Archivo mensual: febrero 2017

SHAKESPEARE. El escritor ausente I

       A mi hermano Adolfo, amante de Shakespeare, del teatro y de la vida 

                                                   IN MEMORIAM

Los escritores son como las personas; los hay altos, bajos, morenos, rubios, negros, amarillos, (hombres, mujeres, por supuesto, aunque ahora ya no es tan “por supuesto” y parece que hay que especificar). Quiero decir con esto que el tópico del escritor engreído, soberbio, susceptible, ególatra, vanidoso, no es más que eso, un tópico que unas veces coincide con la realidad y otras veces no.

Hay escritores cuya personalidad, fuerte, poderosa, invasiva, se manifiesta de modo evidente en su obra, para bien o para mal, y hay otros cuya personalidad está tan diluida en la obra que parece que no está. Entre los buenos ejemplos de lo primero tenemos a Goethe; entre los buenos ejemplos de los segundo, a Shakespeare.

De hecho, Shakespeare es el ejemplo máximo. Nadie como él ha sabido – conscientemente o no – ofrecernos una obra que más bien parece un producto de la naturaleza en la que el supuesto autor no ha tenido ninguna intervención.

El caso de Shakespeare me incita sin remedio a reflexionar sobre uno de los temas para mí más atrayentes y misteriosos de la literatura: la relación entre autor y obra. Y es que esta relación no se parece en nada a la que se produce en otros ámbitos, creo yo, excepto en el artístico en general, que es definitiva de lo que hablo.

Una persona obtusa que se dedica a la política producirá una política obtusa; una persona torpe y desabrida, como funcionaria o empleada se manifestará como funcionario o empleado incompetente y desagradable; una mala persona en un cargo directivo actuará como mala persona en muchas de sus decisiones. En la literatura no es así.

El escritor, en cuanto verdadero creador, puede ser como ese individuo que de vez en cuando aparece en las noticias, tranquilo, educado, silencioso, a quien sus vecinos tienen por un buen hombre…y que resulta ser un asesino en serie. Hay otros que no, otros a los que los vecinos tienen por engreídos y arrogantes…y no son más que vendedores de chucherías.

Aunque también es cierto que hay vecinos engreídos y arrogantes que son perfectos asesinos. Entre estos últimos podría citar a Thomas Mann, y entre los primeros a Kafka, por poner unos ejemplos.

La tradición biográfica del personaje ha sido constante en algunos, pocos, aspectos. Parece que Shakespeare no era lo que se entiende por un hombre de carácter. De aspecto bastante corriente, era modesto, sencillo, afable, aunque podía ser brusco cuando trabajaba, es decir, cuando participaba en el montaje de alguna de sus obras teatrales. H. Bloom lo califica como “el menos engreído y agresivo de los escritores contemporáneos”, y a continuación destaca que existe una relación inversa entre su desvaída personalidad y su gran talento dramático.

Uno puede imaginar al amigo, madre o esposa del joven actor (y escritor casi forzado, para nutrir el programa de la compañía en la que participaba), después de asistir a la representación de alguna de las obras escritas antes de cumplir los treinta, inquiriéndole asombrados “pero tú, ¿de dónde has sacado todo eso?”. Y es que, aparte de la creación de personajes, la escritura vital, torrencial, las metáforas nunca oídas, la fuerza del conjunto de la obra eran como para producir asombro, sobre todo si se atribuyen a una persona tan normal como las que vemos a diario por la calle.

Lo que yo no puedo imaginar es lo que habría contestado el joven actor y autor llamado William. De todos modos, es de suponer que en la época posterior de Hamlet, Otelo, Macbeth y otras, el asombro ya estaría superado y asumido.

Por sus contemporáneos, sobre todo por los que convivían con él o lo trataban a diario (“nadie es un héroe para su ayuda de cámara”), pero no por el espectador o lector de los siglos posteriores, ante cuyos ojos, si son vivos y despiertos como los de un niño, despliega Shakespeare todo un rico y meditado carrusel de maravillas.

No hay duda de que el teatro es el género literario más objetivo. Quiero decir que es el género que menos admite la intromisión caprichosa del autor en la dinámica propia de la obra. Y para plegarse dócilmente a esta exigencia del género quizá se precisa de un temperamento como el de Shakespeare, aunque no necesariamente en el mismo grado, cosa, por otra parte, que me parece imposible.

