Entre los juncos y la baja tarde, ¡qué raro que me llame Federico!
Aún no tengo veinte años. Estoy en una fiesta de jóvenes, más bien tranquila y burguesa. La gente habla, ríe, bebe, baila. Yo también, a ratos. Descanso. Me siento en una silla solitaria. Contemplo el espectáculo. De pronto, una sensación desconocida hasta entonces se apodera de mí. ¿Qué es todo esto? ¿Qué hago yo aquí? ¿Qué hacemos todos? ¿Qué significa todo eso que gira a mi alrededor? ¿Qué es el mundo? ¿Quién me ha metido en él? ¿Por qué? ¿Para qué? No sé quién soy, qué soy. No entiendo nada.
Esta sensación, acompañada de las mismas o similares reflexiones, la he experimentado con frecuencia a lo largo de la vida, pero no con la intensidad de aquella ocasión. Por eso es imborrable. Y hablo de sensación física, no de discurso mental. Porque una cosa es meditar sobre los enigmas de la existencia y otra muy distinta sentirlos en el estómago y en los nervios. Quiero decir que no es lo mismo describir el fuego que quemarse.
Dice el Filósofo que el sentimiento de extrañeza ante el mundo y la vida es requisito imprescindible para empezar a filosofar. También, creo yo, para crear poesía. Que nadie que no lo haya experimentado pretenda llamarse filósofo o poeta. Cierto que igual podrá publicar extensos tratados filosóficos (con la poesía es más difícil), pero eso es otra historia.
El destino es una línea recta, oculta a veces por falsas líneas curvas. Se ha escrito tanto y de tantas maneras sobre el destino de los individuos (si existe, si no existe, si es el nombre que damos a esto o a lo otro) que me da vértigo solo pensar si habría de introducir ahora una larga nota aclaratoria sobre lo que para mí significa el destino. Así, que no la voy a introducir. Y del mismo discurso se desprenderá, o no, lo que quizá debería de aclarar ahora.
Por una parte, están los testimonios de la gente de la calle. Y llamo “de la calle”, sin intención alguna peyorativa, a los mortales todavía vivos cuyos nombres no figuran en ninguna enciclopedia. La opinión de estos, sobre todo si se autodenominan liberales, es que el destino no existe. “Mi destino me la hago yo”, dicen.
Bravo, bonita sentencia. Y verdadera, si nos vamos al plano metafísico. Pero, comoquiera que éste queda muy alejado y resulta muy complicada su exploración, la consideraremos en el plano empírico, que es en el que, sin duda, se mueve su autor. Y en este nivel, la sentencia resulta absolutamente falsa.
¿O acaso alguien decide dónde nace, quiénes serán sus padres, qué educación recibirá en la infancia, con quién coincidirá en sus viajes de adolescencia, qué libros le llegarán a las manos sin buscarlos, qué amor derribará su puerta…? Pues todo eso son los pasos que atraviesa la línea del destino, y no tenemos ningún poder para evitarlos.
Sin contar con lo principal de todo. El carácter. El carácter como fuerza configuradora de la personalidad, que nos viene ya dado en el momento del nacimiento.
Considerado todo esto, ¿quién puede afirmar “mi destino me lo hago yo” o “yo soy el único dueño de mi destino”? Algunas personas ingenuas y entusiastas, por supuesto, liberales o no.
También están, y en gran abundancia, los testimonios de las personas dedicadas a meditar sobre esas cosas, filósofos, científicos, pensadores y gente así. Y ahí hay de todo, desde los que piensan como el opinante a que me he referido antes (el destino no existe) hasta los que opinan que las vidas humanas están tan predeterminadas como los movimientos de los astros.
El tema, íntimamente enlazado con aquél de si existe o no el libre albedrío, ha dado materia para infinidad de tratados, que lo han visto desde todas las perspectivas. Pero, como es de suponer, mi intención no es referirme a ellos, ni siquiera enumerarlos. Y sin embargo, hay una perla tan curiosa y significativa que no puedo resistirme a compartirla con el lector.
Se trata de un opúsculo (obrita) de Schopenhauer, incluido en su obra Parerga y paralipómena, con el título Especulación transcendente sobre los visos de intencionalidad en el destino del individuo, pero que con frecuencia se ha publicado por separado; en castellano, por ejemplo, con el título Los designios del destino, en traducción de R.R. Aramayo, donde se trata de “ese poder secreto que guía el destino del individuo”.
La hipótesis del filósofo alemán (porque él la concibe como tal, no como teoría demostrable) es tan profunda, aguda y novedosa (sí, todavía hoy) que forzosamente ha de conmover – o impactar o alucinar, para decirlo con términos más actuales – a quien se adentre en ella y la comprenda. El problema, importante pero superable, es que solo se puede entender cabalmente si se tiene una idea de la filosofía del autor. De todos modos, aun para los que no cumplen este requisito, recomiendo vivamente su lectura. Pero el ejercicio más provechoso para elucidar este tema consiste en que cada cual investigue en su propia trayectoria vital.
Hace unos días, hojeando el diario que llevaba en mi adolescencia y juventud, di con una líneas en las que expresaba el inmenso gozo que me acababa de proporcionar el descubrimiento del gran poeta García Lorca. Y concluía así: “Es el genio, como siempre, lo que me cautiva. Nunca busco la obra, sino a su autor. ¡Y qué emoción reconocerme en él!”.
Treinta años después, sin recuerdo perceptible de aquel fervor adolescente, empezaba a escribir novelas por el procedimiento de ponerme en la piel de ciertos escritores sin duda alguna geniales.
Y es que el destino es una línea recta, oculta a veces por falsas líneas curvas.
La mañana del viernes 21 de septiembre de 1860, la señora Schnepp llegó algo más tarde que de costumbre. Pensó que no le daría tiempo de ventilar la biblioteca antes de que el doctor saliese del dormitorio, pero lo intentó. Llamó con suavidad a la puerta y la abrió sólo un poco. Vio los pies del doctor enfundados en sus zapatillas junto a Butz, acostado sobre la alfombra. Se disculpó y cerró. En el dormitorio todo estaba en el orden de costumbre. Abrió la ventana, y una hoja seca entró con el aire otoñal. Retiró el orinal y vio que no se había utilizado. Entonces cayó en la cuenta de que no se había interesado por la salud del doctor. Volvió a la biblioteca, llamó con suavidad, no hubo respuesta. Entró. El doctor seguía sentado, levemente recostado sobre el brazo derecho del sofá. Parecía tranquilo. Le dio los buenos días, se acercó, y entonces comprendió. Se inclinó sobre él, le tocó la frente, luego le tomó la muñeca izquierda. Cuando la señora Schnepp alzó de nuevo el rostro vio que los ojos, grandes y negros, del hombre del cuadro la miraban, y le pareció que querían decir algo. Entonces pensó que el doctor tenía razón, que aquellos eran los ojos más hermosos que jamás se habían asomado al mundo.
“En todos aquellos pasajes en que Schopenhauer se pone a hablar del sufrimiento que hay en el mundo, de las miserias y de la furia de vivir de las múltiples encarnaciones de la voluntad (y habla de esto mucho y de manera muy detallada), su elocuencia, que era extraordinaria por naturaleza, así como su genio de escritor alcanzan las cumbres más brillantes y gélidas de la perfección. Schopenhauer habla acerca de esto con una vehemencia tan cortante, con tal acento de experiencia, de conocimiento detallado, que nos espanta y a la vez nos embelesa con su poderosa verdad. Hay en ciertas páginas suyas un salvaje y cáustico escarnio de la vida, tras el que se adivina una mirada centelleante, unos labios apretados, y todo ello mientras va desgranando citas griegas y latinas; hay una inmisericorde y a la vez misericordiosa denigración, constatación, enumeración y fundamentación de las miserias del mundo; todo lo cual, por lo demás, no nos produce ni de lejos un efecto tan deprimente como el que debería aguardarse dada la gran exactitud con que habla Schopenhauer y su sombrío talento expresivo; más bien nos llena de una satisfacción extrañamente profunda, basada en la protesta espiritual, en la indignación humana que allí se expresa y que es perceptible en un reprimido temblor de la voz. Esa satisfacción la experimentan todos. Pues cuando un espíritu justiciero y gran escritor habla en términos generales acerca del sufrimiento del mundo, está hablando también de tu sufrimiento y de mi sufrimiento, y todos nosotros nos sentimos vengados por aquella palabra magnífica y llegamos incluso a tener algo así como un sentimiento de triunfo.”
