pero ¿qué es el arte? El arte consiste en el conocimiento objetivo de una Idea que abarca toda una serie de casos particulares y concretos. Hay infinidad de personas ambiciosas o empujadas a la ambición: Shakespeare capta la Idea y la llama Macbeth. Hay algunas personas idealistas y puras en un mundo mezquino y perverso: Cervantes capta la Idea y la llama Quijote. Hay muchos jóvenes sensibles y desesperanzados en un mundo frío y hostil: Goethe capta la idea y la llama Werther. Si estos genios de la literatura, en vez de abandonarse a la contemplación intuitiva de la Idea, se hubieran guiado por las pulsiones de la voluntad, ni serían tales genios ni hubiesen producido otra cosa que vulgares panfletos.

Y es que el núcleo fundamental de una obra de arte es una intuición objetiva, y ésta exige el aquietamiento absoluto de la voluntad. Es entonces cuando el artista se convierte en sujeto puro de conocimiento, ajeno a las tormentas de la voluntad. Ya no hay lucha en su interior, porque la voluntad ha cesado y él y el objeto artístico son una y la misma cosa. Momentáneamente. El arte nos permite escapar de la horrible rueda de la voluntad pero sólo por unos momentos, mientras lo creamos, mientras lo disfrutamos. ¿Cuál será entonces la solución definitiva?…

¿La muerte? Me ha parecido oírte decir la muerte. No, no puede ser, alucinaciones mías… porque tú, Butz, no puedes tener el concepto de la muerte, como quedó muy claro, y a decir verdad, ni siquiera puedes hablar… Bien, en todo caso, la respuesta es no. La muerte no soluciona nada. Si la muerte cambiase algo fundamental, el universo ya no existiría. Porque, vamos a ver, ¿cuando morimos qué es lo que muere? El intelecto, la conciencia individual, esa lucecita que la voluntad produjo para iluminar la andadura del cuerpo (su propia andadura): al desintegrarse el cuerpo en sus materiales básicos se viene abajo todo el andamiaje sobre el que el intelecto se alzaba. Lo que desaparece con la muerte es el intelecto, la conciencia individual, pero no la voluntad una y eterna, que buscará nueva envoltura para seguir manifestándose. Y sin embargo, qué curioso, lo que en nosotros se siente horrorizado por la muerte no es el intelecto − nos hemos pasado millones de años sin él, se eclipsa con el sueño y con el síncope, sin que nada de esto nos importe−. No, lo que en nosotros siente horror a la muerte es precisamente lo que no puede morir, la voluntad, que, engañada por el intelecto, teme que ella pueda morir también, y siendo pura voluntad de vivir, se siente aterrorizada.

Así que la muerte no resuelve nada −y el suicidio es un error estúpido−, porque la voluntad seguirá existiendo para tormento de todo lo viviente. ¿Entonces? Acabar con la voluntad, conseguir que se extinga la voluntad de vivir, esta es la clave. ¿Y cómo se consigue esto? Como lo han conseguido los ascetas hindúes y budistas y los místicos musulmanes y cristianos de todos los tiempos, comprendiendo que todo es uno bajo el velo ilusorio de Maya, bajo el tejido cerebral de la representación, que forja individuos y diferencias donde sólo hay un ser inmutable, indestructible y eterno, comprendiendo que no hay tú y yo −base de la auténtica moral−, que no hay hombre y mundo, como el artista Byron lo comprende cuando exclama

 Are not the mountains, waves and skies, a part

of me and of my soul as I of them?

 El hombre que, tras amargas luchas con su naturaleza, comprenda todo esto habrá vencido, y se convertirá en espíritu puro, en límpido espejo del universo. Ya nada le podrá agitar, pues habrá cortado los mil lazos con que la voluntad le ataba a la tierra y que bajo la forma de concupiscencia, de codicia o de cólera, le atormentaban sin cesar. Ese hombre, contento y tranquilo, mirará ya los espejismos terrenales que antes tanto le conmovían como uno mira los trajes de máscara desechados después de haber palpitado bajo ellos la noche de carnaval. A ese hombre la muerte ya no le espanta. Suprimida la voluntad de vivir, se ha liberado de todo tormento, y puede volver, plácidamente, al ser ignoto de donde nunca debió salir…

Bien, ¿qué te parece, Butz? Veo que has aguantado. Pero te advierto una cosa: esto que has oído −porque es innegable que lo has oído− es un resumen precipitado que da sólo un pálido reflejo de la brillante profundidad de mi filosofía. Pues has de saber que he pasado por alto temas tan fundamentales como el de la Idea (objetivación adecuada de la voluntad no sujeta a la representación), o como el fundamento de la moral, o como el problema de la libertad, o como mis reflexiones originales sobre el genio, la música, la justicia, el amor sexual, la locura y un abundante etcétera. Pero comprendo que no podía abusar más de ti −lo mismo le diría al supuesto lector del hipotético libro, ¡me contentaría con que respondiese como tú has respondido! Te has portado bien, Butz, muy bien, te felicito. Dame la patita. Ha sido un placer hablar contigo.         (FIN)

(De El silencio de Goethe o la última noche de Arthur Schopenhauer)

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Justicia poética…post mortem

Me olvidaba. Hay otra forma de justicia poética, realmente justa, porque solo la administra la posteridad, único juez que no puede ser corrompido por los intereses inmediatos, y realmente poética, porque solo la obtienen los auténticos poetas (artistas).

Me refiero a un proceso que se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia de la humanidad. Un escritor, pintor, escultor, músico o lo que sea hace su trabajo. El reconocimiento que obtiene en vida puede ser considerable, poco o ninguno. Pero en algunos casos – y esto es a lo que voy – se ve hostigado por la sociedad o sus gestores, que no entienden o no le perdonan su genio.

El hostigamiento al que es sometido ese artista puede presentar las formas más variadas: ignorancia o “ninguneo” de su obra, incomprensión con ataques verbales al autor, difamación, injurias, procesamiento y cárcel… Sí, de todo ha habido. Y hay y habrá.

Cervantes fue considerado en su tiempo un escritor de tantos, que con su novela sobre un hidalgo loco conseguía que el lector se partiese de risa. Pero no obtuvo ningún beneficio económico, y pasó la vida maltratado por libreros (editores), colegas y magnates. Dos siglos después le empezó a alcanzar la justicia poética, gracias principalmente a los teóricos alemanes del romanticismo.

Franz Schubert pasó su corta vida con la frustración de no ver reconocido su arte más que por sus amigos. Hoy figura en el altar de los grandes de la música universal.

Van Gogh pintó cuadros que a nadie interesaban y que provocaban el rechazo de los “entendidos”. Creo que hoy es el más cotizado de todos los pintores vivos o muertos.

Quizá los artistas citados, y otros muchos que vivieron circunstancias parecidas, no pudieron imaginarse el cielo que el futuro les tenía reservado. Pero hay uno que sí. Y precisamente el que más reconocimiento alcanzó en vida…hasta poco antes del final, cuando el enemigo se lanzó sobre él y lo destrozó por completo. Me refiero a Oscar Wilde, quien, desde el abismo de la desgracia, vio claramente el laurel con que había de ser coronado para la eternidad.

(El lector de este blog podrá verlo en la próxima entrada)

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