Para empezar, parece superfluo hablar de una “neutralidad” del autor ante los personajes y cuestiones que se plantean en la obra, puesto que el autor, como ya he dicho, está en la práctica ausente. Shakespeare ha sido uno de los primeros en establecer de manera clara que en la ficción novelesca-teatral todos y cada uno de los personajes tienen razón, su razón, y que el autor no es nadie para rebatirla.

Está además el dato (o no dato) histórico de que no se conocen sus ideas y creencias políticas y religiosas (algunos le suponen católico). Es posible que no las tuviera. Es posible que fuese ese vacío mental unido a su particular temperamento lo que hizo de él el límpido espejo donde pudo reflejarse con nitidez, con más nitidez que en la vida misma, toda la grandeza y toda la miseria de la condición humana. (Continúa)

(De Los libros de mi vida. Lista B)

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum

SHAKESPEARE. El escritor ausente II

Sigue leyendo

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum

El Carnaval visto por Larra visto por mí

Los carnavales están hechos para divertirse, dicen. Pues yo he de confesarte que, desde que se restauraron en todo su esplendor, no he encontrado en ellos otra cosa que un fácil motivo literario (¿quién puede sustraerse a la transparente simbología que los usos y abusos de esas fiestas ofrecen al escritor de costumbres?), pero divertirme, lo que se dice divertirme, si es que alguna vez he pensado seriamente en ello, nunca se me ha ocurrido asociarlo con el Carnaval…

“¿Me conoces?” “Te conozco”, dícense sin cesar las máscaras como pronunciando la fórmula precisa de un misterioso ritual. Este es el eje central de toda la ceremonia…y, ahora que lo pienso, también de toda la vida social, porque, en el fondo, toda comunicación humana no consiste en otra cosa que en escenificaciones varias de ese mismo ritual. Uno se pone la máscara más respetable y le dice con palabras cifradas al otro “¿me conoces? ¿sabes en realidad lo que pretendo y lo que espero de ti?” Y el otro estudia, comprende y responde con palabras cifradas “te conozco, no tienes por qué preocuparte, ya he entendido lo que a los dos nos conviene”.

¿Me conoces?, me pregunta con cifradas y rudas palabras el marido digno pero prudente; te conozco, le respondo con mis propias palabras cifradas. ¿Me conoces?, me pregunta con cifradas y suaves palabras el manso y fiel guardián del honor familiar; te conozco, le respondo con mis propias palabras cifradas. ¿Me conoces?, me pregunta con leyes y decretos y programas (que son las palabras más cifradas que existen) Don Juan Álvarez Mendizábal; te conozco, le respondo con mi nada cifrado artículo Dios nos asista, que es como para darse por muy bien conocido y no estar encantado de ello precisamente.

(De El corzo herido de muerte)

 

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum

Larra, un día como hoy

La escena se divide en dos partes, una principal, que ocupa la mayor parte del escenario, y otra reducida, que ocupa el espacio del ángulo derecho anterior.

La zona principal, un poco elevada, reproduce un despacho o gabinete de estudio decorado con buen gusto. En el primer término, un poco a la derecha, un velador sobre el que se halla dispuesto un servicio de café y un libro abierto; junto al velador, dos sillas forradas de rojo. En la pared del fondo, una chimenea en cuya repisa descansan varios objetos; sobre la chimenea cuelga un espejo lujosamente enmarcado. A la derecha, doble puerta de cristal esmerilado (se ha visto pasar la sombra de Pedro). A la izquierda, bufete-escritorio; sobre la parte superior de este mueble, un estuche de madera amarilla y un quinqué; sobre el escritorio, un montón de hojas escritas, dos libros cerrados y utensilios de escribir, y ante él, un sillón forrado de verde.

Desde detrás de la puerta de cristales biselados, por la derecha, tres escalones descienden a la zona que ocupa el ángulo derecho anterior del escenario: Es el zaguán del edificio; sin decoración; en su extremo derecho anterior está el portal que da a la calle.