Thomas Mann, Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Ed. Bruguera. Edición y traducción de Andrés Sánchez Pascual.
Dado por supuesto que el lector conoce los comentarios emitidos por Federico Soria sobre mi novela, procedo a mi vez a responder y comentarlos. Introduzco los temas con la primera frase del fragmento correspondiente del texto de Federico.
Supongo que no habrá muchas novelas u obras de teatro cuyo protagonista sea Schopenhauer…
Y cita varias obras en las que de alguna manera está presente el filósofo. Yo creo que se podría añadir por lo menos una: El traspié, obra de teatro publicada por Fernando Savater en 2013, si bien parece que el original arranca de un proyecto para TVE, de muchos años antes, que no sé si se llegó a emitir. La leí una tarde perdida en una librería y todo lo que puedo decir de ella es que me pareció insustancial. Y sin embargo más de un crítico ha ensalzado la inteligencia y el fino humor de la obra. No me atrevo a pensar que sobre esta clase de críticos se ha cimentado la fama de don Fernando.
En mi opinión, la obra es más teatro que novela…
En efecto, como lo son, en el fondo, todas mis obras. No sé por qué, un extraño pudor me impide manifestarme, no ya como el autor omnisciente que dirige las andanzas y las conciencias de los personajes, sino ni siquiera como ese trasunto moderno que consiste en ir desplazando la fuente del relato de una conciencia a otra, con lo que tampoco se consigue ocultar la conciencia del propio autor. En todas mis novelas solo tienen voz los propios personajes, hablando, escribiendo, pensando… Sí, ellos piensan, ellos hablan, ellos deciden, yo los observo; mi función solo consiste en asegurar que se expresen en plena libertad tal como en realidad son. ¿No es esto puro teatro? Y sin embargo, apenas he intentado escribir teatro directamente: los resultados no han sido convincentes.
Y además, a punto estuvo la novela de convertirse en obra dramática en sentido estricto. Poco después de que se publicase, recibí un mail del famoso teatrero Calixto Bieito (a quien no conocía ni conozco personalmente) en el que decía que acababa de leerla y, entre otras cosas muy halagadoras, afirmaba que había quedado “impresionado y emocionado enormemente”. No contenía ninguna propuesta. No he vuelto a tener noticias directas de él.
Por las mismas fechas del mensaje de Bieito, dos jóvenes autores, directores y adaptadores del teatro catalán, con una obra muy sólida para su edad, se pusieron en contacto conmigo y me propusieron pasar la novela al teatro; había que traducirla al catalán, de lo que se encargaría uno de ellos y ya tenían pensado el actor, una figura relativamente conocida, sobre todo por ciertas series televisivas. Dí mi aprobación, con la única condición de supervisar yo mismo la traducción. Poco después me comunicaron que ya estaba traducida. Esperé… Nada… Un año después de la primera y única entrevista que había tenido con ellos, moría el actor que habían propuesto. Los dos jóvenes teatreros no creo que hayan muerto, pero, para mí, como si también.
O sea, Federico, que sí, que tienes razón, que mucho teatro.
Me pregunto por qué no recrimina a Goethe como hace con Eckermann …
Con estas palabras nos aproxima Federico al punto nuclear de la novela. Preguntarse por qué el filósofo no se indigna ante la actitud del poeta cuando actitudes similares de otras personas levantan en él tormentas de indignación y lluvias de improperios es preguntarse qué era Goethe para Schopenhauer, en definitiva, es intentar desentrañar la naturaleza de una relación que es el tema central de la novela.
Y aquí entramos en un terreno difícil, resbaladizo. Tanto que tengo la impresión de que más de un comentarista de la obra ha resbalado de pleno.
Para empezar hay que distinguir la realidad y la ficción de que está hecha la obra. El verbo más adecuado que conozco para nombrar esta operación es el catalán destriar, que significa separar elementos de distinta naturaleza que se hallan entremezclados. Y es que tengo la impresión de que algún comentarista ha tomado el conjunto como un todo unitario sin distinguir lo histórico de lo novelístico. Y una cosa es la lógica interna de la novela, en cierto modo infalible, y otra los hechos históricos más o menos probados o demostrables.
En la lógica de la novela Schopenhauer no puede increpar a Goethe como lo hace con otros ninguneadores, porque para él el poeta es un dios, y un dios puede ser duro y hasta injusto, pero no por ello puede ser objeto de ataques por parte de un mortal. Este aspecto divino-injusto de Goethe queda claro en la frase del filósofo-personaje: “Sólo el Dios cruel de los judíos sería capaz de un silencio como el tuyo.” (pág. 86 ed. Cahoba).
Parece que en este asunto la lógica novelística y la historia real coinciden. Basta con comprobar que no hay en todos los escritos del filósofo ni un solo momento en que dirija al poeta las malas palabras que solía dedicar a los “vulgares bípedos”, profesores de universidad en primer término.
Pero hay otro asunto en que novela e historia no coinciden, o eso parece.
Tan importante es este comportamiento de Goethe y los pesares que produjo en Schopenhauer…
¿Pesares? ¿Qué pesares? ¿Los que se muestran en la novela? ¿O los que de verdad sufrió la persona llamada Arthur Schopenhauer? Porque quizá no son lo mismo.
Para empezar, la novela está centrada en la reacción, en los “pesares”, que produce en Schopenhauer la negativa de Goethe a pronunciarse sobre el contenido de El mundo como voluntad y representación, cosa que históricamente apenas resulta documentada. Lo que sí está documentado, y en abundancia, es la reacción del filósofo a la negativa de Goethe de considerar su aportación a la teoría de los colores como algo definitivo y genial. Una serie de cartas entre los dos da cuenta de la situación y de los sentimientos que esto suscita en Schopenhauer. En su biografía del filósofo, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, Safranski los va enumerando (angustiosa espera, inseguridad, exigencia, decepción, cólera, sentimiento de ser menospreciado, orgullo desbordante, respeto sincero…). Nada mejor para hacerse idea de cuál era la actitud real de Schopenhauer en aquellos momentos – y en el resto de su vida – que la lectura de este párrafo de la biografía citada: “Entre ambos se entabló una lucha singular, en el curso de la cual Schopenhauer demostraría un tipo de altivez que no precisó transformarse en resentimiento a pesar del doloroso repudio del que al final fue objeto. Schopenhauer siguió siendo fiel a sí mismo y a su trayectoria filosófica, manteniendo al mismo tiempo la veneración hacia el maestro que le rechazaba. Ni la veneración ni las convulsiones del amor propio herido llegaron a arruinarle.”
En la novela no es lo mismo. Se mantiene la idea de un Schopenhauer resistente a las heridas y los rechazos, incólume, pero se añade algo más, que la historia estricta no autoriza.
Dice el Schopenhauer-personaje: “El silencio de Goethe es como una losa que he tenido que soportar a lo largo de mi vida, una losa que toda la fama y la popularidad de estos últimos años no han logrado mover una pulgada.” (pág. 135, ed. Cahoba). Pero la verdad histórica es que el filósofo no dejó ni por escrito ni de palabra ante testigos nada parecido a esta declaración. Ni podía hacerlo, creo yo, dada su peculiar manera de manifestarse.