Pedro desciende los escalones, cruza el zaguán, abre el portal; entran dos mujeres, cubiertas con amplios mantones; suben las escaleras, precedidas de Pedro que porta en la mano izquierda un candil. En el despacho, Larra se ha levantado del sillón, da unos pasos del escritorio a la puerta y de la puerta al escritorio, se vuelve a sentar. Pedro abre la puerta del despacho y anuncia la visita mientras se hace a un lado.

PEDRO: Las señoras están aquí.

LARRA: (se levanta y se queda de pie en medio de la escena) Pasa, Dolores. (entra Dolores seguida de su acompañante, a quien Larra corta el paso). No, usted, no. Haga el favor de esperar ahí.

M.MANUELA: Señor, he venido a acompañarla.

LARRA: Muy bien, señora, pues ya la ha acompañado, ya ha cumplido usted, ahora haga el favor de esperar ahí fuera, en la salita.

DOLORES: Mariano, por favor, qué más da.

LARRA: Sí que da.

M.MANUELA: ¿Qué hago, Dolores?

DOLORES: Espera ahí fuera, no te preocupes.

M.MANUELA: Como quieras. Dejo la puerta un poco abierta.

Sale, dejando la puerta entornada. Larra se acerca, la cierra de un golpe y pasa el pestillo.

LARRA: Mal principio. Siéntate, Dolores.

DOLORES: No voy a estar mucho rato.

LARRA: (violento) ¡Siéntate, he dicho! (Dolores, por un momento asustada, se sienta en una de las sillas que hay junto al velador, en la otra se sienta Larra, que ahora habla en tono humilde y tierno) Perdona, amor mío, estoy nervioso, muy nervioso, y debería estar feliz, es como un milagro, que hayas venido aquí, a mi casa, no puedo creerlo, y después de lo de anoche, es increíble, increíble.

DOLORES: Anoche… precisamente quería que me disculpases por lo de anoche… aunque has de reconocer que no estuviste nada oportuno.

LARRA: ¿Disculparte? ¿Oportuno? ¿De qué estamos hablando, amor mío? Has venido, has venido y yo te quiero, ¿qué importa lo demás? ¿Me quieres tú?

DOLORES: He venido porque pienso que hay que acabar de una vez con esta situación.

LARRA: Eso mismo pienso yo.

DOLORES: Hay que dejar las cosas claras.

LARRA: Eso creo yo. Pero no me has contestado. ¿Me quieres, Dolores?

DOLORES: Mariano, escúchame bien, escúchame bien lo que voy a decirte: no nos veremos más, nunca más, ¿lo entiendes? nunca más.

LARRA: Espera, espera, habla despacio, más despacio, repite lo que acabas de decir.

DOLORES: He dicho que no nos veremos nunca más…

LARRA: No, creo que no oigo bien, o que no entiendo, porque si fuese verdad lo que por un momento me ha parecido oír…

DOLORES: Mariano, por favor, ¿no puedes aceptar la realidad?

LARRA: ¿La realidad?

DOLORES: La realidad de que lo nuestro se acabó.

LARRA: ¿Se acabó? ¿Qué es eso nuestro que se acabó? Habla más claro, amor.

DOLORES: Por favor, no lo pongas más difícil todavía. Ha sido todo tan duro desde el principio…los dos, casados; los disimulos, las mentiras, las murmuraciones, los sobresaltos, el escándalo…

LARRA: Te recuerdo, mi amor, que hace pocos meses no había sobresaltos, ni apenas mentiras, y nadie se preocupaba del escándalo. Sólo pensábamos en amarnos.

DOLORES: Hablas por ti, sólo por ti, porque no tienes idea de lo que yo he pasado. Mariano, yo no puedo seguir viviendo así.

LARRA: Así, ¿cómo?

DOLORES: Fingiendo, engañando, no pudiendo ser quien de verdad soy, siendo la comidilla de todos, y sin dignidad, sin ninguna dignidad, hasta el nombre me han quitado. Tú tienes un nombre. Yo no, yo sólo soy “la querida de Larra”.

LARRA: Reconozco que es horrible, y además de pésimo gusto. ¿A quién se le ocurre ser “la querida de Larra” pudiendo ser “la señora de Cambronero”?

DOLORES: Esa amargura no te hace ningún bien. Tendrías que aceptar las cosas como son. Nos guste o no, soy la señora de Cambronero.