Entonces ¿qué? ¿Se trata de una falsedad? Esa actitud que Schopenhauer muestra en la novela como de rendido enamorado, como de fiel adorador de una deidad maltratadora y huidiza ¿es puro invento? ¿es vulgar mistificación? Yo diría que no. Yo diría que es solo un intento de ejercer el arte en su función genuina. Y aquí conviene destacar que si en algo estaban de acuerdo filósofo y poeta era en la estética, en el significado y la función del arte. Ambos creían que el arte es el medio de arrancar a la naturaleza, al ser humano, aquello que quieren expresar, pero que solo son capaces de balbucear: “el arte parece decir a la naturaleza: esto es lo que tú querías decir”.
Y es así cómo el escritor ha recreado el personaje, entre la verdad histórica y la lógica novelística, atento siempre a la verdad superior que solo el arte puede alcanzar.
Entre los citados, me quedo con el de Priante como libro de cabecera, por ser directo, sencillo y muy ameno, profundo hasta donde es necesario, redactado con las palabras y frases oportunas y no demasiado complicadas…
Buena parte del escrito de Federico está dedicado a exponer y ensalzar las supuestas virtudes del libro, incluso con comparaciones que pueden ser odiosas para algunos. No voy a comentar esta parte. Me limitaré a apuntar que quizá en algún punto resulte exagerada. Y no lo digo por modestia – hace tiempo que me quité del vicio -, si no porque así lo creo.
He de agradecer a Federico Soria que con su dedicación a mi obra, con su conocimiento de la filosofía de Schopenhauer y con su buen estilo, me haya dado la oportunidad de aclarar – y hasta de aclararme – algunas claves de mi novela El silencio de Goethe, publicada hace nueve años y que ahora reedita la joven editorial Piel de Zapa con todo el buen oficio de que está dando muestras.
Salida del cine. Es de noche y cae una lluvia fina. Fausto y Marga van caminado, despacio, junto a la cola que espera entrar a la siguiente sesión. Un mendigo, de cara tiznada y barba negra va pidiendo limosna, cojea un poco.
MARGA.- Es una película muy triste. Si lo llego a saber…¿Te ha gustado?
FAUSTO.- Sí, y me ha causado una gran impresión. Es como un teatro mágico en el que se puede representar todo, hasta los sueños.
MARGA.- ¿Qué dices? No tiene nada de teatral. Hay mucha acción.
FAUSTO.- Sí, y qué modo tan maravilloso de representar la acción.
MARGA.- ¿Y por qué crees que él se suicida? ¿Por ella?
FAUSTO.- No exactamente. Todos los suicidios tienen la misma causa: que no hay vida por delante. A veces, llega un momento en que la fuente de la vida se seca, y entonces uno se muere o se suicida, tanto da.
MARGA.- ¿La fuente de la vida? Eso me lo tendrás que explicar en términos científicos…mañana, por supuesto… Mira qué pena, casi no puede andar, si tengo una moneda…
FAUSTO.- No le des nada, no le mires.
MARGA.- Pobre, ¿por qué dices eso?
FAUSTO.- Tú eres muy compasiva, y ser compasivo es como estar siempre al borde del abismo. Infinidad de brazos tratan de atraparte para arrastrarte a las profundidades.
MENDIGO-MEFISTO.- Una limosna. (a Fausto) No me espantes a la chiquilla, que está muy buena por cierto. Y contigo tengo que hablar. Una limosna
MARGA.- Tenga.
MENDIGO-MEFISTO.- Gracias, que haya suerte. (a Fausto) Y tú a ver si dejas de pasearte como un colegial, por no decir como un imbécil (se va).
MARGA.- ¿Qué te ha dicho?
FAUSTO.- Nada. Una grosería.
MARGA.- ¿Sí? La verdad es que es bastante repulsivo. Cuando le he dado la moneda le he tocado sin querer la mano y ha sido como si una corriente eléctrica me sacudiese de arriba abajo. Da mucho miedo. Es como un monstruo.
FAUSTO.-Te lo advertí. El universo está lleno de monstruos, y ése es de los principales.
MARGA.- Qué cosas dices. Como si lo conocieses de toda la vida. Hablas de una manera tan extraña. Me gustaría conocerte a fondo. Hace sólo tres días que trabajamos juntos y, la verdad, me tienes atrapada. ¿Quieres venir a casa? Hoy estoy sola.
FAUSTO.- (Si tiras tú de la rienda, pierdo yo toda mi fuerza). Vamos.
ESPÍRITU DE LOS TIEMPOS.-
Entra sin temor en nuestra esfera,
olvida para siempre
los antiguos cánones.
Un mundo nuevo, veraz, ilimitado
tienes ante ti, aunque también,
algo más soso.
Fausto y Margarita en la cama, desnudos; ella fuma un cigarrilo.
MARGA.- Siempre que lo hago, sobre todo después de hacerlo, tengo una sensación extraña. Me parece que soy otra persona.
FAUSTO.- Es todo tan extraño, y sin embargo tan fácil, tan sencillo, tan plano. Apenas he tenido tiempo de… Es como si antes de tocar el fruto, ya me lo hubiese comido.
MARGA.- ¿Quieres decir que no te ha gustado? ¿que no he estado a la altura?
FAUSTO.- ¿A la altura de qué? Mira, Marga, hay un sentimiento, un sentimiento muy poderoso que se llama amor, o pasión o deseo o como quieras llamarlo. Es un sentimiento que lleva fatalmente al acto. Pero rara vez el acto lleva al sentimiento.
MARGA.- ¿Quieres decir que primero nos teníamos que haber enamorado? ¿Y quién te dice que yo no lo estoy?
FAUSTO.- Me sorprendes. Últimamente no dejo de sorprenderme. Me sorprendes tú, me sorprende este mundo, me sorprende la tranquilidad con que la gente va a ninguna parte. Antes, un tiempo circular lo abarcaba todo, el calendario anunciaba las penas y las alegrías de los hombres, fijaba las fiestas públicas y las épocas de duelo; el pueblo, dentro de un espacio limitado, se sentía protegido por sus dioses y sacerdotes. Algunos sabios se apartaban del rebaño para lanzarse a empresas llenas de peligros en pos de altas realizaciones, incluso al precio de su vida, o de su alma, como en algún caso que yo sé. Hoy es como si todo el pueblo fuese sabio, pero sin sabiduría. No tienen dioses, no tienen sacerdotes, pero tampoco emprenden aventuras heroicas. Caminan mansamente hacia ninguna parte procurando no desentonar del balido general. ¿Qué espera este mundo? ¿Qué busca? ¿Qué pretende? ¿Cómo puede sobrevivir así? Su insensibilidad a la realidad divina me espanta. Parece que, por haber dejado de creer en el Dios de las estampitas, no pueden creer en otra cosa que en lo que tocan, en lo que imaginan que tocan.
MARGA.- Estás muy filosófico. Me lo explicas mañana…Tengo un sueño…
Margarita se queda dormida. Se abre el armario ropero y aparece Mefistófeles, todavía en forma de mendigo.
MEFISTO.- Parece que el señor no está satisfecho.
FAUSTO.- Francamente, no.
MEFISTO.- Parece que el señor echa de menos ciertas incertidumbres y sobresaltos: el asedio, la conquista, la rendición, la caída de la inocencia. Creía que, para el señor, todo eso eran penalidades necesarias impuestas por la sociedad. Pero veo que no, veo que era parte sustancial del placer. Si no hay asedio, si no hay conquista, si no hay derrota y humillación del contrario, no hay placer. ¿No es así, mi viejo pervertido?
FAUSTO.- Quizás ocurre que sólo tengo joven el cuerpo, que a mi espíritu centenario le es imposible entusiasmarse por una jovencita.
MEFISTO.- Para esos menesteres el cuerpo basta, te lo aseguro. Ahora mismo, no he visto que hicieses funcionar otra cosa.
FAUSTO.- ¿Has estado mirando?
MEFISTO.- No lo puedo evitar. Me gusta el espectáculo. Un hombre y una mujer en trance amoroso es una llamada a la perpetuación de la especie humana, y eso me conviene.
FAUSTO.- (Mirando a Margarita cómo duerme) Y reconozco que es muy bella.
MEFISTO.- (Se sienta a la otra orilla de la cama. Margarita, dormida y desnuda, queda entre los dos) Digamos que es monilla. Te revelaré un secreto: la belleza de la mujer no existe; es sólo un prejuicio de los hombres, un prejuicio instintivo y cósmicamente necesario. A una mujer no la deseas porque sea bella; te parece bella porque la deseas.
FAUSTO.- Esa filosofía, ¿es nueva?
MEFISTO.- Qué va. Más de cien años. Schopenhauer.
FAUSTO.- ¿Quién?
MEFISTO.- Schopenhauer, un compatriota tuyo. Muy interesante, te lo recomiendo. Dice verdades como puños, y por un pelo no da con el secreto de la vida y del universo. Pero apenas se le ha entendido, y hoy está prácticamente olvidado. En estos tiempos la verdad sólo puede pronunciarse una vez; a la segunda, te dicen “eso está superado”.
FAUSTO.- Mira cómo se agita. Está soñando. Diría que tiene horribles pesadillas.
MEFISTO.- No precisamente.
FAUSTO.- No hay duda. Es tu proximidad lo que el provoca horribles visiones.
MEFISTO.- Sí, mi proximidad, pero no pesadillas.
FAUSTO.- ¿Sabes lo que sueña?
MEFISTO.- Por supuesto. Sueña conmigo, es decir, con un mendigo horrible y asqueroso que la ha arrastrado por la fuerza hasta aquí. El mendigo se ha quitado la áspera cuerda que le servía de cinto y la ha atado por las muñecas a los barrotes del cabezal. Ahora pasa su barba rasposa, lentamente, por la superficie de su cuerpo, sus pelos hirsutos son como púas de erizo que van rasgando la fina piel en busca de los lugares más íntimos.
FAUSTO.- ¡Es horrible!
MEFISTO.- ¿Qué dices? Está a punto de estallar de placer. Si la despierto ahora, recogerás los beneficios.
FAUSTO.- Déjame ya, por favor. Hoy me eres especialmente odioso. Yo siempre trato de aspirar a lo alto, por los medios que sea, lo reconozco, y tú te complaces en mostrarme lo más bajo.
MEFISTO.- Yo te muestro lo que hay. Y no me eches a mí a culpa. No os he inventado yo. Así que no lo olvides: por muy arriba que asciendas seguirás pegado a tu culo. ( De Mundo, Demonio y Fausto) Ver Acto completo:
No es que haya leído a muchos, pero, por lo que conozco, tengo la impresión de que Arthur Schopenhauer es uno de los filósofos que mejor escriben, quiero decir, que mejor se expresan. Con claridad, inteligencia y buen estilo. Tiene las ideas muy claras y sabe comunicarlas de una manera eficaz, a diferencia de otros, de ideas más bien confusas y que las comunican de la forma más embrollada posible a fin de que no se note el embrollo original. Para Schopenhauer, el ejemplo máximo de este último tipo de filósofo es Hegel, pero yo creo que, si pensaba así, era porque no llegó a conocer a Heidegger. Ni a otros muchos que han sentado cátedra y vendido libros en el último siglo y medio.
La prueba irrefutable de lo que digo acerca de la claridad expositiva del de Danzig es que incluso yo, que no he sido llamado para escalar las altas cimas de la abstracción, puedo seguirle con cierta facilidad.
Y sin embargo, hay una excepción. Se trata de una idea sobre la que fundamenta su teoría acerca de la libertad o necesidad de los actos humanos, es decir, sobre la moral. Me encantaría que alguien aportase alguna luz.
Expongo la cuestión con las mismas palabras del filósofo, sacadas de su tratado Sobre el fundamento de la moral:
“...a cada individuo dado, en cada caso individual dado, sólo le es posible una acción: “operari sequitur esse” [el obrar se sigue del ser]. La libertad no pertenece al carácter empírico sino al inteligible. El operari de un hombre dado está determinado necesariamente, desde fuera por los motivos, desde dentro por su carácter; de ahí que todo lo que hace se produzca necesariamente. Pero en su esse, ahí se encuentra la libertad. Él habría podido ser otro: y en aquello que es radica la culpa y el mérito. Pues todo lo que él hace resulta de ahí mismo como mero corolario. A través de la teoría de Kant se nos rescata del error fundamental que colocaba la necesidad en el esse y la libertad en el operari, y se nos conduce al conocimiento de que la cosa es exactamente al revés.” (Traducción de Pilar López de Santa María)
A cuantos conocedores de la filosofía de Schopenhauer lean esto les emplazo a que me den una explicación comprensible de la proposición enunciada en la frase que he puesto en negrita. O sea: ¿cuándo y cómo podía haber elegido yo (o tú) ser otro?
EGO.- Mira, quizá será cosa de la edad, pero yo tengo la impresión de que todo lo bueno que puede dar la literatura… lo ha dado ya. De hecho, hace tiempo que no leo nada actual, y últimamente me dedico a releer libros que leí hace muchos años.
ALTER.- ¿No te interesa nada de lo actual, de lo contemporáneo?
EGO.- Apenas nada.
ALTER.- Perdona que te lo diga, pero ese desinterés, ese desprecio por los escritores de hoy no habla muy bien de ti.
EGO.- ¿Por qué?
ALTER.- Para empezar, esa actitud es reveladora… de una falta de fe en el progreso.
EGO.- En el arte no hay progreso. Lo vimos en la primera lección.
ALTER.- De miedo a equivocarte al juzgar nuevos valores.
EGO.- Miedo a perder el tiempo, más bien.
ALTER.- De insolidaridad con los colegas de tu generación.
EGO.- A ningún creador verdadero le interesa la obra de sus contemporáneos más próximos. Lo descubrió Gombrowicz.
ALTER.- Supongo que fue otro gran insolidario.
EGO.- Supones bien. Y has de tener en cuenta que la palabra “solidaridad” no pertenece al léxico del arte…. Aunque a otro nivel, mucho más profundo, nadie hay más solidario que el verdadero artista. Todas las noches, en su humilde habitación de escritor, Kafka realizaba una labor infinitamente más solidaria que la del más diligente agitador de masas.
ALTER.- ¿Pero de verdad no te interesa nada de lo que se escribe aquí y ahora?
EGO.- Esa es la palabra: no me interesa. Lo cual no supone ningún juicio de valor sobre las obras, sino, en todo caso, algún defecto de mi aparato receptor. Puede haber cosas magníficas…en ese caso, ya me llegarán. No he de ir yo a buscarlas. Siempre ha sido así: todo lo bueno que me ha dado la literatura me “ha llegado”, de una u otra manera. Quiero decir que, del mismo modo que en ningún momento me dije “voy a ponerme a leer literatura germánica”, literatura que, no sé por qué, ha resultado ser la que más he leído y la que más satisfacciones me ha proporcionado, tampoco pienso decirme “voy a leer literatura de aquí y ahora”. Si algo me ha de llegar, ya me llegará.
ALTER.- No me creo que, a tu edad, no te haya “llegado” nada de nuestros contemporáneos. Porque, si eso fuese cierto, significaría, una de dos, o que hay un fuerte prejuicio por tu parte o que la literatura española actual no vale una mierda.