LARRA: Un título muy honorable, no lo niego. Pero yo no hablaba de títulos ni de honorabilidades; hablaba de sentimientos, y te preguntaba ¿me quieres? ¿me quieres todavía? No me has contestado.

DOLORES: Ya he dicho lo que tenía que decir. No me atormentes ni te atormentes más. Lo nuestro ha terminado, ¿lo entiendes? terminado.

LARRA: No, no lo entiendo. ¿Puede el sol terminar? ¿Puede el cielo terminar? ¿Puede la savia que alimenta a los árboles terminar? ¿Puede la naturaleza entera, la vida entera terminar? No, no lo entiendo.

DOLORES: Pues lo siento, lo siento mucho. Mira, si he venido aquí ha sido porque anoche me dejaste muy preocupada. Me pareció que era mi deber tratar de que comprendieras la situación y de que la aceptaras. Por eso estoy aquí. Pero veo que ha sido inútil. Mariano, tú no estás bien.

LARRA: De ti depende, Dolores, sólo de ti depende que esté bien o que esté muy mal.

DOLORES: ¡No, no, de ninguna manera! No puedes cargar sobre mí ese peso. Yo no soy responsable de lo que pueda pasar por tu cabeza.

LARRA: ¿No? ¿No eres responsable? Todos somos responsables de nuestros actos, amor, y de nuestras palabras. ¿Cuántas veces has dicho que me amas? ¿En cuántas ocasiones me has jurado amor eterno? Y yo me lo creía, ¿sabes? soy tan ingenuo que me lo creía, y no veo por qué ahora he de dejar de creerlo. ¿Mentías entonces? ¿O mientes ahora? Me gustaría saberlo, amor, cuándo dices la verdad, cuándo dices la mentira.

DOLORES: Ni mentía entonces, ni miento ahora. Y si no entiendes esto, es inútil que me esfuerce. Quería despedirme de ti intentando borrar todo lo que hay en tu corazón de amargura, de odio, de rencor hacia mí. Pero no ha sido posible. Lo siento.

LARRA: ¿Te vas? ¿Me dejas…para siempre? ¿para siempre?

DOLORES: No debía haber venido.

LARRA: Oyeme una cosa. Si de ti dependiera que moviendo un dedo, un solo dedo de tu mano me salvase yo del abismo, ¿lo harías? ¿lo moverías?…No, no lo harías, de hecho, es ésta la situación…Sólo te pido una cosa, Dolores, que no te vayas a Filipinas, nada más, no te pediré nada más, te lo juro.

DOLORES: ¿Quién te ha dicho que me voy a Filipinas?

LARRA: Tus ojos me lo dicen, que huyen de los míos; tu voz, áspera y decidida, como de quien cumple un deber o transmite una orden; tu pose, afectada y distante, como de señora esposa del señor Secretario…

DOLORES: Sí, ¿y qué? Es mi vida, puedo disponer de ella como me plazca. Tengo ganas de vivir tranquila, no sé si lo puedes entender, sin miedos, sin sobresaltos, sin tapujos…ya he pasado bastante…

LARRA: Bien, ya lo entiendo, tú eres capaz de marchar y dejarme; eres capaz de renegar de tu amor y de vender tu cuerpo por un poco de tranquilidad y unas cuantas joyas exóticas…(alza la voz) ¡como las rameras, igual que las rameras!

DOLORES: (se levanta, indignada) No voy a permitir que me insultes.

LARRA: (también se levanta, cada vez habla más exaltado) Tú eres capaz de dejarme, pero ¿y yo? ¿Sabes de lo que yo soy capaz?

DOLORES: No, no lo sé. Pero sea lo que sea, no vale la pena.

LARRA (con violencia y alzando aún más la voz) ¿Sabes de lo que yo soy capaz?

Tras el cristal traslúcido de la puerta se ha visto durante toda la escena la sombra de Maria Manuela, que ahora golpea la puerta con los nudillos

VOZ DE M.MANUELA: ¿Qué pasa, Dolores? ¿Me necesitas? ¿Pido ayuda?

DOLORES: ¿De matarme? ¿De matarme, quieres decir? No me asustas, Mariano.