EGO.- No hay que irse a los extremos, ni en los planteamientos ni en el lenguaje. Yo no he dicho que no me haya llegado nada en absoluto de nuestros contemporáneos…
ALTER.- Un nombre, por favor…
EGO.- Imposible. Va contra las normas.
ALTER.- ¿Se puede saber en qué consiste exactamente esa norma?
EGO.- No nombrarás autores españoles vivos.
ALTER.- ¿Latinoamericanos tampoco?
EGO.- Bueno…se podría hacer alguna excepción. De hecho ya he nombrado a Sábato más de una vez. Y hubiese sentido mucho no poder hacerlo. Para mí, Sábato es todo un clásico.
(Téngase en cuenta que este fragmento se escribió en 2004)
ALTER.- Me vienen ahora a la cabeza los nombres de dos autores españoles fallecidos hace poco, los dos nacidos en Barcelona. ¿Tienes algo que decir de ellos?
EGO.- Nada. Aquí hablamos de literatura en mayúsculas.
ALTER.- Pues dame un nombre de entre los fallecidos en los últimos cincuenta años. Mira que te lo pongo fácil…
EGO.- Sí, la pregunta es fácil…lo difícil es la respuesta. Y es que la inmensa mayoría de las obras de esos autores no me ha “llegado”. Y seguro que algo bueno me he perdido…problemas de mi aparato receptor, ya te lo decía…El único que puedo mencionar con pleno conocimiento de causa es Ramón J. Sender. Su Crónica del alba, especialmente la primera parte, es una obra absolutamente deliciosa, ah, y Teresa Chacel, por las Memorias de Leticia Valle…y La familia de Pascual Duarte, de Cela.
ALTER.- Y…
EGO.- Y para de contar.
ALTER.- Es un balance bastante pobre, ¿no?
EGO.- Es lo que hay. Pero quiero que quede bien claro lo que antes ya he apuntado: que mis opiniones son sólo mis opiniones, y que, si no hay manera de que me llegue nada de la literatura actual, el problema debe de estar en mí.
ALTER.- En tu aparato receptor.
EGO.- Sí, en mi aparato receptor…Y que sólo me pronuncio sobre las cosas que conozco y que, por lo tanto, es imposible que me pronuncie sobre la literatura actual. ¿Está claro? Reconozco mi ignorancia y asumo la responsabilidad. Y nadie tiene que darse por ofendido. Después de todo, yo no soy nadie.
ALTER.- Eso es una gran verdad.
EGO.- Y tú, menos que nadie.
ALTER.- Touché…Pero entonces, ¿qué somos?
EGO.- Meros pretextos para que tomen forma estos diálogos, supongo.
ALTER.- Yo también lo supongo. Pero es muy triste oir que uno es un mero pretexto para…
EGO.- Quién sabe si toda la humanidad no lo es.
ALTER.- Los seres humanos meros pretextos, simples medios, quieres decir…¿para qué?
EGO.- Ahí puedes poner lo que quieras: la sociedad comunista, el progreso infinito, la utopía perfecta, el superhombre…porque, desde el momento en que el individuo concreto que nace, vive y muere no puede gozar personalmente de alguna de esas dichosas culminaciones, queda reducido a la condición de simple escalón para el ascenso de las generaciones futuras. Y eso, considerando sólo las filosofías optimistas, porque, si nos atenemos a las otras, el individuo ya ni siquiera es escalón, sino un rápido destello que se agota en sí mismo, cuando no una pieza absurda, condenada con el todo a la eterna e inmisericorde repetición de los ciclos. Para mí, la única visión realmente optimista, y además concreta, es la que ofrece el cristianismo: la salvación al mismo tiempo personal y colectiva.
ALTER.- ¿Cristiano, pues?
EGO.- He dicho que es la mejor oferta, no que responda a una realidad.
ALTER.- Y alguna de las otras, ¿sí responde?
EGO.- Lo ignoro. Como lo ignora el más sabio de los filósofos…por muchos libros que escriba.
ALTER.- ¡Qué panorama tan sombrío! ¿Cómo hemos venido a para aquí?
EGO.- La literatura actual nos ha traído, y mi crasa ignorancia sobre el tema. Pero podemos corregir el derrotero.
ALTER.- Estupendo. El otro día leí esta frase: “El tema de la literatura es el sufrimiento humano”. ¿Qué opinas?
EGO.- Que es cierto. El tema de la literatura es el sufrimiento humano. Y el gozo y el dolor y el placer y el amor y el odio y la esperanza y la desesperación. Todo lo que afecta al ser humano constituye el tema de la literatura. Así que el que escribió esa frase dijo una gran verdad, pero se olvidó de otras verdades no menos grandes. Es lo malo de las sentencias rotundas: que dejan muchas cosas fuera. Y sin embargo…en cierto sentido…
ALTER.- En cierto sentido ¿qué?
EGO.- Estaba pensando que, según se mire, sí que hay una relación muy especial entre literatura y sufrimiento humano.
ALTER.- ¿Más que entre literatura y felicidad, por ejemplo?
EGO.- Sí, más, mucho más. Si lo piensas bien, todo relato literario, incluidos el cuento de hadas y la novela rosa, trata de las dificultades, los sinsabores, los sufrimientos de unas personas que, explícitamente o no, buscan la felicidad. Cuando el sufrimiento se acaba, el relato termina. A partir del momento en que se escribe “y se casaron y fueron felices” ya no hay literatura posible.
ALTER.- Podría funcionarles mal el matrimonio…
EGO.- Sí, pero entonces ya no serían felices, con lo que volvería a haber materia literaria.
ALTER.- Es curioso…¿Y a qué crees que se debe eso?
EGO.- La respuesta, como en tantas otras cuestiones, nos la da el Filósofo. Para él, sólo el dolor es real, positivo, mientras que la dicha no tiene entidad propia, es un concepto negativo, que se define por la ausencia de dolor. En coincidencia plena con esta idea Larra escribe “Lo malo es lo cierto. Sólo los bienes son ilusión”.
ALTER.- ¡Larra, influido por Schopenhauer!
EGO.- Imposible. Aunque son contemporáneos, en los años en que Larra escribe, el Filósofo (por cierto, te has saltado el pacto) es un perfecto desconocido, incluso en su país. En cambio, éste sí que lee a Larra, y hasta cita una frase suya, sacada de El doncel de don Enrique el Doliente.
ALTER.- Una frase muy profunda, supongo.
EGO.- Juzga tú mismo: “El que no ha tenido un perro no sabe lo que es querer y ser querido”
ALTER.- No sé si profunda o no, pero, desde luego, de lo más pesimista que he oído en mi vida.
EGO.- Esa es una visión antropocéntrica. Piensa que, para el perro, la frase es muy gratificante.
ALTER.- Por supuesto…Pero estábamos en que… ¿de verdad crees que no hay ninguna obra literaria que trate directamente de la felicidad?
EGO.- Ninguna, ni siquiera la novela rosa, como antes hemos visto. Bueno, todas tratan de la felicidad, pero en cuanto aspiración o meta, no en cuanto materia de descripción. Porque, como razonaba el de Danzig e intuía el de Madrid, sólo el sufrimiento tiene existencia real, susceptible de convertirse en materia literaria, mientras que la dicha, que no es más que ausencia de sufrimiento, carece de contenido narrable.
ALTER.- No sé…Yo creo que, si nos pusiésemos a pensar, daríamos con alguna obra que trata directamente de la felicidad.
EGO.- Pues pongámonos a pensar.
ALTER.-…
EGO.- ¿Qué?
ALTER.- Estoy pensando. Y tú, ¿no piensas?
EGO.- Sí, estoy pensando.
ALTER.-…
EGO.- ¿Qué?
ALTER.- Bueno, ya sabes que mi cultura literaria no es muy amplia. Pero estoy seguro que tú, si obras de buena fe, puedas dar con lo que buscamos.
EGO.- Pues yo creo que no, que no hay manera. No hay literatura que tenga por tema la descripción de la felicidad…y sin embargo…sí hay algo…
ALTER.- En qué quedamos. ¿Sí o no?
EGO.- Sí hay algo, pero no en la narrativa, sino en la poesía y en la literatura mística. Son pequeños fragmentos que aluden a instantes únicos. Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, San Juan de la Cruz, son los nombres que se me ocurren ahora.
ALTER.- Luego la felicidad sí puede ser objeto de la literatura.
EGO.- Sí, pero no de la narrativa, no de la novela. La novela consiste en el desarrollo de una historia, y la felicidad no tiene desarrollo, no tiene historia, por eso sólo puede ser captada por la mirada instantánea de la poesía…o de la mística, que a estos efectos son lo mismo.
ALTER.- Y además, se me ocurre ahora que una historia feliz de principio a fin carece de todo interés, excepto si es la tuya propia.
EGO.- Sí, ocurre como en las relaciones humanas: es más fácil compartir las penas de los amigos que sus alegrías.
ALTER.- ¿Oscar Wilde?
EGO.- Seguro. De todos modos, aún prescindiendo del componente cínico de la frase, es cierto que en la ostentación de la propia felicidad hay siempre algo de impudicia…y de trampa. El que se empeña en vendernos su felicidad nos produce la misma impresión que el que pretende vendernos su crecepelo milagroso. Goethe capta perfectamente ese sentimiento cuando dice “una persona que se estima feliz y exige a los demás que también lo sean, siempre nos sume en cierto malestar”.
ALTER.- Viniendo de quien viene, la observación es doblemente valiosa, ¿no?
EGO.- Sí, porque el poeta no habla desde el otro extremo, ni mucho menos, ya que, con mayor contundencia, abomina de los que pretenden convencernos de que este mundo no es más que un valle de lágrimas.
ALTER.- Resumiendo, que la felicidad no es materia de la literatura.
EGO.- Resumen mal formulado. Porque la felicidad tiene mucho, muchísimo que ver con la literatura, como tiene que ver con cualquier otra actividad humana, nadie actúa para ser más desgraciado, al menos conscientemente. Nuestra conclusión deberías formularla así: La descripción de la felicidad no es materia propia de la narrativa literaria.
ALTER.- Es que hace días que no dejo de darle vueltas a un problema, y no le veo la solución.
EGO.- ¿Es grave?
ALTER.- No. Es teórico.
EGO.- ¿Filosófico?
ALTER.- Quizá…
EGO.- Suéltalo ya.
ALTER.- El otro día asistí a una conferencia sobre el tema “La información veraz: lo objetivo y lo subjetivo”. El conferenciante, un famoso periodista, defendía, contra lo que él llamaba la marea del subjetivismo, que la información objetiva es posible, que basta para ello con ceñirse a los hechos y describirlos honradamente.
EGO.- ¿Y tú qué opinas?
ALTER.- Siempre he pensado eso mismo.
EGO.- ¿Dónde está entonces el problema? ¿Cuál es el motivo de tu preocupación?
ALTER.- Es que cuando el periodista ha expuesto la tesis contraria, para luego rebatirla, ha despertado tantas dudas en mí, que la defensa que ha hecho de su propia tesis no ha sido suficiente para disiparlas.
EGO.- Se trata sin duda de un hombre honrado y leal.
ALTER.- Eso me ha parecido: objetivo, imparcial.
EGO.- Yo no he dicho tanto. La honradez, la lealtad, la sinceridad sólo guardan un lejano parentesco con la objetividad y la imparcialidad. De hecho, pertenecen a familias diferentes.
ALTER.- Pues yo entiendo que una persona honrada será siempre objetiva e imparcial.
EGO.- Tenderá a ello. Pero hay un problema, o dos. La objetividad es algo muy difícil de alcanzar, por no decir imposible, en todo caso es siempre cuestión de grado. La imparcialidad simplemente no existe.
ALTER.- Dices que la objetividad es muy difícil de alcanzar, y sin embargo, para el conferenciante, parecía algo muy sencillo: basta con ceñirse a los hechos.
EGO.- Sí, pero ¿a qué hechos?
ALTER.- A los que constituyen el caso que se describe.
EGO.- ¿A todos? Eso es imposible. Los hechos que constituyen un caso, o digamos, para ajustar mejor el término, los datos que constituyen un caso son prácticamente infinitos (en un accidente de tránsito, por ejemplo, desde la dirección y velocidad de los vehículos, hasta los pensamientos que cruzaban por la mente de los conductores, pasando por el grado de desgaste de cada una de las ocho ruedas). Forzosamente, y a menudo inconscientemente, se eligen unos y se prescinde de otros, y toda elección es una operación subjetiva. Y cuando ese periodista investiga y describe una historia se ajustará a unos hechos, a unos datos, no lo dudo, pero a los que él consciente o inconscientemente elige entre los miles o millones que “objetivamente” configuran la historia.
ALTER.- Así, que la objetividad es imposible.
EGO.- Eso parece…en todo caso, es cuestión de grado.
ALTER.- Y la imparcialidad…
EGO.- Es un mito. Los gérmenes de los juicios que emitimos los llevamos dentro de nosotros mismos. Goethe decía “puedo prometer ser sincero, no imparcial”.
ALTER.- Dichoso Goethe…
EGO.- Eso es una gran verdad. Porque estoy seguro de que, entre todas las personas cuyos nombres ha guardado la historia, Goethe es quien supo alcanzar la mayor felicidad posible. Su obra es importantísima, pero su vida fue su mejor obra de arte. De él dijo un contemporáneo que lo que escribía era muy bueno, pero mejor era lo que hablaba y aún mejor lo que vivía.
ALTER.- ¿Y cuales fueron las causas de semejante portento?
EGO.- ¿Cuáles son las causas del genio? A eso debería responder la ciencia…si estuviese en condiciones de hacerlo.
ALTER.- Pero cuál es tu opinión personal.
EGO.- Si la ciencia no tiene opinión, según creo, ¿cómo quieres que yo la tenga?…De todos modos, quizás podríamos acercarnos a una respuesta por la vía de la eliminación.
ALTER.- ¿Cómo?
EGO.- Tratando de descartar aquellos factores que, tras un breve examen, deban ser rechazados.
ALTER.- Adelante.
EGO.- La teoría de la herencia está totalmente desacreditada, pero prestémosle un momento de atención. El padre y la madre de Goethe, así como sus abuelos, eran personas muy normales, el padre tirando a mediocre; no se sabe de ningún ascendiente con rasgos geniales. El hijo de Goethe parece que era algo estúpido, además de borrachín; no se sabe de ningún descendiente con rasgos geniales.
ALTER.- Vale, eliminada la herencia, veamos ahora la educación, la formación.
EGO.- La educación, la formación que recibió Goethe es la misma que recibió o podía recibir cualquier muchacho de su país, época y clase social. Que él sacase más provecho que los otros obedece a algún factor desconocido, que sin duda es el que tratamos de descubrir.
ALTER.- El ambiente…
EGO.- Aplícale lo que acabo de decir. Muchas personas vivieron en el mismo ambiente de Goethe, pero ninguna alcanzó parecido grado de genialidad. Y ahí va un ejemplo. Karl Wilhelm Jerusalem era un joven conocido de Goethe; como éste, amaba la poesía, la literatura, el pensamiento, el arte, es decir, que en cuanto a formación, ambiente e intereses coincidían plenamente. Jerusalem se enamoró de una mujer casada; obsesionado por una pasión sin remedio, se quitó la vida. Por los mismos años, Goethe se enamoró de una mujer comprometida; obsesionado por una pasión sin remedio, escribió una novela…para cuyo final trágico utilizó la triste historia del amigo.