LARRA: De matarte, sí de matarte. Pero no te preocupes, no lo haré. No cometeré ese error. Ante el mundo tú serías la víctima, y sabes muy bien que no es el papel que te corresponde en esta historia. No te preocupes, si he de matar a alguien, no será a ti, puedes estar tranquila.

DOLORES: Me alegra saberlo.

LARRA: No me olvidarás fácilmente, Dolores. Siempre te acordarás de mí, te lo juro.

DOLORES: Supongo que no tendrás ningún inconveniente en devolverme las cartas.

LARRA: ¿Las cartas?

DOLORES: Sí, las cartas, todas las cartas que te he escrito, incluidos los billetes, todo.

LARRA: ¿Hasta eso me arrebatas? Sin tus cartas, sin tus palabras de amor escritas por tu propia mano, ¿cómo podré saber que todo esto no ha sido un sueño? ¿Cómo podré convencerme de que no estoy loco?

DOLORES: No es asunto mío. Dámelas.

LARRA: ¿Y si no te las doy?

DOLORES: No me iré de aquí hasta que no me las devuelvas.

LARRA: Perfecto, quédate conmigo, para siempre.

DOLORES: Estás loco, Mariano, estás completamente loco. No he venido aquí para irme sin mis cartas.

LARRA: ¿Qué has dicho, Dolores? ¿Qué es eso que acabas de decir? “No he venido aquí para irme sin mis cartas” ¡Qué estúpido! Ahora lo entiendo, ahora lo comprendo todo. Tú no has venido aquí porque me quieras, no, eso ya lo he entendido, y también he entendido que nunca me has amado. Pero tampoco has venido porque estuvieras preocupada por mí. No, ni siquiera por compasión, ni siquiera por ese pobre sentimiento que no negamos a los animales. ¡Has venido por tus cartas! ¡Pérfida, traidora! Ojalá ya estuviese muerto, ojalá me hubiese ahorrado esta cruel estocada final.

Larra va hacia el mueble-escritorio, abre un cajón y saca un paquetito de cartas atadas con una cinta. Las echa con rabia sobre el escritorio, en medio de las hojas escritas.

LARRA: Tómalas.

Dolores se acerca al escritorio, coge el paquete y mira las hojas escritas.

DOLORES: ¿Y esto?

LARRA: Son cartas a un amigo.

DOLORES: Dámelas.

LARRA: Tómalas

Dolores recoge las hojas escritas, las guarda con sus cartas y, sin mirar a Larra, va hacia la puerta, descorre el pestillo y sale.

LARRA (con voz estentórea) ¡Pedro, acompaña a las señoras!

Tras la cristalera se ve las siluetas de las mujeres, que esperan, y la de Pedro que aparece en seguida y enciende el candil. Los tres descienden las escaleras, Pedro el primero, con el candil…

En el despacho, Larra está de pie junto al mueble escritorio, con la cabeza apoyada en la pared. De pronto, da una patada contra el mueble, y otra y otra; luego se golpea la cabeza contra la pared, con fuerza, varias veces; coge el estuche amarillo de encima del mueble, lo abre, saca una pistola, apoya el cañón en la mejilla derecha y dispara…

En el momento en que Pedro abre el portal, se oye un fuerte ruido, confuso, por ir acompañado del que produce la caída como de vidrios…

M.MANUELA : ¡Jesús, qué ha sido eso!

PEDRO: EL señor, seguro, que a veces tiene un humor de perros, pero ustedes no se preocupen. Las acompaño hasta Santiago.

DOLORES: No, vuélvase usted, Pedro, puede necesitarle…

Las mujeres se van. Pedro sube las escaleras, entra en la casa y pasa ante la puerta del despacho sin mirar. Larra está tendido en el suelo; el velador, caído sobre su cuerpo, el servicio de café por el suelo; hay una ventana con el cristal roto. Adelita empuja la puerta, que ha quedado ajustada, entra y mira.

ADELITA: ¡Papá! ¡Papá!… ¡Papá está debajo de la mesa! ¡Papá está debajo de la mesa!

Adelita sale corriendo, mientras cae rápidamente el

                                                                                 TELÓN

(De El corzo herido de muerte)

Deja un comentario

Archivado bajo Opus meum