ALTER.- ¡Werther!
EGO.- Sí.
ALTER.- Y díme ¿los genios no se suicidan?
EGO.- Los parciales sí, en algunos casos. Pero yo estoy hablando de una especie de genio total, es decir, de una persona que, además de tener una capacidad extraordinaria en una o varias materias (ciencia, poesía, música o lo que sea), posee la capacidad suprema de mantener en equilibrio todos sus mundos y tendencias, de alcanzar la máxima armonía vital posible.
ALTER.- O sea, una persona que, además de un diez en su asignatura, saca un diez en inteligencia emocional.
EGO.- Sí, se podría decir así. Y creo que, en este aspecto, nadie ha superado a Goethe.
ALTER.- Pero alguien habrá que se le acerque.
EGO.- A ver…déjame pensar…Picasso, sin duda; Dante, quizá…aunque los sinsabores que le proporcionó la política apuntan a algún tipo de carencia que le aparta del genio total…Y no sé si encontraría alguno más. Todos andan bastante deficientes en inteligencia emocional, como tú dices, y algunos con un cero clarísimo. Ahí tienes a Allan Poe, Dostoievski, Tolstoy, Van Gogh, Nietzsche y, por supuesto, casi todos los románticos: Novalis, Kleist, Holderlin, Nerval y un larguísimo etcétera.
ALTER.- Y Larra, ¿no?
EGO.- Yo no diría que Larra fuese un genio en el sentido que estamos dando al término. Larra fue un personaje destacadísimo en la España de su época. O sea, un tuerto en un país de ciegos. De todos modos, me gustaría que hablásemos de él.
ALTER.- Ahora no, por favor. Por una vez, podríamos intentar llegar al final de nuestras disquisiciones. Estábamos tratando de investigar las causas del genio.
EGO.- Sí, es cierto. Y, siguiendo un proceso de eliminación, habíamos descartado…
ALTER.- La herencia, la educación, la formación, el ambiente…
EGO.- ¿Qué nos queda?
ALTER.- El carácter, digo yo…y no se me ocurre nada más…a no ser que incluyamos la alimentación, la astrología y esas cosas.
EGO.- ¿Por qué no? Todo influye sobre todo. En el universo todo es interdependiente, todo está intercomunicado.
ALTER.- ¿Así que tú crees que los astros influyen sobre las personas?
EGO.- Seguro. Pero, a diferencia de los sabios astrólogos, ignoro por completo cómo y hasta dónde. Lo que ocurre es que, aunque tomásemos la astrología en consideración, nos encontraríamos con el mismo tipo de obstáculo que ya vimos a propósito de la educación y el ambiente, y es: ¿por qué, de todas las personas que nacieron en el mismo momento y bajo el mismo cielo, sólo Goethe fue genial?
ALTER.- Bien. Descartados los astros, pasemos al carácter.
EGO.- Como quieras. Pero primero tendríamos que ponernos de acuerdo sobre el significado de la palabra. ¿Tú que entiendes por carácter?
ALTER.- Pues…la manera de ser, de reaccionar, de comportarse una persona, eso que, fuera de lo físico, define al individuo y que se va modelando y perfilando con los años…
EGO.- Así que sólo los viejos tendrán un carácter definido.
ALTER.- Más que los jóvenes.
EGO.- ¿Y qué me dices de los bebés? ¿No has observado que hasta los niños de pocas semanas tienen un carácter bien definido?
ALTER.- Yo diría embrionario.
EGO.- Embrionario, vale….luego ya está ahí, y todo lo que hace a lo largo de la vida es manifestarse.
ALTER.- Y la experiencia ¿no cuenta?
EGO.- Como motivo, como estímulo para la manifestación del carácter.
ALTER.- A ver, defínete de una vez. ¿Qué es para ti el carácter?
EGO.- La definición que tú has apuntado es la más corriente. Pero yo prefiero otra, al menos a los efectos del tema que nos ocupa.
ALTER.- Adelante.
EGO.- Para mí, el carácter es la naturaleza propia e inmutable de un ser. Toda persona entra en el mundo con su carácter ya formado. El carácter no es la consecuencia de la acción de la experiencia sobre el temperamento, como afirman muchos psicólogos. Al contrario, bajo el estímulo de las diversas experiencias uno actúa siempre y necesariamente de acuerdo con su propio carácter. El carácter es lo primero. Con el carácter nacemos y de él no nos podemos desprender. “Genio y figura hasta la sepultura”, afirma el dicho castellano, como corroborando la idea germánica.
ALTER.- ¿Germánica?
EGO.- Ah, he olvidado decirte que mi definición del carácter coincide por completo con la del Filósofo. Pero te aseguro que él la formuló mucho antes que yo.
ALTER.- Lo creo… Concluyendo, tú opinas que el secreto del genio está en el carácter, entendiendo éste como algo no adquirido y moldeable, sino como algo innato e inmutable.
EGO.- Aparte de lo que yo opine, creo que es la única opción que nos ha dejado nuestro proceso de eliminación.
ALTER.- Quizá, pero le veo un problema.
EGO.- ¿Uno?
ALTER.- Y es que no se trata propiamente de una solución, sino de una tautología. Decir que el genio está en el carácter es simplemente darle otro nombre. Porque, en el caso de un individuo genial ¿qué diferencia habrá entre lo que llamamos genio y lo que tú entiendes por carácter? Me parece que son la misma cosa con distinto nombre.
EGO.- No te falta razón, ¿y sabes lo que significa eso? Que si nuestros pasos han sido correctos, cosa bastante dudosa, hemos ido a dar de narices en el mismo muro en que se topa la ciencia cuando avanza todo lo posible en la investigación de las causas: en la incognoscibilidad de las causas últimas. Y es que la materia propia de la ciencia es el mundo de los fenómenos, mientras que las causas últimas se sitúan más allá de lo fenoménico.
ALTER.- ¿Estás hablando de metafísica?
EGO.- Eso parece. Y la metafísica no es de competencia de la ciencia, cosa que parecen olvidar algunos científicos de hoy cuando nos hablan del instante anterior (?) a la formación del Universo o de la existencia o inexistencia de Dios.
ALTER.- ¿Goethe? ¿Goethe contemporáneo de Schopenhauer? Será cosa de mi incultura, pero así, de buenas a primeras, los sitúo en épocas distintas.
EGO.- Es una reacción bastante normal. De hecho, sus biografías se desarrollan en épocas distintas, pues cuando se conocieron y trataron el uno era muy joven y el otro casi un anciano. Fue en Weimar, en 1813. La madre de Schopenhauer pertenecía al círculo de amistades de Goethe, y nuestro filósofo tuvo ocasión no sólo de conocerlo, sino además de colaborar, y discutir, con él sobre la visión y los colores, tema científico que fascinaba a ambos. Goethe leyó y elogió la tesis doctoral de Schopenhauer y reconoció su gran capacidad intelectual. Cuando se publicó El mundo como voluntad y representación, nuestro filósofo se apresuró a enviársela y quedó, impaciente, a la espera del dictamen de su ídolo.
ALTER.- ¿Y?
EGO.- Parece que Goethe leyó algunos capítulos y, desde luego, quedó admirado de la claridad y belleza de su estilo, pero en cuanto el contenido de la obra…nada de nada. Schopenhauer no consiguió arrancarle ni una sola opinión, ni un solo comentario.
ALTER.- No quiso pronunciarse.
EGO.- Lo más seguro es que ni siquiera quiso entrar a fondo en la obra. Eran dos temperamentos tan distintos, con enfoques tan dispares que por fuerza no podían encajar. Pero lo curioso es que Schopenhauer comprendía y aceptaba plenamente el mundo poético de Goethe, mientras que éste, como ya he dicho, rechazó de pleno entrar en el mundo filosófico de aquél. Ambos pensaban lo mismo sobre muchas cosas, en especial sobre el arte…Sí, el problema radicaba en esa diferencia de temperamentos: para Goethe el mundo es un espléndido vaso medio lleno; para Schopenhauer no es más que un triste vaso medio vacío.
ALTER.- Bien, ahora que ya tenemos situado al filósofo, podrías hacer un resumen de su filosofía.
EGO. – Ni lo sueñes. No era esa la idea.
ALTER.- Ah, pero hay una idea…
EGO.- Siempre hay una idea, explícita o implícita, y la nuestra era la de conversar plácidamente sobre literatura y otros mundos, sin pretender entrar en grandes teorías o sistemas de pensamiento, cosa que hay que dejar para obras más sesudas.
ALTER.- Así, que nos hemos de despedir de nuestro amigo Schopenhauer.
EGO.- Nos lo volveremos a encontrar, no te preocupes.
ALTER. Pues propongo, para ese caso, que en adelante evitemos su casi impronunciable y casi inescribible nombre y que aludamos a él con el apelativo de “el Filósofo”, que es como llamaban los escolásticos a Aristóteles.
EGO.- Me parece bien…La diferencia está en que en la Edad Media no había dudas sobre quién era el filósofo por antonomasia, mientras que ahora…
ALTER.- Sigue, sigue…¿Qué pensadores o intelectuales dirías tú que mejor representan, comprenden o lideran el mundo de hoy?
EGO.- No te sabría decir. En realidad, ni siquiera te sé decir qué es el mundo de hoy. Yo tengo una idea global y aproximada de la Edad Media, del Renacimiento, de la Ilustración, incluso de la sociedad burguesa del siglo XIX, pero no te sabría decir qué es eso que nos envuelve y en lo que estamos inmersos. Y no sólo yo. Aquello que te decía del arte es aplicable también a todo lo demás: estoy convencido de que el contemporáneo es incapaz de valorar correctamente la propia época.
ALTER.- Y sin embargo, hay muchos que no se cansan de escribir libros y artículos sobre el mundo de hoy, las tendencias de nuestra sociedad, la globalización…
EGO.- Se equivocan, se equivocan siempre, y cuando aciertan, es por casualidad, como el burro de Iriarte o el vidente de a tanto la llamada. Ninguno de esos sabios supo prever cuándo y cómo se vendría abajo el imperio soviético, y éste es sólo el caso más vistoso de otros muchos que podríamos encontrar.
ALTER.- Bien, pero, dotes adivinatorias aparte, ¿qué pensador o pensadores crees tú que mejor representan el mundo actual?
EGO.- Los hay para varios gustos, pero la verdad es que no representan nada. En los últimos cincuenta años la cotización del intelectual prácticamente se ha hundido. Hubo un tiempo en que significaba mucho, y no sólo para unas minorías. Basta pensar en la España del primer tercio del siglo XX: un país semianalfabeto en el que las verdaderas glorias nacionales, toreros aparte, eran gente como Unamuno, Ortega o Marañón, o en la Francia de Sartre y Camus. Todo eso ha desaparecido. La antigua raza de los intelectuales se extinguió hacia el 68; los que han venido después son sólo curiosas, sino ridículas, mutaciones de sus soberbios antepasados. El alto pensamiento es hoy una función esotérica, reservada a un círculo de iniciados.
ALTER.- Pero, ¿quieres decir que no ha sido siempre así? Yo creo que, aunque en determinados momentos, como en esos que has apuntado, el pensador ha llegado a tener cierta transcendencia social, lo normal, lo habitual en el curso de la historia ha sido lo contrario.
EGO.- Sí, tienes razón, eso ha sido lo habitual a lo largo de casi toda la historia. Y eso, ese muro que separa al sabio de la sociedad, es lo que consiguió romper el Filósofo al ofrecer una filosofía no para especialistas sino para la gente común. Pero el muro se volvió a cerrar enseguida (compara el estilo de Husserl con el del Filósofo), con la agravante de que el rótulo de club exclusivo se empezó a colgar también en las puertas de ciertas artes.
ALTER.- Como la pintura, la escultura…
EGO.- Evidente, pero me referiré a la música. En mi opinión, la llamada “música contemporánea” consiste en una serie de ejercicios matemáticos para disfrute exclusivo de iniciados. Basta comparar el alcance social que tenía en su tiempo (y en el nuestro) la música de Mozart, de Beethoven o de Wagner con el que pueda tener el más popular de los cultivadores de la “música contemporánea” para darse cuenta del enorme cambio que ello representa. Yo creo que lo que entendemos por música clásica se acabó con Stravinsky y los de su generación, y que su posible continuación no hay que buscarla en el callejón sin salida de la “música contemporánea” sino en el desarrollo del jazz y de otras formas musicales de origen popular.
ALTER.- Pues para no entender esta época, como decías hace un momento, te defiendes bastante bien. Quiero decir que no te ahorras opiniones contundentes.
EGO.- No confundamos. Una cosa es señalar determinados rasgos evidentes de nuestro mundo y compararlos con otros de épocas pasadas, y otra muy diferente es poder establecer el mapa social, mental y espiritual de nuestra sociedad con la misma comodidad que podemos hacerlo respecto de la sociedad del imperio romano, por ejemplo.
ALTER.- O sea, que te ratificas en tu declaración de que no entiendes esta época.
EGO.- Claro que no la entiendo, como todo el mundo. La diferencia está en que yo lo reconozco. El gran filósofo Tomás de Aquino no sabía que vivía en la Edad Media, y eso mismo les ocurre, por mucho que disimulen, a Habermas o a Sloterdijk: no pueden saber en qué Edad viven.
ALTER.- Así que toda época está condenada a no entenderse.
EGO.- Más o menos como todo individuo.
ALTER.- Y supongo que eso no tiene solución.
EGO.- Si nos referimos a toda época presente, me temo que no. El individuo sí que cuenta con medios que le aproximen al autoconocimiento.
ALTER.- ¿Qué medios?
EGO.- Hay dos vías: la introspección y la acción. La acción es la más segura, pero su alcance es más limitado. No pasa de descubrirnos las tendencias, el carácter, el campo más adecuado para el propio desarrollo. Es decir, va bien para discernir si uno ha nacido para filósofo o para futbolista. Y sin embargo, tiene buenos valedores. El más destacado, Goethe. Gombrowicz opta también por esta vía cuando, con palabras típicamente goethianas, afirma “¿Quieres saber quién eres? No lo preguntes. Actúa. La acción te definirá y situará”.
ALTER.- A éste es la segunda vez que lo citas, y la verdad es que no sé muy bien quién es. Tiene algo que ver con Argentina, creo. Recuerdo haber hojeado un libro…pero no nos desviemos. Decías que, para el autoconocimiento, la vía de la acción es segura, pero limitada.
EGO.- Sí, y de la vía de la introspección se podría decir exactamente lo contrario, que es insegura y a menudo engañosa, pero que, si se sabe llevar adecuadamente hasta el final, es infalible, aunque de resultados sorprendentes.
ALTER.- ¿Sorprendentes?
EGO.- Sí, porque si empiezas a ahondar en el yo, pronto te das cuenta que se trata de un pozo sin fondo. Ocurre como en la materia de los físicos. De pronto se descubrió que, pese a su nombre, el átomo no era indivisible…y aún no sabemos adónde nos llevará ese ahondamiento en la ya casi inexistente “materia”.
ALTER.- Pero ¿qué crees tú que se encuentra en el fondo del yo?
EGO.- Si hemos de hacer caso de los místicos, que son los únicos competentes en el tema, lo que se encuentra en el fondo del yo es la nada …o el todo, como quieras llamarlo.
ALTER.- Por favor, no está mi cuerpo para místicas. ¿Por qué no me hablas de Gombrowicz? (continuará)